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Mostrando entradas de mayo 26, 2024

Paseos por el Románico Palentino: Perazancas de Ojeda, la humilde ermita de San Pelayo

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  Solitaria y apartada a un lado de esa carretera general que conecta la Montaña Palentina con Herrera de Pisuerga y en su defecto, con la novísima Autovía que une Cantabria con la Meseta castellana, una humilde ermita, dedicada a la figura de un misterioso abad, de nombre Pelayo, llama poderosamente la atención de los viajeros, caminantes, arrieros y peregrinos, que un día invierten parte de su inestimable tiempo en detenerse unos instantes y echar un prolongado vistazo, dejándose seducir por su primitivo encanto. Este resulta más seductor, aún, si cabe, contemplándose con el telón de fondo de la mencionada Montaña Palentina -que no es, si no, una derivación más de esos majestuosos Picos de Europa, compartidos por Palencia, Cantabria, Asturias y en menor parte por León- y observando, además, ese tiempo cambiante, cuya amenaza de tormenta, no sólo proporciona unos momentos de inefable belleza, sino que además, alimenta la fantasía, pensando cómo deberían de sentirse las gentes que atra

El románico perdido de Palencia: la portada del cementerio de Vega de Bur

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  Queda atrás el apacible pueblecito de Cantamuda y su gloria románica, como es la iglesia de San Salvador y a los pocos kilómetros, como si de una de las terribles cuartetas apocalípticas de Michel de Notredame, más conocido, quizás, como Nostradamus, se tratara, el viajero se sorprende, dolorosamente, cuando se encuentra, completamente seco, un embalse, el de Requejada, que, apenas dos meses antes, a finales de junio, cuando, descendiendo de Potes, realizó esta misma ruta, rebosaba agua y vitalidad. De hecho, en esta ocasión, a primeros de octubre, son las vacas quienes han vuelto por sus fueros, a deambular por su limo seco, en el que, quizás, con el tiempo, el pasto vuelva a recuperar la fuerza de antaño, haciendo bueno el refrán de que nadie mejor que la propia Naturaleza para lamerse y recuperarse de las heridas que continuamente se le infligen. Con desazón y haciéndose mil y una cábalas, el viajero continúa su ruta, sabedor, de que ahora, apenas comenzando a rodar por la comarca