San Pedro el Viejo: Segunda Parte


El Claustro
Dicen los historiadores, que ya desde 1096, tras la batalla de Alcoraz y la entrada triunfal del rey Pedro I en Huesca, se denominaba a San Pedro con el sobrenombre de el Viejo, para demostrar su carácter antiguo. Y no es para menos si, tal y como expuse en la entrada precedente, se sospecha que antes de que se levantara este templo, existió un templo romano, otro visigodo y aún un tercero más, de índole mozárabe.
Por otra parte, resulta paradójico, sin embargo, la extraña sensación que produce penetrar en su interior y, una vez imbuídos de la curiosa magia que impera en la nave, adentrarse en su claustro y encontrarse con una renovación que, posiblemente necesaria, resta, sin embargo, esa magia arcana al menos a veinte de sus treinta y ocho capiteles originarios del siglo XII. Y no obstante, intuyendo la mano del misterioso Magister de Agüero y también de San Juan de la Peña, según se cree, el maravillado espectador no puede, por menos, que dejarse influenciar por los detalles de los dieciocho capiteles que, en mejor o peor estado, aún gratifican la mirada del visitante, destilando influencias mistéricas desde el fondo de su piedra castigada.
Dentro de la temática evangélica conocida -donde a través de la fuerza del símbolo, el cantero juega con la subliminidad de los mensajes- existe, además, bajo mi punto de vista, otra temática -que se podría considerar como secundaria- que, no obstante, induce a navegar por los controvertidos océanos afines al rico y complicado Bestiario Medieval, conllevando la posibilidad de interpretaciones más complejas, que derivan a formas y arquetipos de remota e incluso pagana antigüedad.
Tal podría ser el caso, por ejemplo, de la proliferación de escenas centradas en dos figuras primordiales y su extensa repercusión conceptística: la Serpiente y el Dragón.
Lejos de ser elementos aislados, ocupan, por el contrario, una parte de cierta relevancia en la iconografía claustral, que se extiende, incluso, a la temática de los capiteles del pórtico de entrada lateral, en el exterior del templo, hasta el punto de lograr que el expectador -a fuerza de encontrárselos una y otra vez- llegue a preguntarse el por qué de tanta alusiva repetitividad. Al menos, ese tipo de espectador -inconformista, interesado y curioso, más abundante cada día, en cuanto al Románico se refiere-, consciente de la importancia que conlleva trascender la forma para transmutar, elaborar y comprender el concepto.
Es, precisamente jugando a la interpretación con ésta genuina alquimia de conceptos, que surgen las dudas en cuanto al pensamiento de que algunas imágenes van más allá, por ejemplo, de una simple escena que representa -oficial y simplistamente hablando- a unos guerreros luchando contra dragones o a un pobre desgraciado siendo engullido por una serpiente descomunal.
Tanto la serpiente como el dragón, son figuras mitológicas cuyo simbolismo -excepto en la religión cristiana- está asociado, entre otros, con conceptos relacionados con la sabiduría, el conocimiento e incluso la abundancia y la prosperidad, si tenemos en cuenta a una de las civilizaciones más antiguas: la china. Resulta, por tanto, sospechosa, cuando no significativa, la temática desarrollado por el Magister, no tan abundante, por cierto, en otros templos a él o a su escuela atribuídos.

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