Palencia: Monasterio de Santa María la Real


Un buen ejemplo para introducirnos, en parte, en ese románico espectacular que caracteriza a la provincia de Palencia, puede ser este herido, no del todo recuperado, pero sí emblemático Monasterio de Santa María la Real. Independientemente del reconocimiento que merezcan los esfuerzos para su recuperación, llevados a cabo por la Asociación de Amigos del Monasterio de Aguilar, sí resulta incomprensible, y a la vez reprochable, que los capiteles originales continúen formando un conjunto frío e inerte, en los albaranes de posesión del Museo Arqueológico de Madrid. Tal vez, y podría ser una sugerencia a tener en cuenta, desde las asentadas cabezas de los reconocidos señóres que pertenecen a asociaciones como la anteriormente mencionada, éstas piezas únicas puedan reclamarse y retornar un día, para contarnos, desde su verdadero lugar de origen y nacimiento, una historia simbólica e histórica que, a no dudar, estoy plenamente convencido de que será genuina y de lo más interensante.
Una vez expuesto esto, continuar hablando del monasterio de Santa María la Real, conlleva, necesariamente, lanzar una invitación para situarse en una época que, a juzgar por los descubrimientos que se van sucediendo día a día, hemos de considerar como mucho más desconocida de lo que realmente estimamos. Rastrear sus inicios supone, también, adentrarse en el mundo resbaladizo de las leyendas y mentar, siquiera como base anecdótica, el contenido de unos documentos que, al igual que algunos evangelios -¿hemos de suponer que tuvieron igual desdicha en la famosa selección de Letrán?- han sido prejuzgados como falsos, o en su defecto, apócrifos.
Dichos documentos, situarían una primera aproximación, en ese siglo VIII, cuando la invasión de la Península por los árabes, era un hecho consumado e irreversible. Llama la atención, y mucho, la similitud existente entre el descubrimiento del lugar, y aquellas otras historias que inundaron las crónicas medievales con infinitud de milagrosas apariciones marianas. La historia, básicamente, utiliza elementos caracteristicos de la época, como son nobleza, caza y por supuesto, el elemento desconocido, ese mismo que, a falta de un término mejor, podríamos denominar como casualidad. De este modo, y a consecuencia de ésta casualidad, un noble, de nombre Alpidio, persigue con determinación a un extraordinario jabalí. Es tal la intensidad de la persecución, y tan esquivo el formidable animal, que el guerrero recala en un lugar cuyo entorno, espectacular, así como la existencia de una iglesia en ruinas, pero no obstante, receptora de algunas reliquias, hacen que se olvide de su fiebre de cazador y maravillado, piense qué hacer con su descubrimiento. La casualidad -otra vez ese factor desconocido que parece encontrarse ex-profeso en todas estas situaciones- quiere que el héroe, o más bien, el elegido, tenga un hermano, de nombre Opila que, casualmente, es abad de un monasterio situado a orillas del Ebro. Resulta fácil comprender que cuando éste acude al lugar, considere las evidentes oportunidades de prosperidad que ofrece, y decida trasladarse e instalarse allí. Corría el año 820. He aquí, a grosso modo, la versión apócrifa de la fundación del Monasterio de Santa María la Real.
Sin embargo, la versión oficial, desde luego menos romántica, como cabe esperar, sitúa su fundación -al menos, en cuanto a la iglesia se refiere- en el siglo XII e incluso en el XIII, en opinión de algunos investigadores. A partir de aquí, la historia, semejante a la del resto de edificaciones similares, es un devenir de bonanza y olvido, marcado por los diferentes avatares bélicos que han dejado una herencia de sangre y fuego en las páginas del haber de la historia general de España, siendo rematado, hacia el año 1835, por la tristemente célebre Desamortización de Mendizábal. Desamortización, que llevó a la ruina y desaparición de numeosas obras maestras de nuestro amplio y sufrido patrimonio histórico, artístico y cultural.
Declarado Monumento Nacional en 1866, aparte de un Centro de Interpretación del Románico amparado por la divisa de románico y territorio, alberga también un centro de enseñanza secundaria. Tal vez por ello, o por los años de desidia y abandono, abundan en los sillares del claustro, numerosos graffitis, entre los que no falta, desde luego, esa estrella de cinco puntas o pentalfa, entre cuyo rico simbolismo cabe mencionar, así mismo, su apropiación en épocas indeterminadas de la Historia -en la Edad Media, se utilizaba también para señalar al avaro y al judío- por partidarios de esa línea goética de bárbaras connotaciones, denominada, comúnmente, como magia negra.
El simbolismo continúa presente, es evidente, en la forma de marcas de cantería, que dejando la evidencia de su oscuro significado, se localizan en mayor medida en la parte exterior y más antigua del monasterio. Entre éstas, es constatable la persistencia de dos marcas en concreto, que tienen la forma de ese y zeta, respectivamente, así como la presencia de otro tipo de marcas más complejas, entre las que destaca, por su profundo arcaicismo y esotérico significado, la pata de oca.
Entre los escasos capiteles sobrevivientes, destaca el de una cara monstruosa, de cuya boca surgen lianas o quizás serpientes -¿una posible alusión a los hombres salvajes o verdes, rememoranza de edades añoradas de la humanidad?- y otro, en cuyo elaborado entrelazado de posible origen silense, pueden encontrarse similitudes en otras provincias como Segovia (1).
También existen curiosas semejanzas, bajo mi punto de vista, entre los símbolos grabados en los sillares del claustro -cruces paté, la denominada flor de seis pétalos o flor de la vida, y los círculos concéntricos, por ejemplo- con aquéllos otros que, situados a kilómetros de distancia, se pueden apreciar, así mismo, en el claustro románico de la concatedral soriana de San Pedro.
Reseñable, por último, es la presencia de la estrella de David o Sello de Salomón y el Agnus Dei, en los modillones de las nervaduras del techo.
Un lugar que, aún herido e incompleto, merece, no me cabe duda, la atención de una visita.


(1) Referencia a la iglesia de San Juan Bautista, en Orejana.

Comentarios

Casas Rurales en Palencia ha dicho que…
Muy buen trabajo de investigación.
Es una pena que lugares así, estén "desmembrados". Cada pieza debería volver al lugar de donde no debieron ser movidos.
juancar347 ha dicho que…
Muchas gracias por vuestro amable comentario. Estoy totalmente de acuerdo. Es una verdadera pena que, siendo un país rico en testimonios histórico-culturales, seamos, en el fondo, un país torpe a la hora de valorarlos y, sobre todo, velar por conservarlos. Esas piezas, por muy sueltas que estén, son Historia, Arte, Herencia...En fin, un tesoro. Saludos

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