San Miguel de Breamo


No sería una exageración, a mi modo de ver, pensar en este templo de San Miguel de Breamo, como en uno de los exponentes más bellos y a la vez más misteriosos de todo el románico gallego. Tal vez contribuyan a ello, factores determinantes como su completo aislamiento, el inconmensurable lugar de poder -o del espíritu- donde se ubica, la protohistoria que se cierne sobre él y ese halo de leyenda donde se intuye, imposible de demostrar, al menos desde el sólido planteamiento de la documentación histórica, la sombra, alargada pero terriblemente escurridiza, de los grandes custodios del Camino y de la Tradición, que fueron los caballeros templarios. Aunque hay fuentes que apuntan en esa dirección, tampoco se han hallado vestigios del castro celta que, se supone, se localizaba en ese preciso lugar donde se colocaron los cimientos de un templo cuya consagración parece coincidir con el año de la mayor catástrofe del Reino Latino de Jesuralén, aquélla que, conocida como la batalla de los Cuernos de Hattin, marcaría el principio del fin de la presencia latina en Oriente y también, de alguna manera, el principio del fin de la propia Orden del Temple: 1225; es decir, 1187.

Un caso parecido, salvando las distancias, aunque con la diferencia de multitud de pruebas aportadas por la arqueología, sería el la iglesia de San Vicente de Serrapio, situada en el concejo asturiano de Aller. Enclavada en un lugar similar, también de poder o del espíritu, en el templo donde los celtas castreños adoraban a sus dioses, los conquistadores romanos elevaron otro templo en honor a Júpiter, como la tradición situaba otro en lo más alto de otro monte sagrado: el Moncayo.

Se ignora, por otra parte, cuándo se instalaron aquí los canónigos regulares de San Agustín, aunque sí se sabe que permanecieron hasta el siglo XVI. De proporciones equilibradas, con planta en forma de cruz, ábside principal y dos absidiolos auxiliares -capillas de la Epístola y del Evangelio-, San Miguel de Breamo, como la colegiata compostelana de Santa Máría la Real de Sar, son lugares donde el misterio parece haberse alojado con una fuerza difícil de superar. Desde aquí, así mismo, la visión de la bahía de Pontedeume resulta, sin duda alguna, sencillamente espectacular.


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