Arévalo: iglesia de San Juan


'Tiene algunos elementos indudablemente interesantes, entre ellos, la escultura de Zacarías, atribuida al Maestro Mateo; un retablo gótico, también muy interesante, del siglo XVI, anónimo y conocido como Retablo de la Asunción, que aparte de otros detalles, muestra algo inusual en la parte superior izquierda: San Roque (con ángel y niño) y San Sebastián. El Retablo Mayor, barroco, muestra en la parte superior una interesante pintura de San Miguel, apreciándose en el centro, una imagen del titular, San Juan Bautista. El escudo de San Miguel, luce un sol. Hay dos Vírgenes, no menos interesantes: la del Rosario (capilla de la Epístola) y la Virgen de las Angustias, en una capilla situada cerca del coro. Ésta última, es obra de Pedro de Salamanca. Pero sin duda, una de las piezas más interesantes, es el Cristo gótico del siglo XIV, entre cuyas curiosidades está aquella de haber sido concebido articulado. El baptisterio esconde la pila bautismal, probablemente de época renacentista y un pequeño óleo con el Bautismo de Cristo en el Jordán...'.
[Cuaderno de Notas del Caminante, Arévalo, 5 de diciembre de 2016]

Como se aventuraba en entradas anteriores, no sólo destaca Arévalo por ser una de las capitales más prolíficas en cuanto al patrimonio románico-mudéjar en Castilla se refiere, sino también, y he aquí lo sorprendente, por la inconmensurable riqueza artística que atesora, capaz, por sí misma, de rivalizar con garantías de éxito, con cualquier otro de los patrimonios histórico-artísticos ofrecidos por cualquiera de las vecinas ciudades, declaradas, por supuesto que merecidamente, la duda ofende, patrimonio cultural de la Humanidad. Posiblemente, ésta iglesia de San Juan Bautista, sea una de las que con mayor intensidad hayan sufrido los embites furibundos del acoso y derribo al que se sometieron, a lo largo de diferentes épocas históricas, los gustos, las modas y los caprichos de los poderes fácticos del lugar. Y aun así, no obstante tan desafortunada circunstancia -concepto orteguiano que conlleva, en el fondo, ese popular sainete del jódete y baila frente a lo irremediable-, hay que observar con dulzura y conmiseración, esos pequeños o grandes detalles, según se mire, que sobreviven de un templo que en origen debió de ser, sencillamente, digno de admirar

De su cuna bizantina y por defecto de nacimiento, mudéjar la sangre de sus ladrillos, sobrevive parte de la cabecera, embellecida -opinión que posiblemente compartiría aquél gran maestro que fue Antoni Gaudi i Cornet-, por esa pátina de celoso musguillo que la cubre en parte. Llaman la atención -y es un detalle que recuerda las aseveraciones de Erwin Panovski sobre renacimiento y renacimientos, y enseguida veremos por qué-, los dos cimborrios de forma octogonal, que se aprecian en su estructura, tanto el que se localiza a la altura de la cabecera, como aquél otro, más pequeño aunque no por ello menos vistoso, que remata el cubo de la torre. En el lado sur, un pequeño escudo, aparentemente simple, llama la atención: un águila bicéfala sorpotando un Agnus Dei. Por debajo de éste, y en los restos de yeso con los que se cubrió parte de la fachada, aún perviven algunos rastros de antigua simbología, entre los que destaca la presencia de un símbolo solar, como es el polisquel

Excesivamente remodelado, su interior ofrece básicamente el interés de ciertas piezas artísticas de singular encanto, como se aventuraba en el extracto de notas que prologa la presente entrada, siendo, quizás la más impresionante, por su naturaleza, antigüedad y atribución, esa escultura mateana que representa al profeta Zacarías, frente a la que no se puede, sino cuestionar, qué hace en este lugar y sobre todo, de dónde procede.


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