La formidable iglesia rupestre de Santa María de Valverde


Alejándonos algunos kilómetros de los Cañones del Ebro y los espectaculares pueblecitos que moran a la vera de sus imponentes singularidades y dirigiéndonos hacia el corazón de ese milenario lugar de misterios -donde la clave fundamental fue la prolongada persistencia de un fenómeno eremítico que asaltó los corazones de muchos de aquellos visigodos que veían su mundo derrumbarse tras la caída de su imperio en el siglo VII- que es Valderredible, para visitar una de las más interesantes y enigmáticas de las iglesias rupestres que, en mayor o en menor medida, copan buena parte de la región: Santa María de Valverde.


La iglesia rupestre de Santa María de Valverde, situada en el municipio de Valdelomar, casi a pie de una sinuosa carretera comarcal que comunica entre sí los pueblos de Quintanilla de las Torres y Villanueva de la Nía, ocupa un lugar privilegiado en un fértil valle que mantiene una oportuna, cuando no prodigiosa intimidad, rodeado de frondosos bosques.


Se trata, junto con la iglesia de Olleros de Pisuerga, situada, no a mucha distancia, pero sí dentro de los límites comarcales de la vecina Palencia, de la iglesia rupestre más importante de la región y posiblemente, también de España.


De hecho, si no fuera por la moderna estructura que se levantó hace algunos años con la intención de proteger el conjunto y de la espadaña medieval que se levanta a escasos metros de ella, marcando, además, la situación de un importante cementerio de tumbas antropomorfas, excavadas en la roca y con su característica cabecera apuntando hacia el este, hacia la salida del sol, determinando un marcado simbolismo defensor de la creencia en la resurrección, este singular templo, donde también se observan multitud de enterramientos de similares características en la superficie de su compacta techumbre de roca, podría ser perfectamente confundido con un sólido un espectacular bunquer.


Y, de hecho, si lo vemos desde el punto de vista del romanticismo y de la metáfora, podríamos considerarlo como tal: un bastión donde la fe se mantenía protegida de las acechanzas y peligros de un exterior, marcado, qué duda cabe, por las singularidades mediáticas de la época.


Resulta emocionante, por otra parte, observar, que, aunque en su interior conserva las mismas características que cualquier otro templo, con su altar orientado a poniente, su nave y sus capillas de la Epístola y del Evangelio, el encanto de su rústica armonía, seduce, irremediablemente al espíritu, evocando esa génesis, como diría el flemático escritor inglés, G.K. Chesterton, de aquellos primeros templos de la humanidad, que fueron, sin duda alguna, las cavernas.



Aunque dispone de iluminación eléctrica, tiene también varias ventanas pequeñas, labradas en la dura superficie del manto rocoso, que, situadas a la altura del altar -una al frente y otra en uno de los laterales, permiten la entrada de la luz del sol, que, incidiendo sobre éste, ofrece uno de esos comparativos ‘efectos especiales’ de la época, propiciatorios a la hora de potenciar en los fieles el oportuno sermón.


Posee, además, una magnífica pila bautismal, románica y en forma de copa, completamente lisa a excepción de dos cruces, de características patadas grabadas en esa línea imaginaria o transepto, que uniría las direcciones comprendidas entre el norte y el sur.


Hay también una lápida, cuya inscripción nos permite reconocer al menos el nombre de uno de los importantes personajes que estuvo allí sepultado, Antonio Gómez Navamuel, de quien se sabe que fue paje y caballero de una orden militar -en este caso, indeterminada- de los Duques del Infantado.


Magnífica, por añadidura, es también la imagen de Santa María de Valverde amamantado al Niño, perteneciente a un siglo, el XVI, en el que este tipo de imágenes fueron declaradas prohibidas, pues, incomprensiblemente, según los cánones eclesiales de la época, atentaban contra el decoro, cuando, en realidad, podría pensarse que no hay nada más hermoso en este mundo que una madre amamantando a su retoño.


Del exterior, cabe destacar la hermosa espadaña o torre-campanario, donde la pieza más llamativa, por su belleza y su delicada constitución, esté formada por los restos de una escalera de caracol, cuyos preciosos elementos sufrieron el expolio de los amigos de lo ajeno, en tiempos relativamente modernos, hasta el punto de que el párroco tuvo que intervenir en el asunto.


Porque, a pesar del milenio, de los innumerables siglos transcurridos, la iglesia rupestre de Santa María de Valverde, continúa en activo, ejerciendo, no ya de cementerio, pero sí su labor pastoral a muchos de los pequeños enclaves rurales situados en las proximidades, siendo, desde luego, un ejemplo vivo de perduración y resiliencia, que puede parecer totalmente increíble, sobre todo, si lo comparamos con los tiempos en los que vivimos, donde las nuevas tecnologías nos sitúan a abismos de distancia de estos pequeños mundos, que, como decía el poeta surrealista francés, Paul Eluard, también están en éste.


AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, así como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor. 


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