Introducción: el románico


Suponen los historiadores, que el término 'románico' fue diseñado por el arqueólogo Charles de Gerville, en 1820, con el fin de englobar la corriente artística desarrollada en Europa durante el periodo comprendido entre los siglos V a XIII. Actualmente, dicho término se limita, tan sólo, al estilo que prevaleció en el continente desde finales del siglo X hasta bien entrado el siglo XIII. A éste último periodo pertenecen, sin duda, las mejores edificaciones del arte religioso-cultural occidental.
Hablar del 'arte románico', conlleva, con toda seguridad, la difícil labor de adentrarse en una época -la Edad Media- poco conocida en el fondo, y, sin embargo, bastante devaluada por muchos investigadores, que la consideran, oscura y bárbara sin más.
Opinan los historiadores -y no sin razón- que desde la caída del imperio romano de occidente, hasta el siglo X, Europa se sumió en una de las épocas más oscuras de su historia.
En efecto, basan tales suposiciones, en el hecho de que el ordenamiento social y político romano -al que hay que añadir el Arte, la Cultura y la Ciencia- se vieron gravemente dañados. Los factores que contribuyeron a tan trágica devaluación, fueron múltiples y variados, pero entre ellos destacan, no obstante, los siguientes: la despoblación; las grandes invasiones; las guerras; las plagas; la extrema pobreza y el hambre.
En la mentalidad del hombre de la época -el hombre medieval- tales factores constituyen, de hecho, una visión poco menos que apocalíptica del mundo en el que viven. Visión más cercana aún, si cabe, a ese fin del mundo profetizado en los Evangelios, cuyo armagedón se preveía, fatalmente, con el fin del milenio.
Esta visión apocalíptica quedó recogida en numerosas obras del periodo, como pueden ser -por citar un ejemplo lo más cercano a nosotros- los Beatos de Liébana y de San Pedro de Osma.
Como era de prever, la vida continuó tras el cambio de milenio (1), y en el pensamiento occidental comenzó a desarrollarse una vitalidad y un optimismo, que dieron origen a un renacer de la Cultura, el Arte y las Ciencias, disciplinas bastante deterioradas hasta entonces. Por supuesto, los grandes depositarios, y de hecho, los grandes artífices que promovieron dicho cambio, fueron los monjes que, desde Cluny, comenzaron una labor recopilatoria y custodia de las fuentes clásicas, cuyos efectos se extendieron por occidente como un reguero de pólvora.
Dadas las extraordinarias condiciones que atravesaba la Península Ibérica -la dominación musulmana se extendió, aproximadamente, desde el año 608, con la batalla del río Guadalete, hasta el año 1492, con la conquista de Granada por los Reyes Católicos- el estilo románico más puro se desarrolla en el norte. No obstante, y en mi opinión, las construcciones que se desarrollaron en el resto del territorio peninsular, se vieron extraordinariamente enriquecidas con influencias de origen mudéjar y mozárabe, cuya importancia se puede entrever en edificaciones tan emblemáticas como los Arcos de San Juan de Duero, la ermita de San Baudelio de Berlanga o el ábside de la iglesia de Santa Coloma, en Albendiego, provincia de Guadalajara.
Como cualquier estilo artístico o arquitectónico, el románico se desarrolla a través de un ciclo eminentemente vital, que se caracteriza por tres partes o fases determinantes. Éstas, se pueden clasificar de la siguiente manera:
- Fase arcaica o 'primer románico'.
- Fase clásica o 'románico pleno'.
- Fase decadente o 'tardorromano'.
Pero el estilo románico es algo más que un conjunto de piedras ensambladas con mayor o menor mesura estética; es algo más, también, que un 'espécimen artístico' que reúne unas caracteristicas determinadas de valoración y clasificación.
El románico, como se intentará ir demostrando con paciencia, ilusión y esperamos que buen hacer, a lo largo de las entradas del presente blog, es auténtica Geometría Sagrada puesta al servicio de un ideal o de una fe. Estudiando su disposición y propiedades, no me cabe duda, de que el hombre medieval -ese hombre tosco y sumido en la oscuridad, como pretenden algunos historiadores- tuvo una visión extraordinaria de Dios; visión que, se puede afirmar, descubrió o presintió, al utilizar, con la simpleza que suele caracterizar al sabio, la magia de los números y la proporción.
Juan Carlos Menendez
Febrero de 2008
(1): Recordemos los grandes temores y los problemas que aquejaron a la sociedad actual a finales de 1999, los cuales quedaron englobados en su momento, bajo el calificativo de 'efecto dos mil' y no fueron pocas las visiones apocalípticas que apostaban por un colapso de nuestra civilización.

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