Revillalcón: iglesia de San Esteban Protomártir

Dentro del ámbito de influencia de Briviesca, y a apenas unos diez o doce kilómetros de la capital burebana, un interesante templo románico se alza sobre una pronunciación del terreno, cerniéndose vigilante, como un ave de presa, sobre la población. El nombre de ésta, Revillalcón, hace desde luego honor al símil, cuando se aprecia en la distancia, y eso que actualmente son irreconocibles las ruinas del castillo que, al parecer, se levantaba junto a la iglesia. Bajo la advocación de San Esteban Protomártir, y en un estado de conservación bastante precario en algunas zonas, se localizan, no obstante en este templo, algunos elementos que, por su interés, merecen reseñarse, independientemente del detalle -subjetivo, desde luego y carente de documentación- de que por estos pagos hubieran rondado los escurridizos freires del Temple. Detalle, por otra parte interesante, que pudiera o no tener relación, pero que alienta a mantener cruzados los dedos, por si acaso, podría ser la existencia de una ermita, situada en las inmediaciones, denominada de 'La Espinosilla' (1), y cuya romería se celebra el 24 de septiembre.
Ahora bien, dejando aparte esa hipotética posibilidad, y obviando también el probable aspecto de iglesia-fortaleza, lo hipotético, en cuanto a un intento de intepretación simbólica se refiere, resurge, no obstante, la duda, cuando se advierte la presencia de un entramado artístico, en el que destacan una serie de elementosde curioso relieve y no menos curiosa, cuando no oscura, interpretación. Uno de tales elementos, disimulado en la esquina de uno de los capiteles del pórtico de entrada, se podría entrever en esa enigmática estrella de cinco puntas o pentáculo salomónico, que se conoce también, en algunos ambientes, como pie de druida. Quizás la clave de su presencia, después de todo, se encuentre dentro del contenido secular de las imágenes que lo preceden, aunque en el fondo, puede que se función no sea otra que aquélla que la determina como un símbolo salutífero; o dicho de otra forma: una señal de salud, que podría indicar las especiales cualidades terapéuticas del lugar. La presencia de la pentalfa, aunque intrigante, no constituye tampoco una novedad en los templos románicos, aunque sí podría llegar a mirarse con cierto reparo, si la consideramos en el aspecto secular y demonizado a que fue sometido en períodos históricos posteriores. Pero dejando aparte esta cuestión, que nos aleja del auténtico simbolismo de tan peculiar objeto, no deja de reultar intrigante -y perdón por la redundancia- observar la posición que ocupa en los diferentes templos en los que se la localiza. Sólo por citar algunos ejemplos, comprobables por todo aquél que esté interesado, se la puede localizar en un capitel del pórtico principal de entrada, como en el caso presente; formando el motivo principal, también, del tímpano de la parroquial del pueblecito navarro de Leache, con la particularidad de contener en su interior la figura humana, adelántandose doscientos o trescientos años al famoso concepto del Hombre Universal de Leonardo Da Vinci; disimulada entre las metopas de un ábside, como aparece representada, aunque bien visible, en la iglesia segoviana de Sotillo; como principio y fin, delimitando los dos polos del famoso transepto de la ermita soriana de San Bartolomé, situada en el corazón del Cañón del Río Lobos; o, como recientemente he tenido ocasión de comprobar, delimitando el óculo circular del ábside -curiosamente, de planta hexagonal- de la iglesia de Nª Sª de la Asunción, enclavada en la población alavesa de Lasarte, a escasa distancia de Armentia y la Colegiata donde reposan los restos de San Prudencio, quien fuera discípulo del santo anacoreta soriano, Saturio. De hecho, aquí, en la parroquial de Lasarte, se pueden apreciar algunos restos de interés de la primitiva iglesia de Armentia.
Otro de los detalles que conviene destacar, es la presencia no sólo de animales fantásticos que generalmente son una representación gráfica de defectos y virtudes -tan típicos y abundantes en el fabuloso bestiario medieval- sino también, la de una cabeza demoníaca en particular, cuyo estilo y forma volveremos a encontrar en algún otro templo de la región -por ejemplo, en Hermosilla y su iglesia de Santa Cecilia- y que puede inducirnos a pensar en la mano del mismo tallista o de un taller que anduvo trabajando en la zona. El tema de la dualidad, también está presente en la temática desarrollada por los canteros -bien a discreción o por encargo- y no nos costará mucho localizarlo en los canecillos del lado norte, siendo el más evidente, aquél que muestra unidas dos cabezas humanas. Destacable también -no deja de ser, en el fondo, una cuestión de matices- resulta la presencia de testas humanas ataviadas con curiosos cascos y bonetes, que pudieran denotar un carácter eminentemente militar, no ajeno a cualquiera de las órdenes de caballería de la época.
Por la forma en que están distribuídos algunos elementos, hay investigadores que opinan que el ábside, no obstante y a pesar de todo, fue rehecho en tiempos no determinados, detalle que conlleva que en esa supuesta reestructuración, se aprecien elementos ajenos. Esto se hace más patente en la pared del muro norte, con la presencia, entre otros, de una fenomenal cruz monxoi, que parece ajena al conjunto. En ésta misma pared norte, aunque en su extremo más meridional -aquél situado junto al ábside- merece especial mención el canecillo que representa una cabeza humana, en la cuál, el cantero destacó especialmente las orejas, tal vez en un gesto intencionado de advertir algo tan antiguo y a la vez tan sabio, como es el consejo que debe seguir, entre otros, toda persona decidida siempre a aprender: saber escuchar.
 

(1) En este sentido, como en muchos otros aspectos en cuanto al Temple se refiere, hay opiniones divididas, aunque no son pocos los autores que han constatado la presencia de la Orden del Temple en lugares, o cerca de lugares que llevan esta clase de topónimos. Extensible, de hecho, a otros lugares situados dentro de los diferentes ramales del Camino Jacobeo, que llevan otros topónimos singulares, como es el caso de Oca y sus derivados. De este último, sería interesante reseñar la cercanía de los Montes de Oca, así como también la existencia del río Oca, que pasa por Briviesca y otros lugares de La Bureba. Curiosamente, y a modo de dato anecdótico, se puede citar la existencia del pueblecito soriano de El Espino, un pueblo con apenas media docena de habitantes, que tiene una iglesia románica de San Bartolomé, una ermita dedicada a la Virgen del Espinar, localizándose en sus inmediaciones el célebre despoblado de Masegoso y los restos de San Adrián, a los que la tradición popular atribuyen como lo que fuera en tiempos un convento templario. Reseñable, así mismo, es el hecho de que El Espino se encuentra situado a unos tres kilómetros de otro curioso pueblo, Suellacabras, donde aún se conservan las ruinas de un antiguo cenobio dedicado a un santo muy peculiar, por su heterodoxia: San Caprasio. En España, que yo sepa, tan sólo existe otra ermita con ésta advocación, y se localiza en el pueblo jaqués de Santa Cruz de la Serós, muy cerca del emblemático monasterio de San Juan de la Peña.


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