Betanzos: iglesia de San Francisco
Sin ánimo de restar mérito, belleza y misterio a los
otros exponentes artísticos de esta hermosa villa de Betanzos, como son las
iglesias de Santiago y de Santa María del Azogue, no resultaría, en modo
alguno, exagerada, impremeditada o gratuita la afirmación de que, posiblemente,
tengamos en este maravilloso conjunto arquitectónico que compone el convento de
San Francisco, una de las obras más espectaculares de cuantas engrosan el
patrimonio histórico-artístico de la región betanceira.
Una obra que, además de reproducir, supuestamente, modelos de origen francés,
según algunas fuentes, que ponen como ejemplo el de San Gall, contiene, además,
otras singularidades que bien merecen un oportuno toque de atención. Evidentemente,
sería imperdonable pasar de largo, sin mencionar el significativo detalle de
que, alrededor del año 1289, fecha aproximada en la que se supone su fundación,
los clérigos mendicantes franciscanos se instalaron en este solar, donde, a
todas luces, parece ser que existen fundadas sospechas de que hubo un
asentamiento templario, que formaba parte de la encomienda que éstos permutaron
con el rey Alfonso X en 1251, a cambio de ciertas posesiones en tierras de
Zamora, entre las que hemos de contar Alba de Aliste, Alcañices y posiblemente
también, Mombuey, donde todavía sobrevive la monumental torre de lo que fuera
su iglesia dedicada a la figura de Santa María. De hecho, y como dato
anecdótico, se puede añadir que parte de los motivos decorativos de su portada
oeste -capiteles y canecillos- incluido un magnífico Agnus Dei, formaron parte, hace algunos años, de un pequeño museo
de piezas templarias (1) expuestas en el interior de la nave, no muy lejos de
donde se localiza el magnífico sepulcro de Fernán Pérez de Andrade, O Boo y
que, por motivos que se desconocen, parece que en algún momento indeterminado,
volvieron a ser reutilizados en su portada oeste. Es más, se podría añadir, que
la presencia de franciscanos en lugares que fueron o así se supone, de
templarios, hace bueno aquél antiguo refrán que afirmaba que los fuegos que encendían los dominicos, eran
apagados por los franciscanos, siendo verídico, también, que algunos
templarios entraron a formar parte de la Orden de San Francisco, una vez
disuelta la suya. Cabe suponer, por tanto, que entre éstos hubiera canteros e
incluso maestros canteros que pusieran sus conocimientos al servicio de su
nueva orden, detalle que podría explicar ciertas familiaridades entre algunos
edificios que se levantan en algunos lugares determinados de Galicia, como
podría ser, por citar un ejemplo interesante, el también conjunto franciscano
de la capital lucense, enclavado en su casco antiguo, muy cerca de la catedral,
ampliando lo que en tiempos fuera la iglesia de San Pedro –es posible que tuviera
otra advocación en el pasado-, donde cabe destacar la similitud de su ábside, igualmente
de forma octogonal como éste de San Francisco, y la presencia del significativo
Agnus Dei.
La
entrada principal al templo, situada en el lateral sur, aunque sencilla y de
trazas netamente góticas, nos muestra, como ya tuvimos ocasión de hipotetizar
cuando hablábamos de las curiosidades del vecino templo de Santa María del
Azogue, a dos curiosos personajes que, como ya vimos, podrían hacer alusión a la Anunciación, destacando el detalle de
la humanización de la figura del
arcángel Gabriel, papel que era representado por los sacerdotes judíos e
incluso, como sospechan algunos autores, también por el propio Juan el Bautista.
Numerosas e interesantes, desde luego, son así mismos las series de canecillos,
que desarrollan variadas temáticas, dignas de un estudio aparte, así como la
presencia de otras relevantes referencias, como son el Agnus Dei y una figura representativa del mencionado noble y
promotor, Pérez de Andrade, que no sólo se encuentra en su magnífico sepulcro,
sino que forma parte, también, de varias escenas de caza, similares a las del
mencionado sepulcro, que se localizan en los laterales superiores de la nave:
el jabalí. En el interior del templo, y en un punto elevado de su cabecera –merece
echar un atento vistazo a los brazos de la bóveda, significativamente labrados
con numerosas figuras- se localiza un interesante Pantocrátor que,
aparentemente, parece seguir similares patrones a los que se dan en la catedral
de Lugo y en las iglesias palentinas de Santiago, en Carrión de los Condes, y
de San Juan Bautista, en Moarves de Ojeda.
Interesantes son, así mismo, los numerosos sepulcros que, en número estimable, se distribuyen en arcosolios tanto por los laterales de la nave, como por las capillas de la Epístola y del Evangelio, incluido el de un misterioso y anónimo personaje de origen oriental, que anteriormente, descansaba en la desaparecida Capilla de la Quinta Angustia. También resulta relevante la presencia de las denominadas vacas solares -una de ellas tumbada, oculta detrás de una interesante imagen de San Nicolás-, que aparte de definir a una de las más antiguas familias gallegas -los Becerra-, también se localizan en el sepulcro de un no menos misterioso personaje noyés, Ioan de Estivadas. Se sabe que tan digno y bello conjunto arquitectónico, dispuso de un claustro, hoy en día desaparecido, siendo de relevancia la magia simbólica que caracteriza las construcciones franciscanas, donde adquieren particular interés unos números que parecen repetirse en la mayoría de ellas: el 4, el 5, el 6 y el 12.
Como dato anecdótico y colofón de la presente entrada -dejando para otro momento, los interesantes símbolos contenidos en su portada oeste, incluida la Adoración de los Magos de su tímpano-, añadir el curioso detalle de que el fundador de la orden franciscana, San Francisco de Asís, firmaba de una manera muy simbólica y particular: con la letra Tau.
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