Vilar de Donas: San Salvador


Metafóricamente hablando, se podría describir este interesante lugar de Vilar de Donas y su templo, dedicado a la figura del Salvador, como el Ávalon lucense, donde Damas y Caballeros, legaron a la posteridad todo un vistoso misterio, digno de las más relevantes historias de caballería de la Edad Media. Decía Álvaro Cunqueiro, refiriéndose a este pragmático establecimiento –que de similar manera a como el Ávalon original quedaba fuera de los principales núcleos donde se desarrollaban las grandes aventuras epopéyicas relacionadas con el Santo Grial, queda también excluido de las lindes del Viejo Camino o Camino Francés, aunque separado de éstas apenas unos dos o tres kilómetros, como ocurre también más adelante, con el emblemático Castelo de Pambre-, ésta frase tan significativa, que no me privo ni me resisto a la tentación de consignar aquí, eso sí, bien referenciada con pelos y señales: Sí, está escrito que ante este pórtico y en el claustro se enterraban los fatigados cambeadores, custodios del Camino, que cabalgaban armados junto al río humilde de los peregrinos, y más tarde vinieron hallar tumba aquí los santiaguistas que alanceaban al moro en los ríos militares de España, el Duero y el Tajo (1). Es decir, que ya en este templo –en los elementos de cuyo pórtico principal, orientado a poniente, se evidencia la presencia inequívoca de ornamentos tradicionales de los viejos cultos celtas, como los cardos y los polisqueles, hasta el punto de que incluso en el pueblo, y a juzgar por los dimes y diretes de los visitantes, no es difícil oír hablar de una posible influencia irlandesa-, los héroes caídos en combate o simplemente abatidos por el poderoso e invencible enemigo de la vejez, recibían culto y atención, por parte de unas atípicas donas –que así mismo, recuerdan a las mitológicas valquirias de la tradición nórdica: aquéllas psicostásicas amazonas que conducían al Valhalla las almas de los guerreros muertos en combate-, que han pasado a la Historia, curiosamente, por su belleza y elegancia, detalle, no obstante, desconcertante, si nos atenemos a la ortodoxia tradicional anexa a cualquier tipo de noviciado, máxime de índole femenino. No es de extrañar, por tanto, que si bien más abundantes las sepulturas de carácter santiaguista, haya miembros de otras órdenes militares –como el comendador hospitalario que, según se comenta, ocupó en tiempos el enigmático templete o baldaquino que se localiza en el interior, o supuestamente, también, miembros anónimos de aquéllos otros que se perdieron, como reza una antigua inscripción en la iglesia de la Vera Cruz segoviana, probablemente refiriéndose a los templarios-, sepultados anónimamente bajo el verde y mullido manto herbáceo que recubre el solar de alrededor. Un solar y unos alrededores –bueno es recordarlo, oportunamente-, que, si bien muy alterados en la actualidad, desgraciadamente, brillaron en el pasado por su riqueza megalítica y celta, antecedentes, que con toda probabilidad vendrían a confirmar la persistencia de la utilización, por parte de los canteros que elevaron tan magnífico templo –e incluso artistas de época posterior-, de numerosas referencias simbólicas afines tan evidentes, hasta el punto de desconcertar al observador.

Ahora bien, yendo por partes, no cabe duda de que lo primero que llama la atención, apenas franqueado el curioso pórtico de entrada, es la riqueza simbólica subyacente en los restos amontonados en la parte derecha, de los sarcófagos que un día albergaron a la flor y nata de la nobleza caballeresca. Pertenecientes, como se ha dicho, a lo más rancio y antiguo de la nobleza gallega, incluidos Calderones y Becerras, observándolos, no es difícil imaginar parte de esa aventura espiritual, digna de las epopeyas de la quest griálica, que vivieron bajo la condición, al fin y al cabo, de los soberbios Milites Christi que en realidad fueron, independientemente del color del hábito que vistieran y el tipo de cruz que lucieran en el pecho, como así parece confirmar la simbología que lucen en sus escudos y sepulcros. Al respecto, baste decir que entre dichos símbolos, destacan aquellos que representan al árbol –como ya aventurara Ramón J. Sender (2), no sólo como uno de los primeros símbolos representativos del Sobrarbe o antiguo reino de Aragón, sino como que el árbol y la cruz han ido juntos desde los primeros orígenes de la historia de la humanidad- y las vacas sagradas o solares, cuyas huellas se pueden seguir por lugares muy relevantes de la geografía de Galicia, como son Noya –sepulcro del enigmático Ioan de Estivadas, en la iglesia de Santa María a Nova, aunque originariamente estaba en una capilla de la iglesia de San Martiño-, y Betanzos, lugar de enterramiento –entre otros- de aquéllos Becerra que, una vez desaparecido a mediados del siglo XIX su panteón familiar, la Capilla de la Quinta Angustia, éstos, sus símbolos, lucen hoy bajo algunos arcosolios situados en la zona lateral izquierda de la nave de la iglesia de San Francisco, por encima de las sepulturas de los Andrade. Más adelante, en la cabecera, parte de las pinturas confirman la elegancia y belleza de las donas a que se hacía referencia al principio.

Pero no sólo las pinturas de las donas han de llamar poderosamente la atención, pues en pocas representaciones historiadas que se localicen en tan sacro lugar, podrán verse símbolos tan inequívocamente relacionados con la Antigua Religión, en esos magníficos hombres-verdes representados a media altura, junto a la figura central del cuerpo de un Cristo que no sólo muestra los estigmas de la Pasión, esas simbólicas Cinco Llagas, sino que, además, exhibe, junto al sepulcro que teóricamente lo albergó hasta el tercer día en que resucitó, todos los elementos de la misma, posteriormente adoptados por las hermandades de canteros y masones, así como un curioso nimbo crucífero cuya cruz, en el fondo, es del mismo tipo patado que aquéllas otras, perfectas, que tanto abundan en el interior del templo. Un templo, en el que también se localizan curiosas e interesantes marcas de cantero, así como numerosas referencias céltico-solares en sus rosetas y polisqueles, acompañadas de aves y serpientes, distribuidas indistintamente como representaciones acompañantes de los motivos foliáceos, e incluso, sin preguntarlo, el amable guardián –recurrimos, una vez más, a los dimes y diretes- indicará, a todo el que esté dispuesto a escucharle, señalando hacia el árbol de seis ramas que se localiza en la basa de la columna de la izquierda, que según la opinión del párroco local, es un árbol del demonio. Y otros muchos más detalles, que es preferible que el peregrino, el curioso o simplemente el interesado, vaya descubriendo por sí mismo.

Vilar de Donas: en definitiva, todo un apasionante enigma a la vera del Camino Francés.


(1) Álvaro Cunqueiro: 'Por el camino de las peregrinaciones', Alba Editorial, S.L.U., primera edición, Barcelona, 2004, página 98.
(2) Ramón J. Sender: 'Ensayos sobre el infringimiento cristiano', Biblioteca de Heterodoxos y Marginados, Editora Nacional, Madrid, 1975.

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