El románico de San Martin de Hoyos

 


A poco más de dos kilómetros de Olea, San Martín de Hoyos es otro pueblecito de Cantabria, que no sólo nos deleita con su pintoresca arquitectura rural y esos fértiles valles donde todavía la economía de los aldeanos está basada e los frutos de la tierra y en una ganadería donde impera la presencia, sobre todo, del ganado vacuno, que, recordemos que ya desde el Neolítica era moneda de intercambio tan importante como el oro.


Se trata de otro de los lugares, además, donde se puede seguir la huella de aquellos misteriosos canteros medievales, que, posiblemente operando desde la costa y la montaña, encontraron unos caminos más fáciles de seguir, en dirección a las tierras de Palencia y por defecto, a la Meseta castellana, donde esperaban encontrar más y quizás, mejores oportunidades para poner en práctica su arte y ganarse el sustento.


De tal modo, que, en el centro del pueblo, metro más metro menos, volvemos a encontrarnos con otra iglesia románica, algo más grande que la de San Miguel de Olea, pero de similar factura, rústica y encantadora, que, sin lugar a dudas, ofrece digno testimonio de unos tiempos en los que la fe se medía por la enorme cantidad de iglesias y ermitas mantenidas por los pueblos, sin importar la reducida población o repoblación, según el caso, de éstos.


De manera, que, en su iglesia del siglo XII, dedicada a la figura primordial de Santa María -recordemos que fue, precisamente, en este siglo, cuando se comenzó a dar verdaderamente importancia a la figura de la Madre del Salvador- tenemos otro de esos fascinantes elementos patrimoniales, aunque, a diferencia del templo de Olea, se haya visto ferozmente modificado en diferentes épocas de su historia.


La más evidente de dichas modificaciones, se localiza en el ábside, con la inclusión, probablemente en el siglo XVIII, de una fea sacristía, que rompe por completo la armonía del conjunto. No desmerece tanto, sin embargo, la inclusión, junto a su portada principal y orientada hacia el sur, de un entramado de madera, a modo de porche o cobertizo, atacado, no obstante, por el tiempo y la humedad del lugar.


Llama la atención, por otra parte, la media torre, de aspecto netamente medieval, adosada a la espadaña, situada hacia el lado de poniente. Y aunque su portada principal adolezca de capiteles historiados, los canecillos de su ábside muestran, a grandes rasgos en sus primitivos diseños, la representación de los animales característicos de la zona, entre ellos, por su proliferación, el ciervo.


Además del templo, la huella de los canteros medievales queda también presente en no pocas portaladas de las casas solariegas, donde todavía se conservan huellas de los arcos de acceso característicos de aquella época en la que todavía se tenían muy en cuenta las recomendaciones del famoso arquitecto romano, Vitrubio.


Y por último: entre éstas y la propia iglesia de Santa María, conviene destacar otro de los elementos fundamentales y a la vez tradicionales de todo pueblo, como es el viejo pilón o abrevadero.


AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, así como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.




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