Un paseo por la catedral de Tarazona

 


Frontera natural con Soria y situada, además, a escasos kilómetros de ese sublime accidente geográfico, constituido por uno de los montes más misteriosos y legendarios de España, nada menos que su gloriosa Majestad, el Moncayo, la ciudad de Tarazona es, en sí misma, una de las grandes joyas patrimoniales de la antigua Corona de Aragón.


Su monumental belleza, donde, a poco que se fije la vista del sorprendido viajero, tendrá la sublime sensación de encontrarse en otra genuina capitalidad del Arte Mudéjar, queda patente e las formidables torres de sus iglesias y muy especialmente, en las de su insólita catedral, donde sobresale, como un inaudito espejismo, su maravilloso cimborrio de forma octogonal.


De hecho, es, por artificioso que tal comentario pueda parecer, una más de las admirables maravillas que conforman este imponente conjunto arquitectónico, que es una catedral, la de Santa María de la Huerta -recordemos esta curiosa advocación, pues la encontramos también en uno de los más venerables monasterios de Soria, de igual nombre y en una de las más célebres iglesias templarias de España, la de Puente la Reina, con su Cristo renano del siglo XIV, crucificado sobre una cruz con forma de pata de oca- una de las más antiguas de España.


Una catedral, que comenzó a levantarse a partir de 1119 -a la par, más o menos, de la creación de la Orden del Temple en Jerusalén- año en el que Tarazona fue reconquistada por Alfonso I el Batallador: precisamente, además, el rey que benefició en su testamento a las Órdenes Militares, especialmente a la del Temple, siendo comparado, en algunos ámbitos, con el mítico Amfortas, el Rey Pescador de las leyendas del Santo Grial, que, recordemos, tanto tienen que ver con Aragón y lugares sorprendentes, como el monasterio de San Juan de la Peña.


Situada extramuros de las antiguas murallas de la ciudad, a un lado de la ribera formada por el río Queiles -cuyo nacimiento se disputan Aragón y Soria y cuya fonética recuerda uno de los montes más sagrados y venerados de Asia, como es el Kailas- se sabe, por los descubrimientos arqueológicos realizados durante los largos años de restauración, que sus cimientos se localizan a la vera de una antigua necrópolis tardorromana y un baptisterio visigodo del siglo V.


Precisamente, de siglos y estilos, la catedral de Tarazona es una formidable cápsula del tiempo, donde, a la luz de unas asombrosas pinturas que la hicieron ser considerada como ‘la Capilla Sixtina del Renacimiento español’, se conjuga una arquitectura románica, que fue incorporando soluciones de un gótico inicial y de probable origen francés, incorporando elementos mudéjares, como las sugestivas celosías del claustro y capillas donde en tiempos brilló el esplendor de otros estilos posteriores, como el Renacentista y el Barroco.


Magnífico, en su conjunto, es el deambulatorio, elemento arquitectónico que simbólicamente reproducía las características del Santo Sepulcro de Jerusalén y funcionalmente, permitía que los peregrinos se desplazaran por las reliquias contenidas en las diferentes capillas, sin interrumpir la misa.


Es, precisamente, en esta parte, donde se localizan las pinturas que le dieron fama, alternando restos románico-góticos, con otros, quizás, más exuberantes y renacentistas, que la dotaron, propiamente hablando, de gloria y esplendor.


En definitiva: un lugar imprescindible, de los que el escritor español, Juan Eslava Galán, recomienda visitar al menos una vez en la vida, donde no es difícil, por su inconmensurable contenido, vivir en primera persona lo que se considera como ‘el síndrome de Stendhal’ o una sobrecarga artística, de primera magnitud.


AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, así como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.


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