San Miguel de Eiré
A punto de concluir este breve,
pero espero que interesante recorrido por parte de los lugares más
significativos de ésta inconmensurable Rovoyra Sacrata en la que
comparten protagonismo las provincias de Orense y Lugo, sería imperdonable
hacerlo sin dedicar, siquiera unas breves líneas, a un lugar, desde luego, muy
especial: San Miguel de Eiré.
No obstante situado tierra
adentro, entre Ferreira de Pantón y Monforte de Lemos, la iglesia sobreviviente
de lo que en tiempos fuera otro importante cenobio, muestra, en su conjunto,
interesantes detalles, cuya composición, desde luego, invita seriamente a la
especulación, sugiriendo ciertas presencias en el lugar, que aunque privadas
del auxilio y garantía de los testimonios escritos, no se deberían descartar
sin más. Sería el caso, por más señas, de la Orden del Temple. Su presencia no nos
resultaría demasiado extraña, si se observan determinados símbolos que parecen
corroborarlo y además se tienen en cuenta, además, otros factores añadidos,
como el establecimiento colonizador de aquélla que en buena ley ha sido
denominada como su orden hermana: la Orden del Císter.
Si bien existen ciertas referencias documentales que se remontan al siglo XII, entre ellas, al parecer, su fundación por parte de una dama de la nobleza llamada Escladia Ordóñez y una donación realizada en 1129 por el rey Alfonso VII, algunos elementos que se conservan en el interior -como una ventana bífora con arcos de herradura, según comenta Luis Díez Tejón (1)-, sugieren la existencia anterior de un establecimiento de origen visigodo, del que no existen referencias, pero que indica, no obstante, la importancia sacra que ya tenía el lugar desde tiempo inmemorial. Ahora bien, como en el caso de San Fiz de Cangas, también aquí, en San Miguel de Eiré, se tiene constancia de una comunidad de monjas benedictinas, que en el año 1507, al ser suprimido el monasterio, fueron trasladadas a San Pelayo de Antealtares, pasando sus rentas al Hospital Real de Santiago, convirtiéndose la iglesia en parroquial.
Por otra parte, si en cuanto a
detalles se refiere, el que más llama la atención es la originalidad del
conjunto, quizás único, dada su planta cuadrada y quizás una desproporcionada
altura para su longitud, no resulta menos llamativo, en absoluto, observar
otros pequeños e interesantes pormenores, algunos de los cuales coinciden con los
que se localizan en el citado monasterio de San Fiz. Uno de los más llamativos,
sin duda, es la losa funeraria que sirve de cancela a la puerta de la valla
exterior que salvaguarda el acceso al recinto. Una losa, por añadidura, que
tiene como único detalle de identidad, un símbolo muy determinante y
significativo: la espada. Es decir, que esa losa, anónima, por más señas, debió
de pertenecer inequívocamente a un caballero. Así mismo, hay varios sepulcros
de piedra, arrinconados a escasos metros de la portada sur; una portada, que
contiene numerosos elementos de interés, independientemente del motivo
principal del tímpano, constituido por diversas cruces del tipo patée o patado,
inmersas en sus correspondientes círculos y entrelazadas entre sí, de forma
similar a como lo están los aros que conforman el emblema olímpico. Por encima
del tímpano, como eje y a la vez, comparativamente hablando, axis mundi
en el centro del conjunto, la figura inequívoca de un Agnus Dei o Cordero
de Dios, nos recuerda el simbolismo asociado de holocausto, martirio
y sacrificio. Un simbolismo, que incluso se ve resaltado, también, en
las arquivoltas, sobre todo en aquella que, magistralmente labrada, reproduce
el tronco de una palmera y que debería recordarnos, por instinto asociativo, el
episodio de la huida a Egipto, recogido tanto en los Evangelios como en algunas
suras del Corán: santuario, refugio y alimento. Los
restantes once elementos que, acompañando al Agnus Dei constituyen el
entramado simbólico de la arquivolta principal, representan diferentes motivos
florales, en los que, aparte de jugar con la relevancia de los números –no
olvidemos, que la numerología tenía una gran importancia en la cosmogonía
medieval-, en cuanto al número de hojas se refiere, el cantero también alternó
diversas representaciones de otro símbolo primordial: la cruz. Parte de estos
motivos, se vuelven a reproducir en las metopas del ábside, junto a unos
canecillos, en mayor o en menor medida afectados por la erosión y posiblemente
también por la acción humana, en los que no faltan alusiones de tipo erótico,
foliáceo y zoomorfo. A este respecto, y en referencia a ésta última
clasificación, cabe mencionar, así mismo por su rareza y originalidad, algunos
de los capiteles que rematan los contrafuertes del ábside, y que representan
cabezas de animales desplegadas longitudinalmente a todo lo largo y ancho de la
pieza, como si de una concha o vieira abierta se tratara.
En definitiva, un lugar que merece la pena visitar, no sólo por la belleza del entorno en el que está situado, sino también por su mediática rareza y originalidad, además de ser exponente de numerosas claves simbólicas y enigmas ancestrales, que sin duda resultarán interesantes, ofreciendo, además, un valor añadido a la idiosincrasia propia del lugar.
(1) Luis Díez Tejón: 'El románico en la provincia de Lugo', Ediciones Lancia, S.A., León, 2008, página 52.
Comentarios
Que bien describes San Miguel de Eire, su forma, su magia, su entorno, esos sepulcros de piedra que duermen a un lado y su origen incierto, aunque ciertamente tiene tanta simbología que te traslada a aquella lejana Edad Media y a los caballeros Templarios. Me llamó la atención el "LU MA" en el capitel del pórtico, dicen, que el maestro que la ingenió se llamaba Lucas, pero como siempre digo, el mayor encanto que tienen estos sitios es que digan lo que digan te da pie a volar, porque nada es lo que parece o ¿Sï? Y como estoy volaa, volaa, te diré que cuando pienso en Eire, pienso en Irlanda.
Un besote.