Enigmática Santa Trahamunda


'Que santa Trahamunda se encuentre precisamente "enterrada" en un cenobio benedictino fundado por san Fructuoso no deja de ser significativo...' (1)

Cierto: Poyo fue otro de los numerosos lugares relacionados con este otro no menos curioso santo, cuya vida, repleta de hechos extraordinarios, mantiene ciertas similitudes con otros personajes, más o menos contemporáneos y con cierto olor a heterodoxia, surgidos durante la diáspora visigoda, que todavía, muchos siglos después de su muerte, continúan siendo objeto de una especial veneración por parte de los pueblos, que en muchos casos, los tienen como Patronos. Un buen ejemplo de ello, lo tendríamos, cuando menos, en dos santos también muy significativos: San Frutos y San Saturio cuya vida, eremítica, así como también milagrosa, se desarrolló en partes muy significativas de las provincias de Segovia y de Soria, respectivamente. Ambos, también de familias nobles –recordemos que la zona de Compludo donde se instaló Fructuoso en primer término y de donde tuvo que salir poco menos que huyendo frente a la afluencia de personas de todo tipo y condición que se le arrimaron para seguir su ejemplo, pertenecía a su familia-, que cuando la conquista musulmana repartieron su fortuna entre los pobres, adoptando una vida eremítica. Y como aquí, en esta península del Morrazo que tantas historias, leyendas y tradiciones mantiene aún vivas, Fructuoso se vio envuelto en hechos extraordinarios, muy similares a los protagonizados por los anteriores, antes de continuar ruta visitando y fundando numerosos cenobios en los que fue dejando huella, para terminar sus días como obispo de Braga, dirigiendo el abadiato de Dumio. Tal vez uno de los más significativos, sea aquel que le atribuye el poder de andar sobre las aguas –prodigio que realizó en las inmediaciones, precisamente, de este monasterio de San Juan de Poyo-, y que recuerda aquéllos otros realizados por Saturio -¿Saturno?- en esa curva de ballesta –según la descripción del inmortal poeta Antonio Machado- que hace el Duero a su paso por Soria y en particular por la ermita que lleva su nombre. No es de extrañar, por tanto, que en esta ruta del románico pontevedrés, a la vez mágica y sagrada –no olvidemos que estamos en zona de meigas, de antiquísimos cultos, de megalitos y de extraordinarios y a la vez desconcertantes petroglifos, como los famosos petroglifos de Mogor-, constituyera un excelente campo de cultivo, propiciatorio a la aparición de curiosos personajes, cuya vida, obra y milagros recorre vertiginosamente esa línea tan escurridiza que en ocasiones separa o ampara, según se mire, la realidad de la leyenda. Como Santa Mariña, especialmente venerada en la vecina provincia de Orense, la vida prodigiosa de Santa Trahamunda, sirve a la vez de introducción a otro de esos fascinantes temas medievales, protagonizado por un colectivo muy particular: el de los cautivos cristianos, cuya milagrosa historia de liberación, generalmente por intercesión mariana y de hecho, sobrenatural, fue el origen de fabulosas historias, así como también de la creación de una serie de santuarios –muchos de ellos, elevados sobre lugares de antiguos cultos-, potenciadores de su figura, que hasta bien entrados los siglos XI y XII estuvo prácticamente relegada a un segundo plano

Cuenta la historia, la leyenda, la tradición o los dimes y diretes populares –elíjase lo que se prefiera-, que Trahamunda, siendo una joven novicia en el convento de San Martín, en la isla de Tambo, fue secuestrada durante una de los numerosas razzias efectuadas por los musulmanes en territorio gallego y llevada Córdoba para ser destinada al harén del sultán, Abderrahmán I, según unos o su nieto, Abderrahmán II, según otros. Cuando se negó a tan vergonzoso concubinato, fue encerrada en una lóbrega mazmorra, en cuyo interior permaneció durante once años. Curiosamente, la víspera de la festividad de San Juan Bautista –es decir, en la víspera del solsticio de verano-, rogó a Dios enfervorecidamente, encontrarse en Poyo al día siguiente. Escuchado su ruego, un ángel se le apareció, entregándole una rama de palma con la que viajó –o se teletransportó, siendo quizás un precedente de las experiencias sobrenaturales que afectaron también a numerosos místicos de nuestro Siglo de Oro, como podría ser el caso de las famosas bilocaciones de Sor María Jesús de Ágreda, consejera rel rey Felipe IV-, de regreso a Galicia. No es de extrañar, por tanto, que vistos los antecedentes, se la represente con el hábito benedictino –tal vez no sea casualidad, que fueran los benedictinos de los primeros en ir asentándose en lugares interesadamente programados de la ruta sagrada a Compostela- y todo un símbolo sacro en la mano derecha –aparte del Libro que sujeta firmemente con la izquierda-, y que de alguna manera, la equipara, como parte antagónica, de otro hercúleo y heterodoxo santo de los caminos, como es San Cristóbal, o Christóforos, es decir, el Portador de Cristo: la palmera.



Tanto la imagen, como el sepulcro de Santa Trahamunda, se localizan en el interior de la iglesia del monasterio de San Juan de Poyo, en la Capilla del Santo Cristo. Es ésta una capilla de reducidas dimensiones que, no obstante, guarda numerosos detalles de interés. La parte frontal, obviamente, contiene un pequeño retablo en el que sobresale un Calvario. Un Calvario que, sin entrar en más detalles, al menos por el momento, juega con el simbolismo de los colores que lucen los hábitos de la Virgen y supuestamente, el Evangelista. Crucificado en una cruz de gajos, muestra a un Cristo que, por su aspecto, bien podría entrar dentro de la denominación de Cristos dolorosos: numerosas laceraciones, las rodillas machacadas y un detalle curioso, por cuanto que, además de la tradicional herida en el costado izquierdo, muestra otra en el pecho, unos centímetros por encima del esternón. En la parte superior, una escena representativa de la Última Cena sirve como colofón al resto de escenas, dedicadas a la Pasión, distribuidas por ambos laterales, donde destacan, entre otros, dos interesantes detalles: en la mesa de la Santa Cena, se muestran dos bandejas, una situada a la izquierda, que contiene un cordero pascual y otra situada a la derecha, que muestra una ave asada. Ésta última, ¿interpretación libre del autor o referencia, quizás, a uno de los milagros más célebres del Camino, consignado en el Códex Calistino, relativo a Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada?. Pudiera darse el caso, puesto que en la parte derecha de la capilla y situada enfrente de la imagen y del sepulcro de Santa Trahamunda, hay una magnífica reproducción de la Patrona de la Rioja: la Virgen de Valvanera -una Virgen Negra-, con la cabeza del Niño girada hacia un lado, y es de suponer que, aunque apenas legible, la famosa frase en el libro abierto en sus manos: volví la cabeza por no ver el acto de sacrilegio que se estaba cometiendo (2). Comentar, por último, que el supuesto sepulcro de la Santa, de origen suevo o visigodo, muestra un motivo similar al de la pata de oca, con el detalle del pequeño travesaño añadido a las prolongaciones, que forma una cruz. Sepulcros de aspecto similar, se localizan en otras partes de Galicia, como por ejemplo -aunque sin la prolongación central-, junto a la torre independiente de la que fuera iglesia sanjuanista de San Félix, en Hospital do Incio, Lugo. Por encima de éste, y grabado en la pared, otro detalle no menos curioso e interesante: un hombre-verde.

(1) Juan García Atienza: 'Guía de la España Mágica', Ediciones Martínez Roca, S.A., Barcelona, 1981, página 49.
(2) Se refiere al sacrilegio cometido por una pareja, amándose en el interior de la iglesia, enfrente de la imagen de la Virgen y el Niño.

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