Santa María de Piasca

 


Si el viajero sale de Potes en dirección a la Meseta castellana, tomando como alternativa a tener que descender otra vez las espectaculares sinuosidades del desfiladero de La Hermida y evitarse dar un rodeo innecesario para alcanzar la Autovía de Cantabria, a la altura aproximada de Pueste Viesgo, elegirá, como una apuesta a la aventura, la carretera general, que, a través de una cincuentena de kilómetros, le conducirá hacia Cervera de Pisuerga, haciéndole estremecer con la visión de sus umbríos montes y bosques, sus pequeñas aldeas escondidas entre las brumas matinales y las curvas, tan cerradas como las herraduras de un caballo, que tercian las subidas y las bajadas de puertos de los que seguramente nunca escuchó hablar en su vida.


Pero ese mismo camino, que apenas ha variado desde aquellos tiempos medievales en que las cofradías de canteros tenían que acudir, podría decirse que necesariamente, a las canteras situadas en Campoo, le harán vivir una experiencia extraordinaria, sobre todo, si una de sus pasiones es el Arte, en general y el Arte Románico, en particular.

Una aventura que comienza, no obstante, mucho antes de tener que afrontar esta pintoresca y peligrosa ruta, pues apenas comenzado el viaje y en poco menos que a diez kilómetros de distancia de Potes y algunos menos de Cabezón de Liébana, no podrá evitar la tentación de acercarse hasta el pequeño pueblecito de Piasca y dejarse llevar, no sólo por el encanto, sino también, por el notable misterio que envuelve a su formidable iglesia románica, dedicada a la figura de Santa María.

Una iglesia, que fue el origen de un monasterio, allá por los albores del siglo X -que se dice pronto- que, según las crónicas, tuvo algo menos relevancia que el vecino de San Martín de Turienzo -hoy día, Santo Toribio de Liébana, punto final del duro camino de peregrinación conocido como ‘Camino Lebanensis’- y que, además, en sus comienzos, tuvo y retuvo, algo, que, después de todo, fue hasta cierto punto común en los cenobios de la Cornisa Cantábrica: una comunidad de monjes y de monjas.

Este tipo de comunidad dúplice, poco frecuente por los riesgos y peligros carnales que podían derivarse de esa convivencia, parece ser que se mantuvo hasta el siglo XVI, siendo la iglesia reformada, dos siglos antes y entre otros, por un cantero de nombre Juan Fernández de Aniezo, posiblemente, el misterioso Maestro Juan de Piasca, del que cuenta la leyenda que se representó a sí mismo, en uno de los capiteles interiores que sirven de soporte a las nervaduras de una de las capillas absidiales.


Sobre la iglesia se sabe, que, tal cual es en su conjunto, se levantó a principios del siglo XII, periodo en el que, paradójicamente, pasó a depender del poderoso monasterio leonés de Sahagún, después del fallecimiento de una de sus más famosas abadesas, de nombre Urraca y procedencia noble.


Destaca, sobre la hermosa portada principal, orientada hacia poniente, una arquería triple, en cuyo centro se conserva la imagen de una Virgen con Niño -que sustituye a otra imagen anterior, románica y misteriosamente desaparecida- escoltada, a ambos lados, por las figuras -éstas sí son románicas- de San Pedro y de San Pablo.


Pero, posiblemente, lo que más llame la atención del viajero, sobre todo, si su ojo ya conoce parte del formidable románico de Palencia, es la gran precisión y belleza de la fantástica escultura externa, donde abundan los centauros, las sirenas y otras referencias lúdicas, basadas en la Mitología, sin olvidar, como tema común, las alusiones a la vida lúdica de músicos y bailarinas, así como animales y hombres armados, que forman, en su conjunto, una crónica, más o menos objetiva, aunque no exenta de valor, de la vida y el pensamiento de la época.


Fantásticos bestiarios, pues, que, en siglos posteriores, animaron, además, la fantasía de escritores modernos, como Jorge Luis Borges o L. de Guérin Ricard.


No obstante y en mi modesta opinión -con la que tal vez coincida la del próximo viajero que haga un alto en este fantástico lugar- lo más relevante de la escultura, se localiza en el interior de la iglesia, sobre todo, en los elaborados capiteles que muestran una inusual Epifanía o Adoración de los Magos -la copa o Grial que entrega el rey Melchor al Niño, reproduce las curiosas escenas de las pinturas de las iglesias románicas del Valle de Arán, donde un paño impide el contacto directo de la mano con un objeto tan sagrado- y la magistral habilidad de un motivo vegetal, con forma de polisquel, que determinan la magistral habilidad del tallista.


En suma: un lugar impresionante, con una escultura excepcional y lo más importante, situado en un entorno natural privilegiado, cuya belleza no le resultará indiferente a nadie.


AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, así como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.


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