De hecho, en la pradera donde se celebra el ágape, después de oficiada la ceremonia, aún pueden observarse numerosos restos numantinos en forma de columnas, de las cuales, algunas permanecen obstinadamente en pie y otras, hace tiempo humilladas contra el suelo, cuál toros a punto de recibir el descabello.
Es también, a través de los senderos pedestres de la finca, como se accede al lugar donde Escipión -enviado expresamente por el Senado Popular Romano- montó uno de los campamentos que asediaron a la ciudad arévaca y donde uno, por poco que deje volar la imaginación, aparte de ver una perspectiva bastante amplia de la ciudad, puede ponerse, por un momento, en el lugar de los sitiados e imaginarse lo que debieron de sentir al verse rodeados y acosados por la máquina de guerra más impresionante y perfecta de la época.
Pero no es mi intención hablar de la grandeza y la miseria de la Historia, sin duda cubierta de páginas tan gloriosas como denigrantes, y sí, aprovechando la autorización que tan amablemente don Álvaro de Marichalar me dispensó el pasado mes de junio, quiero hablar, aunque sea brevemente, de ésta curiosa ermita que, no obstante las numerosas remodelaciones que la han ido restando su primitivo y original encanto románico, aún conserva algunos detalles que merece la pena comentar.
Resulta harto evidente, que la ermita ha sufrido numerosas remodelaciones a lo largo del tiempo, que la han restado todo su atractivo románico original y que, a juzgar por los escasos motivos decorativos que han sobrevivido, podemos sacar como conclusión que numerosas iglesias de la zona -pongamos, por ejemplo, la ermita de los Santos Mártires de Garray, o la parroquial de Ventosilla de San Juan- han aprovechado las ruinas de Numancia como cantera de la que se han nutrido, utilizando materiales, lisos o labrados, que en algunos casos las confiere un curioso estado de híbridos románico-celtíberos. En el caso que nos ocupa, posiblemente el elemento que más llame la atención de ésta ermita de San Antonio, sea la cabeza con cierto aire egipcio que se puede contemplar entre las ventanas de la espadaña, en cuyo mentón se aprecia esa barba postiza con la que generalmente se representaba a los faraones. Se trata, no obstante, del único símbolo externo que se puede apreciar en la ermita, a excepción de la desproporción existente entre las ventanas.
Con referencia al interior, destacan algunos elementos de interés, pertenecientes a varias épocas y diversos estilos, entre los que cabe destacar la pila románica; una especie de escudo de piedra que muestra cinco extrañas mujeres, de probable origen numantino; un busto de un obispo sin identificar; un cuadro, de forma triangular, problamente de los siglos XVII-XVIII, que muestra un Cristo Pantócratos con el halo crucífero, así como una pequeña urna con una reliquia de San Antonio, al parecer, y según me confirmó don Carmelo, un pedazo de labio. Hubo también, en tiempos, una virgen románica que, al parecer, fue robada.