sábado, 12 de mayo de 2012

Navas de Bureba: iglesia de Nª Sª de la Asunción


'Pero él era diferente a ellos, él había sacado con sus manos el alma de las piedras, había dejado su propia huella en la supeficie fría haciéndola eterna, dándole un valor imperecedero. Sin embargo, en aquel momento comprendió que eran las piedras las que le habían arrancado su propia alma, dejándolo en el vacío de la memoria...' (1)

Al pie de los Montes Obarenes, se localizan una serie de pueblos, cuyos templos reúnen unas características bastante más que interesantes y dignas, por tanto, de tenerse en cuenta, por todo aquel que pretenda iniciarse en el románico de Burgos en general y en el de ésta pintoresca región administrativa de La Bureba, en particular. Uno de tales templos, es la iglesia de Nª Sª de la Asunción -dudo mucho de que ésta fuera su primitiva advocación- parroquial que hemos de situar en el pueblo de Navas de Bureba que, a su vez, se localiza al norte de Burgos, y su distancia de Briviesca -considerada como la capital burebana- apenas ronda la treintena de kilómetros.
Por otra parte, y en opinión de algunos expertos (2), este templo de la Asunción, ofrece detalles originales, prácticamente únicos. Entre esos detalles, es cierto que llama la atención, en primer lugar, la curiosa estructura del ventanal de su ábside, reforzado, en el que se aprecia un diseño quizás innovador para la época, aunque no desconocido del todo en la provincia, pues se puede localizar en las cercanías de Silos, basado en arcos lobulados y ondas, que le confiere un llamativo aspecto. Dudosa podría ser, no obstante, la afirmación siguiente relativa a la excelencia de los motivos decorativos de canecillos y capiteles, pues la calidad, en mi opinión, es indistinta y en su observación podría suponerse la mano de diferentes canteros con mayor o menor grado de habilidad.
Si bien la temática de éstos continúa manteniendo unos cánones poco menos que tradicionales en lo que bien podríamos denominar como la imaginería fundamental de la época, incluye, no obstante, algunos detalles que bien merecen cierta atención, erremos o no a la hora de valorarlos e interpretarlos. Y es importante fijarse en los pequeños detalles, aquellos que apenas se perciben a simple vista, sobre todo si tomamos como base que los canteros -aún trabajando por encargo y con la temática previamente estipulada- no solían dejar ningún detalle al azar y sí incluir, por el contrario, algún gazapo filosófico. Hasta tal punto es así, que resulta cuando menos intrigante, observar, por ejemplo, entre las testas de diversa índole que circunvalan el hemisferio semi-circular del ábside, aquélla en particular que muestra un rostro cornudo, quizás un demonio, en el centro de cuya cabeza sobresale una cruz. El exorcismo, en este caso, podría ser, quizás, una velada alusión a la supremacía religiosa, de similar manera a como -continúo con los ejemplos- en la portada de la catedral de Huesca una esplendorosa imagen virginal, de piedra, se mantiene erguida sobre el pedestal que sostiene una mujer vieja, fea y encorvada: la Nueva y la Antigua Religión (3).
Llama la atención, así mismo en uno de los capiteles que soportan los contrafuertes absidiales -y en esto, difiero, en principio, de la calidad o excelencia comentada por Sainz- la observación de unos curiosos seres alados. Seres que, dada su aparente tosquedad, dejan lugar a dudas acerca de su posible origen: ¿ángeles o arpías?. Su número, por añadidura, también resulta significativo: tres.
Otras curiosidades que pueden atraer nuestra atención del exterior del templo, podría ser la presencia, no lejos de la modificada portada principal de acceso al recinto, de alguna estela funeraria empotrada en la pared, así como la curiosa, y a la vez innovadora presencia de una cruz paté grabada en uno de los sillares y reconvertida en reloj solar. Esta obra moderna, disimula una portada original, en la que los capiteles de las arquivoltas incluyen una curiosa y variada figurativa, que llama la atención, no cabe duda, por su extraordinario tamaño.
En el interior, los capiteles situados en el arco absidial, también muestran una variada temática, siendo, quizás, la más representativa, la conocida escena de Daniel y los leones. Dignos de mención, así mismo, son un magnífico Cristo, gótico probablemente y crucificado en una simbólica cruz de gajos, y una excelente y rara talla virginal, románica, la Virgen de la Leche. Se trata de una de las pocas tallas marianas de la época, que muestran a la Virgen mostrando el pecho para darle de mamar al Niño, cuyo rico simbolismo, en parte alquímico, se localiza también en la vida, en parte legendaria, de algunos personajes relevantes, como Bernardo de Claraval. Como referencia, existen tallas similares en Cantabria -Santa María de Lebeña- y Soria, la Virgen de Hinodejo, ésta última expuesta en la pasada edición de las Edades del Hombre. La Virgen de la Leche de Navas, así como otra que se localiza en el Retablo Mayor, fueron robadas hace algunos años, aunque finalmente se localizaron en Toledo, pudiéndose recuperar.


(1) Paloma Sánchez-Garnica: 'El alma de las piedras', Editorial Planeta, S.A., 1ª edición, junio de 2010, página 586.
(2) Javier Sainz Saiz: 'El Románico de Burgos', Ediciones Lancia, 2ª edición, 2005, página 66.
(3) Detalle aportado, en aquél inolvidable viaje, por D. Rafael Alarcón Herrera, a quien públicamente manifiesto mi admiración y gratitud y del que no me canso nunca de aprender.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Revillalcón: iglesia de San Esteban Protomártir

Dentro del ámbito de influencia de Briviesca, y a apenas unos diez o doce kilómetros de la capital burebana, un interesante templo románico se alza sobre una pronunciación del terreno, cerniéndose vigilante, como un ave de presa, sobre la población. El nombre de ésta, Revillalcón, hace desde luego honor al símil, cuando se aprecia en la distancia, y eso que actualmente son irreconocibles las ruinas del castillo que, al parecer, se levantaba junto a la iglesia. Bajo la advocación de San Esteban Protomártir, y en un estado de conservación bastante precario en algunas zonas, se localizan, no obstante en este templo, algunos elementos que, por su interés, merecen reseñarse, independientemente del detalle -subjetivo, desde luego y carente de documentación- de que por estos pagos hubieran rondado los escurridizos freires del Temple. Detalle, por otra parte interesante, que pudiera o no tener relación, pero que alienta a mantener cruzados los dedos, por si acaso, podría ser la existencia de una ermita, situada en las inmediaciones, denominada de 'La Espinosilla' (1), y cuya romería se celebra el 24 de septiembre.
Ahora bien, dejando aparte esa hipotética posibilidad, y obviando también el probable aspecto de iglesia-fortaleza, lo hipotético, en cuanto a un intento de intepretación simbólica se refiere, resurge, no obstante, la duda, cuando se advierte la presencia de un entramado artístico, en el que destacan una serie de elementosde curioso relieve y no menos curiosa, cuando no oscura, interpretación. Uno de tales elementos, disimulado en la esquina de uno de los capiteles del pórtico de entrada, se podría entrever en esa enigmática estrella de cinco puntas o pentáculo salomónico, que se conoce también, en algunos ambientes, como pie de druida. Quizás la clave de su presencia, después de todo, se encuentre dentro del contenido secular de las imágenes que lo preceden, aunque en el fondo, puede que se función no sea otra que aquélla que la determina como un símbolo salutífero; o dicho de otra forma: una señal de salud, que podría indicar las especiales cualidades terapéuticas del lugar. La presencia de la pentalfa, aunque intrigante, no constituye tampoco una novedad en los templos románicos, aunque sí podría llegar a mirarse con cierto reparo, si la consideramos en el aspecto secular y demonizado a que fue sometido en períodos históricos posteriores. Pero dejando aparte esta cuestión, que nos aleja del auténtico simbolismo de tan peculiar objeto, no deja de reultar intrigante -y perdón por la redundancia- observar la posición que ocupa en los diferentes templos en los que se la localiza. Sólo por citar algunos ejemplos, comprobables por todo aquél que esté interesado, se la puede localizar en un capitel del pórtico principal de entrada, como en el caso presente; formando el motivo principal, también, del tímpano de la parroquial del pueblecito navarro de Leache, con la particularidad de contener en su interior la figura humana, adelántandose doscientos o trescientos años al famoso concepto del Hombre Universal de Leonardo Da Vinci; disimulada entre las metopas de un ábside, como aparece representada, aunque bien visible, en la iglesia segoviana de Sotillo; como principio y fin, delimitando los dos polos del famoso transepto de la ermita soriana de San Bartolomé, situada en el corazón del Cañón del Río Lobos; o, como recientemente he tenido ocasión de comprobar, delimitando el óculo circular del ábside -curiosamente, de planta hexagonal- de la iglesia de Nª Sª de la Asunción, enclavada en la población alavesa de Lasarte, a escasa distancia de Armentia y la Colegiata donde reposan los restos de San Prudencio, quien fuera discípulo del santo anacoreta soriano, Saturio. De hecho, aquí, en la parroquial de Lasarte, se pueden apreciar algunos restos de interés de la primitiva iglesia de Armentia.
Otro de los detalles que conviene destacar, es la presencia no sólo de animales fantásticos que generalmente son una representación gráfica de defectos y virtudes -tan típicos y abundantes en el fabuloso bestiario medieval- sino también, la de una cabeza demoníaca en particular, cuyo estilo y forma volveremos a encontrar en algún otro templo de la región -por ejemplo, en Hermosilla y su iglesia de Santa Cecilia- y que puede inducirnos a pensar en la mano del mismo tallista o de un taller que anduvo trabajando en la zona. El tema de la dualidad, también está presente en la temática desarrollada por los canteros -bien a discreción o por encargo- y no nos costará mucho localizarlo en los canecillos del lado norte, siendo el más evidente, aquél que muestra unidas dos cabezas humanas. Destacable también -no deja de ser, en el fondo, una cuestión de matices- resulta la presencia de testas humanas ataviadas con curiosos cascos y bonetes, que pudieran denotar un carácter eminentemente militar, no ajeno a cualquiera de las órdenes de caballería de la época.
Por la forma en que están distribuídos algunos elementos, hay investigadores que opinan que el ábside, no obstante y a pesar de todo, fue rehecho en tiempos no determinados, detalle que conlleva que en esa supuesta reestructuración, se aprecien elementos ajenos. Esto se hace más patente en la pared del muro norte, con la presencia, entre otros, de una fenomenal cruz monxoi, que parece ajena al conjunto. En ésta misma pared norte, aunque en su extremo más meridional -aquél situado junto al ábside- merece especial mención el canecillo que representa una cabeza humana, en la cuál, el cantero destacó especialmente las orejas, tal vez en un gesto intencionado de advertir algo tan antiguo y a la vez tan sabio, como es el consejo que debe seguir, entre otros, toda persona decidida siempre a aprender: saber escuchar.
 

(1) En este sentido, como en muchos otros aspectos en cuanto al Temple se refiere, hay opiniones divididas, aunque no son pocos los autores que han constatado la presencia de la Orden del Temple en lugares, o cerca de lugares que llevan esta clase de topónimos. Extensible, de hecho, a otros lugares situados dentro de los diferentes ramales del Camino Jacobeo, que llevan otros topónimos singulares, como es el caso de Oca y sus derivados. De este último, sería interesante reseñar la cercanía de los Montes de Oca, así como también la existencia del río Oca, que pasa por Briviesca y otros lugares de La Bureba. Curiosamente, y a modo de dato anecdótico, se puede citar la existencia del pueblecito soriano de El Espino, un pueblo con apenas media docena de habitantes, que tiene una iglesia románica de San Bartolomé, una ermita dedicada a la Virgen del Espinar, localizándose en sus inmediaciones el célebre despoblado de Masegoso y los restos de San Adrián, a los que la tradición popular atribuyen como lo que fuera en tiempos un convento templario. Reseñable, así mismo, es el hecho de que El Espino se encuentra situado a unos tres kilómetros de otro curioso pueblo, Suellacabras, donde aún se conservan las ruinas de un antiguo cenobio dedicado a un santo muy peculiar, por su heterodoxia: San Caprasio. En España, que yo sepa, tan sólo existe otra ermita con ésta advocación, y se localiza en el pueblo jaqués de Santa Cruz de la Serós, muy cerca del emblemático monasterio de San Juan de la Peña.