viernes, 2 de octubre de 2015

Monasterio de Santa María de Melón

A pocos kilómetros de distancia de una ciudad que todavía conserva buena parte de su antiguo sabor medieval, Ribadavia, y de fácil acceso, pues no en vano está prácticamente al lado de la Autovía de las Rías Baixas o A52, la pequeña población orensana de Melón, conserva, dentro de su término municipal, una de las joyas monumentales más carismáticas de la provincia: su antiguo monasterio, dedicado a la figura de Santa María. Sus orígenes, inciertos, lo suponen como una primeriza institución benedictina, que en el siglo XII –existen dudas sobre su fundación, pues hay quien considera los años 1154 ó 1158, aunque posiblemente fuera en época anterior, en vista de la existencia de un documento, fechado en 1142, que ya menciona el lugar y a uno de sus abades, de nombre Giraldo-, pasó a depender de la Orden del Císter o monjes blancos, hasta la exclaustración promovida con la Desamortización de Mendizábal. De la gloria y poder que tuvo antaño, ofrecen cumplido testimonio, sus voluminosas dependencias, que si bien en estado ruinoso en algunos casos –como se evidencia en los claustros, que al igual que en otros monasterios, como el de Santo Estevo de Ribas de Sil, tiene varios, los cuales pertenecen a diferentes épocas y estilos-, todavía ofrecen una visión aproximada en tal sentido. Posiblemente, de su primera etapa benedictina, sea la extraordinaria cabecera, que no sólo recuerda modelos como el de Oseira, sino que además, en menor escala por volumen, magnificencia y número de absidiolos adicionales, trae también a la memoria otro monumental recinto sacro, situado, no obstante, en la provincia de Zamora, en plena Ruta o Vía de la Plata hacia Santiago: el monasterio de Santa María de Moreruela.

Dentro de este conjunto monumental, destaca la girola principal, de forma hexagonal, en cuyo interior se reproduce un deambulatorio, que recuerda la anastasis del Santo Sepulcro o Sepulchrum Domini, detalle que también se encuentra en otros monasterios e iglesias de Galicia, como podrían ser el monasterio pontevedrés de San Lorenzo de Carboeiro –situado a escasos tres kilómetros de otro templo muy interesante del románico de la provincia, como es la iglesia de San Pedro de Ansemil- o la iglesia coruñesa de Santa María de Cambre, situada en pleno corazón del denominado Camino Inglés, y donde la tradición, también menciona la existencia –y de hecho, se muestra al público- de una santa y controvertida reliquia: la hidria de Caná. La consabida austeridad que caracteriza toda obra cisterciense –no es de extrañar, si recordamos el desdén de San Bernardo por las típicas reproducciones monstruosas y sus aseveraciones sobre el aprendizaje y la naturaleza-, se advierte, sin duda, en los motivos exclusivamente foliáceos, tanto de los capiteles que conforman el referido deambulatorio principal, como en aquellos que se localizan en las capillas auxiliares, dedicadas a distintas figuras del pastoral cristiano –San Miguel, San Clemente, San Antón, San Roque, etc-, sin olvidar, no obstante, aquélla otra que contiene un Santo Cristo, cuyo cabello, presumiblemente humano, sigue las tradiciones de otros Cristos considerados como muy milagrosos, repartidos por diferentes lugares de la geografía gallega, siendo los más relevantes, quizás, el de Fisterra y su reproducción en la catedral de Orense. Hay, así mismo, varios sarcófagos en el interior de la iglesia: uno, que probablemente, por el báculo que se aprecia, debió de pertenecer a algún abad del monasterio y otro, que representando a una dama, induce a pensar en alguna figura de alta cuna, que seguramente fuera benefactora del cenobio. Austeridad que se advierte, así mismo, en los canecillos que conforman los diferentes absidiolos: lisos o geométricos, a excepción de alguna figura humana e incluso alguna cara, que se aprecia en un lateral del templo. Aunque hay alguna interesante marca de cantería en el interior de la iglesia, éstas, sobre todo, se aprecian con cierta abundancia, precisamente en los sillares de los absidiolos.

Actualmente, se están realizando trabajos de restauración en el interior de la iglesia, donde hay montado algún andamio, habiéndose procedido a restaurar en parte los claustros en años anteriores. Recientemente, también, parece ser que se ha procedido a desmantelar un polideportivo ilegal, levantado hace una década en la zona de protección del monasterio, declarado Bien de Interés Cultural en 1931, si bien desde algunas asociaciones creadas para la defensa del patrimonio gallego, como O Sorriso de Daniel, se asegura que el derribo llevado a cabo “es un engaño”, puesto que, con la colaboración de la Diputación de Ourense, “lo que se ha hecho es desmontar parte del pabellón, sin tocar la cimentación y otras estructuras”, según apunta el presidente de O Sorriso de Daniel, Antonio Moure (1).


(1) Citado textualmente del artículo de Ángel Arnáiz Santiago, publicado en El Correo Gallego, con fecha 24 de septiembre de 2015.

domingo, 27 de septiembre de 2015

La catedral de Orense



Posiblemente en la actualidad, no sea ya esa hermosa pero a la vez, gran desconocida obra de Arte, en la que la escuela del Maestro Mateo –que si bien ahora nos parece un auténtico genio, hubo otras épocas, sin embargo, en las que llegó a ser considerado como un oscuro arquitecto de la corte del rey Fernando II de León-, quiso reproducir, a menor escala, que no belleza, el glorioso Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela: la catedral de San Martín de Orense. Situada en pleno casco histórico y en parte encajonada entre edificios de antigua y novísima construcción, este magnífico recinto sacro hunde profundamente sus raíces a mediados de un siglo, el XII –se considera, que la primera fase se desarrolló entre los años 1157 y 1169, siendo obispo Don Pedro Seguín- en el que ya se comenzaban a vislumbrar por el horizonte tormentas de innovación, que darían paso a todo un fenómeno arquitectónico que habría de eclipsar lo conocido hasta entonces: el gótico. Como si se tratara de un ser vivo, también esta catedral orensana fue evolucionando, alimentándose de elementos de diversos periodos, estilos, modas y gustos, cuyo conjunto, en líneas generales, no desmerece, siendo, quizás, uno de los elementos más atractivos, la girola levantada en el siglo XVII, detalle ciertamente curioso, si consideramos que fue precisamente en ese siglo, cuando se recuperó este tipo de modelos arquitectónicos, que seguramente, su intencionalidad se basara en rememorar el modelo base del Sepulchrum Domini hierosolimitano, destinándose, por regla general, a capillas cuyos Cristos –en algún caso, también alguna figura mariana, como la Soterraña de Olmedo-, han sido tradicionalmente considerados como muy milagrosos. De hecho, uno de los elementos que más devoción despierta en esta catedral es, precisamente, su Cristo románico, además de la dramática réplicas del Cristo de Fisterra, mandada hacer por el obispo Pérez Mariño cuando se hizo cargo de la sede episcopal de Orense. De este periodo sobreviven, así mismo, varias exquisiteces, si como tales –y yo así lo creo-, entendemos, cuando menos, las dos portadas –norte y sur- y evidentemente, el Pórtico del Paraíso. En todas ellas, resulta más que evidente la enorme influencia ejercida por el Maestro Mateo; de manera, que cuando se habla de estas tres inconmensurables joyas artísticas, los historiadores suelen coincidir en considerar al anónimo Magister, como un alumno aventajado de la escuela mateana, al que sin embargo, niegan la enorme fuerza expresiva que caracteriza el trabajo del primero.

Además, no hemos de olvidar, tampoco, aquéllas otras controvertidas piezas que se localizan en el interior del recinto, entre las que sobresale aquélla que muestra a un hombrecillo que parece querer huir del emparedamiento al que está sometido en la piedra, cuando no, además, del terrible león cuyas fauces se cierran, hemos de suponer que dolorosamente, pues el gesto de su cara así lo demuestra, sobre su hombro derecho: ¿una alegoría acerca del alma, que intenta escapar desesperadamente de la bestia o prisión a que la tiene sometida la carne?. Formando un ángulo imaginario de 45º, por encima de éste, otro individuo, con rostro feliz y sin león que le mortifique, abandona la matriz de piedra, diríase que renovado, liberado, como en las operaciones alquímicas, de las impurezas de la materia. En el centro, y situado entre uno y otro, hombre y bestia muestran un símbolo singular, con forma de espiral o triple recinto. Guiños de cantero sobre los que conviene meditar.

Ahora bien, de todo lo expuesto hasta el momento, sin duda la gran joya que caracteriza a esta catedral de San Martín -Martín o Martiño, figura que tuvo una gran relevancia en Galicia, como demuestra la gran cantidad de templos a él dedicados, incluido aquél que se considera como la primera catedral gallega: San Martiño de Mondoñedo-, qué duda cabe, es la inconmensurable Puerta del Paraíso, que, aun pretendiendo imitar a pequeña escala, como ya se aventuraba al principio, el Pórtico de la Gloria compostelano, constituye una de las grandes maravillas del románico peninsular, acrecentada su belleza por mantener, prácticamente intacta -como la formidable Portada de la Majestad, de la colegiata de Toro-, su magnífica policromía original, en la cuál, aparte de los Apóstoles y Profetas del Antiguo y Nuevo Testamento, el peregrino, recibe, así mismo, las bendiciones del propio Santo Patrón.