viernes, 8 de mayo de 2015

Enigmática Santa Trahamunda


'Que santa Trahamunda se encuentre precisamente "enterrada" en un cenobio benedictino fundado por san Fructuoso no deja de ser significativo...' (1)

Cierto: Poyo fue otro de los numerosos lugares relacionados con este otro no menos curioso santo, cuya vida, repleta de hechos extraordinarios, mantiene ciertas similitudes con otros personajes, más o menos contemporáneos y con cierto olor a heterodoxia, surgidos durante la diáspora visigoda, que todavía, muchos siglos después de su muerte, continúan siendo objeto de una especial veneración por parte de los pueblos, que en muchos casos, los tienen como Patronos. Un buen ejemplo de ello, lo tendríamos, cuando menos, en dos santos también muy significativos: San Frutos y San Saturio cuya vida, eremítica, así como también milagrosa, se desarrolló en partes muy significativas de las provincias de Segovia y de Soria, respectivamente. Ambos, también de familias nobles –recordemos que la zona de Compludo donde se instaló Fructuoso en primer término y de donde tuvo que salir poco menos que huyendo frente a la afluencia de personas de todo tipo y condición que se le arrimaron para seguir su ejemplo, pertenecía a su familia-, que cuando la conquista musulmana repartieron su fortuna entre los pobres, adoptando una vida eremítica. Y como aquí, en esta península del Morrazo que tantas historias, leyendas y tradiciones mantiene aún vivas, Fructuoso se vio envuelto en hechos extraordinarios, muy similares a los protagonizados por los anteriores, antes de continuar ruta visitando y fundando numerosos cenobios en los que fue dejando huella, para terminar sus días como obispo de Braga, dirigiendo el abadiato de Dumio. Tal vez uno de los más significativos, sea aquel que le atribuye el poder de andar sobre las aguas –prodigio que realizó en las inmediaciones, precisamente, de este monasterio de San Juan de Poyo-, y que recuerda aquéllos otros realizados por Saturio -¿Saturno?- en esa curva de ballesta –según la descripción del inmortal poeta Antonio Machado- que hace el Duero a su paso por Soria y en particular por la ermita que lleva su nombre. No es de extrañar, por tanto, que en esta ruta del románico pontevedrés, a la vez mágica y sagrada –no olvidemos que estamos en zona de meigas, de antiquísimos cultos, de megalitos y de extraordinarios y a la vez desconcertantes petroglifos, como los famosos petroglifos de Mogor-, constituyera un excelente campo de cultivo, propiciatorio a la aparición de curiosos personajes, cuya vida, obra y milagros recorre vertiginosamente esa línea tan escurridiza que en ocasiones separa o ampara, según se mire, la realidad de la leyenda. Como Santa Mariña, especialmente venerada en la vecina provincia de Orense, la vida prodigiosa de Santa Trahamunda, sirve a la vez de introducción a otro de esos fascinantes temas medievales, protagonizado por un colectivo muy particular: el de los cautivos cristianos, cuya milagrosa historia de liberación, generalmente por intercesión mariana y de hecho, sobrenatural, fue el origen de fabulosas historias, así como también de la creación de una serie de santuarios –muchos de ellos, elevados sobre lugares de antiguos cultos-, potenciadores de su figura, que hasta bien entrados los siglos XI y XII estuvo prácticamente relegada a un segundo plano

Cuenta la historia, la leyenda, la tradición o los dimes y diretes populares –elíjase lo que se prefiera-, que Trahamunda, siendo una joven novicia en el convento de San Martín, en la isla de Tambo, fue secuestrada durante una de los numerosas razzias efectuadas por los musulmanes en territorio gallego y llevada Córdoba para ser destinada al harén del sultán, Abderrahmán I, según unos o su nieto, Abderrahmán II, según otros. Cuando se negó a tan vergonzoso concubinato, fue encerrada en una lóbrega mazmorra, en cuyo interior permaneció durante once años. Curiosamente, la víspera de la festividad de San Juan Bautista –es decir, en la víspera del solsticio de verano-, rogó a Dios enfervorecidamente, encontrarse en Poyo al día siguiente. Escuchado su ruego, un ángel se le apareció, entregándole una rama de palma con la que viajó –o se teletransportó, siendo quizás un precedente de las experiencias sobrenaturales que afectaron también a numerosos místicos de nuestro Siglo de Oro, como podría ser el caso de las famosas bilocaciones de Sor María Jesús de Ágreda, consejera rel rey Felipe IV-, de regreso a Galicia. No es de extrañar, por tanto, que vistos los antecedentes, se la represente con el hábito benedictino –tal vez no sea casualidad, que fueran los benedictinos de los primeros en ir asentándose en lugares interesadamente programados de la ruta sagrada a Compostela- y todo un símbolo sacro en la mano derecha –aparte del Libro que sujeta firmemente con la izquierda-, y que de alguna manera, la equipara, como parte antagónica, de otro hercúleo y heterodoxo santo de los caminos, como es San Cristóbal, o Christóforos, es decir, el Portador de Cristo: la palmera.



Tanto la imagen, como el sepulcro de Santa Trahamunda, se localizan en el interior de la iglesia del monasterio de San Juan de Poyo, en la Capilla del Santo Cristo. Es ésta una capilla de reducidas dimensiones que, no obstante, guarda numerosos detalles de interés. La parte frontal, obviamente, contiene un pequeño retablo en el que sobresale un Calvario. Un Calvario que, sin entrar en más detalles, al menos por el momento, juega con el simbolismo de los colores que lucen los hábitos de la Virgen y supuestamente, el Evangelista. Crucificado en una cruz de gajos, muestra a un Cristo que, por su aspecto, bien podría entrar dentro de la denominación de Cristos dolorosos: numerosas laceraciones, las rodillas machacadas y un detalle curioso, por cuanto que, además de la tradicional herida en el costado izquierdo, muestra otra en el pecho, unos centímetros por encima del esternón. En la parte superior, una escena representativa de la Última Cena sirve como colofón al resto de escenas, dedicadas a la Pasión, distribuidas por ambos laterales, donde destacan, entre otros, dos interesantes detalles: en la mesa de la Santa Cena, se muestran dos bandejas, una situada a la izquierda, que contiene un cordero pascual y otra situada a la derecha, que muestra una ave asada. Ésta última, ¿interpretación libre del autor o referencia, quizás, a uno de los milagros más célebres del Camino, consignado en el Códex Calistino, relativo a Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada?. Pudiera darse el caso, puesto que en la parte derecha de la capilla y situada enfrente de la imagen y del sepulcro de Santa Trahamunda, hay una magnífica reproducción de la Patrona de la Rioja: la Virgen de Valvanera -una Virgen Negra-, con la cabeza del Niño girada hacia un lado, y es de suponer que, aunque apenas legible, la famosa frase en el libro abierto en sus manos: volví la cabeza por no ver el acto de sacrilegio que se estaba cometiendo (2). Comentar, por último, que el supuesto sepulcro de la Santa, de origen suevo o visigodo, muestra un motivo similar al de la pata de oca, con el detalle del pequeño travesaño añadido a las prolongaciones, que forma una cruz. Sepulcros de aspecto similar, se localizan en otras partes de Galicia, como por ejemplo -aunque sin la prolongación central-, junto a la torre independiente de la que fuera iglesia sanjuanista de San Félix, en Hospital do Incio, Lugo. Por encima de éste, y grabado en la pared, otro detalle no menos curioso e interesante: un hombre-verde.

(1) Juan García Atienza: 'Guía de la España Mágica', Ediciones Martínez Roca, S.A., Barcelona, 1981, página 49.
(2) Se refiere al sacrilegio cometido por una pareja, amándose en el interior de la iglesia, enfrente de la imagen de la Virgen y el Niño.

lunes, 4 de mayo de 2015

El monasterio de San Juan de Poio


'Una legua mas abajo de Armentera ácia Pontevedra en la misma Costa de la Mar está un Monesterio de Benitos de este nombre, en un sitio muy hermoso, que mira à la Mar, y à una Isla que el Monesterio tiene cerquita, y en el hay Naranjos, y Arraihanes, y aun una gran palma, que ya se ha secado. La primera fundacion de este Monesterio es tan antigua, que no hay della memoria, y se cree cierto fue Real. Lo que agora parece es un Privilegio del Conde D, Ramon, su data à los 15. de Enero año MCV, quando tenía el Conde el Señorío de Galicia, que su suegro le habia dado. Dales el Conde en este Privilegio muchas cosas, Once años adelante ultimo de Marzo la Reyna D. Urraca, muger del Conde, en otro Privilegio señala el Coto del Monesterio, y dice que lo tenga como lo tuvo en tiempo de su Abuelo el Rey D. Bermudo. No tienen enterramiento Real, ni Libros, ni Reliquias, sino unas pocas menudas sin noticia de que sean; y ningún Sufragio hacen sino los comunes de la Orden' (1)

Al parecer, cuando Ambrosio de Morales realizó su famoso viaje por orden de Felipe II, en busca de reliquias con las que alimentar el ya de por sí extraordinario lugar de poder levantado en las proximidades del Monte Abantos, el nuevo Templo de Salomón, el monasterio de San Lorenzo de El Escorial -obsérvese, que ya el nombre del santo, está relacionado con la que quizás sea la reliquia más buscada de la Edad Media, el Santo Grial-, llegó a este singular monasterio de San Juan de Poio -o de Poyo-, procedente de Santiago de Compostela, el Padrón y Catoira, describiendo un itinerario costero de singular magnetismo y belleza integral, y dado que, según él mismo comenta en la relación de su visita, tampoco pudo apreciar entre sus muros, parte de esos misteriosos orígenes que habría que remontar, cuando menos, a los inicios del siglo XII, habría que considerar, como así parece confirmar su estructura actual, que fue prácticamente remodelado por completo en época renacentista. Yerra, no obstante, al considerar que entre los muros cargados de sobriedad, de ecos lejanos, presencias invisibles y misterios del viejo monasterio benito -hoy día, regido por la Orden Mercedaria-, destaque la ausencia de reliquias, siendo hasta cierto punto incomprensible, que no realice siquiera una mínima mención a una curiosa y cristobalina santa, muy venerada en la región, cuyo sepulcro, románico por más señas, todavía se conserva en una de las capillas laterales anexas a la iglesia, bajo la mirada vigilante y burlona pero significativa de un hombre-verde: Santa Trahamunda. Como ya veremos en una próxima entrada, Santa Trahamunda forma parte de ese curioso santoral heterodoxo, de presencias poco o nada corrientes aunque convenientemente situadas en lugares estratégicos del Camino, que inducen a reflexión, y sobre todo, a buscar las claves que se ocultan detrás de su aparente simbolismo conservador. Como San Serapio, mártir mercedario que ocupa lugar en el Retablo Mayor de la iglesia, por debajo y a la izquierda de las prominentes figuras del Padre Eterno y el Cristo Crucificado, o el próximo San Ero -del que tendremos también ocasión de hablar más adelante, cuando en nuestro viaje lleguemos a otro lugar extraordinario, como es Armenteira-, San Virila de Leire o el Patrón navarro del Camino, San Veremundo -teóricamente, originario de Villatuerta, población cercana a Estella y, curiosamente, también a la importante encomienda templaria de Aberin-, también Santa Trahamunda invita a caminar; a ir más allá, a ver mundo y aprender las lecciones vitales que contiene toda obra y toda ruta sagrada, donde hemos de suponer, que nada se dejaba al azar. Quizás por ello, no nos resulte extraño observar que en su claustro, artísticamente representados en hermosos mosaicos, se localice una deliciosa relación de las diferentes etapas y lugares principales que conforman el que quizás sea el Camino a Santiago más seguido y popular, el Camino Antiguo o Camino Francés, realizados, entre otra variedad de obras, por los alumnos y profesores de la antigua Escuela de Mosaicos y Cantería, que ocupaba lo que fueran las dependencias del primitivo refectorio de los monjes y donde actualmente se conserva un pequeño museo artístico que se recomienda visitar.
Precisamente en el claustro, ya hemos dicho que renacentista, como buena parte del viejo cenobio benito, el camino vuelve a encontrarse con la magia de los antiguos simbolismos, de manera que entre los relieves de los medallones de las claves principales -que a juzgar por los restos, en su momento debieron estar brillantemente policromados-, se advierte la presencia, comparativamente hablando, del Jano cristiano; o lo que vendría a ser lo mismo: de los dos Juanes, los dos marcadores solsticiales, con el detalle añadido de que la mano del Evangelista, en ocasiones también llamado el Divino, muestra el cáliz del que sobresale la serpiente gnóstica -a veces transformada en un pequeño dragón, como en este caso- de la Sabiduría. Las otras dos claves principales, estarían representadas, al parecer, por San Benito -o San Bieito, como se le conoce por estos lares- y por Santiago el Mayor.
Como los evangelistas, como los ríos del Paraíso -recordemos, que en todo claustro existe el correspondiente jardín o paradysum en su punto central- o como los elementos básicos de la Alquimia, cuatro son también los rostros representativos de los genios que gobiernan los puntos cardinales y sus vientos asociados; aquéllos que, comparativamente hablando, se conocían en Egipto como los cuatro hijos de Horus.
Magia, misterio y sorpresas, aunque no sea conservada en sus primitivos orígenes románicos, hay de sobra en este lugar -habilitado también como establecimiento hostelero- que hemos de situar a escasos seis kilómetros de Pontevedra capital y en las proximidades de pueblos de excelencia y belleza marinera, como Combarros, por los que discurre el camino del peregrino hacia otro lugar, Armenteira, cuya magia no se recomienda dejar pasar de largo. No obstante, se aconseja hacer siquiera una breve parada, en éste, el que será el tema de una próxima entrada: el Mirador de Samieira.


(1) Ambrosio de Morales: 'Relacion del viage de Ambrosio de Morales chronista de S.M. el Rey D. Phelipe II a los Reyos de León, Galicia y Principado de Asturias el año de MDLXXII', Edición facsímil de la editada en Madrid en el Año de 1765, Ediciones Guillermo Blázquez, Madrid, 1985, ejemplar Nº106, página 138.