martes, 18 de diciembre de 2012

Féliz Navidad y Próspero Año Nuevo 2013


Este blog cierra por Navidad. Serán sólo unos días. Los suficientes para descansar, dejar que el Universo continúe conspirando, y soñar con un pronto y afortunado regreso a esa impresionante Universidad Medieval, que son nuestros pueblos y ciudades. Unos días en los que apoyarse melancólicamente detrás de la ventana y ver la nieve caer. Unos días, también, en los que sentarse cómodamente frente a la pantalla del televisor y dejarse ensoñar con la magia de los grandes clásicos: Qué bello es vivir, Juan Nadie, Casablanca, El Halcón Maltés, Fort Apache, La Legión invencible, El sargento York, Ultimátum a la Tierra, Horizontes perdidos, La Reina de África, El sueño eterno...Una programación especial, y personalizada, que nada tiene que ver con la apuesta por el bodrio y el mal gusto con los que continuamente nos bombardean unas cadenas de televisión vendidas a los índices de audiencia en perjuicio siempre de la calidad. Unos días, en los que huir -o al menos intentarlo, lo cual parece una misión imposible digna de Tom Cruise- de los niños pedigüeños y su insoportable matraca de villancicos y aguinaldos. Unos días, en los que meditar sobre el futuro y solidarizarse con aquellos que, por esas vicisitudes de la vida, ven sus sueños e ilusiones frustrados por decisiones herodianas, que hacen que las espadas de la injusticia se abatan sin vergüenza sobre los inocentes. Unos días, en los que procurar que la bulimia no sea sinónimo de desperdicio, comiendo más de lo que realmente necesitamos consumir. Unos días, en los que desear que el próximo año nos sea leve y que los profetas del Apocalipsis escondan otra vez la cabeza debajo tierra, al menos otros mil años más, y dejen descansar en paz a los dragones de la destrucción.
En definitiva, sea como sea, e independientemente de la manera en la que cada uno se organice en estos días, Románica cierra momentáneamente sus puertas, deseándoos, de todo corazón, una muy Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo. Que el 2013 nos traiga a todos, cuando menos, Paz.

Araia: ermita de San Juan de Amamio


Araia, o Araya en euskera, es la capital del municipio alavés de Aspárrena, cuadrilla de Salvatierra/Agurain, constituyendo, también, el punto principal de partida de los montañeros que se aventuran hacia los cercanos montes de Altzania y la sierra de Entzia. Se sitúa, además, a una decena de kilómetros, aproximadamente, de Zalduondo, interesante población a la que accedían los peregrinos, una vez superadas las dificultades orográficas planteadas por el denominado paso de San Adrián (1).
Población reconocida dentro del mundo cultural, a través de su célebre Festival Internacional de Teatro, Araia cuenta, además, con una iglesia del siglo XV, dedicada a la figura de San Pedro, cuya festividad se celebra el 29 de junio, y una ermita del siglo XVIII, de las varias que aún subsisten por el territorio, dedicada a una de las figuras más relevantes de la florida mitología euskaldún: Andra Mari. Sobreviven, además, algunos restos del castillo de Murutegui o Marutegui, cuyos orígenes se remontan al siglo VIII, así como la antigua ferrería de la familia Ajuria, siendo, así mismo, el lugar donde se localiza el nacedero del río Zirauntza y el parque que lleva su nombre.
Ahora bien, la ermita que nos ocupa, un excelente ejemplo del románico rural alavés del siglo XII, y bajo la advocación de San Juan Bautista, se localiza a las afueras de Araia, al norte de Albeniz y comunero con ésta, en lo que en tiempos fuera el despoblado de Amamio, según consta en la relación de despoblados de Álava, realizada por José Miguel de Barandiarán (2), en base a unos manuscritos, probablemente del siglo XVIII -en opinión del autor-, localizados en el Archivo de Prestamero, sito en el salón-museo de la Sociedad de Estudios Vascos, que en su momento ocupaba la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria. Otros datos relacionados, no sólo con el despoblado de Amamio, sino con los despoblados de la provincia de Álava en general, los proporciona Ricardo Becerro de Bengoa (3), quien, en lo que parece ser una carta sacada de sus apuntes de viaje y escrita en Madrid, con fecha 6 de octubre de 1889, dedica una relación a sus amigos Fermín Herran, Julián Apraiz y Manuel Iradier, en la que, con respecto a Albeniz, dice lo siguiente: camino romano, despoblado de Amamio, sepulcros.
Conviene saber, que ese camino romano al que hace referencia Becerro de Bengoa tan alegremente es, nada menos, que la Vía Trajana, una de las principales rutas -incluso, utilizada hasta el siglo XIX- que unía Burdeos (Burdigala) con Asturica (Astorga), atravesando la cordillera de Roncesvalles, y proveniente de la Iruña de Pamplona y Aracoeli (Arakil), atravesaba también la Llanada alavesa por Alba (precisamente ésta Albeniz), Agurain, Tullonio (Dulantzi), Suessatio (Arkaia) y la Iruña de Veleia. A éste respecto, gran cantidad de información histórica y geográfica sobre la provincia y los pueblos de Álava, queda consignada en el denominado Voto de la Reja o Reja de San Millán, documento escrito hacia el año 1025, procedente del cartulario del monasterio de San Millán de la Cogolla (4).

Por otra parte, resulta curioso, no obstante, constatar, que mientras del despoblado de Amamio no parece quedar ni una sola piedra en pie, la ermita de San Juan, por el contrario, se conserva en unas apreciables condiciones. Tan buenas, diríase, que algunos autores (5) la consideran como uno de los mejores ejemplos del románico vasco de mediados del siglo XII. De nave única, planta rectangular y sillares de excelente calidad, interesa saber que esta ermita de San Juan, constituye todo un referente para arqueólogos, historiadores y estudiosos en general del románico de la provincia. Así, por ejemplo, Egoitz Alfaro (6), compara el estado de la ermita del despoblado de Amamio, con la primera fase de la homóloga ermita de San Martín, situada en Agurain-Salvatierra. Por su parte, M.J. Portila (7), conviene en afirmar que en ella tenemos uno de los más claros referentes de lo que debieron ser las parroquias de la mayoría de las aldeas alavesas del siglo XII.
Si bien es cierto, que la ermita se conserva en un excelente estado, esto no resulta tan evidente en el lamentable estado en el que se encuentran la mayoría de los canecillos que la ornamentan; estado que, no obstante, no impide llegar a tener el vislumbre de alguna cabeza de índole animal, aunque se aprecia la abundancia de las típicas representaciones foliáceas, entre las que destacan, probablemente, las conocidas y no menos tradicionales flores de acanto.
Mejor estado tienen, afortunadamente, las representaciones de los capiteles del pequeño ventanal del ábside, en los que se aprecian las figuras del águila con las alas extendidas, capitel de la izquierda y dos leones afrontados, cuyas patas sujetan una pequeña bola (8), capitel de la derecha. Representaciones que, entre su rica variedad simbólica, también representan a dos de los cuatro Evangelistas: San Juan y San Marcos, respectivamente, y que, incluso, forman parte, así mismo, de las cabezas de los seres descritos por Ezequiel en su visión.
Por último, decir que en las proximidades, se localiza el también despoblado de Astrea y que la zona, en general, fue rica en canteras; lo cual contrasta, sin embargo, con la práctica carencia de marcas de cantero en los sillares, e incluso señala que, por circunstancias indeterminadas, se ha visto libre hasta el momento de los conocidos graffiti de peregrino, que tanto abundan en las iglesias románicas a todo lo largo y ancho de la geografía peninsular.
Por cierto, en la mitología, Astrea era la madre de Bóreas. Curioso nombre, para un pueblo cuyo destino parece ser que terminara siendo despoblado.

Notas y bibliografía

(1) Antiguamente, conocido como el paso de Lizarrate, y también como Santa Tria o de la Santísima Trinidad.
(3) meta.gipuzkoakultura.net/bitstream/10690/68896/.../AM_307358.pdf
(4) Dicho documento, fue publicado por primera vez en 1883, por Fidel Fita, en el boletín de la Real Academia de la Historia. Conviene saber, al respecto, que la Reja de Hierro era, allá por el siglo XI, la unidad de medida en el pago de diezmos, y en él se llevaba la contabilidad de las aportaciones de los poblados de la Llanada alavesa y también de algunas zonas de montaña, supervisadas al monasterio de San Millán.
(5) Jesús Espino, Fco.Javier Pérez Carrasco, Maite López de Guereño: 'Rutas del románico: País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia', Ediciones Jaguar, S.A., 2002, página 241.
(6) Egoitz Alfaro: 'La iglesia en su paisaje medieval. El estudio de Agurain-Salvatierra (Álava) a través de la lectura estratigráfica de alzados de la ermita de San Martín. Se puede consultar en Internet, en la siguiente dirección: www.aranzadi-zientziak.org/fileadmin/docs/.../2008247267AA.pdf
(7) M.J. Portilla Vitoria: 'Catálogo monumental de la Diócesis de Vitoria, Tomo V: La Llanada alavesa oriental y valles de Barrundia, Arana, Arraya y Laminoria, Obra Cultural de la Caja de Ahorros Municipal de Vitoria.
(8) No deja de ser curioso, o cuanto menos significativo, que la 'bola' sea uno de los objetos que con mayor frecuencia se localizan en las manos de las imágenes románico-góticas.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Templos prehistóricos alaveses


Lo cierto es que los objetos prehistóricos desenterrados nos hablan mucho más de lo que a simple vista parece, de la relación existente entre los aspectos material y espiritual de la vida de nuestros antepasados. Puede decirse que hasta hace poco todas las investigaciones prehistóricas estaban basadas en el estudio a fondo de la civilización material. La base material documental continuará siendo la misma, pero en lo atañedero a su interpretación, en las investigaciones actuales y en las futuras, ocupan ahora el primer plano las cuestiones social y espiritual, y ante todo la religiosa... (1)

No deja de ser una gran Aventura, un auténtico Reto y a la vez un Misterio insondable, intentar penetrar en los abismos desconocidos de esa noche infinitamente larga que es la Historia. Una aventura, un misterio y un reto que, aún al cabo de los miles, millones de años, todavía continúa impenetrable; oculto, quizás, detrás de ese sólido Velo de Isis, vetado con obstinación a la contemplación de los mortales. Han pasado cincuenta años desde que Maringer escribiera la obra cuya reseña encabeza la presente entrada. Cincuenta años en los que, independientemente de los sucesivos descubrimientos de lo que él, muy acertadamente denomina la base material, apenas comenzamos a preguntarnos sobre la base espiritual y religiosa que alentaba a estas asombrosas civilizaciones humanas que, en nuestra prepotencia e ignorancia, hemos convenido en denominar como primitivas. Reacia, por supuesto, a la hora de invertir una serie de consideraciones mantenidas como inquebrantable pilar dogmático, la Ciencia apenas comienza a arañar en este aspecto fundamental de la aventura humana. Tal sensación, la tuve hace algunos meses en las impresionantes cimas del concejo asturiano de Teverga, donde los pastores del Neolítico dejaron numerosas representaciones, fundamentalmente esquemáticas, en los abrigos de las montañas que rodean el término municipal de Fresnedo. Curiosamente, la mayoría de esas representaciones, a falta de una explicación mejor, están consideradas como ídolos. Pero, ¿realmente lo son?. O por el contrario, ¿representan algo más profundo, más técnico y sensitivo, que aún hemos sido incapaces de entender y descifrar?. Posiblemente, estos misteriosos antepasados que levantaron estos complejos megalíticos de Aitzkomendi y Arrizala -como tantos otros, repartidos por Euskadi y Navarra-, fueran también los mismos que dejaron huella en muchos lugares de la Cornisa Cantábrica, e incluso enigmas prácticamente imposibles de investigar hoy en día. Uno de tales enigmas, se refiere al dolmen de Campos, en el que investigadores como Fernández y Menéndez de Luarca (2), afirmaban -allá por lo siglos XVIII-XIX, cuando la arqueología era poco menos que una moda entre las clases nobles y pudientes- haber descubierto una inscripción vasca que decía, textualmente, JAINKUA. El término JAINKUA, según T. Echevarria (3), sería una variante de JAUNGOIKUA; es decir, de DIOS. Pero, dado que la raíz JAUN significa también Señor, cabe la posibilidad de preguntarnos, si ya hubo otros 'apostolados' repartidos por el mundo, antes de la llegada del Cristianismo y con él, de un auténtico enemigo de los monumentos megalíticos y de los cultos anteriores, como San Martín Dumiense. Lógicamente, todo esto es sumamente hipotético. De la inscripción no queda rastro, y de quedarlo, todavía nos tendríamos que enfrentar a otro problema singular, como es determinar no ya el quién, sino el cuándo se hizo. Lo que sí parece evidente, es que tanto en el dolmen asturiano de Campos, como en estos alaveses de Aitzkomendi y Arrizala, el pueblo continúo celebrando sus ritos, por lo menos, hasta el tiempo en el que los dominicos, no en vano denominados como los perros de Dios, aplicaron la estaca y el fuego a tanta oveja descarriada, hasta el punto de que estos lugares fueron considerados como de demonolatría y a los que participaban en tales ritos -generalmente de fertilidad- se les quemaba en la hogueras, acusados de brujería.


Construcciones ciclópeas que parecen estar orientadas astronómicamente, asentamientos prehistóricos situados sobre "líneas de fuerza" que unen unos enclaves con otros, efigies antropomorfas, círculos de piedra con finalidades mágicas, hipogeos y cámaras con propiedades acústicas...afirmaba Xavier Musquera (4), un gran escritor e investigador de la España mistérica. Y efectivamente, porque, partiendo del emplazamiento de estos dólmenes alaveses, que parecen orientados hacia la magia misteriosa que se desprende de los cercanos montes de Urbasa -hogar de los gigantes jentillak-, la ruta no tiene desperdicio y sí muchas sorpresas que mostrar, no sólo al curioso que un día decide emprenderla, sino también al peregrino que atraviesa esta parte de la llanada alavesa para alcanzar la frontera navarra y llegar a una población tan emblemática del Camino de las Estrellas, como es, y nunca mejor dicho, Estella. Una ruta que pasa por Okariz -un lugar Oca, referencia inequívoca a las misteriosas hermandades canteriles que poblaron el Medievo de enigmas y maravillas- y los interesantes restos románicos de su iglesia de la Asunción; por Contrasta y su iglesia prerrománica de Nª Sª de Elizmendi y por Ullibarri-Arana y su , por desgracia, muy remodelada ermita de Andra Mari, también conocida como Nª Sª de Bengolarea o Benguraldea. Andra Mari, quien, en palabras de Andrés Ortiz-Osés (5), es considerada por el Cristianismo como santa caída, ángel maligno, bruja y diablesa principal. Aunque, palabras mías, se quiera ver en ella, una piadosa asociación con la Madre de Dios.
Creo, y así lo expongo, que para acercarse al románico de la provincia y disfrutarlo en toda su amplitud, primero hemos de acercanos a los antiguos cultos que proliferaron en la región y a partir de ahí, dejarnos llevar por la cálida mano de la intuición. Y con esta intuición, y a pesar de la evangelización a que fue sometido el territorio, veremos que aún hoy día, están muy presentes en el ánimo y la mente vasca, las figuras más preponderantes de sus ancestrales conceptos espirituales: Andra Mari, los jentillak, los baxajaun o señores de los bosques. Y creo también, que cuando miremos estos monumentos megalíticos, deberíamos hacerlo con la mente dispuesta a aceptar que fueron algo más que un montón de piedras colocadas para dar sombra a los huesos de un difunto. Que fueron, en definitiva, auténticos templos de una edad remota, en la que, a pesar de esas preguntas que los historiadores prefieren no hacerse, existió una civilización -la civilización Madre, a la que aludía Xavier Musquera- que desarrolló un alto grado de técnica y espiritualidad.


(1) Johannes Maringer: 'Los dioses de la Prehistoria', Ediciones Destino, 1ª edición, noviembre de 1962, página 39.
(2) Félix de Aramburu y Zuloaga, 'Monografía de Asturias', Biblioteca Histórica Asturiana, Silverio Cañada Editor, 1ª edición, agosto de 1999, página 54.
(3) T. Echevarria, 'Flexiones verbales y lexicon del euskera dialectal de Eibar', Documento PDF Internet: http//es.scribd.com/doc/8299267/Flexiones-Verbales-EUSKERA  (Las palabras JAINKUA y JAUNGOIKUA se localizan en las páginas 268 y 273, respectivamente).
(4) Xavier Musquera, 'Megalitos, huellas de la Civilización Madre', Editorial América Ibérica, S.A., 1990, página 7.
(5) 'Mitos y leyendas vascos',prólogo y epílogo de Andrés Ortiz-Osés, Jamkana Libros, 1986, página 11.

Publicado en STEEMIT el día 16 de diciembre de 2017, en la siguiente dirección: https://steemit.com/spanish/@juancar347/templos-prehistoricos-alaveses

sábado, 10 de noviembre de 2012

Románico alavés


La provincia de Álava, como vía de penetración a ese singular paradigma histórico que es el País Vasco, ofrece, a lo largo y ancho de su extenso territorio, muestras sensibles e interesantes de un Arte, el Románico, que se extendió como un reguero de pólvora, estableciéndose con saña sobre los ancestrales lugares de culto y tradición, de un pueblo, el vasco, cuyos orígenes aún hoy, en pleno siglo XXI, no han sido convenientemente establecidos y, por lo tanto, continúan siendo un auténtico enigma.
No es de extrañar, por tanto, que, independientemente de la ruta que tomemos -el norte, considerado de una manera estratégica por ser vía de penetración hacia el mar desde Castilla, o la denominada llanada alavesa, donde según los expertos, se localiza el románico de mayor calidad del País Vasco- tengamos, como visitantes, la certera sensación de que, en cualquier lugar donde nos detengamos, lo hacemos bajo la perspectiva de que no ha de tardar en parecernos sencillamente especial. Poco importa si, a priori, y aún dejándonos llevar por racionales juicios de valor, nos detenemos frente a la más humilde y rural de las ermitas, como aquélla, por ejemplo, dedicada a la figura ancestral de Andra Mari -la Gran Diosa Madre- o, por el contrario, lo hacemos expectantes frente a los despliegues técnicos e inconmensurables de lugares como la Colegiata de Armentia o el Santuario de Estivaliz. En ningún modo nuestra visita, ni la percepción del entorno en el que nos encontramos, nos dejará indiferente. Si aún tenemos la fortuna en nuestro viaje, de acceder a los auténticos templos megalíticos que, a pesar de que ya no muestran, en absoluto, todo el esplendor que tuvieron antaño, nuestras sensaciones se acrecentarán, y no sería extraño que, después de nuestra visita, retornáramos a casa haciéndonos mil y una cábalas, referentes a la mediática idiosincrasia del pequeño universo mistérico que acabamos que recorrer.
Es evidente, que yo no soy ningún experto en la materia; pero creo tener la suficiente sensibilidad, como para percibir lo especial que puede resultar intentar vivir el viaje que, a lo largo de las próximas entradas, propongo. Y sería un placer, llegado el caso, poder contrastar todas estas impresiones con aquellos que, sintiendo curiosidad y realizando la ruta propuesta, se sientan con ánimo de contrastar sus propias experiencias. Porque, si algo he aprendido a lo largo de estos años de camino, es que, independientemente de los credos y creencias, conlleva un enriquecimiento, cultural y humano, que suele desembocar, generalmente, en la más sincera de las amistades.
Bievenidos, pues, a esta pequeña sugerencia, que es el Románico Alavés.


martes, 6 de noviembre de 2012

Santa María la Real de O Cebreiro



Sería imperdonable, una vez llegados hasta Villafranca del Bierzo, no avanzar apenas una quincena de kilómetros y hacer un alto momentáneo en un lugar muy especial de esa Galicia mágica y ancestral, deteniéndonos en el primer pueblo de la provincia de Lugo, y de hecho, destino ineludible y a la vez complementario para el peregrino, en su viaje trascendental por el Camino de las Estrellas: O Cebreiro.
Situado en lo más alto del puerto, aproximadamente a 1300 metros de altitud, este pueblo, perteneciente a la Comarca de los Ancares Lucenses, llama poderosamente la atención porque aún conserva, como un regalo entrañable a la vista, buena parte de esa ancestral arquitectura tradicional, de índole castrense y celta, que en forma de pallozas, caracterizan tanto a éste como a otros pueblos y municipios de la región, consiguiendo el efecto de que tanto peregrinos como visitantes, tengan la impresión de que, por algún extraño fenómeno físico poco conocido, el tiempo hubiera detenido su ineludible caminar, haciéndonos pensar que estamos en otra época y lugar.
Esta sensación, en cierto modo se acentúa, si nos detenemos unos instantes al principio del pueblo, y observamos la antiquísima costumbre del pago del tributo a los dioses-manes del camino, con las numerosas piedras que los peregrinos van depositando en la base escalonada –monxoi- de la cruz de piedra, con el fin de asegurarse un venturoso y feliz camino. Costumbre ancestral y eminentemente pagana, que sigue vigente en nuestros días, siendo el Camino de Santiago uno de sus principales e inmutables focos.
Inmutable, por otra parte, e interesante por su antigüedad, y sobre todo, por su sencillez, hemos de considerar a la iglesia de Santa María la Real, como una pequeña joya prerrománica, cuyos orígenes se remontan al siglo IX, cuando fue fundada por monjes benedictinos. Lejos de la riqueza ornamental que caracteriza a muchas de las construcciones posteriores, tanto románicas como góticas que jalonan el Camino Jacobeo, su austeridad, no obstante, no disminuye su importancia, siendo comparable a otros templos que, aparentemente sencillos en su exterior, ocultan un auténtico tesoro artístico y espiritual de puertas hacia dentro. Si bien, Santa María la Real de O Cebreiro no posee, en absoluto, la riqueza artística que caracteriza –o mejor dicho, caracterizó- a templos como San Baudelio de Berlanga, San Miguel de Gormaz o la Vera Cruz de Maderuelo, resulta evidente, por increíble que parezca, que su riqueza espiritual, los iguala, e incluso los supera.
Un indicativo claro de la espiritualidad que emana del lugar, lo tenemos en ese icono inmemorial, inequívocamente Negro, de su imagen virginal; una imagen que, independientemente de los signos heterodoxos presentes en su talla -señalemos como reseña, el color verde del manto de la Virgen y la manzana que porta el Niño en su mano izquierda-, basta por sí misma para dejar constancia de unas cualidades telúrico-mágicas muy especiales, presentes en ese preciso lugar donde se levanta la iglesia que la cobija. Cualidades que, quizás, constituyeran, en naturaleza, las condiciones ideales que habrían de propiciar, a principios del siglo XV, el milagro de la consagración, haciendo de O Cebreiro y su sencilla iglesia, un enclave mistérico y sobre todo griálico, de primera magnitud, capaz de rivalizar con lugares más tradicionales, como San Juan de la Peña o Montserrat. Otro indicativo de su importancia, lo tenemos en las fortalezas bercianas templarias que se levantaban alrededor -Sarracín, Atarés-, no sólo asegurando los caminos a la ingente masa de peregrinos que se dirigían a la tumba del Apóstol, sino también, vigilando, con ojo de halcón, el Lugar Sagrado.
Hay quien asegura -entre ellos, Roso de Luna- que O Cebreiro y su iglesia de Santa María, sirvieron de base a Richard Wagner, para la creación de su ópera Parsifal. Otros, aseveran que dicha base fue Montserrat. Sea como sea, el dato en sí es irrelevante, porque lo que realmente importa, es la importancia de estos enclaves y la forma tan extraordinaria con la actúan sobre aquéllos que los visitan.
Imperdonable sería, por último, no hacer una breve reseña a la figura de D. Elías Valiña, que fuera párroco de O Cebreiro hasta su fallecimiento, a primeros del años dos mil, y la extraordinaria labor realizada a lo largo de su vida, en pro del peregrino y el Camino de Santiago.
Ultreia.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Villafranca del Bierzo: iglesia de Santiago



Circula, dentro de ese rico, basto y maravilloso universo arquetípico que engloba tanto a mitos como a leyendas, aquélla que asevera que fueron vaqueiros de Tineo y de Luarca quienes, en su búsqueda de valles para el ganado, se asentaron en las inmediaciones de un lugar, que ya había conocido la habitabilidad humana, cuando menos, desde la Edad del Bronce: Villafranca del Bierzo.
Ahora bien, históricamente hablando –y una buena pista, la tenemos en su propio nombre- Villafranca fue otra de las innumerables ciudades que surgieron a consecuencia de la Inventio; es decir, del descubrimiento de los supuestos restos del Apóstol Santiago, que daría como resultado una de las vías de peregrinación más deseadas y transitadas hasta nuestros días, e incluso, me atrevería a decir que una de las escuelas transmisoras de Conocimiento más relevantes de la Edad Media.
Situada estratégicamente entre el Bierzo y los Ancares, Villafranca constituye, también, el punto neurálgico desde el que los peregrinos que se dirigen a Compostela, se sitúan frente a la frontera con Galicia, encarando el puerto de O Cebreiro, pisando ya tierra lucense. O lo que es lo mismo, tierra de esa simbólica provincia, que lleva en su propio nombre –Lugo- la acepción a uno de los dioses más misteriosos e importantes, del soberbio panteón celta: Lug.
De los orígenes de ésta iglesia de Santiago, posiblemente la más popular de Villafranca y su riqueza monumental, no se tienen noticias certeras, aunque se supone que su fundación pudiera estar relacionada con el obispo de Astorga y la bula papal que, en 1186, le permitió levantar una iglesia en suelo próximo a Villafranca, donde los peregrinos –o concheiros- enfermos e imposibilitados de terminar el camino jacobeo, pudieran ganar en ella el ansiado jubileo. Su función e importancia, pues, es similar a otros lugares norteños, de los que cabe destacar el antiguo monasterio de San Martín de Turienzo, actualmente conocido como de Santo Toribio, en la Liébana y su Puerta del Perdón.

De ábside semi-circular y planta rectangular, destacan las escenas del Nuevo Testamento representadas en su pórtico norte, donde se percibe la importancia de tres de las figuras más misteriosas a las que se hace referencia en los mencionados textos: los tres reyes-sacerdotes o magos que, según se narra, emprendieron viaje desde sus ignotos lugares de origen, para adorar al Niño-Dios. Entrañablemente representadas en los capiteles, el cantero reprodujo la escena del desplazamiento y el sueño de los magos, incluyendo la aparición del ángel.
Pero, sin duda, la escena representada que más llama la atención –al menos, a mí así me lo parece- en la escena del Calvario, donde los brazos del crucificado, semejantes a alas, producen una notoria sensación de ingravidez, casi diríase que de liberación frente al martirio soportado. A los pies del Calvario, se aprecian cuatro figuras que, presumiblemente, hemos de identificar como las de las Tres Marías y San Juan Evangelista. No faltan, así mismo, las típicas representaciones foliáceas, incluidos racimos de uvas, las arpías y los rostros amenazantes de demonios, cuyas fauces, abiertas, advierten al pecador del destino que le aguarda si persiste en su actitud de no llevar una vida acorde con los Mandamientos del Señor.
De manera similar a otros lugares, aunque quizá menos espectacular, en las arquivoltas se desarrollan diferentes escenas, que confluyen en una parte central, dominada por un Cristo en Majestad, que bendice con la mano derecha, manteniendo un libro abierto en las manos.

lunes, 8 de octubre de 2012

Corullón: iglesia de San Esteban

Situada en las proximidades de la iglesia de San Miguel y haciendo piña con el casco urbano de Corullón, la iglesia de San Esteban participa, oculto su pórtico de entrada por una cubierta relativamente moderna, de ese mensario, generalmente criptográfico, tan característico de un estilo artístico como es el románico. Antes de ella, y formando parte de los adornos de una casa particular que, a juzgar por su estado, parece estar deshabitada desde hace tiempo, una pequeña y huérfana maravilla nos avisa de los pecados de la envidia y de la ira, en las figuras, inconfundibles, de los bíblicos hijos de Adán y Eva; es decir, de Abel y Caín. Llama la atención, desde luego, el halo de santidad que recubre la cabeza de un manso Abel, en el que puede apreciarse una inscripción latina. [Afirmación gratuíta, como demuestra Maese Alkaest en su comentario (ver), donde quizás, por un exceso de confianza y un ligero sentido de la asociación, se cometen errores de interpretación de bulto pues, dada la advocación del templo, debería haberme percatado de que en realidad, se trata de la lapidación de San Esteban. Errare humanun est].
Reconocido el error, no queda muy claro, por otra parte, por qué este templo, que fue construido en el año 1086 -según consta en una inscripción- fue posteriormente derruído -hacia 1093- y vuelto a reconstruir. Detalle, por el que sería lógico pensar, que ésta pieza perteneció al conjunto, posiblemente originario. Otra cuestión sería, no obstante, preguntarse en qué momento la Historia la desechó y por qué se consintió que terminara como un vulgar objeto decorativo en manos laicas.
Del primitivo templo, datado, pues, a finales del siglo XI, apenas sobrevive la portada -cubierta, con posterioridad- y unos interesantes canecillos que, en número aproximado de treinta y seis, definen diferentes características simbólicas, entre las que no faltan, como vimos en el caso del vecino templo de San Miguel, aquéllas de marcado carácter erótico.
Los expertos comparan el estilo de esta portada con la de la Puerta de las Platerías de la catedral compostelana, emparentándola, así mismo, con ese peculiar estilo desarrollado entre los siglos XI y XII, cuyos máximos exponentes se localizan en Santiago, León, Jaca y Frómista.
Entre los elementos principales que han sobrevivido, caben destacar aquellos que inducen a pensar en influencias de origen franco, determinadas por la proliferación de flores de lis, así como posibles referencias a cultos anteriores, paganos, destacables por la presencia de curiosos personajes que surgen espontáneamente de la vegetación, y que podrían aludir al celtismo anterior de la región. Reseñable, también, es la observancia, a ambos lados del frontis de entrada, de las tipicas cabezas de fieras o monstruosas que, a modo de figurativos demonios guardianes, custodian el acceso al templo. Por último, añadir la presencia de aves, representativas, generalmente, de la vida celeste y del alma, siendo el modelo principal, en este caso, la figura inconmensurable del águila, animal que, a su vez, representa al evangelista San Juan.

martes, 25 de septiembre de 2012

Corullón: iglesia de San Miguel


Corullón, es otro de esos entrañables e interesantes pueblos bercianos, donde se constata la presencia, en tiempos, de una orden medieval de caballería que, de hecho, tuvo un relevante protagonismo en la zona, siendo receptora de la entrega de numerosos territorios, entre otros monarcas, por parte del rey Fernando II: la Orden del Temple. De hecho, se piensa que ésta iglesia de San Miguel, situada bajo la atenta mirada de águila del castillo que se levanta por encima de la ciudad, fue parte de un monasterio que también les perteneció, hasta que fueron suprimidos en 1312 y sus bienes pasaron, en su gran mayoría, a una orden rival, también presente en las cercanías, la del Hospital de San Juan de Jerusalén. Partiendo de esta base, no ha de sorprendernos, si la formidable estructura del templo, nos recuerda ese tipo de construcción religioso-militar, que servía tanto de lugar de oración, como de baluarte defensivo frente a las embestidas de un enemigo que observaba como sus fronteras se iban reduciendo peligrosamente, desde esos felices tiempos de la invasión del año 711, con la célebre batalla del Guadalete y el desmembramiento del ejército y la monarquía visigoda.
Su situación, a la vera de un monte en el que se localizan varios castros, como el de San Sadurnín y a escasos tres kilómetros de Villafranca del Bierzo y esa espléndida puerta a Galicia que son los altos del Cebreiro -el Mons Februarius de los romanos, el lugar en el que se basó Richard Wagner para recrear su famosa ópera de Parsifal, basada en el milagro del Santo Cáliz de O Cebreiro-, hacen de Corullón un pueblo con arcana historia y de antaño acostumbrado al paso de unos peregrinos, que encaminaban sus pasos siempre hacia el oeste, siguiendo la denominada Senda o Ruta de las Estrellas, marcada en el firmamento por una inmutable constelación, como es la Osa Mayor.
Interesante, así mismo, no deja de ser el tímpano de su portada, conformado por una encrucijada cuadriforme que, se supone, estuvo pintado en tiempos con los colores tradicionales del bauceant o estandarte del Temple: los antagónicos colores blanco y negro que definen, entre otros conceptos, la eterna lucha entre el Bien y el Mal, presente, en todo momento y lugar, en la vida cotidiana y espiritual de estos soldados de Cristo, como así parece representarse, también, de una manera exotérica, al menos, en las curiosas representaciones que conforman los motivos principales de sus capiteles y canecillos. Motivos, obviamente, entre los que no faltan alusiones al pecado de la lujuria, remarcadas por unos aspectos de sexualidad desvergonzada afines a algunos de sus personajes, simbolismo presente, no obstante, en numerosos templos románicos.
Dignas de mención resultan, así mismo, las arquerías ciegas situadas hacia el centro de la nave, por encima del pórtico, donde la simbología de los capiteles se vuelve más críptica aún si cabe, en la que no falta la presencia de testas monstruosas, a modo de elementos guardianes, posiblemente puestos como medio de prevención y abstención de impíos, siguiendo la conocida tradición llevada a la práctica por Salomón, y el demonio guardián Asmodeo. Función que parece incidir, en parte, con la temática necrófaga presente en algunos de los capiteles; temática de carácter ctónico, y en un principio exotérico, posiblemente encaminada a influir en el ánimo del pecador, haciéndole ver una muestra de los terribles tormentos que le esperaban una vez muerto y enfrentado al juicio de Dios. Una simbología que, dejando aparte el profundo significado esotérico que encierra también, resulta harto conocida, por citar un ejemplo, en algunas iglesias de la vecina Asturias, siendo de especial relevancia, por la repetitividad con la que aparece, en el concejo de Villaviciosa y en concejos adyacentes, como Siero y Sariego. También se aprecia en el románico palentino y en el burgalés, y dada una de sus posibles relaciones con esa subjetiva acepción que conlleva, de o relativa a la búsqueda trascendente del Conocimiento, no se podría descartar una más que probable relación con el carácter iniciático, a la vez, que entrañaba el Camino de Santiago.

sábado, 15 de septiembre de 2012

El románico perdido de San Juan de Paluezas



San Juan de Paluezas, es un tranquilo pueblecito berciano, que hemos de situar, también, en esa ruta repleta de curiosidades y lugares reseñables, que describíamos en la entrada anterior, cuando hablábamos de Castroquilame y su excepcional Pantocrator. Su cercanía a esa herida abierta en el corazón de la tierra, que son Las Médulas y su situación arbitraria entre Priaranza del Bierzo y Carucedo, hacen de él un lugar tranquilo, sí, pero también especial.
Cierto es, no obstante, que apenas se reconoce la primitiva fábrica románica en su parroquial, aunque todavía mantenga buena parte de su planta, como demuestra el ábside, con su característica forma semicircular, exento de ornamentación -si es que alguna vez la tuvo- y por lo tanto, mudo en cuanto a los posibles mensajes que los canteros dejaran a la posteridad en este tramo legendario del Camino Jacobeo. Cabe preguntarse, obviamente, por la suerte corrida por su portada principal, sustituída ésta por una exigua portadilla neoclásica, que desmerece algo que, aunque de manera rural y alejado posiblemente de unos fondos capaces de sufragar obras de relativa importancia, debió de constituir, en aquéllos oscuros siglos XII-XIII, un templo peculiar.
Llama la atención, por otra parte, que dentro de su término municipal, compartido con Borrenes -donde, entre otras cosas, hubo un hospital para peregrinos- se localicen los restos de un poblado celtíbero, al que se conoce popularmente como el Castrelín, parte de cuyos habitantes se puede suponer, en buena logica, que nutrieran de mano de obra a los ingenieros romanos que devastaron el entorno de Las Médulas en tiempos del Imperio.
Otro dato relevante a tener en cuenta, es que en ésta parroquial de San Juan de Paluezas, se rinde culto a la figura de una Mater de curiosa advocación: la Virgen de la Estrella. Advocación, que posiblemente en sus orígenes estuviera relacionada con algún hecho prodigioso, legendario y sobrenatural, similar, en esencia, a aquellos otros que dieron origen, por ejemplo, a la creación de ciudades, siendo el caso más notorio, la ciudad navarra de Estella, así como también las leyendas relacionadas con el monte situado en las cercanías de uno de los templos más sorprendentes y enigmáticos de nuestro románico, como es la ermita de Santa María de Eunate. Igual advocación, de la Estrella, tiene una virgen, muy poco conocida que, procedente del pueblecito soriano de Caracena, se exhibe en las vitrinas de la iglesia del antiguo monasterio de San Juan de Duero.
Como dato complementario, añadir que también en San Juan de Paluezas, se localiza la influencia de los alumnos que forman parte de la Escuela-Taller de Artesanía de Priaranza del Bierzo, dirigida por Víctor Lobato 'Rixo'.

martes, 28 de agosto de 2012

El Pantocrator de Castroquilame



'Miré y he aquí que un viento huracanado venía del norte, una nube grande, con fuego que relampagueaba continuamente y claridad alrededor y dentro de él como el centelleo del bronce en medio del fuego. En su centro aparecía la figura de cuatro seres vivientes, cuyo aspecto era éste: tenían forma humana, pero cada uno tenía cuatro aspectos y cuatro alas cada uno. Sus piernas eran rectas, y las plantas de los pies eran como las pezuñas de un ternero. Brillaban como el centelleo del bronce bruñido. Tenían manos humanas por debajo de las alas, a sus cuatro lados. Los cuatro tenían rostros y alas. Sus alas estaban unidas la una a la otra, no se volvían al andar, cada uno iba de frente hacia adelante. En cuanto a la forma de sus caras, una cara de hombre y una cara de león a la derecha de los cuatro, una cara de toro a la izquierda de los cuatro y los cuatro tenían cara de águila. Tales eran sus aspectos. Sus alas estaban desplegadas por encima, cad auno tenía otras dos alas que se unían la una a la otra y otras dos les cubrían el cuerpo. Cada uno iba de frente hacia delante, iban hacia donde el viento los impulsaba, sin volverse al andar...' (1)

No estaría de más, antes de meternos en detalles sobre ésta auténtica joya románica, que es el Pantocrátor que actualmente se conserva en la parroquial, señalar que Castroquilame es un pequeño pueblecito berciano, al que se accede siguiendo una ruta interesante y tremendamente significativa. Una ruta, eminentemente mistérica, sobre la que se cierne, aún viva en la memoria popular, la sombra de unos caballeros -los templarios-, cuyo recuerdo, en la figura de uno de sus grandes Maestres, Guido de Garda, aún se continúa conmemorando todos los veranos en la que fuera su fortaleza principal en la región: el castillo de Ponferrada.
Una ruta que, siguiendo el curso sinuoso de un emblemático río Sil en dirección a la vecina provincia de Ourense -una de las primeras poblaciones orensanas que se encuentra el viajero es O Barco, tristemente famosa por el pavoroso incendio sufrido este verano- deja atrás lugares como Cacabelos, donde en la puerta de su sacristía, hay un grabado genuinamente único, que muestra al Niño Jesús jugando a cartas con San Antonio, si mal no recuerdo; Priaranza del Bierzo, donde un centinela del Temple saluda y despide a viajeros y peregrinos, desde la garita de su árbol sagrado; el castillo de Ulver o de Cornatel, donde los fratres milites no sólo protegían al peregrino y le ofrecían hospitalidad en su andadura trascendental hacia el Oeste, sino que también controlaban el acceso hacia esa milenaria ruina montium, que son Las Médulas; Las Médulas, en el que posiblemente sea su mirador más popular y conocido, el de Arellán, en las cercanías de Borrenes, donde hubo un castro celtíbero y un hospital para peregrinos; y sobre todo, para los amantes de la belleza y las leyendas, Carucedo y su lago. Un lago en el que habita, desde tiempo inmemorial, una xana encantada, bien conocida en la vecina provincia astur: Carissia o Caricea.
Un recorrido, pues, que rodeando el entorno mítico de Las Médulas, nos conduce hasta un segundo mirador, el de Vega de Yeres, y a continuación de éste, a escasos kilómetros, a Castroquilame y su ancestral historia perdida.


Decir que este es uno de los tres Pantocrátor que sobreviven en la provincia de León, conlleva dejar, también de manifiesto, esa ácida sensación que asola al preguntarse, o mejor dicho, al hacerse cábalas acerca de las irreemplazables pérdidas patrimoniales y culturales, que han hecho de nuestra Historia un puzzle que ni siquiera la memoria puede completar. Dicho esto, no habrá de extrañarnos saber, que ésta auténtica reliquia, es ajena a la parroquial que la cobija, y pertenecía a una ermita cercana, venida a menos. Habría mucho que añadir, por otra parte, acerca del rico y a la vez antiguo simbolismo que recrean estas figuras que rodean a un Cristo in Maiestas. La Biblia, al comienzo de la visión de Ezequiel, ya nos ofrece una buena prueba de ello, trayéndonos a la memoria las representaciones primordiales que posteriormente serían asociadas a los figuras de los cuatro Evangelistas. Pero no es el único testimonio bíblico, este de Ezequiel; encontramos aún otra referencia en el Apocalipsis de San Juan, un texto difícil, complicado y visionario, en un principio considerado como apócrifo pero que, no obstante el detalle, conforma una parte esencial de ese conjunto cosmogénico, que hoy constituye una Biblia Vulgata, al alcance de todos.
Fuera éste o no, el discípulo amado de Jesús -no olvidemos las numerosas reflexiones que al respecto se han volcado por la figura de María Magdalena- en sus visiones, coincide prácticamente con la visión de Ezequiel, no obstante, siendo su descripción, la siguiente: Al punto fui arrebatado en espíritu. Y vi un trono colocado en el cielo y sobre el trono a uno sentado. El que estaba sentado tenía un aspecto semejante a una piedra de jaspe y sardónice. Y el nimbo que rodeaba el trono tenía el aspecto de una esmeralda. Alrededor del trono vi veinticuatro tronos y sentados en los tronos veinticuatro ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro sobre sus cabezas. Del trono salen relámpagos y voces y truenos. Ante el trono están ardiendo siete antorchas de fuego, que son los siete espíritus de Dios. Delante del trono hay como un mar transparente, semejante a cristal. Y en medio del trono y alrededor del trono, cuatro seres vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás. El primero es semejante a un león, el segundo, semejante a un toro, el tercero tiene el rostro como de hombre y el cuarto es semejante a un águila en vuelo...(2).
Situado por encima y a la izquierda de la puerta -que no pórtico- de acceso al templo, lo primero que llama la atención en este singular Pantocrátor, es que conserva prácticamente la totalidad de su policromía original. A cada lado de la mandorla -o vulva, según se mire- que conforma el habitáculo crístico -un Cristo coronado, que hace el gesto de bendecir con la mano derecha, mientras la izquierda sujeta un libro abierto, siendo las peanas de su trono dos animales, posiblemente dos leones- cuatro formas nimbadas, representan a los cuatro Evangelistas; un ángel, sustituye la figura del hombre, y el león y el toro tienen, si no las seis alas de las visiones de Ezequiel y Juan, sí las dos que recuerdan las representaciones sagradas de la mitología mesopotámica. Esto no sería extraño, en principio, si tenemos en cuenta las consideraciones de Robert Graves y Raphael Patai (3) en cuanto a que muchos de los mitos hebreos, tuvieron su origen en las cosmogonías mesopotámicas y egipcias. Pero aunque los hay en templos de otras latitudes, posiblemente constituyan uno de los escasos ejemplos que se puedan encontrar en este lado de la Península. Bien se podría afirmar, por tanto, que nos encontramos aquí con una pieza verdaderamente monumental, digna de admiración y, por supuesto, de un profundo estudio. 

(1) Ezequiel, 1,1.
(2) Apocalipsis, 4, 2-8.
(3) Robert Graves y Raphael Patai: 'Los mitos hebreos', Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1986.


jueves, 23 de agosto de 2012

Carracedelo: iglesia de San Esteban



Carracedelo es una pequeña población de El Bierzo en cuyo término, no obstante partido en dos por esa autovía A6 que conduce a La Coruña, se localiza uno de los monumentos más impresionantes de León: el monasterio de Santa María de Carracedo. Pero además de este arcano cenobio, de cuya historia y características se tratará en otra entrada, en Carracedelo aún podemos encontrar parte de ese rico pasado románico, venido a menos en cuanto a conservación se refiere, en su pequeña iglesia parroquial, dedicada a la figura de San Esteban.
Situada en las inmediaciones de Cacabelos -donde en la puerta de la sacristía de su iglesia, se puede ver una auténtica rareza, como es un Niño Jesús jugando a cartas- su posición estratégica la hace, así mismo, encontrarse en las inmediaciones de la carretera general que conduce a la vecina provincia e Ourense, pasando por poblaciones con misterio y leyenda, como son Priaranza del Bierzo -donde a la salida del pueblo, un árbol alberga la figura, primorosamente labrada de un templario montando guardia-, el castillo templario de Cornatel, o de Ulver, el desvío hacia Las Médulas, por su llamado Mirador de Arellán y Carucedo, en cuyo lago cuenta la leyenda que hay una ciudad sumergida y en cuyas aguas, así mismo, mora, desde tiempo inmemorial, uno de los seres elementales más importantes del folklore mitológico astur-leonés: la Xana Caricea o Carisia.
Utilizando esa práctica herramienta que son las comparaciones, un vistazo general a la iglesia de San Esteban, puede que le haga recordar al observador, por su piedra, su pizarra y algunas otras pequeñas características, en una construcción similar a esas vistosas casitas carolingias características de lugares señalados del Camino Jacobeo, como puedan ser Roncesvalles o Burguete. Viene esto a significar, básicamente, que de la antigua fábrica románica, apenas queda rastro, si exceptuamos, quizás la espadaña y, por supuesto, su portada. Curiosa puede ser, así mismo, la presencia, junto a la espadaña, de una pequeña torre de forma cilíndrica que, aparte de constituir un acceso a las campanas de la espadaña, pudiera haber tenido, en tiempos, una función defensiva.
De la portada, caben destacar una serie de curiosos elementos, como son la presencia de motivos dentados en sus arquivoltas, probable referencia al primordial líquido vital y, en algunos casos, también referencia, en similar sentido de vitalidad, a la Gran Diosa Madre, como ha sido constatado en algunos santuarios neolíticos franceses, posteriormente ocupados por la cultura celta. A ésta, podrían hacer referencia las características solares que sobresalen en algunos de los elementos que conforman la iconografía de la portada, consistente, principalmente, en motivos vegetales, con flores de cuatro y de seis pétalos, enredaderas, cruces florales insertas en círculos, de probable recuerdo visigodo y donde no falta, entre otros motivos, de características diamantinas, la presencia de una curiosa cara.
En definitiva, una curiosa portada, cuyos antecedentes podríamos situar, cuando menos, en el siglo XII, y cuyos elementos tampoco son ajenos a muchos de los que podemos encontrar en el mencionado y cercano monasterio de Santa María de Carracedo.

martes, 14 de agosto de 2012

Románico de León


Durante el pasado mes de enero, tuve la oportunidad, no sólo de conocer, en parte, una región tremendamente pinturesca e inolvidable, como es el Bierzo leonés, sino también de recorrer uno de los ramales más importantes del denominado Camino de Santiago o Camino de las Estrellas y palpar, siquiera de una manera aproximada, esa genuina mezcla de aventura, historia, tradición, misterio, mitología y Arte que encierra ese gigantesco atanor natural, en el que se dieron cita -diríase que como atraídos por un irresistible imán- cátaros, priscilianistas, templarios, peregrinos y gremios compañeriles, entre otros, añadiendo aún más, si cabe, carácter a la región.
Es cierto que me faltó mucho por ver. Posiblemente lo más reseñable o impactante, pensarán algunos -no olvidemos, que por desgracia, incluso para el Arte se editan guías con estrellas similares a las de Michelín y en muchas ocasiones, se valora tan sólo lo macrocósmico monumental y despampanante, desdeñándose el resto- echando en falta monumentos histórico-artísticos de la talla de San Isidoro de León, San Miguel de Escalada o Peñalba de Santiago.
Tal vez el viaje en el que me propongo embarcarles en las próximas entradas, no sea tan espectacular, pero no por ello, piensen que carece de interés. En su conjunto y aún también -por qué no decirlo- en sus carencias, no deja de tener, en el fondo, esa venerable dosis de simbolismo y misterio que hacen de su historia un pequeño desafío a la imaginación.
Y un dato importante: el peregrino que recalaba en ellos durante su viaje hacia la tumba del Apóstol, e incluso algunos más allá, hacia el fin del cámino céltico en el Finis Terrae, leía y aprendía en ellos, como en un libro abierto.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Una iglesia legendaria: Santa Eulalia de Abamia



'No se puede desligar Abamia de Covadonga en el hecho histórico del principio de la reconquista; es el mismo pedazo de terreno donde empezó la lucha que tuvo fin en 1492 ante los muros de Granada. La que llamaron las crónicas romanceadas, Belapmio; la Albendense, Abelamio; el prelado de Salamanca, Belamio; el Padre Mariana, Velaniense; Morales, Pamia; y el jesuita Carballo, Velamio y hoy Abamia, nombre metamorfoseado en el suceder de los tiempos, corrompido por el pueblo o modificado por inhábiles copistas, ha sido fortaleza antes de la monarquía asturiana; mansión real y sepultura de D. Pelayo; monasterio de monjes benedictinos en el año 737, según testifica el P. Yepes y cárcel en 702 de Alfonso II el Casto, destronado por los magnates y restituido al trono por fieles vasallos, acontecimiento que sirviera a nuestro poeta Zorrilla para acción dramática de una de sus literarias joyas...' (1).

Como en el caso de la iglesia de Santa María de Villaverde, las restauraciones llevadas a cabo en este templo de Santa Eulalia de Abamia, demuestran -es una opinión personal, desde luego- la absoluta falta de sensibilidad con la que a veces se acometen los proyectos de conservación y cuidado de unos edificios que deberían ser tratados con auténtico celo, pues conforman no sólo piezas insustituíbles de nuestra Historia, sino también un auténtico legado cultural y patrimonial de primer orden. En realidad, este viene a ser un sentimiento compartido por algunos de los vecinos de Corao -sobre todo, los más longevos-, dolientes con un resultado que ha privado de buena parte de su primigenio encanto a un templo que, aún a pesar de todo, tiene muchas cosas que contar. Si consideramos que no tiene desperdicio el párrafo de León de Enol que sirve como introducción a la presente entrada -al menos, históricamente hablando, pues resume las principales circunstancias históricas del lugar- imaginemos cuál no sería su estupefacción, si ciento un años después de terminar su artículo para El Auseva preguntándose si no sería factible el destinar un puñado de pesetas para conservarla, supiera que para la restauración llevada a cabo en el año 2005, se contó con un presupuesto de cien mil euros; o lo que es lo mismo, con cerca de diecisiete millones de esas antiguas e inolvidables pesetas. Dicho queda, para la opinión de amigos y visitantes.
El lugar, no cabe duda, ya era especialmente sagrado milenios antes del nacimiento de Tarik y un destino de conquistador implacable, que habría de convertir a Covadonga y su entorno, una vez más (2), en un foco inalterable de resistencia contra el invasor. Lo demuestra, aunque actualmente no quede ni rastro, la constancia de al menos tres dólmenes -visibles, siquiera en parte, a finales del siglo XIX, cuando Roberto Frassinelli pateaba esas montañas en busca de una historia perdida, y principios del siglo XX, cuando León de Enol publicaba sus artículos en El Auseva- que se localizaban en las inmediaciones de la iglesia. Ésta, tendríamos que situarla, geográficamente hablando, aproximadamente a un kilómetro de Corao, en un alto, sin duda estratégico, como así le pareció y donde encontró refugio, el primer rey de la monarquía asturiana: Don Pelayo. De hecho, durante siglos reposaron aquí sus restos mortales, así como los de su esposa Gaudiosa, hasta ser trasladados a la basílica de Covadonga. Una basílica, que fue proyectada por Roberto Frassinelli, el alemán de Corao, cuyos restos mortales primero recibieron sepultura en un nicho del pequeño cementerio que se levanta a escasos metros de la iglesia, y posteriormente fueron trasladados también a ésta. Se reconoce la tumba de Don Pelayo, según dicen, por una espada grabada en la losa sepulcral, similar, en esencia, a otras muchas sepulturas anónimas repartidas por diferentes lugares de la Península, siendo un ejemplo cercano, la que se puede contemplar en el claustro del monasterio cisterciense de Santa María de Valdedios.


Cerrada a cal y canto, del interior se sabe que aún conserva restos de pinturas en su ábside, aunque ignoro si éstas fueron retocadas cuando se llevaron a cabo las obras de reforma. De su remota antigüedad, ofrece testimonio un pequeño ventanal, de características netamente prerrománicas, que se localiza en el lado este. Apenas quedan canecillos de aquéllos rostros y tarascas mencionados por León de Enol -recordemos, pseudónimo de Elías José Con y Tres-, a excepción de una cabeza monstruosa, que se puede vislumbrar en el lado sur. Por debajo, en el pórtico de acceso, hemos de centrar nuestra atención en esa historia escatológica que, mezclando elementos de diversa índole y condición, ofrece, a grosso modo, una panorámica elemental del Juicio Final, en la que premio y castigo constituyen un mensaje que se cierne como un terrible aviso para los fieles. Unos fieles, conviene especificar, rehacios a abandonar sus antiguas creencias y tradiciones. Parte de éstas, se localizan en el conjunto artístico, donde volvemos a encontrarnos con la inquietante presencia del Cuélebre, localizado en el lado izquierdo, curiosamente aquél que muestra la resurrección de los muertos. Cercano al lado derecho, donde entre los tormentos reservados a los pecadores, se observa una graciosa representación de lo que ha quedado consignado en la tradición oral de los pueblos como las calderas de Pedro Botero, dos elementos de claras reminiscencias paganas, llaman poderosamente la atención: dos jabalíes afrontados surgiendo de la hojarasca. Ésta, y toda su carga simbólica precristiana, se advierte, así mismo, en otro capitel, de similares características, en el que la hojarasca surge de la boca de uno de esos curiosos y a la vez inquietantes personajes, afines no sólo a un arte como el románico, sino también al gótico y posterior, conocidos como hombres verdes.
No obstante, la representación que ha calado más hondo en la tradición popular, es esa extraordinaria visión de un demonio arrastrando por los pelos a un condenado. Un condenado, que el vulgo, fiel a su memoria ancestral, identifica con Don Oppas, el obispo traidor.
Abamia y su nostálgico encanto. Un encanto mítico, misterioso y ancestral, cuya clave quizá resida, después de todo, en que levanta en un montículo; este montículo es artificial, como el de la capilla de Santa Cruz de Cangas. Y nosotros suponemos que la iglesia de Abamia está construida sobre un dolmen, como la capilla de Santa Cruz...(3)
Pero, después de todo, quizás la realidad actual de Santa Eulalia de Abamia, no sea otra que la reflejada en estos versos de Enrique Gracia Trinidad:

'...junto al templo de Abamia donde el tiempo
deja de ser feliz para ser nada;
donde las lagartijas atesoran
el sol en escondrijos milenarios,
donde el valle se dobla de nostalgia
recordando batallas y conjuros...'.(4)  


(1) León de Enol (seudónimo de Elías José Con y Tres), 'Abamia en ruinas. El primitivo sepulcro de Pelayo', en El Auseva, Cangas de Onís, 31 de diciembre de 1904, año XIV, núm. 718.
(2) Anteriormente, ya lo había sido contra Roma, en las denominadas guerras cántabro-astures. Ésta zona en concreto, que comprende el actual concejo de Cangas de Onís, según la opinión generalizada de los historiadores -al menos, los de la época en la que León de Enol escribió su artículo- pertenecía a Cantabria; en concreto, a una de las tribus cántabras más occidentales: aquélla denominada Cóncana.
(3) Constantino Cabal: 'El escenario de la Reconquista: Abamia', artículo publicado en la Revista Asturias, La Habana (Cuba), año II, núm. 58, de 5 de septiembre de 1915.
(4) Enrique García Trinidad: 'A la sombra del tejo de Abamia', Madrid, Visor Libros, 2005, página 30.

jueves, 2 de agosto de 2012

Villaverde: iglesia de Santa María



'Obsesión machadiana: se hace camino al andar. Así viajaban los caballeros andantes y los monjes giróvagos, depositarios -en los siglos mostrencos- del way of life de los druidas. Es la aventura por la aventura: una fabulosa concepción existencial que ya casi nadie alcanza a comprender'. (1)

Luis Díez Tejón, en su guía Prerrománico y románico asturiano (2), describía ésta curiosa iglesia de Villaverde, como otro templo rural en estado de abandono. Obviamente, en la actualidad, tal descripción queda por completo obsoleta, aunque bien es cierto que la restauración llevada a cabo entre el año 2008 -fecha de la publicación de la citada guía, en su tercera edición- y ese no lejano mes de abril de 2012 -fecha en la que, en honor a la verdad, me tropecé con ella de regreso de una excursión por Llanes y San Julián de Viñón- la restan buena parte de ese encanto, ciertamente romántico, con el que el tiempo dota de pátina a las piedras y de canas a los hombres, haciéndoles -dicen- más interesantes.
También conocida como de Santiago, se la localiza fácilmente asentada en un promontorio que se levanta al pie mismo de la carretera AS114, que comunica Cangas de Onís con Panes y con esa imponente cadena montañosa conocida como los Picos de Europa. Conviene tomar nota de esta carretera, pues en ella se localizan lugares interesantes, como Corao -pueblo donde fijó su residencia el enigmático Roberto Frassinelli, más conocido como el alemán de Corao y donde se asienta, así mismo, otro de los templos más emblemáticos de la zona, como es la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, lugar donde la tradición afirma que fueron enterrados Don Pelayo y su esposa Gaudiosa-, o La Estrada, a cuyo pie de carretera, también, se encuentra una auténtica curiosidad, única superviviente de su especie en el Principado -si hemos de creer el cartel informativo que se localiza al lado-, como es el denominado Santuarín o Capilla de las Ánimas, receptora de varias tenebrosas y sobrenaturales leyendas, en las que interviene un fabuloso animal de la rica mitología céltico-astur, muy presente, todo sea dicho, en el románico de la zona: el temible Cuélebre. Incluso, apurando, puede que también encontremos interesante una subida al pequeño pueblito de Teleña, cuyo nombre recuerda al Teleno, el monte sagrado por excelencia de la vecina provincia de León donde, aparte de una pequeña y curiosa ermita rural y algún interesante escudo nobiliario -en el que, entre otros interesantes interesantes elementos, volvemos a encontrarnos la figura del caldero, que recuerda la tradición griálica celta, en la forma del famoso Caldero de Dagda, capaz de resucitar a los muertos-, obtendremos unas impresionantes panorámicas, no sólo del entorno, sino también de los mencionados Picos de Europa, receptores, no cabe duda, de numerosos e interesantes atractivos.
Catalogada por los expertos, entre los siglos XII y XIII, excavaciones arqueológicas realizadas en el año 2002, descubrieron que la iglesia se asienta sobre los cimientos de un antiguo templo romano. En realidad, este detalle no debía de sorprendernos en exceso -San Vicente de Serrapio, por ejemplo, se asienta, también, sobre lo que fue un antiguo templo dedicado a Júpiter- si tenemos en cuenta que en la región se registraron auténticos episodios épicos, en las denominadas guerras cántabras contra el invasor romano, cuyo desarrollo costó a éstos numerosas pérdidas humanas, tal y como demostraban las abundantes lápidas funerarias encontradas -sobre todo, en el cercano pueblo de Corao- de las que apenas queda rastro hoy en día.
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De planta rectangular y ábside cuadrado, la iglesia de Santa María de Villaverde, es también conocida, como aventuraba al principio, como de Santiago. Esto se debe, en parte, a que entre las pinturas -datadas en el siglo XVIII, sobre las que no cabría descartar, pues no sería el único caso (3), que se sobrepintaran sobre originales románicos o góticos- se observa, en el lado derecho del ábside, la figura de un caballero que se ha querido identificar con el Apóstol. También, por en efecto, existió, en tiempos, una capilla en el muro testero, bajo la advocación de Santiago Matamoros. De hecho, la fiesta más señalada es, precisamente, la que se celebra el 25 de julio, día del Apóstol Santiago.
Al lado contrario, las pinturas todavía muestran un Calvario, con figuras al pie de la cruz, que bien pudieran corresponder, siguiendo la tradición, con los personajes de la Virgen y San Juan Evangelista.
Dignos de mención, así mismo, resultan los capiteles absidiales, que muestran motivos animales y vegetales.

(1): Fernando Sánchez-Dragó: 'Gárgoris y Habidis: una historia mágica de España', Edición Círculo de Lectores, 1983, Tomo I, página 327.
(2) Luis Díez Tejón: 'Prerrománico y románico en Asturias', Ediciones Lancia, S.A., Tercera Edición, 2008, página 76.
(3) Un buen ejemplo, lo tenemos en las pinturas de San Vicente de Serrapio, en el concejo de Aller.


jueves, 19 de julio de 2012

Una joya del románico asturiano: el monasterio de San Pedro, en Villanueva de Cangas



'En la catedral de Asturias, los mitos son adornos de sus fuentes, de sus sendas, de sus bosques... Y no obstan a la oración que se levanta en ellos, asombrada como si fuera una alondra' (1).

Imprescindible se hace, al menos para todo aquél que desee contemplar una de las mayores joyas románicas del Principado de Asturias, una visita a la cercana población de Villanueva de Cangas, donde aún se conserva, en relativo buen estado, la iglesia de lo que en tiempos fuera uno de los monasterios más importantes de los noventa o más (2), que se levantaron en suelo astur: el de San Pedro.
Hemos de situar Villanueva, a escasos dos, a lo sumo tres kilómetros de distancia de la regia Cangas de Onís; y como ésta, su fértil tierra se abastece de las primordiales bendiciones del mítico Sella. De hecho, se accede al lugar, atravesando un puente -desgraciadamente moderno- que comunica las dos orillas. Hoy día reconvertido en el Parador Nacional de Cangas, los orígenes de este monasterio han de situarse, cuando menos, en las primeras décadas de la Reconquista, atribuyéndose su fundación al rey Alfonso I el Católico y a su esposa Ermesinda. No obstante, la primera referencia escrita -y por tanto, considerada como documento- nos la ofrece una teja que encontró el párroco José Díaz Caneja, en la que figura una inscripción con el año de 1223, y el nombre del abad de entonces: un tal Rodericus o Rodrigo. No deja de ser curioso que, allá por el año 1075, cuando el rey Alfonso VII ordena abrir el Arca con las Santas Reliquias traídas por Santo Toribio de Jerusalén y que su antecesor, el rey Alfonso II el Casto mandó trasladar desde el Monsacro, lugar donde fueron escondidas para salvarguardarlas de los sarracenos hasta la catedral de San Salvador de Oviedo, estuviera presente -aparte de nuestro Rodericus Campeador- otro Rodericus, de apellido Sebastianiz, frater de no se sabe a ciencia cierta qué misteriosa orden, aunque algunos abogan por el Temple.
Curioso, así mismo, cuando no chocante, resulta el detalle de que la tradición popular no haga referencia de Alfonso I el Católico, y todos vean, en el que quizás sea el capitel más conocido -el de la despedida del caballero- la representación de un rey muy recordado en el Principado. Aquél que, siendo hijo de Don Pelayo, fue muerto por un oso: Fafila o Favila. Hemos de llamar la atención, precisamente sobre este capitel, pues es mucho lo que se ha especulado acerca de él. Destacan, en primer lugar, siendo dignos de mención, la belleza de su labra y su excelente estado de conservación. También podría considerarse como única, la escena del beso entre el caballero y su dama. Interpretado, generalmente, como una partida de cetrería, por el halcón que acompaña al caballero -recordemos al Horus egipcio, así como la función ctónica del ave-, en un sentido más simbólico y profundo, podría entreverse, sin embargo, la inclusión de elementos suficientes como para estudiar la posibilidad de hallarnos ante uno de los denominados caballeros del Apocalipsis o caballero Cygnatus, de la mitología celta, representativo del cambio o revelación; un portavoz, a grosso modo, que anuncia el fin de un ciclo y el comienzo de otro nuevo: el fin de la Antigua Religión y el comienzo de una religión nueva, basada en los principios del Cristianismo emergente. Si bien es cierto, que generalmente uno de los detalles que permite identificar como apocalíptico al caballero en cuestión -a semejanza del tradicional San Miguel- sea la presencia de un monstruo o demonio bajo los cascos del caballo, este elemento, en el caso del capitel que nos ocupa, se localiza en la continuación del capitel, donde se advierte esa terrible sierpe o dragón, que entronca directamente con la mitología propia del lugar, de carácter céltico, en la figura del terrible Cuélebre.

Las aves, figuras siempre presentes en la iconografía románica, se acompañan, en el capitel que continúa la serie, de un símbolo presente en los arquetipos anímicos de la humanidad desde el alba de los tiempos: la espiral. Pero si la iconografía que conforma el mensario simbólico del pórtico de acceso al templo nos parece rica y sorprendente, es en el interior de éste donde nuestra sorpresa aumenta, al comprobar la variedad simbólica de los capiteles anexos al ábside y a las capillas de la Epístola y del Evangelio, donde el Magister Muri nos reta a una interpretación posiblemente más profunda que esa, en apariencia sencilla definición de vicios y virtudes y en su mezcla de elementos paganos, quizás nos induzca a mirar atrás y recordar ese cambio ya anunciado por el caballero apocalíptico del pórtico de entrada.
La excelente calidad de su labra, donde se perfila que el anónimo cantero cuidó hasta el mínimo detalle -lo cual es fácil de comprobar, por ejemplo, en ese extraordinario capitel que muestra la figura de un mono devorando una piña- recuerda aquéllos otros que se localizan en el interior del templo de Santa María, en Villanueva de Teverga, e incluso, depurando estrictamente el sentido calidad-mensaje, los de San Vicente de Serrapio, en el concejo de Aller. Aquí también, en este monasterio de San Pedro, como en Santa María de Villanueva, en Teverga, la presencia de aves, como la oca, nos recuerda -aparte de su función custodia- que estamos inmersos en ese imaginario tablero iniciático que en el fondo es el Camino de las Estrellas; un camino, que conduce al Campus Stelae y aún más allá, al misterioso Finis Terrae, donde finalizaba el primitivo camino celta.
Por otra parte, y a diferencia de esas serpientes que se nutren de unos pechos femeninos, representativos, generalmente, de la Gran Diosa Madre o Madre Tierra, las serpientes que brotan de la boca de una cabeza monstruosa, sí pueden ser un claro indicio relacionado con el pecado de la lujuria. Otros capiteles, hacen referencia a escenas cotidianas, incluida aquélla de la caza del jabalí, donde aparte de éste, también aparecen animales notablemente simbólicos y de carácter sagrado, como son el toro o la vaca.
Externamente, merece especial mención el interesante simbolismo subyacente en las soberbias filas de canecillos y metopas que se distribuyen en el ábside y los absidiolos -por su rareza, cabe destacar aquél elemento desconcertante que semeja la rueda de un tractor- incluidos los de carácter erótico, e incluso aquel que representa la cabeza de un dragón echando fuego por sus fauces, de idéntica factura al que se localiza entre los canecillos del pórtico de entrada a la iglesia de San Esteban de Sograndio, situada en las cercanías de Oviedo. También sería conveniente echar un atento vistazo a los sillares, donde se pueden apreciar, así mismo, numerosas y no menos interesantes, marcas de cantería.
En definitiva, podemos considerar a este monasterio de San Pedro, no sólo como un soberbio ejemplo de románico asturiano de calidad, sino también como un lugar extraordinario, en el que evadirse y dejar el tiempo correr, sumergiéndonos sin prisa en la exorbitante cantidad de detalles que contiene.

(1) Constantino Cabal: 'La mitología asturiana: los Dioses de la Muerte', edición facsímil de la Editorial Maxtor, 2008, página 15.
(2) Dato proporcionado por Don Félix de Aramburu y Zuloaga, en su obra 'Monografía de Asturias, Biblioteca Histórica Asturiana, Silveria Cañada Editor, 1ª edición, agosto de 1989, quien en el Capítulo III, página 141 se hace eco del dato, recogiéndolo de la Crónica de San Benito, del Padre Yepes.

viernes, 13 de julio de 2012

Cangas de Onís: puente medieval e iglesia de la Santa Cruz



'Primeramente el Rey Don Pelayo de gloriosa memoria, el qual está sepultado en la Villa de Cangas de Onís en la iglesia de Santa Eulalia de Bamia, como consta de un libro muy antiguo, que está en la Iglesia de Oviedo, que se titula "Ytacio", y de la Coronica General de España.
Ytem: el Rey Don Favila, su hijo, está sepultado también en Cangas de Onís en la Iglesia de Santa Cruz, que él mismo fundó, como consta del dicho libro, y de la Coronica General de España...' (1).

Más que por su románico, o mejor dicho, por lo poco que ha sobrevivido de él, la hermosa villa asturiana de Cangas de Onís, sea más popularmente conocida por la fuerza de sus leyendas y tradiciones, indivisiblemente unidas a la historia general del Reino de Asturias, así como también por ese celebérrimo descenso del Sella -que congrega todos los veranos a miles de visitantes- acontecimiento lúdico-deportivo, conocido como la fiesta de les piraües. Pero a la vez en Cangas, situada en la confluencia de dos ríos míticos, como son el Sella y el Bueña o Güeña, confluyen varios universos antagónicos, que ofrecen al visitante una vistosa perspectiva bajo la cual se resume una parte importante, en sus estratos temporales, de la íntima idiosincrasia común a toda la región astur.
Bajo esta perspectiva. no hemos, sino de maravillarnos frente a esa visión multicultural que confronta elementos artísticos y antropológicos de diversa época, índole y consideración. El puente medieval -que cumple, con su forma de lomo de asno, los requisitos en cierto modo iniciáticos afines a los grandes pontífices que dejaron huella de su maestría a todo lo largo y ancho del camino jacobeo- y los restos de las antiguas murallas, contrastan, qué duda cabe, con elementos de ancestral tradición, como los hórreos, los palacetes de los indianos -en el bable provinciano, también llamados americanus del pote- que también tienen su monumento en la figura del paisanu que con lo puesto y una maletilla de cartón piedra en la mano, abandona la tierrina para paliar su fame (2) y buscar fortuna en otro país, enfrente de unos pisos de moderna creación, cuya forma de colmena desdibuja los tradicionales moldes de construcción.
Posiblemente, de todas estas consideraciones, el mejor testimonio lo encontremos en la pequeña iglesia de la Santa Cruz, ya que, tanto el edificio como el pequeño montículo sobre el que se levanta, constituyen el mejor ejemplo de historia estratificada, en cuyo conjunto se mezclan, indisolublemente, piezas originales y elementos ajenos utilizados en posteriores reconstrucciones.
Tradicionalmente, se atribuye su edificación al rey Favila o Fafila, hijo de Don Pelayo, que pretendía dar culto a esa Cruz de la Victoria que había utilizado su padre durante la batalla de Covadonga. Esto se ve confirmado -al menos, teóricamente- por la inscripción fundacional, que tiene por fecha el 27 de octubre de 737. Inscripción que, como el resto de sillares que conforman actualmente la estructura de la iglesia, no es original (3). De la iglesia original mandada levantar por el rey Favila -aquél que se recuerda en todo el Principado por su muerte a manos de un animal tremendamente simbólico, como es el oso- tan sólo se conserva un pequeño sillar, en el que se aprecia, inmersa en un círculo, una flor de cinco hojas, a la que popularmente se conoce como flor del agua. Este motivo, simbólicamente hablando, no deja de ser interesante, pues está íntimamente relacionado con los viejos mitos de origen celta, y a través de ellos, también como vehículo tradicional que se localiza junto a las míticas xanas y los encantamientos de la mágica mañana de San Juan. 


La iglesia, se levanta sobre un elemento precristiano de al menos 4000 años de antigüedad: un dolmen, que todavía se puede contemplar, y que ha sobrevivido a numerosos contratiempos, siendo, quizás, el más deplorable de ellos, la voladura de la iglesia durante los terribles acontecimientos de 1936. La que se observa en la actualidad, fue reconstruída en 1943. Durante mucho tiempo, se pensó que junto al dolmen, existía una cueva en la que reposaban los restos del rey Favila. Tal era la creencia de las gentes en su veracidad que, aplicando la misma fórmula que en el Monsacro con el pozo de Santo Toribio -donde según la tradición, se guardó el arca con las reliquias que éste trajo de Tierra Santa, poniéndolas a salvo de la rapiña sarracena- la gente recogía puñados de tierra, a la que atribuían propiedades curativas. Lo cierto es que, aunque hubo varias exploraciones, en ninguna de ellas se encontró vestigio de la cueva, ni tampoco restos humanos cuya datación hubiera, en cierto modo, confirmado la creencia popular. Esta carencia de restos -exceptuando algunos utensilios, como hachas de piedra, a las que popularmente se conocía como piedras del rayo- opinan los arqueólogos que está motivada por los sucesivos desbordamientos del cercano Sella. Explicación que, a modo particular, no termina de convencerme y que aviva en parte la polémica sobre el verdadero uso y función de estos auténticos templos megalíticos. Sí considero interesante, no obstante, el hallazgo de pinturas y otros extraños e indescifrables signos descubiertos en las piedras que conforman tan extraordinaria construcción. Entre las pinturas -apenas se observan en la actualidad a través de la abertura ovalada que se levanta encima del dolmen y que sirve de planta a la pequeña capilla- destacan aquellas cuyos motivos, lineales y en forma de dientes de sierra, algunos investigadores (4) relacionan con la Gran Diosa Madre. A este respecto, quizás resulte interesante añadir parte de los comentarios reseñados por Félix de Aramburu y Zuloaga (5), en relación a una de las primeras exploraciones del lugar, realizada por Rada en el siglo XIX: 'Una circunstancia notabilísima, tenemos que notar, pues acaso dé motivo a nuevas investigaciones, que pudieran ser de gran interés para la ciencia. La cara interior de la primera piedra lateral derecha, estaba labrada...y aquellas labores, en verdad extrañas, sacadas en relieve, se conocía claramente que estaban hechas con armas de piedra'.
Por último, queda reseñar una curiosidad añadida a esta reconstrucción de 1943; y se refiere a la labra de las columnas que sustentan el tejadillo o porche de acceso al templo: junto a la cruz, se evidencian otros dos símbolos relacionados con las corrientes célticas y árabes que, de una u otra manera, tuvieron tanto que ver en la historia del Reino de Asturias. Estos son, el célebre Cuélebre (6) -que aún persiste en lo más profundo de las tradiciones populares y que equivaldría a la bestia o terrible dragón, que hacen de San Miguel y San Jorge los héroes por antonomasia de la tradición cristiana- y por supuesto, la media luna.

(1) Tirso de Avilés: 'Armas y linajes de Asturias y antigüedades del Principado', Grupo Editorial Asturiano (GEA), Edición conmemorativa IV Centenario de la muerte del Autor (1599), Oviedo, 1999, página 191.
(2) Hambre.
(3) La inscripción fundacional original, se conserva o se conservaba, en el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid.
(4) Petra van Cronenburg: 'El misterio del monte de Odilia', Grupo Editorial Ceac, S.A., 2000.
(5) Félix de Aramburu y Zuloaga: 'Monografía de Asturias', Biblioteca Histórica Asturiana, Silverio Cañada Editor, 1ª edición, agosto de 1989, páginas 52-53.
(6) A este respecto, quizás sea conveniente reseñar que la figura de este terrorífico ser, aún mantiene parte de su fuerza ancestral en lugares cercanas a Cangas de Onís, cuyo mejor ejemplo, lo tenemos en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, en Corao.