miércoles, 16 de diciembre de 2015

Feliz Navidad


Creo que el Románico era un Arte que utilizaba, como principal medio de expresión, el Lenguaje del Alma. Desde esa perspectiva arquetípica, creo también que ha llegado el momento de disfrutar del asueto propio de las fechas navideñas en las que cada vez estamos más inmersos y seguir cumpliendo, un año más, con esa tradición que, si bien no se puede considerar como románica, sí al menos se le emparenta, cuando hablando, así mismo, con el Lenguaje del Alma, se desea no sólo unas felices fiestas, sino también la mejor de las suertes del mundo para el nuevo año que llama a la puerta. Tal vez, como dice uno de esos populares villancicos, Románica se marche y no vuelva más. O quizás sí regrese, allá, por ese previsible y gélido mes de enero que espera impaciente a la vuelta de la esquina y cumpla, durante otro año, esa función completamente desinteresada y nada amiga de partidismos, de mostrar esas maravillas artístico-culturales que a todos nos aguardan, cualquiera que sea el camino que elijamos. Sea como sea, poco más se puede añadir: dicho esto, tan sólo me resta desearos una Feliz Navidad –o un Feliz Solsticio- y que, si la suerte nos da la espalda, que al menos la salud permanezca fiel a nuestro lado en este nuevo año 2016.


lunes, 30 de noviembre de 2015

El Monasterio de Santa María de Acibeiro


Galicia es tierra de monasterios, y a la vez, tierra de grandes y fascinantes misterios. El Monasterio de Santa María de Acibeiro, si bien es cierto que ya no es lo que fue, conserva, no obstante, en la iglesia sobreviviente, un halo de misterio y oscuridad, que se remonta a aquellos primeros años del nebuloso siglo XII en los que, a juzgar por una de las varias inscripciones que se localizan en sus sillares, un grupo de monjes, se supone que benedictinos –significativamente doce, como doce y uno más eran las compañías de monjes irlandeses que se desplazaban para asentarse y dedicarse a su labor evangelizadora-, se instaló en el lugar. La mencionada inscripción, ofrece una fecha en particular: el año 1135. En base a ciertas informaciones contenidas en los archivos cistercienses, se sabe, también, que Acibeiro fue, si no la última, sí al menos una de las últimas asimilaciones del Císter, a cuya administración pasó en el año 1225. Como todos los establecimientos de su género y época, Santa María de Acibeiro contó con periodos de grandeza y esplendor; y desde luego, así mismo, como todos los monasterios hispanos, también conoció otros instantes más tristes de decadencia: sit transit gloria mundi. En la actualidad, totalmente rehabilitado, y dentro del programa de Pousadas de Compostela –no sólo antiguos monasterios, sino también otro tipo de edificios históricos, como pazos-, ha quedado reconvertido en hotel. Si bien es cierto, además, que conserva uno de los claustros, también lo es, que éste, por desgracia, no tiene nada del románico original del siglo XII –quizás, algún pequeño, pequeñísimo resto reutilizado en uno de los pórticos de acceso- y sí parece una austera y cuadrada construcción de los siglos XVII-XVIII. Tampoco la iglesia conserva su portada románica original, aunque sí una pequeña portada, de dicho periodo, situada en el lado sur, justo en la zona destinada a cementerio. En sus arquerías, se pueden vislumbrar un ajedrezado del famoso tipo denominado como jaqués; hermosos motivos florales, en el central, cuyos modelos varían en tipo y número de pétalos, siendo reseñables los números 4, 5, 6 y 8; el primer arco, o arco principal, muestra un curioso motivo, semejante a las hebillas de los cintos medievales, que en el fondo, podría aludir a un sentido de unión.

Más interesante, el ábside o cabecera nos muestra, todos con refuerzo, uno principal y dos más pequeños. Destaca la forma poligonal del ábside principal; una forma no demasiado extendida en aquélla zona y época, a juicio de los expertos, de la que se sabe, sin embargo, que era utilizada, entre otros, por el Maestro Esteban, artífice de origen desconocido, que colaboró, cuando menos, en dos importantes catedrales del Camino Jacobeo: la de Santiago de Compostela y la de Pamplona. El ábside central, además, muestra cinco ventanales ciegos, siendo austera y eminentemente foliáceos –a excepción de dos de ellos, que muestran aves y leones-, los motivos de sus capiteles. Por el contrario, y esto sí que puede considerarse como una curiosidad, los ábsides laterales muestran un ventanal liso, y otro más pequeño y con forma redonda o de óculo, por encima. Los canecillos, apenas presentan labra, reduciéndose ésta a unos pocos que muestran lo que parece un árbol de la vida, una figura antropomorfa y algún vegetal. Las metopas de los ábsides menores, muestran interesantes motivos crucíferos.

Como último, reseñar que entre los motivos del cruceiro que se localiza delante del monasterio, se muestra una Verónica.


lunes, 16 de noviembre de 2015

Campo Lameiro: iglesia de San Miguel


Enclavada en lo más alto del pueblo y cumpliendo en la actualidad las funciones de iglesia-cementerial, el templo de San Miguel, situado en la bonita localidad pontevedresa de Campo Lameiro, todavía conserva interesantes vestigios de su primitiva fábrica románica, cuyos antecedentes habría que remontar, según opinión generalizada, a mediados del siglo XII. Es cierto, también, que dichos antecedentes apenas se reducen, en la actualidad, al ábside o cabecera y parte de la nave, quedando el resto del conjunto sometido a las diferentes actuaciones sujetas a los gustos y estilos de siglos posteriores que, no cabe duda, desmerecen un recinto que debió de ser, aun reduciendo las posibilidades al ámbito de su pequeño microcosmos, monumental. Dejaremos, pues, de lado estos detalles –aunque la figura plateresca de San Miguel sometiendo a la Serpiente o al Diablo, no deje de tener, no obstante, sus antecedentes en las antiguas mitologías, como por ejemplo la célebre lucha entre Apolo y la serpiente Pitón en la délfica entrada al Inframundo- que afectan, sobre todo, a la zona oeste, donde estaba situada una portada principal que, a juzgar por la labra de los canecillos sobrevivientes en el ábside, podría habernos ofrecido sorprendentes revelaciones en sus detalles. Entre las numerosas especulaciones que se pueden realizar sobre este templo y la zona en la que se levanta, no sería gratuito advertir que su situación no es en modo alguno casual, sino que responde a la cristianización de unos lugares donde se advierte una fuerte presencia de cultos anteriores, pues a menos de dos kilómetros, se localiza uno de los mayores yacimientos de petroglifos, no sólo de Pontevedra, sino también de Galicia, que lleva, así mismo, por nombre Campo Lameiro, y cuya visita se recomienda, puesto que enclave y contenido –parque temático aparte-, bien lo merecen.

Centrando la especulación, en esos mencionados detalles que sobreviven en el ábside o cabecera, llama la atención, en el pequeño ventanal central, el diseño lobulado de la parte superior de éste, que recuerda, al menos comparativamente hablando, los diseños de un anónimo maestro, que dejó su impronta personal en los tímpanos de algunos templos repartidos por las comunidades gallegas, con el añadido de un curioso jinete a lomos de un león, cuyo simbolismo posiblemente vaya mucho más allá de la famosa historia del mítico Sansón y nos haga pensar en otro tipo de mensaje. A tal respecto, conviene saber que uno de estos tímpanos, se localiza, casualmente y de ahí la sugerencia, aproximadamente a treinta o cuarenta kilómetros de distancia de Campo Lameiro, en la también muy reformada iglesia de Santiago, dentro ya de las márgenes de un concejo, el de Silleda, que guarda numerosos lugares de interés. Interesantes, por otra parte, son los motivos de los canecillos, entre los que se pueden apreciar alusiones a la música –músico y contorsionista, que pueden muy bien aludir a la importancia y evolución de este arte en el Camino, desde los primeros salmos de alabanza que entonaban los peregrinos, hasta las canciones subidas de tono, que conforman otro aspecto antropológico digno de tenerse en cuenta-, motivos animales –entre los que no falta, la sempiterna y determinante figura del bóvido-, algún motivo geométrico, y naturalmente, la presencia de elementos vegetales y foliáceos tan abundantes y característicos en este tipo de arte. No menos interesantes, aunque sí más afectadas, por desgracia, por el tiempo y la erosión, las metopas presentan, principalmente, alusiones de carácter solar, con excepción de una, particularmente, en la que se aprecia un personaje que parece salir de la piedra, frente a cuya visión es difícil no preguntarse, entre otras muchas especulaciones, esos conceptos primitivos a los que aludía Eliade en su obra Herreros y alquimistas, donde la piedra era considerada como un ser vivo, comparando los minerales como embriones de esa pedra genitrix o matrix mundi primordial, clara alusión, por otra parte, a la Gran Diosa o Diosa Madre. Interesantes son, así mismo, y finalizo con la misma fuente, las leyendas y tradiciones de la Europa oriental, relativas al Cristo que nace de la piedra.

Añadir, por último, un símbolo de reconocimiento que se localiza en el cruceiro –probablemente de los siglos XVII ó XVIII-, en el centro de cuyo eje vertical una solitaria figura de San Roque, vestido de peregrino, nos recuerda la señal de los iniciados, indicándonos con el dedo la herida en su muslo derecho.


martes, 3 de noviembre de 2015

San Pedro de Angoares


Localidad situada entre Mondariz y Ponteareas, Angoares conserva uno de los templos más interesantes e incluso exóticos –como ha llegado a denominarlo algún autor-, del románico de Galicia: el de San Pedro. Situado a escasos metros del cementerio municipal, se sabe que el templo de San Pedro de Angoares tuvo carácter monasterial, al menos hasta mediados del siglo XV, detalle por el que también es conocido como Mosteiro. La tilde de exótico, que se comentaba al principio, le viene dada, porque, independientemente de las numerosas reformas y añadidos que se han ido produciendo a lo largo del tiempo, conserva un detalle, que le hace único en su género, cuando menos en Galicia: la combinación de la planta en forma de cruz y el ábside cuadrado, más típico, probablemente, de construcciones de índole prerrománico y visigodo. Si bien se ha perdido la portada principal, que como muchas otras construcciones, estaba orientada hacia el oeste, siguiente la trayectoria que realiza habitualmente el sol en su descenso al inframundo, aún con diferente estado de conservación, todavía mantiene buena parte de la ornamentación exterior original, referida, principalmente, a unas series de canecillos, que reproducen, en resumen, una generosa proyección de la motivación arquetípica, común a la práctica totalidad de los templos de su época y ámbito artístico.

De forma resumida, éstas nos introducirían en cuatro de los modelos básicos, que se podrían definir como: motivos antropomorfos –entre los que no faltan alusiones de marcado carácter erótico, si bien, curiosamente, es la cabeza del individuo y no su miembro, la que ha sufrido los efectos del martillo censor y también escatológico en algún caso, así como algún contorsionista-, motivos animales –donde, por su repetitividad, se da relevancia a la interesante figura de los bóvidos-, motivos geométricos y, naturalmente, las referencia foliáceas o vegetales que vendrían a motivar, entre otras, alusiones al concepto medieval del jardín o paradisum, que en el caso de los grandes monasterios, vendría a identificarse con aquellos jardines anexos a los claustros. Más allá del erotismo mencionado en algunas de las figuras antropomorfas de los canecillos de este templo de San Pedro de Angoares, llama la atención encontrarse con la figura en solitario del músico y su viola, detalle que quizá nos induzca a remontarnos a la música en la primeras épocas de la peregrinación, donde los salmos de alabanza fueron dando paso, con posterioridad, a una picaresca subida de tono, que posiblemente nos sea más familiar, por su abundancia, en las representaciones del músico –suele éste representarse, bien con la viola bien con un arpa-, y la sensualidad desplegada por la bailarina contorneándose que siempre le acompaña, donde se tiene un modelo muy particular del que quizás se fueron copiando los demás: el del Maestro de Agüero.


lunes, 26 de octubre de 2015

Hay otros 'Casos Palamós', pero están en Mondariz Balneario


Domingo, 16 de agosto de 2015: amanece un día nublado y en Mondariz la resaca de las fiestas parece haber detenido el tiempo entre ese hola y ese adiós, que preceden siempre a la madrugada, cuando noche y día, luz y oscuridad hacen un cambio de guardia, una para ocultar y otra para mostrar todas las miserias del mundo. Amedrentados, quizás, con los últimos estertores de la jupiteriana tormenta en ciernes, los gallos abortan su canto en la garganta, mientras los barrenderos deambulan con carros y escobas por las calzadas, intentando poner orden en los desechos de la fiesta. En el centro, allá donde los puestos de los vendedores ambulantes se mezclan con las atracciones de feria y el olor a churros y chocolate caliente se mezcla también con el del algodón caramelizado y los licores derramados, algunos voluntarios pertenecientes a las entidades locales de protección civil, dirigen, no sin un esfuerzo que por momentos parece vano, un tráfico de vehículos y peatones, que comienza a amenazar con convertir la ciudad en un nuevo caos. En la parte baja, allá donde la carretera serpentea y se pierde en dirección a Ponteareas, Angoares –con su interesante iglesia de San Pedro- y la Autovía de las Rías Baixas, el pequeño mercado medieval de Mondariz-Balneario, apenas atrae a los pocos curiosos que deambulan por el pequeño jardincillo anexo al curioso edificio progresista con aspecto de ninfeo, metafóricamente hablando, que alberga el famoso manantial de Gándara, las propiedades de cuyas aguas –ferruginosas, en un alto porcentaje-, parecen un sólido imán que atrae todos los veranos al ilustre paisano que está haciendo las Américas en la Moncloa.

Algunos metros por encima de éste, la pequeña ermita dedicada a la Virgen del Carmen -figura muy venerada, sobre todo por el ámbito marinero-, y el denominado Palacio del Agua, acotan un hermoso parque de esos que, por el penetrante olor a humedad que se desprende de la tierra, la intensa tonalidad verde esmeralda de la hierba, la marea de hiedra y musgo adormecida plácidamente sobre piedras y cortezas de árboles, así como por las hojas vencidas por el viento y caídas sobre los estrechos senderos, inducen al inesperado visitante, a pensar que por una de esas felices casualidades, acaba de adentrarse en uno de aquellos rincones perdidos de la antigua magia celta, que tan especial han hecho siempre al inolvidable terruño gallego. Y puede que sea por casualidad, también, que el visitante, apenas decidido a comenzar un grato paseo por tan singular lugar, una vez comprobado el escaso valor artístico de la referida ermita de la Virgen del Carmen, se tropiece, no con un cartel informativo –aunque puede que piense, que seguramente el Ayuntamiento de Mondariz se vea impotente de que las bruxas los roben por la noite para utilizarlos como combustible de los calderos dagdáticos de sus aquelarres-, sino con unas huérfanas, misteriosas e interesantísimas migajas dispersas de otra clase de magia que, aunque penetró como una flecha en el corazón de Galicia, tuvo que aprender, no obstante, a convivir con un costumbrismo que podría definirse como genético, y a la vez imposible de erradicar completamente: el Cristianismo. Y con él, el que quizás sea, con toda probabilidad, su más genuino modo artístico de expresión: el románico. Allá, junto a una fuente de época, que es, además, un curioso e interesante Peto de Ánimas malherido –o embellecido, según se mire- por la pátina del tiempo, el arco, así como algunos capiteles de lo que debió de ser en tiempos una impresionante portada románica, dejan al visitante boquiabierto. Tan boquiabierto, que una vez superado el trance inicial de tan imprevisto encuentro, observa, no sin cierta estupefacción, no sólo unas temáticas, sino también unas trazas y unos detalles curiosamente similares a otros pertenecientes a templos y monasterios que hicieron historia, no sólo a lo largo y ancho de Galicia, cuando las vicisitudes del Camino de Santiago y la apertura de fronteras pusieron en movimiento la formidable máquina de hacer magia de benedictinos y cistercienses, sino también, en tierras colindantes y de la Meseta.

Pero las sorpresas, no terminan ahí, puesto que, algunos metros por encima del arco y protegidos por una débil cerquilla de alambre, cuatro magníficos ventanales absidiales que, como en el caso del arco, también destacan por su belleza y calidad, contribuyen a recordar el famoso cuento de Hansel y Gretel, e inducir en el involuntario espectador, la sensación de que alguien -¿quizás un temible, oneroso y devastador gigante enfurecido, tan típico de los relatos medievales?- ha ido dejando un rastro de impresionantes migajas, que en principio no parecen conducir a ningún origen ni fin. Resulta bastante más que posible, entonces, que si casualmente, el visitante es de aquellos interesados por el arte en general y por el románico en particular, se deje llevar por los demonios, pensando no sólo a dónde pertenecerán, en realidad, tan hermosos restos, sino también, por qué no están en su lugar de origen, o mejor protegidos e incluso, rizando aún más el rizo, ya que están ahí plantados –como delicadas florecillas en un auténtico Jardín del Olvido-, por qué no están oportuna y convenientemente señalizados. Puede que piense, en definitiva y con una desbordante tristeza, en ese incomprensible rechazo gubernamental a fomentar el respeto y la protección del Patrimonio Histórico-Artístico, e interesado, trate de ir más allá, e indague en aguas turbulentas para saber más acerca de tan pintorescas ruinas. No le sorprenderá, en absoluto, ver que coincide con la opinión de otros sorprendidos visitantes, y posiblemente, como éstos y otros muchos, sus humores se enciendan soberanamente, al comprobar las increíbles –cuando no indecentes- intentonas urbanísticas que, alrededor del año 2012, giraron sobre el parque y su tesoro. Por ello, y para que el lector se haga una idea aproximada sobre el probable origen de éstas inapreciables joyitas del siglo XII y el milagro de que todavía se puedan contemplar, pongo unos enlaces, que espero sean de interés.

Y es que, de Casos Palamós, bueno es saber que en este país, estamos desgraciadamente sobrados.


http://www.farodevigo.es/cartas/2012/12/12/restos-romanicos-balneario-mondariz/725270.html
www.fundacionmondarizbalneario.org/pdf/no0ticia/Enigma_Mondariz.pdf
http://www.concellodecovelo.es/?sec=26&parroquia=castelans&lanf=es
http://www.galiciamaxica.eu/Sitios/PONTEVEDRA/covelo/castelans.html
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/09/galicia/1412872672_929783.htm

jueves, 15 de octubre de 2015

Santa Mariña de Augas Santas


El entorno

Situada en pleno Camino de Santiago a su paso por Orense, a cinco kilómetros poco más o menos de Allariz, Santa Mariña de Augas Santas sobrevive felizmente inmersa en los innumerables misterios de su fabuloso y rico pasado. Si ya al poco de adentrarse en su entorno, el viajero tiene la preminente sensación de haber cruzado la frontera de otro mundo, habría que intentar imaginarse la sensación que alienta en el alma del peregrino cuando los avatares de su ruta sagrada le obligan a aventurarse por milenarios senderos donde castaños y robles, principalmente, forman con sus antiquísimas ramas un espléndido paraguas natural, donde los claroscuros envuelven una tierra que despliega humores de antigüedad, en la que helechos, espinos y otras plantas de tipo selvático combaten sigilosamente por el dominio de un suelo mullido, que se extiende con el cromatismo de una alfombra persa alrededor de peñas inmemoriales, muchas de las cuales están parcial o totalmente invadidas por la hiedra y el musgo, ajenas por completo a ese mal moderno, denominado contaminación. Bosques umbríos, que todavía, cuando el viento se cuela por los resquicios de las ramas de sus árboles, parecen conservar, todavía fresco, el eco de antiguas, olvidadas gestas; el grito de guerra de los furibundos berseckers celtas cargando con furia incontenible contra el invasor romano, e incluso, aguzando aún más el oído y dejándose llevar por ese cuando menos poético recurso que es la imaginación, poco costaría confundir los crujidos de las ramas secas al pisarse, con el chasquido seco, también, de las pequeñas hoces de oro que los druidas empleaban para recolectar el abundante musgo con el que posteriormente elaboraban sus mágicas pociones. Bosques semejantes, cuando no precisamente estos mismos, o aquellos otros, vecinos, que arropan celosamente el entorno ruinoso del cercano monasterio de San Pedro de Rocas, fueron el escenario sobrenatural donde la luna inducía instintos homicidas en la ambivalente personalidad de un auténtico lobo reencarnado en hombre –Romasanta, o lo que es igual, uno de los primeros casos de licantropía constatados, en España y en el mundo-, y donde, a pesar del agua bendita y el apostólico, ortodoxo y romano ego te absolvo, todavía late con fuerza el corazón incorruptible de unos dioses elementales, tutelados por una figura eminentemente antigua y primordial: la Gran Diosa Madre.


La iglesia

Si el viajero o el peregrino, han tenido la feliz idea de recalar antes en Xunqueira de Ambía –población de cierta importancia, que se encuentra situada a una distancia equidistante de Santa Mariña y de Allariz-, apreciará una más que notable familiaridad en su iglesia, y no podrá por menos que suponer, justamente, que los canteros que elevaron hacia los cielos la espectacular Colegiata de Santa María, fueron prácticamente los mismos que levantaron la iglesia parroquial de Santa Mariña de Augas Santas. Y es que, observando precisamente la planta, forma y diseño de ésta, no le resultará difícil de ningún modo, pensar que está frente a dos templos de esquemas netamente gemelos, a los que podría añadirse, al menos en cuanto a estructura interna se refiere, un tercer templo, que se localiza en Santiago de Compostela, no muy lejos de la Plaza del Obradoiro y de la catedral: la Colegiata de Santa María la Real de Sar (1). Uno de los detalles a tener en cuenta, que posiblemente llame tanto o más la atención, que por ejemplo los magníficos mosaicos –crucíferos, en su mayoría-, de sus rosetones, sería preguntarse el por qué de un templo de tal envergadura y características, para un pueblo aparentemente tan pequeño. Parte de la respuesta, podría encontrarse no sólo en el maravilloso entorno, con mayor o menor acierto descrito anteriormente, sino además, en el interior del templo, y más concretamente en ese lateral norte, donde se levanta una especie de pequeño templete que sirve como baluarte a la imagen de una dudosa santa que, como la Inmaculada o como el propio arcángel San Miguel, mantiene perfectamente inmovilizada a sus pies, a la terrible bestia con apariencia de dragón o serpiente descomunal, cuyo simbolismo podría no sólo referirse al triunfo del Cristianismo sobre los cultos precristianos anteriores, sino también, a esa relevante devoción cultual que parece existir con dos tipos muy definidos de corrientes: la acuática y la telúrica, que parecen caracterizar, así mismo, el lugar. Basta un simple vistazo al subsuelo sobre el que se levanta el referido mausoleo –una de las tres fuentes, que según la tradición, brotó milagrosamente cuando rodó y rebotó la cabeza decapitada de la santa-, para intuir o sospechar que posiblemente esa estructura subterránea que se advierte –la misma donde los devotos depositan flores y monedas-, formara parte, como el Forno que veremos más adelante, de un resto megalítico anterior –quizás un dolmen-, y que recuerda otros pozos milagrosos, como el que se localiza en la capilla de planta octogonal de la Soterraña, anexa al ábside de la iglesia mudéjar de San Miguel, en Olmedo, provincia de Valladolid. Y aquí, volvemos a conectar con otro dato importante y el mismo elemento: el agua, que, a fin de cuentas, podría considerarse como el vehículo expresivo de una figura, que ya se ha mencionado también: la Gran Diosa Madre. Austeros, los motivos de sus capiteles van, así mismo, en concordancia, pues muestran, ese mundo foliáceo, símil simbólico del jardín o paradisum –la conexión con el mundo antiguo, estaría en uno de los capiteles cercanos al altar, que nos muestra a un personajillo saliendo de la floresta- siempre presente en los ornamentos medievales, como antes lo fueron en sus precedentes clásicos. Aunque también se podría hablar de austeridad en los motivos ornamentales del exterior del templo –básicamente, los canecillos absidiales-, es de reseñar la coincidencia de un motivo jocoso y erótico, que también se localiza en la Colegiata de Santa María de Xunqueira de Ambía: el perro sentado sobre sus cuartos traseros, mostrando su pene. Por último, cabe destacar la presencia del Agnus Dei, precisamente por encima del ábside, mirando hacia el este o el nacimiento del sol, motivo que se localiza, como una constante, en numerosos templos repartidos a lo largo y ancho de la geografía gallega, siendo uno de los más cercanos y relevantes, el de San Pedro de A Mezquita.

(1) Templo, por cierto, que si se compara con la ilustración aparecida en el Semanario Pintoresco Español, de fecha 15 de mayo de 1853, artículo de Ventura García Escobar, y salvando algunas diferencias, se encontrará un sospechoso parecido con la desaparecida iglesia, templaria por más señas, de Santa María, en Ceínos de Campos, Valladolid.


El culto a las aguas

No es de extrañar, que entre el entorno y el agua, exista una conexión implícita que llama poderosamente la atención, y a la vez, genera parte del misterio añadido al elemento que se verá al final de la presente entrada, y que se conoce como el Forno da Santa. Se trata del culto a las aguas. Sorprende, no obstante, que siendo Orense la única comunidad de Galicia que no tiene frontera natural con el mar, sea precisamente aquella que parece tener más ferviente la devoción por el agua. Santa Mariña, sin duda, es una de las poblaciones orensanas, que aun siendo tan pequeña, destaca en este aspecto. Quizás para llegar a hacernos una idea de hasta qué punto su entorno y el agua estuvieron conectados, tengamos que echar mano del recuerdo y comentar que en ese bosque del que se hablaba al principio, existía un árbol que por sus características tan especiales, destacaba de todos los demás, el cual, dicho sea de paso, recibía un culto y una devoción extraordinarios. Precisamente, se trataba de un árbol por el que sentían una especial predilección los pueblos celtas –independientemente de que su devoción se repartiera entre los árboles de diferentes especies y que éstos y sus cualidades, según demostrara Graves, constituían la base de un posible alfabeto-: el roble. El Rey Herbáceo de Santa Mariña, existió hasta mediados del siglo XIX, en que fue mortal y definitivamente alcanzado por un rayo. Su tronco, gigantesco, tenía 9 metros de diámetro y 40 de copa. Según una leyenda, nació de la rueca –y aquí tenemos otra conexión con un arquetipo universal, como es la rueda- que usaba la santa. Junto a él, y tapada por una piedra, se cuenta que coexistía una oquedad con forma de oreja –otro elemento arquetípico, que puede tener doble sentido, a la vez, por su gran parecido con el riñón humano y las funciones de éste-, en cuyo fondo había siempre agua. Un agua, evidentemente milagrosa, a la que se atribuía la virtud de curar las enfermedades de los oídos y cuyas propiedades, es de suponer, se cumplimentaban con los otros pozos de la tradición, uno de los cuales, se localiza en el interior de la Capela de Santo Tomé, anexa al pazo del siglo XVIII que se localiza junto a la iglesia.


El Forno da Santa

Posiblemente, éste sea el elemento que por sus características, misterio añadido y por ese intento frustrado, al parecer de ocultación –basado en el templo que se comenzó a levantar encima-, más suspicacias despierte de todo este fascinante conjunto histórico-cultural que conforma la idiosincrasia de un lugar tan mediático como es ésta pequeña población de Santa Mariña de Augas Santas. Que fueran o no templarios o canónigos regulares de San Agustín los que se asentaran y a la vez comenzaran a levantar un templo encima de ésta auténtica reliquia del pasado, que es la cripta que lleva por nombre Forno da Santa –por ser el lugar donde, según la tradición, sufrió martirio y muerte-, puede llegar a resultar una cuestión sin duda alguna secundaria, en comparación con la pregunta clave: ¿qué fue, en realidad, éste enigmático lugar?. Parece evidente, que por sus características y por esas corrientes de agua subterránea que se perciben apenas los ojos se acostumbran a unas penumbras levemente alteradas por los rayos del sol que se cuelan por un pequeño ventanal, no pudo ser un horno o crematorio, como se ha venido sosteniendo a lo largo de los años. Resulta mucho más apropiada, quizás, esa otra línea de pensamiento que ve en esta compleja construcción, la posibilidad de que en realidad, se tratara de un ninfeo. Y no sería realmente extraño, ni tampoco desorbitada tal suposición, si a las características del recinto le añadimos no sólo la referencia de ese otro espléndido ninfeo, parte de cuya grandeza se puede apreciar y valorar todavía en Santa Eulalia de Bóveda, lugar situado en la vecina comunidad de Lugo, sino también, la existencia en las inmediaciones de las famosas termas romanas de Baños de Molgas, y la más que probable existencia de otro ninfeo –del que sólo queda constancia, en un ara reutilizada en el altar de una iglesia que debió ser levantada igualmente encima, y que todavía conserva restos prerrománicos en las celosías de su ábside, en la que se aprecia la inscripción Aurelius / Flaus / Tamacanu / Nimphys / Exvoto- situado en la población de Santa Eufemia de Ambía. No se sabe tampoco, por qué motivo la iglesia que se estaba construyendo encima, no llegó nunca a terminarse, constituyendo, en la actualidad una sugestiva y romántica ruina, parcialmente invadida por la maleza, pero sí parece curioso el dato, de que las obras se paralizaran, coincidiendo con la persecución y posterior eliminación de la Orden del Temple.


viernes, 2 de octubre de 2015

Monasterio de Santa María de Melón

A pocos kilómetros de distancia de una ciudad que todavía conserva buena parte de su antiguo sabor medieval, Ribadavia, y de fácil acceso, pues no en vano está prácticamente al lado de la Autovía de las Rías Baixas o A52, la pequeña población orensana de Melón, conserva, dentro de su término municipal, una de las joyas monumentales más carismáticas de la provincia: su antiguo monasterio, dedicado a la figura de Santa María. Sus orígenes, inciertos, lo suponen como una primeriza institución benedictina, que en el siglo XII –existen dudas sobre su fundación, pues hay quien considera los años 1154 ó 1158, aunque posiblemente fuera en época anterior, en vista de la existencia de un documento, fechado en 1142, que ya menciona el lugar y a uno de sus abades, de nombre Giraldo-, pasó a depender de la Orden del Císter o monjes blancos, hasta la exclaustración promovida con la Desamortización de Mendizábal. De la gloria y poder que tuvo antaño, ofrecen cumplido testimonio, sus voluminosas dependencias, que si bien en estado ruinoso en algunos casos –como se evidencia en los claustros, que al igual que en otros monasterios, como el de Santo Estevo de Ribas de Sil, tiene varios, los cuales pertenecen a diferentes épocas y estilos-, todavía ofrecen una visión aproximada en tal sentido. Posiblemente, de su primera etapa benedictina, sea la extraordinaria cabecera, que no sólo recuerda modelos como el de Oseira, sino que además, en menor escala por volumen, magnificencia y número de absidiolos adicionales, trae también a la memoria otro monumental recinto sacro, situado, no obstante, en la provincia de Zamora, en plena Ruta o Vía de la Plata hacia Santiago: el monasterio de Santa María de Moreruela.

Dentro de este conjunto monumental, destaca la girola principal, de forma hexagonal, en cuyo interior se reproduce un deambulatorio, que recuerda la anastasis del Santo Sepulcro o Sepulchrum Domini, detalle que también se encuentra en otros monasterios e iglesias de Galicia, como podrían ser el monasterio pontevedrés de San Lorenzo de Carboeiro –situado a escasos tres kilómetros de otro templo muy interesante del románico de la provincia, como es la iglesia de San Pedro de Ansemil- o la iglesia coruñesa de Santa María de Cambre, situada en pleno corazón del denominado Camino Inglés, y donde la tradición, también menciona la existencia –y de hecho, se muestra al público- de una santa y controvertida reliquia: la hidria de Caná. La consabida austeridad que caracteriza toda obra cisterciense –no es de extrañar, si recordamos el desdén de San Bernardo por las típicas reproducciones monstruosas y sus aseveraciones sobre el aprendizaje y la naturaleza-, se advierte, sin duda, en los motivos exclusivamente foliáceos, tanto de los capiteles que conforman el referido deambulatorio principal, como en aquellos que se localizan en las capillas auxiliares, dedicadas a distintas figuras del pastoral cristiano –San Miguel, San Clemente, San Antón, San Roque, etc-, sin olvidar, no obstante, aquélla otra que contiene un Santo Cristo, cuyo cabello, presumiblemente humano, sigue las tradiciones de otros Cristos considerados como muy milagrosos, repartidos por diferentes lugares de la geografía gallega, siendo los más relevantes, quizás, el de Fisterra y su reproducción en la catedral de Orense. Hay, así mismo, varios sarcófagos en el interior de la iglesia: uno, que probablemente, por el báculo que se aprecia, debió de pertenecer a algún abad del monasterio y otro, que representando a una dama, induce a pensar en alguna figura de alta cuna, que seguramente fuera benefactora del cenobio. Austeridad que se advierte, así mismo, en los canecillos que conforman los diferentes absidiolos: lisos o geométricos, a excepción de alguna figura humana e incluso alguna cara, que se aprecia en un lateral del templo. Aunque hay alguna interesante marca de cantería en el interior de la iglesia, éstas, sobre todo, se aprecian con cierta abundancia, precisamente en los sillares de los absidiolos.

Actualmente, se están realizando trabajos de restauración en el interior de la iglesia, donde hay montado algún andamio, habiéndose procedido a restaurar en parte los claustros en años anteriores. Recientemente, también, parece ser que se ha procedido a desmantelar un polideportivo ilegal, levantado hace una década en la zona de protección del monasterio, declarado Bien de Interés Cultural en 1931, si bien desde algunas asociaciones creadas para la defensa del patrimonio gallego, como O Sorriso de Daniel, se asegura que el derribo llevado a cabo “es un engaño”, puesto que, con la colaboración de la Diputación de Ourense, “lo que se ha hecho es desmontar parte del pabellón, sin tocar la cimentación y otras estructuras”, según apunta el presidente de O Sorriso de Daniel, Antonio Moure (1).


(1) Citado textualmente del artículo de Ángel Arnáiz Santiago, publicado en El Correo Gallego, con fecha 24 de septiembre de 2015.

domingo, 27 de septiembre de 2015

La catedral de Orense



Posiblemente en la actualidad, no sea ya esa hermosa pero a la vez, gran desconocida obra de Arte, en la que la escuela del Maestro Mateo –que si bien ahora nos parece un auténtico genio, hubo otras épocas, sin embargo, en las que llegó a ser considerado como un oscuro arquitecto de la corte del rey Fernando II de León-, quiso reproducir, a menor escala, que no belleza, el glorioso Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela: la catedral de San Martín de Orense. Situada en pleno casco histórico y en parte encajonada entre edificios de antigua y novísima construcción, este magnífico recinto sacro hunde profundamente sus raíces a mediados de un siglo, el XII –se considera, que la primera fase se desarrolló entre los años 1157 y 1169, siendo obispo Don Pedro Seguín- en el que ya se comenzaban a vislumbrar por el horizonte tormentas de innovación, que darían paso a todo un fenómeno arquitectónico que habría de eclipsar lo conocido hasta entonces: el gótico. Como si se tratara de un ser vivo, también esta catedral orensana fue evolucionando, alimentándose de elementos de diversos periodos, estilos, modas y gustos, cuyo conjunto, en líneas generales, no desmerece, siendo, quizás, uno de los elementos más atractivos, la girola levantada en el siglo XVII, detalle ciertamente curioso, si consideramos que fue precisamente en ese siglo, cuando se recuperó este tipo de modelos arquitectónicos, que seguramente, su intencionalidad se basara en rememorar el modelo base del Sepulchrum Domini hierosolimitano, destinándose, por regla general, a capillas cuyos Cristos –en algún caso, también alguna figura mariana, como la Soterraña de Olmedo-, han sido tradicionalmente considerados como muy milagrosos. De hecho, uno de los elementos que más devoción despierta en esta catedral es, precisamente, su Cristo románico, además de la dramática réplicas del Cristo de Fisterra, mandada hacer por el obispo Pérez Mariño cuando se hizo cargo de la sede episcopal de Orense. De este periodo sobreviven, así mismo, varias exquisiteces, si como tales –y yo así lo creo-, entendemos, cuando menos, las dos portadas –norte y sur- y evidentemente, el Pórtico del Paraíso. En todas ellas, resulta más que evidente la enorme influencia ejercida por el Maestro Mateo; de manera, que cuando se habla de estas tres inconmensurables joyas artísticas, los historiadores suelen coincidir en considerar al anónimo Magister, como un alumno aventajado de la escuela mateana, al que sin embargo, niegan la enorme fuerza expresiva que caracteriza el trabajo del primero.

Además, no hemos de olvidar, tampoco, aquéllas otras controvertidas piezas que se localizan en el interior del recinto, entre las que sobresale aquélla que muestra a un hombrecillo que parece querer huir del emparedamiento al que está sometido en la piedra, cuando no, además, del terrible león cuyas fauces se cierran, hemos de suponer que dolorosamente, pues el gesto de su cara así lo demuestra, sobre su hombro derecho: ¿una alegoría acerca del alma, que intenta escapar desesperadamente de la bestia o prisión a que la tiene sometida la carne?. Formando un ángulo imaginario de 45º, por encima de éste, otro individuo, con rostro feliz y sin león que le mortifique, abandona la matriz de piedra, diríase que renovado, liberado, como en las operaciones alquímicas, de las impurezas de la materia. En el centro, y situado entre uno y otro, hombre y bestia muestran un símbolo singular, con forma de espiral o triple recinto. Guiños de cantero sobre los que conviene meditar.

Ahora bien, de todo lo expuesto hasta el momento, sin duda la gran joya que caracteriza a esta catedral de San Martín -Martín o Martiño, figura que tuvo una gran relevancia en Galicia, como demuestra la gran cantidad de templos a él dedicados, incluido aquél que se considera como la primera catedral gallega: San Martiño de Mondoñedo-, qué duda cabe, es la inconmensurable Puerta del Paraíso, que, aun pretendiendo imitar a pequeña escala, como ya se aventuraba al principio, el Pórtico de la Gloria compostelano, constituye una de las grandes maravillas del románico peninsular, acrecentada su belleza por mantener, prácticamente intacta -como la formidable Portada de la Majestad, de la colegiata de Toro-, su magnífica policromía original, en la cuál, aparte de los Apóstoles y Profetas del Antiguo y Nuevo Testamento, el peregrino, recibe, así mismo, las bendiciones del propio Santo Patrón.



miércoles, 16 de septiembre de 2015

La catedral de Lugo


Lugo, qué duda cabe, es el paradigma de ciudad en cuyo nombre persiste el recuerdo inalienable de unos orígenes arcanos, que habría que remontar, cuando menos, a ese año 15 a. de C., cuando las victoriosas legiones romanas de Paulo Fabio Máximo arrasaron el bosque sagrado que los celtas tenían dedicado a una de las principales divinidades de su innominado panteón -Lug, cuyos símbolos totémicos, el cuervo y el lobo, son bien conocidos por la marea de peregrinos que van y vienen por el Camino de Santiago, pues tanto uno como otro pasaron a formar parte de una posterior simbología anexada por el Cristianismo, en figuras tan mistéricas como San Vicente o San Roque, por no mencionar a San Froilán, del que se hablará más adelante-, fundando en su lugar la ciudad de Lucus Augusti, que no tardaría en convertirse en la capital de una Gallaecia que llegó a extenderse hasta las fronteras del Duero. Si del primitivo santuario celta no queda, sino el recuerdo, no ocurre igual con los numerosos restos romanos que, aparte de unas espléndidas murallas en todo parecidas a las de la vecina ciudad de Astorga, continúan apareciendo en un subsuelo herido con el abono de la historia. Hasta tal punto es así, que quien camine por las inmediaciones de la catedral de Santa María, tendrá ocasión de comprobarlo, cuando menos, en los restos de una piscina romana, datados en el siglo IV d. de C., sobre la que los arqueólogos se plantean varias posibilidades: que pudieran haber formado parte de un baptisterio paleocristiano –suposición que base, en que las teselas parecen corresponderse con otros mosaicos cristianos encontrados en diferentes partes de África-, que formasen parte de unos baños termales, o incluso que hubieran pertenecido a un balneum o baño doméstico, similar, quizás, a los que en su momento tuvo la famosa Villa de Materno, que se localiza en la antigua ciudad de Carranque.

Por otra parte, y aunque se sospecha que hubo un templo primitivo antes de que se comenzara el proyecto de la catedral, se ignora prácticamente todo sobre él, salvo que permaneció en pie hasta mediados del siglo VIII, en que fue remodelado por un obispo mítico y repoblador, Odoario. Y debió de ser una remodelación verdaderamente admirable, si tenemos en cuenta que en base a su modelo, el rey Alfonso II mandó edificar la catedral de San Salvador de Oviedo. Como en el caso de ésta, también la catedral lucense cedió progresivamente ante los impulsos renovadores de épocas posteriores, y de esa primera fase románica –su construcción, encomendada al maestro Raimundo de Monforte, se inició en 1129, finalizándose en 1273-, apenas sobrevive la planta en forma de cruz, los paramentos, algún lateral y el triforio, así como una magnífica pieza escultórica, situada en el dintel de la portada principal, que además de representar un espléndido Pantocrátor y una original Última Cena, por las peculiaridades de sus características y diseño, podría ser comparable a las no menos maravillosas esculturas románicas que lucen algunas otras portadas, como la de la iglesia de Santiago, en Carrión de los Condes, o la de San Juan Bautista, en la también palentina localidad de Moarves de Ojeda, sin olvidar aquélla otra que, aunque bastante menos sofisticada y sí más deteriorada –de hecho, a Cristo le falta le cabeza-, se localiza en el interior de la iglesia de San Francisco de Betanzos.

Interesante es, así mismo, la talla gótica de la Patrona de Lugo: la Virgen de los Ojos Grandes: una figura que, aunque perdido el sedentarismo de sus predecesoras, mantiene un completo hieratismo en sus facciones, sujeta al Niño en la mano izquierda, mientras muestra un pecho con la mano derecha. Relevante, también, resulta la capilla de San Froilán, en cuyo retablo principal se puede verificar no sólo lo que se decía al principio sobre la cristianización de animales totémicos de otras culturas, como el lobo, sino que además muestra otra de las facetas evangelizadoras, como es aquella de atraer a una feligresía renuente, haciendo que los antiguos mitos aparezcan aparentemente complacientes y rendidos ante el poder del Dios de la nueva religión, como demuestra el lobo que, según la leyenda y habiéndose comido a la mula del santo predicador, ocupó su lugar, portando sobre su lomo las Sagradas Escrituras. Aparte de otras muchas exquisiteces, como el cimborrio, otros detalles interesantes es la proliferación de dos símbolos de cierta importancia, que no sólo se aprecian en la catedral, sino que también son determinantes dentro de la austera pero interesante arquitectura franciscana lucense: la estrella de cinco puntas y la estrella de David, conocida también como Sello de Salomón.


viernes, 4 de septiembre de 2015

Santa María la Real de O Cebreiro


Si se trata de Camino de Santiago a su paso por la provincia de Lugo, y además de románico puro y duro, sencillo pero a la vez emotivo y espiritual como pocos, no se puede dejar la ocasión de hablar, cuando menos, de uno de los lugares más hermosos, interesantes y carismáticos por los que ha de pasar, inevitablemente, todo peregrino que, procedente de Villafranca del Bierzo -lugar en cuya iglesia de Santiago, se instituyó oportunamente una Puerta del Perdón para todo peregrino que por las circunstancias que fueran, no pudiera continuar su viaje hacia el sepulcro del Apóstol-, asciende penosamente la solitaria cuesta, como diría Dante en su Divina Comedia, refiriéndose al camino que conduce a la virtud: O Cebreiro. Penosa y dura, en efecto, es la ascensión de este puerto, de mil trescientos metros de altitud que, sin embargo, gratifica con la inolvidable visión de unos paisajes ancareños o ancareses, envueltos generalmente en una espesa niebla, la cual, comparativamente hablando, podría ser todo un reflejo simbólico en la tierra de esa metafórica Vía Láctea, que tantos sueños y leyendas inspirara en la mente de los hombres a lo largo de los tiempos. O Cebreiro, pueblecito situado en la cumbre, a la izquierda del camino, que unos treinta kilómetros más adelante desemboca en Triacastela, Sarria y Portomarín, destaca por la arraigambre, así como por la pervivencia de unas costumbres netamente celtas, cuyo símbolo más notorio y evidente, son esas típicas construcciones, las pallozas, que en poco o en nada se diferencian de aquellas otras que constituían el núcleo principal de los antiguos poblados o castros, cuyos restos, enterrados o parcialmente descubiertos, según el caso -por ejemplo, en las proximidades de la orensana población de Montederramo, se tiene constancia de uno de ellos, que todavía permanece enterrado y no hay intención, al menos por el momento, de realizar excavaciones para sacarlo a la luz-se localizan por toda Galicia.

Es precisamente, entre esos antiguos bosques de misterio, por donde transcurre otra pequeña ruta, llamada Ruta Sagrada con todo merecimiento, que en apenas una docena de kilómetros, que se recorren por parajes de una hermosura muy peculiar, une el pueblecito de Barxamaior con O Cebreiro, trayecto que, según la legendaria historia, recorrió el humilde pastor, afrontando las inclemencias de una impresionante nevada, para acudir a la misa que debía celebrarse en esta parroquia, dedicada a la figura de Santa María la Real. Parroquia que por aquél entonces -hablamos de un tiempo posterior a la desaparición de los templarios, verdaderos custodios del camino, que poseían fortalezas alrededor de este enclave sagrado, y de cuyo recuerdo, en las cercanías puede todavía visitarse un pequeño pueblecito que lleva todavía su nombre, Temple- estaba al cargo de un párroco poco piadoso, o cuando menos descreído, que pagó su osado descreimiento, cuando las hostias sagrada y el vino, milagrosamente, se convirtieron en carne y sangre ante sus atónitos ojos y la maravilla del humilde pastor. Cáliz y cratera que aún se mantienen a la vista de todo el mundo y que, aparte de constituir todo un fenómeno místico que dio lugar, en numerosas fuentes, a la identificación del lugar como el famoso Monsalvat de las leyendas artúricas -de hecho, parece ser que Wagner se basó en él y su historia para su famosa opera Parsifal-, acompaña la leyenda de que la Virgen románica que se puede apreciar en el mismo lateral de la capilla donde se exhiben las santas reliquias, mantiene la cabeza inclinada, tal y como hizo cuando se produjo el milagro. Una imagen, realmente curiosa, no exenta de simbolismo, donde, curiosamente, es la figura del Niño la que mantiene en su mano, un objeto notablemente simbólico y fundamental: la manzana.

Tanto la iglesia como su recinto, permanecen prácticamente igual que allá por los siglos XI ó XII, cuando fueran levantados por monjes procedentes de la población francesa de Aurillac, encontrándose, en su torre, esa base cónica, piramidal o con forma de templete en algunos casos, que caracteriza la gran mayoría de las construcciones sacras gallegas, pudiéndose añadir, además, que posiblemente ésta iglesia de Santa María la Real fuera el modelo que siguieran las iglesias de otras poblaciones cercanas, como Liñares o Hospital da Condesa, apenas distantes una decena de kilómetros. Sea como sea, y a pesar de que el mundo de la comercialización no perdona ni siquiera los lugares más místicos, no deja de ser un hecho cierto de que tanto O Cebreiro como su modesto templo, no sólo imponen respeto, sino también una curiosa sensación de paz y vitalidad como pocos. No en vano, como se ha dicho, quien entra en él, no tarda en percatarse de que está en un lugar del espíritu de primera magnitud.



jueves, 6 de agosto de 2015

Vilar de Donas: San Salvador


Metafóricamente hablando, se podría describir este interesante lugar de Vilar de Donas y su templo, dedicado a la figura del Salvador, como el Ávalon lucense, donde Damas y Caballeros, legaron a la posteridad todo un vistoso misterio, digno de las más relevantes historias de caballería de la Edad Media. Decía Álvaro Cunqueiro, refiriéndose a este pragmático establecimiento –que de similar manera a como el Ávalon original quedaba fuera de los principales núcleos donde se desarrollaban las grandes aventuras epopéyicas relacionadas con el Santo Grial, queda también excluido de las lindes del Viejo Camino o Camino Francés, aunque separado de éstas apenas unos dos o tres kilómetros, como ocurre también más adelante, con el emblemático Castelo de Pambre-, ésta frase tan significativa, que no me privo ni me resisto a la tentación de consignar aquí, eso sí, bien referenciada con pelos y señales: Sí, está escrito que ante este pórtico y en el claustro se enterraban los fatigados cambeadores, custodios del Camino, que cabalgaban armados junto al río humilde de los peregrinos, y más tarde vinieron hallar tumba aquí los santiaguistas que alanceaban al moro en los ríos militares de España, el Duero y el Tajo (1). Es decir, que ya en este templo –en los elementos de cuyo pórtico principal, orientado a poniente, se evidencia la presencia inequívoca de ornamentos tradicionales de los viejos cultos celtas, como los cardos y los polisqueles, hasta el punto de que incluso en el pueblo, y a juzgar por los dimes y diretes de los visitantes, no es difícil oír hablar de una posible influencia irlandesa-, los héroes caídos en combate o simplemente abatidos por el poderoso e invencible enemigo de la vejez, recibían culto y atención, por parte de unas atípicas donas –que así mismo, recuerdan a las mitológicas valquirias de la tradición nórdica: aquéllas psicostásicas amazonas que conducían al Valhalla las almas de los guerreros muertos en combate-, que han pasado a la Historia, curiosamente, por su belleza y elegancia, detalle, no obstante, desconcertante, si nos atenemos a la ortodoxia tradicional anexa a cualquier tipo de noviciado, máxime de índole femenino. No es de extrañar, por tanto, que si bien más abundantes las sepulturas de carácter santiaguista, haya miembros de otras órdenes militares –como el comendador hospitalario que, según se comenta, ocupó en tiempos el enigmático templete o baldaquino que se localiza en el interior, o supuestamente, también, miembros anónimos de aquéllos otros que se perdieron, como reza una antigua inscripción en la iglesia de la Vera Cruz segoviana, probablemente refiriéndose a los templarios-, sepultados anónimamente bajo el verde y mullido manto herbáceo que recubre el solar de alrededor. Un solar y unos alrededores –bueno es recordarlo, oportunamente-, que, si bien muy alterados en la actualidad, desgraciadamente, brillaron en el pasado por su riqueza megalítica y celta, antecedentes, que con toda probabilidad vendrían a confirmar la persistencia de la utilización, por parte de los canteros que elevaron tan magnífico templo –e incluso artistas de época posterior-, de numerosas referencias simbólicas afines tan evidentes, hasta el punto de desconcertar al observador.

Ahora bien, yendo por partes, no cabe duda de que lo primero que llama la atención, apenas franqueado el curioso pórtico de entrada, es la riqueza simbólica subyacente en los restos amontonados en la parte derecha, de los sarcófagos que un día albergaron a la flor y nata de la nobleza caballeresca. Pertenecientes, como se ha dicho, a lo más rancio y antiguo de la nobleza gallega, incluidos Calderones y Becerras, observándolos, no es difícil imaginar parte de esa aventura espiritual, digna de las epopeyas de la quest griálica, que vivieron bajo la condición, al fin y al cabo, de los soberbios Milites Christi que en realidad fueron, independientemente del color del hábito que vistieran y el tipo de cruz que lucieran en el pecho, como así parece confirmar la simbología que lucen en sus escudos y sepulcros. Al respecto, baste decir que entre dichos símbolos, destacan aquellos que representan al árbol –como ya aventurara Ramón J. Sender (2), no sólo como uno de los primeros símbolos representativos del Sobrarbe o antiguo reino de Aragón, sino como que el árbol y la cruz han ido juntos desde los primeros orígenes de la historia de la humanidad- y las vacas sagradas o solares, cuyas huellas se pueden seguir por lugares muy relevantes de la geografía de Galicia, como son Noya –sepulcro del enigmático Ioan de Estivadas, en la iglesia de Santa María a Nova, aunque originariamente estaba en una capilla de la iglesia de San Martiño-, y Betanzos, lugar de enterramiento –entre otros- de aquéllos Becerra que, una vez desaparecido a mediados del siglo XIX su panteón familiar, la Capilla de la Quinta Angustia, éstos, sus símbolos, lucen hoy bajo algunos arcosolios situados en la zona lateral izquierda de la nave de la iglesia de San Francisco, por encima de las sepulturas de los Andrade. Más adelante, en la cabecera, parte de las pinturas confirman la elegancia y belleza de las donas a que se hacía referencia al principio.

Pero no sólo las pinturas de las donas han de llamar poderosamente la atención, pues en pocas representaciones historiadas que se localicen en tan sacro lugar, podrán verse símbolos tan inequívocamente relacionados con la Antigua Religión, en esos magníficos hombres-verdes representados a media altura, junto a la figura central del cuerpo de un Cristo que no sólo muestra los estigmas de la Pasión, esas simbólicas Cinco Llagas, sino que, además, exhibe, junto al sepulcro que teóricamente lo albergó hasta el tercer día en que resucitó, todos los elementos de la misma, posteriormente adoptados por las hermandades de canteros y masones, así como un curioso nimbo crucífero cuya cruz, en el fondo, es del mismo tipo patado que aquéllas otras, perfectas, que tanto abundan en el interior del templo. Un templo, en el que también se localizan curiosas e interesantes marcas de cantero, así como numerosas referencias céltico-solares en sus rosetas y polisqueles, acompañadas de aves y serpientes, distribuidas indistintamente como representaciones acompañantes de los motivos foliáceos, e incluso, sin preguntarlo, el amable guardián –recurrimos, una vez más, a los dimes y diretes- indicará, a todo el que esté dispuesto a escucharle, señalando hacia el árbol de seis ramas que se localiza en la basa de la columna de la izquierda, que según la opinión del párroco local, es un árbol del demonio. Y otros muchos más detalles, que es preferible que el peregrino, el curioso o simplemente el interesado, vaya descubriendo por sí mismo.

Vilar de Donas: en definitiva, todo un apasionante enigma a la vera del Camino Francés.


(1) Álvaro Cunqueiro: 'Por el camino de las peregrinaciones', Alba Editorial, S.L.U., primera edición, Barcelona, 2004, página 98.
(2) Ramón J. Sender: 'Ensayos sobre el infringimiento cristiano', Biblioteca de Heterodoxos y Marginados, Editora Nacional, Madrid, 1975.

lunes, 3 de agosto de 2015

Portomarín: la iglesia de San Nicolau o de San Xoan


Bien sabía de lo que hablaba Álvaro Cunqueiro –cronista por excelencia de la brumosa Galicia-, cuando, refiriéndose a ésta impresionante iglesia-fortaleza de San Xoan o de San Nicolau, que por ambos nombres se la conoce, decía aquélla certera frase de: las piedras labradas con ejemplar perfección por los maestros canteros del mil doscientos, quienes sabían, con la imaginación y el corazón, que construían una iglesia (1). Ahora bien, Portomarín, en la actualidad, no es sino un espejismo en el viejo Camino Francés hacia Santiago de Compostela; una villa reconvertida, aún más, si cabe, en mariñeira o en mariñana cuando se llevó a cabo la creación del embalse de Belesar, bajo cuyas aguas -que despiden lentejuelas de púrpura y plata al lavarse en ella la cara los primeros rayos del sol- y en un lecho de limo y eterno olvido, yacen para siempre muchas de las casas del pueblo original: aquél que conocieran bien los peregrinos de antaño, férreamente custodiado por los aguerridos monjes-guerreros hospitalarios, de hábito negro, rojo en ocasiones, y cruz blanca, de las denominadas de ocho beatitudes, en el pecho. Por eso hablamos de espejismos al referirnos a él, porque poco o nada es lo que parece, puesto que incluso su monumento histórico-artístico más destacado, ésta monumental iglesia de San Nicolau o de San Xoán, como es más conocida, tampoco está en su emplazamiento real, sino que fue trasladada piedra a piedra de su lugar original, en la ribera, junto a la orilla del río. Y aun así, no obstante, seamos sinceros, quien visita Portomarín, sube por su calle principal y se detiene a contemplar ésta insigne maravilla, que en tiempos formó, nada más y nada menos que una de las encomiendas más importantes de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén en la provincia de Lugo, miente o se engaña a sí mismo, si afirma que no le impresionó. Y es que, contemplando la soberbia estructura de templo-fortaleza que tiene tan emblemática joya arquitectónica, cuyos orígenes se remontan a los siglos XII y XIII, es difícil, cuando no imposible, no pensar en los modelos compostelanos y escuchar, siquiera sea en la imaginación, divino tesoro, el sonido maravilloso de las prodigiosas campanas de su catedral, reconquistadas a la morisma siglos más tarde de la terrible razzia del fatídico Almanzor, que alentaron con su dulce tañido las sublimes creaciones de Maestros, como Mateo. Porque aquí, en la belleza y en la perfecta factura de sus tres pórticos vemos, cuando menos, parte de esas sutilezas anímicas e imaginativas de uno de los más grandes Maestros, al que injustamente en tiempos modernos se llegó a calificar como de oscuro arquitecto de la corte del rey Fernando II de León, así como el paso de una Escuela que, a base de perfección y de equilibrio, fueron situando estratégicamente diferentes lecciones de simbólica e incluso se podría afirmar también que de gnóstica sabiduría, para maravilla y ejemplo de unas gentes, peregrinos principalmente, que acudían al remoto y añorado Campus Stellae sabiendo -o mejor dicho, esperando cuando no intuyendo (2)- que en su duro camino se encontrarían con los mensajes trascendentales de un colegio subliminal, especialmente preparado, cuya gramática y rima, pura y universal, se basaba, principalmente, en la fuerza que conlleva el rey supremo de los arquetipos que subyacen en lo más profundo del alma colectiva de los pueblos desde el alba de los tiempos: el Símbolo.

Alentado, quizás, por esa música celestial, que desafiando al tiempo, al espacio y a la imaginación, parecen interpretar los veinticuatro ancianos del Apocalipsis –he aquí, uno de los símbolos recurrentes y que con mucha se frecuencia se encuentra en el denominado románico del Camino, aparte de otro tipo de alusiones musicales más terrenas- en peremne sinfonía desde las arquivoltas celestes de su portada oeste o principal -recordemos que como en el caso de las iglesias del entorno de O Cebreiro el peregrino entraba, simbólicamente, de la muerte al renacimiento, del ocaso a la luz-, haciéndole el coro a una figura evangélica –posiblemente, el santo titular-, contenida, como Cristo, en una mandorla, el peregrino sabe que su próxima etapa queda tan sólo al tiro de piedra que suponen los 9 kilómetros que lo separan de Paradela y los veintitrés de Sarriá. Pero no los recorrerá, Dios mediante, sin antes echar un vistazo al resto de elementos –principalmente, las otras dos portadas-, que han de ser clave y quién sabe si llave, para abrir no sólo las puertas de su percepción, a flor de piel después de las etapas recorridas, sino también, y no menos importante, las de su imaginación. De las dos, posiblemente la más trascendente, por su rareza, sea la curiosa Anunciación que destaca en el tímpano de la portada norte. Una Anunciación, en la que las figuras del mensajero Gabriel y de María, se encuentran separadas por un elemento atípico –tal vez fuera sustituido con posterioridad, por la jarra florida que se encuentra en casi todas las representaciones alusivas y es, así mismo, emblema de los monasterios cistercienses- como es un arbor vitae de cinco ramas, como los lados del pentágono, figura que, aparte de otros aspectos simbólicos, se asocia, generalmente, a la figura de Nuestra Señora. Recordemos, como curioso al menos, el detalle de que éste árbol, en otros lugares cercanos, como la iglesia de San Salvador de Sarria e incluso la homónima de Vilar de Donas, está representado con seis ramas o con seis hojas, hasta el punto de que, precisamente en éste último lugar, y a instancias parroquiales, por dicho detalle, se denomina el árbol del demonio. El tímpano de la portada sur, está ocupado por tres figuras, una de ellas portando una davidiense arpa, siendo, probablemente la del centro, alusiva a la figura del otro santo titular: San Nicolás, aunque aquí, probablemente por una cuestión de espacio, se obvie el elemento dágdico que siempre le acompaña, que no es otro que el cubo o caldero, en cuyo interior se representan, generalmente, las figuras de tres niños, símbolo de renacimiento, regeneración o, en definitiva, inmortalidad. 

Es, precisamente, en este lado sur, donde tanto el peregrino, como el curioso, como el viajero, encontrarán una gran y variada profusión de marcas de cantería y donde también son, quizás más abundantes las representaciones de monstruos antropófagos, oficialmente devoradores de pecadores, pero que, simbólicamente, están relacionados con las penurias y peligros que conlleva siempre toda búsqueda del Conocimiento. San Xoan de Portomarín: después de todo, todo un hito en el camino del peregrino.


(1) Álvaro Cunqueiro: 'Por el camino de las peregrinaciones', Alba Editorial, S.L.U., primera edición, Barcelona, febrero de 2004, página 82.
(2) Uno de los casos más conocidos, aunque en algunas fuentes también es cierto que se califica como de imaginario o simbólico, es el que pretendidamente realizó el famoso alquimista francés Nicolás Flamel.

viernes, 31 de julio de 2015

Santa Eulalia de Bóveda: un ninfeo a la vera del Camino Francés


Como se aventuraba en la entrada anterior, y dentro, también, de la denominada Ruta do Vello Lugo Agrario, hay un lugar decididamente especial, sobre todo para los amantes de la Historia, del Arte, y por qué no decirlo, del Misterio. Un lugar que, apenas dista una veintena de kilómetros de una espléndida ciudad, que fue un bosque sagrado para los antiguos celtas, los cuales lo habían dedicado a una de las principales divinidades de su Panteón, Lug y donde los conquistadores romanos levantaron una empalizada que, a menor escala, desde luego, pero comparativamente hablando, ejercía similares funciones a las del famoso muro de Adriano en la también brumosa Britania, con el fin de mantener a raya a las belicosas tribus conquistadas: Lugo. Tampoco –como ya se vio, con respecto a la iglesia de San Miguel de Bacurín- queda dentro de las lindes del Viejo Camino o Camino Francés, a su paso por la provincia; pero la insignificante distancia que lo separa de éste, apenas dos, a lo sumo tres kilómetros, supone un esfuerzo menor que muchos peregrinos, posiblemente atraídos por los reclamos, más persistentes en la actualidad, se arriesgan a afrontar tan ínfimo desvío, posiblemente confiando en que van a ver algo verdaderamente especial, que no les dejará en modo alguno indiferentes y que, de hecho, supondrá otra de las múltiples experiencias anexas al Camino, dignas de contar y recordar: el Ninfeo de Santa Eulalia de Bóveda.

En Bóveda, como en muchísimos otros lugares de esta vieja piel de toro que es España, la llegada del Cristianismo supuso una ruptura muy poco convencional con los antiguos cultos, a los que había que eliminar por decreto, aunque eso supusiera reducir a escombros sus principales santuarios antes, durante y después de San Martín, obviamente el de Dumio y no el que según la tradición, cortó la capa por la mitad para ofrecérsela a un mendigo. Por alguna extraña razón, todavía no desvelada por historiadores y arqueólogos, tal destrucción no se llevó a cabo con este singular santuario de origen romano. Por lo menos, no se hizo al modo convencional, sino que, condonado de la terrible acción de la maza o el martillo –tampoco el de Thor, aunque el fin destructivo sea el mismo- se enterró, construyéndose sobre él una iglesia. Una iglesia que, de hecho, y en vista de las innumerables reformas practicadas en ella, en nada recuerda al templo original y apenas ofrece interés, al menos exteriormente hablando. Este detalle -seguramente motivado por la persistencia con que las gentes, sobre todo las enfermas, acudían al lugar-, trajo, cuando menos, la feliz coincidencia de que el monumento se conservara en un estado inusualmente excelente. Felicidad que, desde luego, duró muy poco, puesto que cuando se descubrió, o mejor dicho, se redescubrió, a comienzos del pasado siglo XX, la insensatez, unida a la desidia y la poca habilidad de unos obreros que en absoluto tenían conocimiento del valor intrínseco de aquello que tan chapuceramente estaban manejando,  hizo que el mundo, y también la Historia, perdiera la mayor parte de un monumento único que, como hemos dicho, y por esas curiosas paradojas del destino, había escapado al terrible furor destructor de los primeros misioneros.

Como consecuencia de estas terribles paradojas y mefistofélicas burlas del destino, del Ninfeo de Bóveda, ya no queda esa maravillosa suntuosidad de sus dos pisos, ni tampoco el lustre de los costosos bloques de mármol que, al parecer, recubrían la parte inferior de sus paredes, logrando que resaltaran aun más las maravillosas pinturas que recubrían éstas. Unas pinturas, que representan, en sus elementos, una conjunción simbólica entre dos mundos antagónicos como son la Tierra y el Cielo, entre los que se desliza, atrapado en esa invisible escala angélica, el Espíritu de los hombres. Un espíritu, y unos hombres, que acudían al Santuario de Bóveda, atraídos por sus cualidades salutíferas, como así queda constancia, en algunos grabados que todavía sobreviven al embite mortal del tiempo y al ataque inmisericorde de unas familias de hongos, cuyo desarrollo va en concordancia con el proclive clima del lugar. Los grabados -similares a otros muchos que todavía se localizan en diferentes lugares, como fragmentos descabalados de un inmenso puzzle monumental (1)- muestran las danzas rituales en honor de las divinidades; en ellos, se puede apreciar a personajes cojos o inválidos que acudían al Santuario en busca de una salud perdida o deteriorada, e incluso muestran, así mismo, la figura de una sacerdotisa encinta –también el arte románico, utilizó los embarazos como temática en sus representaciones, e incluso algunas de ellas, como en el caso de la iglesia de San Juan del pueblecito burgalés de La Orden, censuradas por el martillo eclesial-, celebrando los oficios junto a la imagen homónima de un sacerdote, y para más misterio, ya que en Camino de Santiago o mejor dicho, muy cerca de éste estamos, la figura inconfundible de todo un símbolo vital, inequívocamente relacionado,  la oca, ave que, según algunas fuentes, abundaba en el lugar y no sólo cumplían como guardianes, sino que, además, ejercían una simbólica función escatológica, como nexo de unión con el Otro Mundo.

(1) Sirva, como ejemplo, las piezas reutilizadas como relleno en la iglesia de San Miguel, en la población cacereña de Tejeda de Tiétar, entre las que figura la imagen de un danzante y en cuyos alrededores, se sabe también de cultos a las Ninfas de las aguas y todavía existe una fuente románica y otra, situada en una finca privada, que lleva el emblemático nombre de Fuente de la Oca.