Santa María la Real de O Cebreiro


Si se trata de Camino de Santiago a su paso por la provincia de Lugo, y además de románico puro y duro, sencillo pero a la vez emotivo y espiritual como pocos, no se puede dejar la ocasión de hablar, cuando menos, de uno de los lugares más hermosos, interesantes y carismáticos por los que ha de pasar, inevitablemente, todo peregrino que, procedente de Villafranca del Bierzo -lugar en cuya iglesia de Santiago, se instituyó oportunamente una Puerta del Perdón para todo peregrino que por las circunstancias que fueran, no pudiera continuar su viaje hacia el sepulcro del Apóstol-, asciende penosamente la solitaria cuesta, como diría Dante en su Divina Comedia, refiriéndose al camino que conduce a la virtud: O Cebreiro. Penosa y dura, en efecto, es la ascensión de este puerto, de mil trescientos metros de altitud que, sin embargo, gratifica con la inolvidable visión de unos paisajes ancareños o ancareses, envueltos generalmente en una espesa niebla, la cual, comparativamente hablando, podría ser todo un reflejo simbólico en la tierra de esa metafórica Vía Láctea, que tantos sueños y leyendas inspirara en la mente de los hombres a lo largo de los tiempos. O Cebreiro, pueblecito situado en la cumbre, a la izquierda del camino, que unos treinta kilómetros más adelante desemboca en Triacastela, Sarria y Portomarín, destaca por la arraigambre, así como por la pervivencia de unas costumbres netamente celtas, cuyo símbolo más notorio y evidente, son esas típicas construcciones, las pallozas, que en poco o en nada se diferencian de aquellas otras que constituían el núcleo principal de los antiguos poblados o castros, cuyos restos, enterrados o parcialmente descubiertos, según el caso -por ejemplo, en las proximidades de la orensana población de Montederramo, se tiene constancia de uno de ellos, que todavía permanece enterrado y no hay intención, al menos por el momento, de realizar excavaciones para sacarlo a la luz-se localizan por toda Galicia.

Es precisamente, entre esos antiguos bosques de misterio, por donde transcurre otra pequeña ruta, llamada Ruta Sagrada con todo merecimiento, que en apenas una docena de kilómetros, que se recorren por parajes de una hermosura muy peculiar, une el pueblecito de Barxamaior con O Cebreiro, trayecto que, según la legendaria historia, recorrió el humilde pastor, afrontando las inclemencias de una impresionante nevada, para acudir a la misa que debía celebrarse en esta parroquia, dedicada a la figura de Santa María la Real. Parroquia que por aquél entonces -hablamos de un tiempo posterior a la desaparición de los templarios, verdaderos custodios del camino, que poseían fortalezas alrededor de este enclave sagrado, y de cuyo recuerdo, en las cercanías puede todavía visitarse un pequeño pueblecito que lleva todavía su nombre, Temple- estaba al cargo de un párroco poco piadoso, o cuando menos descreído, que pagó su osado descreimiento, cuando las hostias sagrada y el vino, milagrosamente, se convirtieron en carne y sangre ante sus atónitos ojos y la maravilla del humilde pastor. Cáliz y cratera que aún se mantienen a la vista de todo el mundo y que, aparte de constituir todo un fenómeno místico que dio lugar, en numerosas fuentes, a la identificación del lugar como el famoso Monsalvat de las leyendas artúricas -de hecho, parece ser que Wagner se basó en él y su historia para su famosa opera Parsifal-, acompaña la leyenda de que la Virgen románica que se puede apreciar en el mismo lateral de la capilla donde se exhiben las santas reliquias, mantiene la cabeza inclinada, tal y como hizo cuando se produjo el milagro. Una imagen, realmente curiosa, no exenta de simbolismo, donde, curiosamente, es la figura del Niño la que mantiene en su mano, un objeto notablemente simbólico y fundamental: la manzana.

Tanto la iglesia como su recinto, permanecen prácticamente igual que allá por los siglos XI ó XII, cuando fueran levantados por monjes procedentes de la población francesa de Aurillac, encontrándose, en su torre, esa base cónica, piramidal o con forma de templete en algunos casos, que caracteriza la gran mayoría de las construcciones sacras gallegas, pudiéndose añadir, además, que posiblemente ésta iglesia de Santa María la Real fuera el modelo que siguieran las iglesias de otras poblaciones cercanas, como Liñares o Hospital da Condesa, apenas distantes una decena de kilómetros. Sea como sea, y a pesar de que el mundo de la comercialización no perdona ni siquiera los lugares más místicos, no deja de ser un hecho cierto de que tanto O Cebreiro como su modesto templo, no sólo imponen respeto, sino también una curiosa sensación de paz y vitalidad como pocos. No en vano, como se ha dicho, quien entra en él, no tarda en percatarse de que está en un lugar del espíritu de primera magnitud.



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