sábado, 19 de enero de 2013

Contrasta: ermita de Nª Sª de Elizmendi



Continuando con los pormenores propuestos en la ruta que iniciamos en Araia (ermita de San Juan de Amamio), dejando atrás la ancestral Ocariz y siguiendo en direccion a la frontera con Navarra -imaginemos que somos peregrinos que se dirigen hacia Estella- la siguiente población donde merece la pena detenerse, una vez dejado atrás el Puerto de Opakua, con sus frondosos bosques, es Contrasta. La Kontrasta vasca, en uno de cuyos altozanos, dominando la población desde un lugar que ya muy posiblemente conociera cultos ancestrales a la figura de la Gran Diosa Madre -la tradicional Andra Mari-, se levanta uno de los templos más curiosos de la zona: la ermita de Nª Sª de Elizmendi. Esta ermita no es, sino, la única ermita superviviente de aquéllas siete -número significativo, como las estrellas que conforman la Osa Mayor, por la que se orientaban los peregrinos en camino hacia Compostela y el Finis Terrae- que se sabe, había en este antiguo pueblo fundado, al parecer, por el rey Alfonso X, en 1256. El por qué de ésta supervivencia, así como el hecho de que sea uno de los más famosos santuarios marianos de la provincia de Álava, posiblemente radique en el propio lugar sobre el que se levanta la ermita. Un lugar que, aún hoy, y al decir de los vecinos, irradia una poderosa energía. Este detalle, que puede parecer vanal y supersticioso para muchos, quizás, en el fondo, no sea más que una pista que nos señale la posibilidad de un antiguo centro megalítico, elegido por ser un punto de confluencia de aquéllo que los celtas denominaban wouivres o serpientes, y hoy día conocemos como corrientes telúricas que, parece demostrado, actúan de determinada manera sobre el entorno y las personas y que, de hecho, el Cristianismo aprovechó en numerosas ocasiones, para reactualizar en su favor, cultos ya previamente establecidos. El que esté bajo una advocación mariana, no debería sorprendernos en demasía si, siguiendo el patrón de lo argumentado hasta el momento, dirigimos la vista unos kilómetros más adelante, hacia el pueblo de Ullibarri-Arana -que será, el próximo punto de destino- y nos detenemos en su pequeña ermita, dedicada, precisamente, a la figura ancestral de Andra Mari.


De ábside semicircular y nave alargada, un vistazo a los elementos que configuran su estructura, incluida la excelente calidad de sus sillares, nos puede servir de aviso para pensar en la fuerte presencia romana en tiempos, cuyas cercanas necrópolis sirvieron como material reutilizable para templos y otro tipo de construcciones posteriores. De tal manera, que no ha de extrañarnos encontrarnos con restos de numerosas làpidas de tal origen, sobre todo en la zona sur de la ermita, distribuídas en la cercanía del pórtico de acceso.
Lápidas, por otra parte, en la que aún se observan restos de inscripciones, así como alguna variedad de símbolos, que han motivado que algunos autores opinen que sirvieron de modelo para los motivos labrados en las grandes modillones del ábside. Consisten estos motivos, principalmente, en discos solares, estrellas de seis puntas -este tipo de estrellas es muy corriente, hasta el punto de que, denominadas flor de la vida o espantabrujas, cumplían una función protectora y solían colocarse tanto en iglesias, como en monasterios, como en casas particulares- y cruces inmersas en círculos. Una de tales cruces inmersas en un círculo y con otro círculo o agujero en medio, ofrece una idea de rotación, de rueda, de vida que no se detiene y gira, como esas antiguas espirales que inspiraron numerosos cultos a prácticamente todos los pueblos y civilizaciones de la Antigüedad y que ofrecen, siguiendo los patrones de razonamiento del gran Hermes Trismegisto, una visión de su Tabula Smeragdina, en lo referido a aquél famoso aserto que dice: como es arriba, así es abajo. Tal vez por ello, no ha de extrañarnos si en nuestro periplo aventurero nos tropezamos, casuísticamente, con símbolos ancestrales que, aunque su verdadero significado se haya perdido y actualmente se limiten al ámbito de la especulación, aún ofrecen un digno testimonio de lo arraigado de ciertos símbolos y mitos en lo que bien pudiéramos denominar, desde un punto de vista junguiano, el inconsciente colectivo. Un buen ejemplo de lo que digo, podríamos encontrarlos en los dinteles de algunas casas modernas, cercanas a la ermita, donde no debería sorprendernos encontrarnos con estrellas de cinco puntas, espirales y círculos concéntricos, como un recuerdo o una herencia, a los cultos de los antepasados.


Pero, posiblemente, de todos los motivos consignados en los modillones que como una media luna, cercan el ábside, el que más llame la atención o el que más destaque, sea aquél que muestra un extraño Cristo. Tallado de una manera bastante tosca, apenas se aprecia la cruz, ofreciendo, al menos en un primer vistazo, una sensación de ingravidez, de elevación y de dominio del espacio, más propia de las representaciones cátaras, que aborrecían de la cruz como instrumento de martirio. Como digo, es sólo una impresión. Pero es relevante un detalle, que debería hacernos pensar en que quizás, el cantero que lo labró, dejó a propósito una señal. Cuando hizo esas manos desmesuradamente grandes, de alguna manera, nos estaba también indicando una conexión. Una conexión, cuyo sentido, en principio, desconozco, pero de la que me consta existen numerosos antecedentes. Y casi todos ellos, referidos, precisamente también, a las manos -o al menos, una de ellas- desproporcionadas que se pueden contemplar en muchas figuras virginales representativas de Vírgenes Negras. E incluso, en algunas figuras de santos camineros, como San Roque, que suelen encontrarse, también, en o en las cercanías de santuarios a ellas dedicados. Incluso no es extraño, encontrar ese ¿defecto?, en figuras angélicas, siendo relevante, por citar un ejemplo fácilmente comprobable, uno de los ángeles que se localiza en el claustro románico de la Concatedral de San Pedro, en Soria.
Dado que Contrasta fue un gran nudo de comunicación, y que por sus caminos peregrinos también llegó a España parte de esa marabunta francesa, poco o nada ilustrada, que arrasó el país como una plaga de langosta, me pregunto cuántas obras, cuántas claves y cuántas maravillas no se perdieron irremediablemente. Aún así, esta ermita de Nª Sª de Elizmendi, aún muda y parca en detalles, desprende una mediática atracción que, aún sin palabras, parece querer dar a entender que lo más importante, después de todo, no es el templo que se está viendo, sino el lugar sobre el que éste se levanta.

domingo, 13 de enero de 2013

Ocariz: Nª Sª de la Asunción


En la denominada llanada alavesa oriental, no muy lejos de Araia y podríamos decir que entre medias de dos poblaciones que destacan, cuando menos, por sus importantes vestigios megalíticos, como son Eguilaz y Arrizala (1), se sitúa la pequeña población de Ocariz (Okariz, en euskera). Una población, que ya en su nombre, debería llamarnos poderosamente la atención, porque hace referencia a esas guardianas del Conocimiento, y por defecto, a ciertas hermandades de canteros, cuya presencia, simbólica y trascendente, tiene una estrecha relación con el Camino de Santiago: las ocas. De hecho, por este mismo lugar, no es difícil ni deber sorprendernos encontrarnos con todos aquellos peregrinos que, una vez atravesado el Paso de San Adrián y dejado atrás poblaciones no exentas tampoco de interés, como Zalduondo, se encaminan hacia la frontera navarra -en las cercanías de Larraona y los legendarios Montes de Urbasa- y uno de los lugares punteros del Camino, como es Estella, población que, aproximadamente, dista una cuarentena de kilómetros.
Cierto es, por otra parte, que en la actualidad poco habría de llamarnos la atención la moderna mole de su iglesia, dedicada -como viene siendo costumbre, una vez olvidada o modificada su primitiva advocación- a la figura mariana de la Asunción, si no fuera porque, en el transcurso de una restauración realizada en la década de los setenta, aparecieron algunos restos de interesante factura, pertenecientes, qué duda cabe, a su antigua fábrica románica. Básicamente, consistes éstos en sillares, algunos capiteles, modillones y dovelas, incluyendo una pequeña portada, que se localiza en el lado sur.
Por sus detalles, más cuidados, posiblemente, que en muchos otros templos de la zona, algunos especialistas hacen hincapié en la influencia ejercida por toda la región, de ese foco inconmensurable, energético y artístico, constituído por uno de los más impresionantes santuarios alaveses: el Santuairo de Estíbaliz, lugar cuyas impresiones y pormenores, constataré más adelante.
Las hojas de acanto, características en el románico de la zona, se entremezclan aquí con otros motivos florales, entre los que sobresalen los tallos ondulantes, basados, posiblemente, en un original de época romana -la presencia romana en la zona fue importante, y de su rastro queda buena constancia, como se podrá apreciar en la siguiente entrada, dedicada a la ermita de Nª Sª de Elizmendi- que se localiza sobre la jamba derecha. Pero, sin duda, algunos detalles inducen a pensar en la universalidad de conceptos y diseños, cuya transmisión se iba produciendo a medida que las hermandades de canteros, generalmente itinerantes, se distribuían por las diferentes regiones peninsulares. Algunos ejemplos de estos motivos, podrían ser esos adornos con forma de diente de sierra, que a veces, distribuídos por el simi-arco de las portadas, podrían aludir al mar primordial y por defecto, a un simbólico bautismo por agua para todo aquél que franqueara el umbral del templo, y que también, en otros ámbitos, se interpreta como alusiones a la figura de la Gran Diosa Madre, llegándose a encontrar pintados en las cámaras de algunos dólmenes, como sería el caso del conocido dolmen sobre el que se eleva la ermita de la Santa Cruz, en la población asturiana de Cangas de Onís. Estos motivos dentados, se localizan también en otro curioso templo asturiano, el de San Pedro de Arrojo, en el concejo de Quirós, con la particularidad de que junto a ellos, aparece también una curiosa figura de ave, de origen normando, más característica, por su abundancia, en el románico de la zona de Villaviciosa, aunque constatable en otros concejos vecinos, como sería el de Siero y su curiosa iglesia de San Esteban de Aramil o de los Caballeros.
Las alusiones simbólicas de carácter solar, también son visibles entre los detalles sobrevivientes, y al igual que en numerosos templos románicos, cabe destacar la presencia de pequeñas cabezas que, en solitario, podrían hacer una alusión a la ancestral creencia celta de que el alma se localizaba precisamente en la cabeza y para evitar la metempsícosis, es decir, la reencarnación de los guerreros enemigos muertos en combate y evitar que volvieran para combatirles, solían colocar sus cabezas en los dinteles de las puertas. Una creencia que, después de todo, y posiblemente de un modo supersticioso, se mantuvo en algunos templos cristianos, pudiéndose citar, como ejemplo, el templo de San Vicente de Serrapio, en el concejo asturiano de Aller, en cuya fachada principal, y colocados en fila, se encontraron tres cráneos humanos cuando se procedió a su restauración.


(1) Referencia a los dólmenes de Aitzkomendi y Sorginetxe, respectivamente.