Una arquitectura del Espíritu
Dejando atrás esa cidiana ciudad de Berlanga y adentrándonos en los paraméricos desiertos de su ancestral villa y señorío, precisamente allí, donde los desnudos montes y las abruptas quebradas, por cuyo fondo discurren con melancólica fruición algunos afluentes del Duero, como el río Escalote, cuyo curso, milagrosamente ininterrumpido a través de los siglos, va labrando ocasionales muestras de una fantasmal artesanía rupestre, una ermita, con más de mil años de antigüedad y una apariencia tan humilde como desconcertante, es la prueba evidente de que incluso los desiertos pueden ser también seducidos por la noble influencia de la belleza. En un primer vistazo, el ojo que fácilmente se deslumbra por lo babélico y superlativo, pasará ingenuamente de largo, suponiendo, erróneamente, que lejos de encontrarse en un edificio que sigue magistralmente los cánones más sólidos de la Geometría Sagrada, se halla frente a otra de esas viejas ruinas campesinas, que, de trecho en trecho, asolan ...