Un
nuevo año comienza, y con él, comienzan también nuevos proyectos, nuevas rutas
y múltiples expectativas, que han de discurrir por caminos misteriosos; caminos
que tal vez no sean infinitos, pero que pueden llegar a parecerlo, si tenemos
en cuenta la gran cantidad de Historia, de Arte, de Cultura y de Belleza que
ocultan. Caminos que discurren por áridos senderos rurales; por la suave
placidez de valles; por lo más recóndito de bosques y montes; por escarpados
picachos, e incluso a la vera de ríos cuyo generoso caudal semeja ese deseo
natural de llegar a ser el mar que vislumbran al final de su camino. Por
caminos así, se desenvuelve la ruta que os propongo para este comienzo de año.
Una ruta que recorre, si bien no completa, sí al menos una cumplida parte de
los monasterios que conforman una zona muy especial de las provincias de Lugo y
Orense.
A la vera de los ríos Sil y Miño,
o situados más al interior, comunidades humanas de diversa índole, condición y
línea de pensamiento, resacralizaron un lugar, la Roboyra Sacrata (1),
que ya era especial, y por lo tanto revestido con un aliento de divina
idiosincrasia para diferentes culturas, como la celta, que poblaron este
entorno antes de la llegada del Cristianismo. Comunidades que levantaron, a
base de cálculo, maestría y observación, insignes edificios cuyas piedras,
lejos de guardar silencio, conforman un genuino lenguaje de símbolos que
proclama a los cuatro vientos la suprema mediatez de los paradigmas más
persistentes que subyacen en ese inconsciente colectivo que acompaña a la
Humanidad desde el alba de los tiempos.
Bienvenidos, pues, a la magia monumental de los
monasterios de la Ribeira Sacra.
(1) En
realidad, tal sería, en principio, su denominación, según se constata en
diversos documentos medievales, descubiertos hace años por Ana Méndez, la que
fuera guardiana del monasterio de Santa María de Montederramo hasta tiempos
recientes.