martes, 12 de septiembre de 2023

Claustro románico de Silos: Patrimonio Cultural de la Humanidad


El viajero sólo está de paso, pero ya es excusa suficiente como para no ignorar la oportunidad de volver a poner los pies en uno de los lugares más carismáticos del rico Patrimonio Cultural español y, por defecto, merecida extensión mundial: el claustro románico del monasterio de Santo Domingo de Silos.


Piensa, mientras recorre sudoroso las estrechas callejuelas de un pueblo que parece eternamente anclado en los mundos insondables del pasado, que, a diferencia del viento abrasador que se cierne, inclemente, sobre este arcaico y primogénito rincón de Castilla, sus pasos le conducirán, en breve, hasta ese misterioso lugar, cuna de una magistral cantería que hizo escuela, donde, metafóricamente hablando y a diferencia de las vicisitudes del mundo moderno, las arenas del tiempo tan sólo obedecen a los vientos del Espíritu.


Nada importa, por tanto, unirse a la fila de turistas, que, más o menos avisados del paseo histórico-artístico que están a punto de emprender, esperan, pacientemente, copando ese reducido espacio, donde antaño y también hogaño, los monjes silenses mantenían y mantienen las labores de su vieja hospedería.


Camisas floreadas y atuendos desenfadados, sustituyen, pues, a los toscos sayales de los viajeros y de los peregrinos medievales, que un día, siguiendo las incognoscibles exigencias de los laberintos de la vida, encaminaron sus pasos hasta este lugar de reposo, oración y aun yendo más allá, de sublime admiración.


De hecho, en otros tiempos no tan lejanos, como pudiera pensarse y basado en los principios del decoro, la mayoría de ellos no hubiera podido traspasar un umbral, que, sin metáforas ni comparaciones de por medio, es, por mérito propio, una máquina del tiempo más sutil, sofisticada y real que la que inventaron, entre otros escritores, hoy día apenas recordados por las nuevas generaciones, H.G. Wells.


Un Aleph, como dirían Borges y Coelho, donde el Ayer es el Aún y, paradójicamente, también el Todavía, que lleva, en su corazón de piedra, la costra de incontables siglos, las heridas de distintos tiempos y el hermetismo de la magistralidad de antaño, donde Arte, Arquitectura y Simbolismo se funden en un estrecho abrazo, que, ciertamente, como bien sabe el viajero, no deja a nadie indiferente.


Dicen -ignora el viajero si las malas o las buenas lenguas- que este monasterio se remonta la época visigoda, si bien, de dicho no queda nada -ni siquiera los cuatro pedruscos, que, todavía y no es poco, teniendo la historia maledicente contra el Patrimonio de este país, se pueden apreciar todavía en la cercana Quintanilla de las Viñas- y lo que sus ojos, así como los ojos del resto de curiosos ven, se remontan al siglo XI por un lado, en cuanto a la arquitectura y su labra, por un lado y al siglo XVI, cuando ya el estilo gótico comenzaba a verse eclipsado, su maravilloso artesonado mudéjar, que, por desgracia, en la actualidad ha perdido parte de esa grandeza, burlona y heterodoxa -como el famoso lobo vestido de sacerdote y oficiando misa- que una vez lo caracterizó.


No obstante, también sabe el viajero, que, en este restañar de heridas y carencias, todavía queda una buena parte, que, sometida al ojo avizor de los detalles, es capaz de despertar las más grandes suspicacias: el familiar estilo oriental y más concretamente, egipcio, con el que los primeros talleres que laboraron en este claustro dotaron, por ejemplo, a esas criaturas de los insondables abismos mitológicos, que son las arpías, esos mismos seres, que, curiosamente, como los cuélebres, serpentones o dragones custodios de tesoros, también custodiaron, en los tiempos de Jasón y los Argonautas, el famoso Vellocino de Oro, situado, según se supone, en algún lugar del Cáucaso llamado Cólquida.


El monumental cetro que recoge con mano firme el propio Santo Domingo, en su cenotafio, no sólo un objeto de autoridad, sino, además, uno de los objetos indispensables, utilizados por los maestros canteros de la época, como la plomada, el compás y el analema y que, en este caso, termina en una notable y esotérica cabeza de dragón, quizás, recordando, también, la habilidad de los magos egipcios y aprendida por el propio Moisés, capaz de jugar con las ilusiones, transformado la vara en serpiente.


Sin olvidar, por supuesto, los significativos relieves, que, en los ángulos, desarrollan escenas de la vida de Cristo, donde cabe destacar la aparición a los discípulos y en particular, al incrédulo, objetivo y racional Tomás, acción que supuso, además, la utilización de frases tan contundentes como ‘ver para creer’ o ‘meter el dedo en la llaga’.


Tanto uno como otro, en cuanto a este lugar se refiere, son completamente válidos, piensa el viajero, como lo es, también, pensar en cómo sería este mismo lugar en aquellos tiempos, cercanos al fatídico y temido año Mil y las continuas razzias de Almanzor, cuando apenas Castilla comenzaba a colear de la mano de los primeros condes y jueces, como Fernán González, cuya torre-fortaleza todavía continúa en pie, al cabo de un milenio, en la vecina localidad de Covarrubias.


En definitiva: un viaje en el tiempo, muy recomendable para todo aquel que sienta no sólo la llamada de la Historia, del Arte o de la Arquitectura, sino también, la llamada de ese Laberinto inmemorial, que son, después de todo, la vida y sus infinitos caminos.


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martes, 24 de enero de 2023

Un paseo por Retortillo, la antigua Juliobriga romana

 


El viajero que busca Naturaleza, Arte, Historia y sobre todo, Misterio, no cabe duda de que tiene en Cantabria, un destino capaz de cubrir con creces tales necesidades e incluso compensarle con la riqueza, calidad y variedad de algo no menos importante y vital, como es también la Gastronomía.



Si tomamos como base de operaciones, por ejemplo, la popular ciudad cántabra de Reinona -entre otros, recomiendo la reserva en el Hotel Vejo, con modernas instalaciones, agradable servicio y precios verdaderamente asequibles- situada en el límite de su frontera natural con Palencia y esos misteriosos Campos Góticos -una de las más duras etapas que tienen que afrontar los peregrinos que siguiendo el denominado Camino Francés, se dirigen por la Ruta o Vía de las Estrellas hacia Santiago de Compostela, para presentar sus respetos al Apóstol Santiago el Mayor, después de un viaje que se presupone existencialmente íntimo- observaremos, con entusiasmo, que desde nuestra posición y en menos de una hora, tenemos múltiples opciones, a cual de ellas más atractiva.



Por un lado, podemos intentar la aventura de conocer la denominada Montaña Palentina -que no es otra cosa, que esos formidables Picos de Europa, que comparten Palencia, Cantabria, Asturias y en menor parte, León- y una serie de pequeños pero pintorescos pueblecitos o por el contrario, encauzar nuestros pasos hacia la Cordillera Cantábrica y gozar de la salvaje belleza del Mar Cantábrico y de las ciudades y pueblecitos portuarios, que asentados a la vera de sus impresionantes desfiladeros, dejarán en nuestra retina, qué duda cabe, unas impresiones y unos recuerdos, difíciles de olvidar.



En esta ocasión, optaremos por la primera opción y aunque no nos dirijamos exactamente hacia la Montaña Palentina ni tampoco nos alejemos mucho de Reinosa, encontraremos, dentro de esos pintorescos pueblecitos, Retortillo, un lugar, que, aunque ahora no lo parezca, fue, no obstante, en aquellos tiempos históricos que se remontan a las denominadas Guerras Cántabras, cuna y solar de una de las mayores poblaciones romanas de la Hispania conquistada: Juliobriga.



Cierto es, que apenas veremos más que algunas antiguas ruinas de esta legendaria ciudad, apenas reconocibles y la mayoría de ellas situadas a la vera de uno de los más extraordinarios templos del Arte románico de Cantabria, ambos situados junto a un moderno museo dedicado, precisamente, al recuerdo de la dominación romana del lugar, pero con una impresionante vista de ese accidente artificial, que en su momento, sepultó bajo sus aguas algunos pueblos, de recuerdo hace tiempo olvidado: el Embalse del Ebro.



Para el amante del Arte y de la Arquitectura, la curiosa iglesia románica de Retortillo constituirá, seguramente, todo un pequeño desafío a la imaginación, sobre todo, a sabiendas de que intervinieron en ella las ‘conocidas’ manos de unos canteros medievales itinerantes y anónimos, que sin embargo, fueron dejando huella a todo lo largo y ancho del territorio, poniendo, además, de manifiesto, la enorme calidad de un oficio, que desde esta parte de la denominada Trasmiera cántabra, se extendió también por el resto del territorio peninsular, hasta el punto de que de ella partieron maestros canteros de la talla de Juan de Herrera, quien fuera uno de los artífices principales del famoso monasterio de San Lorenzo de El Escorial, mandado construir por el rey Felipe II.



Como viene siendo normal con este tipo de monumentos tan antiguos, apenas existe constancia de este singular templo, salvo que se sabe que se remonta al siglo XI, alrededor de un pequeño poblado altomedieval, que por aquel entonces, llevaba el nombre de Rivo Tortillo y que sus constructores, por supuesto, anónimos y posiblemente ignorándolo -aunque no hasta el punto de no reaprovechar algunos de los sillares- levantaron la iglesia en el lugar donde antiguamente se encontraba la ciudad romana de Juliobriga.



Su forma, llama la atención, sobre todo, porque sobre el plano, muestra una sola planta, con ábside semicircular, pero a diferencia de muchos otros templos de su estilo, compensa la falta de torre, propiamente hablando, por la realización, sobre un hastial, dotado con unos primitivos escalones de piedra, de una espadaña.



La escultura, sobre todo, aquella relacionada con esos verdaderos ‘libros de piedra’, especialmente diseñados para ilustrar a una sociedad netamente analfabeta, no desmerece, sino que complementa las temáticas características de la zona, incluida alguna que otra referencia de índole sexual -de la que existen múltiples referencias en los templos cántabros- que servía, además, como medio de reprobar cualquier tipo de costumbre licenciosa -explicación más extendida, aunque discutible- referencias al entorno -temáticas foliácea y de animales típicos de la zona- y referencias mitológicas, usadas, principalmente, para desvirtuar los antiguos cultos, haciendo de estos seres -arpías, sirenas o grifos, generalmente- alusiones a los vicios y pecados, por los que no debían dejarse seducir los fieles.



Se sabe, que su portada original, situada en el lado sur de la nave, fue desmantelada en época moderna y sustituida por la actual, donde llama la atención la extraña representación escultórica de un tímpano, cuyo verdadero origen se desconoce y cuyo significado, puede dar lugar a las más variadas interpretaciones, pues en él se ven representados dos ángeles portando una cruz -que recuerdan la curiosa historia de la Cruz de los Ángeles, entregada al rey asturiano Alfonso I- franqueados por dos elementos de influencia babilónica, como son el grifo y el león alado, símbolos, por otra parte, que antiguamente se representaban alrededor de la figura del Pantocrator, como símbolos primitivos de los Cuatro Evangelistas.



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