lunes, 27 de diciembre de 2010

Revilla de Collazos, Palencia: iglesia de San Andrés

Nos encontramos aquí, frente a un templo que, como en muchos otros casos, ha visto muy modificada su primigenia estructura románica, hasta el punto de que, al menos del exterior, apenas ha sobrevivido el ábside y quizás la torre que conforma su campanario. Sin embargo, el interior de este templo, dedicado a la figura de San Andrés, aún conserva -afortunadamente, no sólo para el investigador sino también para el amante del Arte en general- detalles de suficiente interés y calidad, como para ser tenidos muy en cuenta, haciendo que merezca la pena detenerse el tiempo suficiente y realizar una visita, por corta que ésta sea.
Dichos detalles se manifiestan, sobre todo, en los capiteles absidiales, donde, aparte de la representación de un combate medieval entre caballeros -usos y costumbres de la época- volvemos a encontrarnos con otra alusión a un mito harto conocido ya en el románico palentino y posiblemente motivo y referente seguido por los diferentes talleres canteros que trabajaron por la región: el mito de Alejandro y los grifos.
No obstante, lejos de considerar éstos como los mejores exponentes que han sobrevivido a nuestros días, no es, sino dirigiendo nuestra mirada hacia la zona del altar, que hallaremos una pieza que, por su rareza -realmente, no han sobrevivido muchas- merece una especial atención: se trata de un soporte o atril para depositar las Sagradas Escrituras y facilitar su lectura al sacerdote, que gozó del privilegio de ser cedido hace algunos años al Metropolitan Museum de Nueva York para una exposición.
Se trata de una pieza, de aproximadamente un metro de alto que, hábilmente labrada en un único bloque de piedra, muestra a un músico con una vihuela en la mano. Llama la atención, sin embargo, que por encima de la figura de éste, otros elementos decorativos adquieren, comparativamente hablando, la forma de serpientes enroscadas sobre sí mismas. De una excepcional expresividad, podríamos definir, también, las facciones y el gesto del músico en cuestión, arrobado, es de suponer, por las notas imaginarias de la melodía que está tocando. Al lado de ésta pieza, el altar, se encuentra parcialmente tapado por un lienzo blanco que, no obstante, permite apreciar un pilar central, adornado con aros superpuestos, así como otros dos pilares más adelantados, que muestran motivos vegetales, a modo de capiteles, en la parte superior.
Sin duda alguna, la figura principal del Retablo Mayor, de probables connotaciones barrocas, siguiendo la costumbre, se basa en la vida y el martirio del santo titular, San Andrés, observándose al menos dos reproducciones del mismo: una, en la parte superior, que muestra la crucifixión del santo en la característica cruz con forma de aspa -llamada precisamente de San Andrés- y aún otra reproducción, situada hacia el centro del retablo, que lo muestra cargando con ella. Existe aún una tercera figura, posiblemente moderna, que también muestra -curiosa representación para un martirio- al santo cargando c on su cruz y además, portando un libro cerrado.
Varias son, así mismo, las representaciones Crísticas, de las que destacan particularmente dos: un Cristo yacente, de excelente factura y posible origen en los siglos XVII-XVIII, y otro Cristo crucificado, de rostro transfigurado por el dolor, cuyo cuerpo, curiosamente, adopta la forma de pata de oca sobre la cruz.
Otro elemento reseñable, lo encontramos en la pila bautismal, lisa, calzada sobre un soporte pétreo que contiene caras de animales. En la superficie de la pila, grabados en su borde, se aprecian trazos que muestran estrellas de seis puntas, también conocidas como flores de la vida, integradas en sus correspondientes círculos.
Del ábside, y otra vez en el exterior de la iglesia, cabe reseñar los motivos de los capiteles de al menos uno de los ventanales: motivos vegetales -posiblemente, flores de acanto- en el capitel de la derecha, mostrando el capitel de la izquierda, una curiosa dualidad representada por centauros enfrentados.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Villanueva de la Torre, Palencia: iglesia de Santa Marina

Situado en los límites que separan los Valles de Santullán y Mudá, éste pequeño núcleo rural palentino que es Villanueva de la Torre, ofrece otro interesante exponente artístico en su iglesia románica de Santa Marina. Siguiendo una tradición similar a numerosos templos que se localizan en la vecina comunidad de Cantabria -Cervatos o Bolmir, por poner un ejemplo- también aquí, en Santa Marina, parte de los canecillos que componen el mensaje simbólico de su ábside, revierten a la temática netamente erótica. Curiosamente, la mayoría de éstos, y sobre todo aquellos que muestran unos desorbitados atributos masculinos al descubierto, pertenecen a la categoría de guerreros; detalle que parecen confirmar las estructuras cuadradas de sus cabezas, consecuencia directa del casco que las cubre y alusión probable a uno de los aspectos cotidianos de la época medieval: el amor y la guerra.
Fechada por los especialistas a finales del siglo XII, la iglesia de Santa Marina domina el pueblo desde un altozano, destacando la forma y estructura de su torre de dos pisos, a la que se accede a través de una estrecha escalera de caracol. De no ser por la amabilidad del encargado de la llave -que no sólo pacientemente nos atendió, sino que también se saltó una de las directrices del obispado abriéndonos la iglesia un lunes- posiblemente nos hubiera pasado desapercibido un pequeño misterio: como si de una cámara secreta se tratara, desde el interior resulta imposible ver uno de los ventanales de la torre.
Aparte de la torre, y los ya mencionados canecillos eróticos, otros elementos destacables se localizan en el ventanal del ábside, lugar en el que, bajo un arco decorado con motivos diamantinos, merecen especial atención los pequeños capiteles que lo complementan. Éstos, básicamente, se componen de animales fantásticos, que representan hipogrifos -seres alados, con cuerpo de caballo y cabeza de águila- que, posiblemente siguiendo la línea de la tradición en cuanto al famoso templo de Salomón y sus demonios, podrían considerarse como guardianes del lugar.
En el interior, no exentos de calidad en su labra, se pueden observar unos capiteles que, en principio, continúan la temática más destacable de la zona -o más repetitiva, si se prefiere- basada en el conocido episodio de Daniel y los leones, así como la representación de parte de la leyenda de Alejandro Magno y los dos grifos de los que se sirvió para ver desde los cielos la basta extensión de sus conquistas. Éste último, también es un motivo que se localiza con cierta repetitividad en varios templos de la región.
El Retablo Mayor, bastante deteriorado, está coronado por un calvario, quedando la parte central para alojar una figura que representa a Santa Marina, hemos de suponer que a la Marina nacida y martirizada en Antioquía, durante la persecución llevada a cabo por el emperador Diocleciano.
En un extremo, y sumamente deteriorada también, una figura de madera policromada llama poderosamente la atención. Se trata de una representación mariana del siglo XIII que, olvidada su auténtica advocación -como suele ocurrir en la mayoría de los casos- se reconoce simplemente como Virgen con Niño.
La figura, entronizada sobre una silla con pedestal de planta octogonal, aún conserva, en el dorado de su manto, parte de los colores originales. Con la mano izquierda -posiblemente más grande de lo habitual- sujeta al Niño y en la derecha, porta una flor, seguramente un lirio. Dos de los dedos de la mano derecha del Niño, señalan hacia lo alto, mientras que en su mano, sujeta un pequeño libro cerrado.
Por último, reseñar que el añadido de la Torre, según opinan numerosos investigadores, hace referencia a un torreón del siglo XI, cuyos restos aún pueden verse a las afueras del pueblo.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Lomilla, Palencia: iglesia de San Esteban

Lozalizada también en los alrededores de Aguilar de Campóo, y a apenas una distancia insignificante -kilómetro y medio o dos kilómetros- de Olleros de Pisuerga y su impresionante ermita rupestre de los Santos Justo y Pastor, la iglesia parroquial de Lomilla aún conserva algunos detalles de interés pertenecientes a su original fábrica románica, bastante modificada su estructura, no obstante, a lo largo de los años transcurridos de su existencia; circunstancia ésta, que viene siendo habitual, no sólo ya en lo que respecta al románico palentino en particular, sino, por supuesto, al conjunto del románico en general.
Bajo la advocación de San Esteban -uno de los primeros mártires cristianos de los que se tiene referencia- el entorno en el que se asienta ha visto surgir y posteriormente desaparecer algunos pequeños pueblos, siendo reaprovechados en su mayoría o en parte, los elementos de sus ya irreconocibles parroquias, como también la piedra de las casas que los conformaban.
Los orígenes del templo de San Esteban se remontan al siglo XII, destacando de ésta época el ábside, cuyos canecillos aún conservan buena parte del ideario simbólico medieval, entre cuyos componentes podemos observar otro motivo -como el de Sansón desquijando al león- recurrente a numerosos templos de la región. Me refiero a esa, en teoría, personificación del pecado, representada por una mujer de cuyos pechos parecen mamar dos serpientes.
Otros motivos, más o menos afortunados, en cuanto a calidad artistica se refiere, están constituídos por animales, entre los que destacan la liebre y otra bestia, que bien podría ser un perro o un lobo -éste último caso, sería significativo- y que probablemente, en un sentido más amplio, simbolicen la naturaleza sagrada subyecente en un tema como es el de la caza.
Seguramente más interesantes y complejos que los anteriores, y símbolo ancestral, cuando no universal e indiscutible, la espiral aparece varias veces representada, lo que puede sugerir un deseo expreso del cantero de transmitir conceptos lejanos a las concepciones católicas del momento, cuando no una forma de firma personal o gremial, similar, en comparación, a aquella otra que se localiza en el interior del ábside de la colegiata cántabra de San Martín de Elines.
Recurrente, así mismo, es la temática del ave rapaz con una presa entre sus garras; e incluso aquél otro canecillo que, semejante a las capas escalonadas de los ziggurats mesopotámicos, pudiera representar otro símbolo similar en connotaciones mistéricas ancestrales a la espiral: el laberinto.
En el interior de la nave, los capiteles anexos a la zona del ábside y el altar, están lisos, seguramente modificados en alguna reforma y de cuyos originales, si los hubiere, nada sé. Destaca, en primer término, localizándose en los sillares absidiales frontales, un calvario gótico -siglo XIV-, así como la figura de uno de esos santos, misteriosos y populares que, descubriendo su muslo y señalando una terrible herida sangrante, implica no sólo una señal de reconocimiento, sinto también, de iniciación: San Roque.
Situado en uno de los retablos laterales, va ataviado con los atributos característicos del peregrino; a saber: sombrero, viera, zurrón y el báculo o cayado, típico no sólo del peregrino, sino también de la figura del Maestro. Le acompañan el niño y el perro.
Por último, señalar que se sabe de una pequeña necrópolis en los alrededores de la cabecera, estando situado, no obstante, el pequeño cementerio municipal, en la zona del ábside.


miércoles, 8 de diciembre de 2010

Moarves de Ojeda, Palencia: iglesia de San Juan Bautista

Existe una curiosa tradición, divulgada, entre otros investigadores, por Rafael Alarcón (1), que me recuerda, y mucho, la polémica existente entre ésta magnífica portada de la iglesia de San Juan Bautista, en Moarves de Ojeda y aquélla otra, localizada en uno de los lugares más emblemáticos del Camino de las Estrellas, como es Carrión de los Condes: la iglesia de Santiago. ¿Cuál se hizo primero?. ¿Cuál de las dos tiene mayor calidad?. ¿Cuál es el espejo de la otra?. ¿Fueron ambos templos realizados por la misma escuela, pero por maestros canteros diferentes?.
Esta misma circunstancia, la encontramos también a escasos kilómetros de Puente la Reina, un no menos emblemático lugar del referido Camino -recordemos la máxima que se localiza en una de las entradas de la ciudad, junto a la figura inmutable del Peregrino: Y desde aquí todos los caminos a Santiago se hacen uno solo- suscrita a las portadas de Santa María de Eunate y de San Miguel de Olcoz. Interviene aquí Alarcón, en la mencionada obra, al referir una curiosa tradición que, encubierta de leyenda, descubre la pugna existente entre un maestro constructor templario -no olvidemos que Puente la Reina albergó una de las primeras y más importantes encomiendas del Temple asentadas en la provincia, por no decir en la Península- y un misterioso cantero foráneo, posiblemente perteneciente a una de las denominadas razas malditas, los agotes. De ahí, que el resultado sea similar, aunque, curiosamente, invertido.
En honor a la verdad, y habiendo tenido la inmensa fortuna de conocer los mencionados templos de Carrión y de Moarves -también los de Eunate y Olcoz- no puedo por menos que intentar una, espero que honrosa retirada, y lejos de tener que verme en el difícil trance de elegir entre una u otra, votar, lisa y llanamente por el Arte, así como el placer que conlleva su visión. Placer que posiblemente sea mayor, en cuanto a visión general, en la iglesia de San Juan Bautista, pues la iglesia de Santiago queda poco menos que encajonada en una estrecha calle de Carrión y la amplitud de su visión, por tanto, inefablemente reducida.
Curiosamente, también, a pesar de ser un referente del románico palentino, y por tanto, una de sus iglesias más conocida y visitada, su advocación siempre se ha visto envuelta en la polémica, no siendo pocos los investigadores que la denominan o han denominado, de San Pedro. Parece confirmada, no obstante, su advocación de San Juan Bautista, como así demuestra, sin ir más lejos, la entrada correspondiente que ha de sacarse para su visita. Entrada que, dicho sea de paso, aporta algunos pequeños datos adicionales, como la identificación de una de las varias bailarinas de sus capiteles con Salomé, así como las excepcionales alabanzas realizadas en su momento por uno de los grandes de nuestra Literatura: Miguel de Unamuno.
Localizada, aproximadamente, a 13 kilómetros de Alar del Rey, fue declarada Monumento Histórico en 1931. Entre los objetos que portan los apóstoles, distribuidos en grupos de seis a ambos lados del Axis Mundi, comparativamente hablando, conformado por el Pantocrátor resguardado en su correspondiente mandorla, los más abundantes son los libros; en menor medida que éstos, las cruces, y después los rollos de pergamino o filacterias, alusivos, con toda probabilidad, al Antiguo y al Nuevo Testamento.
Con cuidadosa determinación, el cantero, así mismo, se encargó de identificar a los apóstoles; de manera que, por ejemplo, en el libro que porta el primero por la derecha, según miramos el pórtico de frente, podemos leer con facilidad la palabra IVDE: Judas. A su lado, y también grabado en las guardas del libro que sujeta con una mano, aparece el nombre de BARNAB: Bernabé.
Ahora bien, aunque lejos de minimizar la importancia del friso y lo que representa, creo que la verdadera relevancia simbólica -o ese consejo que los muertos proponen a los vivos que, según el escritor francés René Bazin constituye la Tradición- hay que buscarla en los diferentes e interesantes motivos que conforman los capiteles del pórtico de entrada, alguno de ellos, bastante deteriorado.
Estos se distribuyen, significativamente, en número de cinco a cada lado, y aparte de los típicos motivos ornamentales basados en plantas -de algunas surgen cabecitas que podrían hacer referencia a los denominados hombres verdes, una mirada retrospectiva a la salvaje inocencia o a esa añorada Edad de Oro de la Humanidad antes del pecado original- los más significativos son aquellos que desarrollan escenas lúdicas, distribuidas entre los músicos, por un lado, y el músico y la bailarina que los investigadores tienden a identificar con Salomé, por otro. Significativa, así mismo, es la pose de posible arrogancia de ésta, aunque quizás constituya sólo una postura previa al inicio de la danza, donde merecen especial atención los motivos que adornan, de cintura para arriba, su vestido: espirales. Espirales que, de acuerdo a como están situadas -en los senos y a la altura aproximada del ombligo- conformarían un triángulo con el vértice hacia abajo.
El motivo de Sansón desquijando al león, y concretamente sentado a horcajadas sobre su lomo, como si lo estuviera cabalgando, es un motivo que, según pude apreciar, resulta común a numerosos templos palentinos, con la salvedad de que en ocasiones, se localiza en los capiteles interiores del ábside, y por tanto, cercanos al altar.


La dualidad, esa ley inalterable que hace posible un equilibrio necesario para la existencia, se ve igualmente reflejada en un curioso, extraño capitel, que muestra dos guerreros -por no decir, dos gemelos- en cuclillas, unidos, escudos al frente y espada en mano, motivo que obedece perfectamente, en mi opinión, al ideario templario, entre otros. Aunque ahora bien, a este respecto, ni afirmo ni niego nada, pero sí quiero recalcar que autores como Juan García Atienza (2) ya comentaban la posible autoría templaria -y digo posible, porque como en tantos otros casos, la tradición así la supone- de la iglesia de Santiago, en Carrión de los Condes. Y parece evidente, que existe cierta relación entre ambos templos. Dicha relación, posiblemente se haga más patente en el interior, cuando se aprecian dos magníficos ejemplares de Vírgenes -probablemente góticas, de los siglos XIII ó XIV- denominadas de la Encina y de las Tormentas (3), denominaciones que, al menos en el primer caso, sí podrían sugerir, así mismo, dicha relación.
Como curiosidad añadida al extraordinario simbolismo que subyace en este tipo de representaciones, cabe resaltar que, en referencia a la Virgen de las Tormentas -de las dos que se muestran en el vídeo, es la más grande- una de las páginas que el Niño mantiene abierto, aparte de algunas letras, muestra también cinco pequeños círculos que, en base a su ordenación, bien pudieran sugerir -sería una hipótesis a tener en cuenta- las estrellas o parte de las estrellas de una constelación: ¿quizá la constelación de Virgo, tal y como algunos autores, como Louis Charpentier, consideraban que estaban basadas la distribución de las principales catedrales francesas?.
También la pila bautismal resulta interesante, mostrando doce personajes -posiblemente una segunda referencia a los apóstoles- que permanecen, individualmente, debajo de su correspondiente arco. Arcos en los que, por otra parte, no falta ningún detalle, y donde incluso se incluyen los correspondientes capiteles.
En fin, multitud de detalles, curiosidades y enigmas para un templo que, independientemente de semejanzas, comparaciones y posibles atribuciones, ha sido y continúa siendo, todo un referente del arte románico de la región.
(1) Rafael Alarcón Herrera: 'A la sombra de los templarios', Ediciones Martínez Roca, S.A., 3ª edición, octubre de 2004.
(2) Juan García Atienza: 'Segunda Guía de la España Mágica', Ediciones Martínez Roca, S.A., 1982, página 151.
(3) Creo interesante reseñar que ésta advocación es conocida en otros lugares, como Asturias y León, con el nombre de Virgen de los Nublos.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Montoto de Ojeda, Palencia: iglesia de San Esteban

Créase o no, hay ocasiones en las que la brisa soplando suavemente por las laderas de una colina, puede llegar a semejar el dulce sonido de las olas deshaciéndose en la playa. Montoto de Ojeda, es un pequeño pueblecito palentino, cercano a Aguilar de Campóo y su entorno, que se asienta a cierta distancia de una colina a la que el viento bate por los cuatro costados, aunque en agosto, cuando estuvimos, afortunadamente había una ligera brisa de poniente; de ahí la comparación. Una distancia que, en mi opinión, puede inducir el pensamiento -o la sospecha, si se prefiere- de que la colina, en tiempos ancestrales, ya recibiera algún tipo desconocido de culto, que fue posteriormente cristianizado, cuando se levantó una pequeña iglesia románica, bajo la advocación de San Esteban.
Quizás la elección se debiera, sin ir más lejos, a una simple cuestión estratégica, pues desde la cima se tiene una inmejorable perspectiva del valle, e incluso una agradable y hasta cierto punto romántica vista de los vecinos Picos de Europa, situados, aproximadamente, a unos 60 ó 70 kilómetros de distancia. Pero como digo, son sólo meras suposiciones personales, que no pretenden, ni mucho menos, sentar cátedra.
Ahora bien, como ocurre con muchas otras reliquias románicas de la región, la estructura de la iglesia de San Esteban se ha visto más o menos alterada a través de diferentes épocas, hasta el punto de que, de su fábrica original, apenas queda la torre y la espadaña -y es posible, que ambas pertenezcan a una época posterior- el pórtico de entrada y el ábside, al que se accede a través del pequeño cementerio a él adosado.
Si bien el pórtico de entrada ofrece una sencilla ornamentación, basada poco menos que exclusivamente en los motivos vegetales de los capiteles, el trabajo realizado por los canteros en los canecillos absidiales, sí denotan cierto talento y calidad. Curiosamente, volvemos a encontrarnos aquí al músico con una vihuela entre sus manos, si no igual, al menos extraordinariamente parecido en su factura al que podemos contemplar también en el ábside de la iglesia de Santa Cecilia, en el vecino pueblecito de Vallespinoso de Aguilar. Junto a él, un personaje, hemos de suponer que determinativamente eclesiástico, lee con atención un libro abierto que tiene entre las manos. Al contrario que en otros casos, en los que el cantero deja una señal o incluso su nombre -un buen ejemplo de ello, lo podemos encontrar en la iglesia de San Miguel, situada en la población soriana de San Esteban de Gormaz- las páginas de éste libro están totalmente en blanco, quizás preconizando un futuro que aún está por escribirse.
Este detalle, me recuerda la imagen pétrea de San Frutos con un libro entre sus manos. Se trata del Liber Vitae o Libro de la Vida, al que acompaña la leyenda de que todos los años, en la mágica noche de San Juan, los dedos del santo pasan página; y así ha de continuar, año tras año, hasta llegar al momento en el que con la última página del fatídico Libro, se alcance la consumación de los tiempos y la humanidad llegue a su fin. Esperemos que éste no sea el caso, aquí en Montoto, y si el personaje en cuestión representa a San Esteban, uno de los primeros mártires cristianos, supongamos que tan sólo se trata del Libro sagrado por excelencia: la Biblia.
Curioso resulta, no obstante, un tercer personaje que se localiza entre estos dos. Sólo se muestra de torso desnudo, aunque, por su posición, recuerda el mascarón de proa con el que antiguamente se dotaba a los veleros. Se aprecian unos manos sujetando, tal vez acariciando su cintura, lo que puede dar motivo a plantearse una posible reminiscencia erótica aunque, de ser ese el caso, constituiría una visión bastante conservadora del tema por parte del cantero.
También aquí está presente el tema de la dualidad, si tal interpretación es posible, en base a los animales fantásticos que, enfrentados, copan los motivos principales de los capiteles adosados a los ventanales del ábside.
Debajo de éstos, se localizan algunas marcas de cantería, así como dos elementos curiosos que, utilizados como sillares, representan parte de un ala, en un caso, y un motivo en el que se aprecian círculos concéntricos con una pequeña cruz en el medio, de los que cabría suponer -es otra apreciación personal- fueran piezas rechazadas en el taller cantero por contener algún defecto o error indeterminado. En el caso del ala, su origen podría haber sido un capitel desdeñado, sirviendo el otro motivo como modelo para una posible estela funeraria.
Al contrario que en otros templos de la provincia, aquí no tuvimos la oportunidad de entrar. De manera que completo los elementos de interés del interior, tomando como referencia los comentarios de Julio César Izquierdo, quien en su guía del románico palentino, comenta la existencia de un capitel en el que se representa una Adoración de los Magos y otro, cuyo motivo es Daniel entre los leones.


lunes, 29 de noviembre de 2010

Vallespinoso de Aguilar, Palencia: iglesia de Santa Cecilia

Como ocurre en el caso de Santa Eufemia de Cozuelos, hablar de Vallespinoso de Aguilar y su ermita de Santa Cecilia, conlleva detenerse unos instantes a reflexionar, considerando que conceptos como Arte y Naturaleza pueden llegar a ser indivisibles y captar la admiración en partes idénticas y proporcionales, sin que uno u otro rivalicen y se resientan. El entorno, en realidad, así lo sugiere; sobre todo cuando, a apenas unos insignificantes kilómetros de Aguilar y su flamante embalse, y al poco de entrar en el pueblo, descubrimos, como una romántica aparición, un edificio de líneas estilizadas y elegantes, mitad iglesia mitad fortaleza que, elevado sobre lo más alto de un pequeño promontorio rocoso, domina un singular vallecillo en el que, a pesar de observarse la mano del hombre, resulta difícil no detenerse un momento a pensar en aquél maravilloso Shangri-Lá descrito por James Hilton en una entrañable novela que habría de consagrar una de las películas más relevantes de Frank Capra: Horizontes perdidos.
Una pequeña formación rocosa, que adquiere la forma de un semicírculo, o en su defecto, de una pequeña hoz, hace las veces de frontera natural, cobijando a su vera unos campos que, asentados en la ribera de un diminuto y serpentino arroyuelo, se engalanan con unos colores tan vivos como aquellos otros que, aunque artificiales, pudieran encontrarse en la paleta de un pintor impresionista. El suave dorado de los campos de trigo, mecidas las espigas por la leve brisa de la mañana, se alterna con la coqueta elegancia de unos alegres girasoles, siempre empecinados en mirar de frente al sol; junto a éstos, un pequeño terruño de amapolas despliega, en la íntima unión de sus hojas, estandartes de un rojo pasión, que traen a la memoria, siquiera sea la atávica, los pendones que portaban las huestes cristianas en su avance arrollador durante la Reconquista del país.
Testigo de una historia escrita en sangre, en los milenarios muros de la iglesia, mil y un mensajes permanecen escritos con la tinta indeleble de los sueños: la piedra. Una piedra trabajada que se remonta, cuando menos, al siglo XII, pero que continúa ofreciendo un mensaje que, más o menos desvirtuado nueve siglos después, las generaciones futuras parecemos haber olvidado, pues sustituye las palabras por los símbolos y hemos perdido el dón de penetrar éstos y arrebatarles su verdad intrínseca.
Y no obstante, apenas atravesado el umbral del arco que franquea el acceso al recinto sacro, viejos mitos nos asaltan con la fuerza magnética de las antiguas leyendas transmitidas oralmente al calor del fuego del hogar. El principio de los contrarios; o de la dualidad, un concepto que eterniza una lucha pavorosa que nunca tendrá fin, porque ambos se complementan y sólo enfrentados se ha de mantener un equilibrio necesario, puesto que uno no existiría sin el otro. Caballero y dragón o serpiente, condenados a enfrentarse hasta la consumación de los tiempos, en un tema harto característico de la imaginería medieval, que se complementa con otros elementos afines a una fantástica concepción espiritual, cuyas claves surgieron, probablemente, en el alba de los tiempos y en lo más profundo de las cavernas.
Quizás esas mismas cavernas a las que siglos, milenios después, acudieron a refugiarse personajes de dudoso origen que, amparados en la ilusión de Dios, se reencontraron con oscuros conocimientos, cuya transmisión, de alguna manera definida en clave, se propagaría a través del mazo y del cincel con los que posteriormente los canteros medievales intercalaron conceptos de variado origen y filosofía, con otros nuevos basados en los dogmas de la religión dominante. Por ello, resulta hasta posible que las arpías, por ejemplo, que se encuentran también en los capiteles de Santa Cecilia, respondan, de alguna manera, a estos arcaicos conocimientos e incluso a las visiones experimentadas por el eremita en la lóbrega matriz amniótica constituída por su retiro voluntario, dando origen a la asociación de pecado y lujuria que suelen portar generalmente como carta de presentación, encontrándose muy cerca, quizás demasiado, de otras escenas basadas en el Antiguo y el Nuevo Testamento, tendientes a cultualizar a unas gentes que, en el fondo, poco o nada habían renegado de creencias más autóctonas y primigenias.
Ángeles y demonios, se alternan con esa influencia bestial afín a centauros y guerreros, apenas separados por una botica que, aunque de origen inidentificable en numerosos casos, ofrece, sin embargo, una prueba veraz del conocimiento que nuestros ancestros tenían del entorno y sus propiedades. Curiosidades aparte, que no ofrecen tregua para que lo mundano tenga también su lugar, sin ir más lejos, en un ábside en cuyos canecillos se solidarizan dos tipos diferentes de conocimiento, representados por el ave y la serpiente -en este caso, la una enroscada sobre el pico de la otra- con una lúdica, humana actividad, motivada por la música y el erotismo. Posiblemente, los ejemplos de éste último no resulten aquí tan abundantes como en otros templos de la provincia o provincias colindantes, como Cantabria, pero sí lo son suficientemente ilustrativos como para suponerlos testigos del paso de influencias más permisivas en cuanto al concepto de sexo y religión.
Canteros de difícil e ilocalizable rastro, pero que, a juzgar por las marcas donde estamparon su firma -flechas, pentalfas o patas de oca (1)- parecieron migrar la conciencia hacia una visión de futuro -como las famosas cuartetas de Michel de Notre Dame o Nostradamus- dejándonos, a la vez, por su asombroso parecido, una antecesora de la arroba.
Temas y señales que continúan desarrollándose en el interior de un templo que ya comienza a soñar con proporciones góticas, y donde volvemos a encontrarnos con el tema de un Sansón -común en varias iglesias de la provincia- que, a la manera ecuestre de un caballero, desgaja las quijadas de una bestia en teoría mucho más fuerte que él. Y es que el león, aplicando una más que posible significación oculta, representa, aparte de a Jesucristo, una bestia harto difícil de domeñar: el Conocimiento.
He aquí, pues, una visión personal de un templo al que hay que visitar, dejando lejos la rigidez inmutable de los postulados típicamente ortodoxos, con ojos ávidos de lector, pues sin duda constituye todo un clásico que, a pesar del tiempo y de la ingratitud humana que unidos han lacerado buena parte de su mensaje, aún tiene muchas cosas que contar.
[A la persona que tan amablemente nos atendió este verano, abriéndonos la iglesia y permitiéndonos deambular a placer por ella, mis más sinceras gracias].
(1) A este respecto, considero justo reseñar el detalle y buen hacer de la nieta de la mujer que enseña la iglesia (por desgracia, ignoro sus nombres), que cálcó en una hoja de papel las numerosas marcas de cantería que se pueden localizar en diversos puntos y sillares de la iglesia, y que están puestas a disposición de todo aquél interesado en verlas.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Palencia: Santa Eufemia de Cozuelos

Aparte de la elegancia destacable en su línea y proporción, reconozco que uno de los detalles que más me llamó la atención de esta iglesia monástica -hoy día reconvertida en propiedad privada y hospedería- fueron los campos de girasoles que, en plena expansión a principios de agosto, conferían una imagen inolvidable al lugar. Imagen que se vio fomentada, desde luego, cuando al día siguiente se nos permitió la visita a su interior que, aunque guiada, no supuso impedimento alguno para que pudiéramos gozar a nuestro antojo de ésta maravilla del arte románico palentino. En este sentido, y antes de continuar describiendo mis impresiones del lugar, me gustaría manifestar, que coincido y me congratulo con la opinión de Julio César Izquierdo Pascua (1) a la hora de alabar el excelente estado de conservación en que la mantienen sus actuales propietarios.
Dicho esto, que en cierto modo justifica una reivindicación a favor del cuidado y la conservación de nuestro rico e irreemplazable Patromino histórico-artístico, se puede continuar comentando la existencia de documentación escrita que, remontándose al siglo XII (año 1075), ya menciona a este venerable cenobio, apenas distante unos kilómetros de Olmos de Ojeda, y no demasiado lejos de una ciudad de cierta relevancia, como es Aguilar de Campóo.
Algunos autores, tienden a comparar su estilo, con otros templos emblemáticos de la provincia, como el de San Martín de Frómista, situados en plena ruta de peregrinación, que muestran elementos afines a los modelos concepcionistas del Camino de Santiago.
De la importancia en tiempos del lugar, da cuenta el sepulcro de la infanta Doña Sancha Alfonso, hija de Alfonso IX de León y Doña Teresa de Portugal, que ingresó como freila santiaguista, teniendo fama de santidad, permaneciendo en el lugar hasta su muerte. Destacable, así mismo, es otro sarcófago, que muestra como detalle decorativo un águila con las alas extendidas, perteneciente, según se comenta, a un caballero desconocido -un detalle similar, lo podemos encontrar en San Martín de Elines- aunque importante, según parece, que, hipotéticamente hablando, pudo ocupar un cargo de cierta relevancia dentro de la Orden de Santiago.
Por otra parte, uno de los detalles que más llaman la atención en una visita al interior, sea, posiblemente, la talla en madera de la santa titular, que como bien dice la inscripción que figura en la parte de atrás de la imagen (2), fue realizada por el escultor José Rodríguez (Pepe de Arganda) y sustituye a la imagen gótica del siglo XIII que se perdió en el incendio acaecido en 1982.
No muy lejos de ésta, y colocada en una hornacina del muro, hay también una pequeña reproducción, moderna, de una virgen negra que, por sus características, recuerda a otra virgen negra de origen asturiano: Santa Eulalia de Oscos.
Dentro de la imaginería desplegada por los canteros medievales en los motivos de los capiteles y canecillos -cabe reseñar, un canecillo situado en el exterior, en el ábside, que representa a un contorsionista- se pueden mencionar, por poner un ejemplo de los más relevantes -o por lo menos, así lo considero- aquél que define un concepto típicamente yin-yang, con dos arpías encapuchadas enfrentadas. O aquél otro, muy curioso, sin lugar a dudas, que representa a un jinete cabalgando una bestia -a juzgar por las garras de las patas- y que bien podría ser una referencia a ese mito celta del caballero del cisne o cignatus, sobre el que posiblemente se base el denominado caballero del apocalipsis medieval.
Interesantes por la calidad de su ejecución, son algunos de los escasos capiteles del desaparecido claustro, en particular aquéllos dos que representan una Adoración y una Resurrección, respectivamente, a los que habría que añadir otro que, aunque de diferente temática, muestra a un animal atrapado entre lianas de vegetación.
Reseñables son, así mismo, algunos restos que ofrecen, bajo mi punto de vista, una perspectiva prerrománica, basada en motivos celtas o visigodos, como puedan ser las flores de seis pétalos y las representaciones de índole solar, tipo esvástica en algunos casos.

(1) Julio César Izquierdo Pascua: 'Rutas del románico en la provincia de Palencia', Castilla Ediciones, 2001

(2) 'Santa Eufemia, titular de esta iglesia, substituye a la talla gótica del siglo XIII que fue pasto de las llamas el 18 de enero de 1982. Talló esta imagen el escultor José Rodríguez (Pepe de Arganda)'.


sábado, 13 de noviembre de 2010

Palencia: Monasterio de Santa María la Real


Un buen ejemplo para introducirnos, en parte, en ese románico espectacular que caracteriza a la provincia de Palencia, puede ser este herido, no del todo recuperado, pero sí emblemático Monasterio de Santa María la Real. Independientemente del reconocimiento que merezcan los esfuerzos para su recuperación, llevados a cabo por la Asociación de Amigos del Monasterio de Aguilar, sí resulta incomprensible, y a la vez reprochable, que los capiteles originales continúen formando un conjunto frío e inerte, en los albaranes de posesión del Museo Arqueológico de Madrid. Tal vez, y podría ser una sugerencia a tener en cuenta, desde las asentadas cabezas de los reconocidos señóres que pertenecen a asociaciones como la anteriormente mencionada, éstas piezas únicas puedan reclamarse y retornar un día, para contarnos, desde su verdadero lugar de origen y nacimiento, una historia simbólica e histórica que, a no dudar, estoy plenamente convencido de que será genuina y de lo más interensante.
Una vez expuesto esto, continuar hablando del monasterio de Santa María la Real, conlleva, necesariamente, lanzar una invitación para situarse en una época que, a juzgar por los descubrimientos que se van sucediendo día a día, hemos de considerar como mucho más desconocida de lo que realmente estimamos. Rastrear sus inicios supone, también, adentrarse en el mundo resbaladizo de las leyendas y mentar, siquiera como base anecdótica, el contenido de unos documentos que, al igual que algunos evangelios -¿hemos de suponer que tuvieron igual desdicha en la famosa selección de Letrán?- han sido prejuzgados como falsos, o en su defecto, apócrifos.
Dichos documentos, situarían una primera aproximación, en ese siglo VIII, cuando la invasión de la Península por los árabes, era un hecho consumado e irreversible. Llama la atención, y mucho, la similitud existente entre el descubrimiento del lugar, y aquellas otras historias que inundaron las crónicas medievales con infinitud de milagrosas apariciones marianas. La historia, básicamente, utiliza elementos caracteristicos de la época, como son nobleza, caza y por supuesto, el elemento desconocido, ese mismo que, a falta de un término mejor, podríamos denominar como casualidad. De este modo, y a consecuencia de ésta casualidad, un noble, de nombre Alpidio, persigue con determinación a un extraordinario jabalí. Es tal la intensidad de la persecución, y tan esquivo el formidable animal, que el guerrero recala en un lugar cuyo entorno, espectacular, así como la existencia de una iglesia en ruinas, pero no obstante, receptora de algunas reliquias, hacen que se olvide de su fiebre de cazador y maravillado, piense qué hacer con su descubrimiento. La casualidad -otra vez ese factor desconocido que parece encontrarse ex-profeso en todas estas situaciones- quiere que el héroe, o más bien, el elegido, tenga un hermano, de nombre Opila que, casualmente, es abad de un monasterio situado a orillas del Ebro. Resulta fácil comprender que cuando éste acude al lugar, considere las evidentes oportunidades de prosperidad que ofrece, y decida trasladarse e instalarse allí. Corría el año 820. He aquí, a grosso modo, la versión apócrifa de la fundación del Monasterio de Santa María la Real.
Sin embargo, la versión oficial, desde luego menos romántica, como cabe esperar, sitúa su fundación -al menos, en cuanto a la iglesia se refiere- en el siglo XII e incluso en el XIII, en opinión de algunos investigadores. A partir de aquí, la historia, semejante a la del resto de edificaciones similares, es un devenir de bonanza y olvido, marcado por los diferentes avatares bélicos que han dejado una herencia de sangre y fuego en las páginas del haber de la historia general de España, siendo rematado, hacia el año 1835, por la tristemente célebre Desamortización de Mendizábal. Desamortización, que llevó a la ruina y desaparición de numeosas obras maestras de nuestro amplio y sufrido patrimonio histórico, artístico y cultural.
Declarado Monumento Nacional en 1866, aparte de un Centro de Interpretación del Románico amparado por la divisa de románico y territorio, alberga también un centro de enseñanza secundaria. Tal vez por ello, o por los años de desidia y abandono, abundan en los sillares del claustro, numerosos graffitis, entre los que no falta, desde luego, esa estrella de cinco puntas o pentalfa, entre cuyo rico simbolismo cabe mencionar, así mismo, su apropiación en épocas indeterminadas de la Historia -en la Edad Media, se utilizaba también para señalar al avaro y al judío- por partidarios de esa línea goética de bárbaras connotaciones, denominada, comúnmente, como magia negra.
El simbolismo continúa presente, es evidente, en la forma de marcas de cantería, que dejando la evidencia de su oscuro significado, se localizan en mayor medida en la parte exterior y más antigua del monasterio. Entre éstas, es constatable la persistencia de dos marcas en concreto, que tienen la forma de ese y zeta, respectivamente, así como la presencia de otro tipo de marcas más complejas, entre las que destaca, por su profundo arcaicismo y esotérico significado, la pata de oca.
Entre los escasos capiteles sobrevivientes, destaca el de una cara monstruosa, de cuya boca surgen lianas o quizás serpientes -¿una posible alusión a los hombres salvajes o verdes, rememoranza de edades añoradas de la humanidad?- y otro, en cuyo elaborado entrelazado de posible origen silense, pueden encontrarse similitudes en otras provincias como Segovia (1).
También existen curiosas semejanzas, bajo mi punto de vista, entre los símbolos grabados en los sillares del claustro -cruces paté, la denominada flor de seis pétalos o flor de la vida, y los círculos concéntricos, por ejemplo- con aquéllos otros que, situados a kilómetros de distancia, se pueden apreciar, así mismo, en el claustro románico de la concatedral soriana de San Pedro.
Reseñable, por último, es la presencia de la estrella de David o Sello de Salomón y el Agnus Dei, en los modillones de las nervaduras del techo.
Un lugar que, aún herido e incompleto, merece, no me cabe duda, la atención de una visita.


(1) Referencia a la iglesia de San Juan Bautista, en Orejana.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Bolmir, Cantabria: iglesia de San Cipriano

Bolmir es otro pueblecito cántabro, situado a unos cinco kilómetros, aproximadamente, de Cervatos y su espectacular colegiata. Como en ésta, también en los motivos representativos de los canes de la parroquial de San Cipriano -curiosa advocación, ante las que habrían de temer las brujas de la comarca- se localizan variados elementos eróticos, que continúan la línea desproporcionada, especialmente a la hora de mostrar los atributos sexuales masculinos.

Ante tal y a priori desconcertante perspectiva, quizá no sea una cuestión baladí, plantearse ésta persistencia erótica en el románico de la región, desde el punto de vista sugerido por el extraordinario investigador Rafael Alarcón cuando, allá por los primeros años de la década de los noventa, y en un no menos extraordinario artículo para la revista Año Cero (1) comentaba que la Edad Media no sólo vivía rodeada de símbolos, sino que vivía en símbolos.
La simbología, aparte de su universalidad, constituye, también, un mundo propio que interactúa desde la perspectiva personal de los seres que se sumerjen y moran en él. De manera, que no debe extrañarnos que una dificultad añadida a su interpretación, sea aquella que, referida al ámbito de los canteros, tenga en cuenta el estado de ánimo de éstos y cómo dicho estado influyó a la hora de cincelar y dar forma al mensaje en la piedra. ¿Cómo interpretar, o mejor dicho juzgar, entonces, ésta mencionada persistencia del mito erótico en los templos cristianos?. Y sobre todo, ¿por qué resulta tan decisivamente destacable en el románico cántabro?. ¿Hemos de basarlo todo, en una mera influencia de índole mozárabe o mudéjar, portadora de una corriente de pensamiento más permisiva en relación al sexo, o hemos de pensar, también, en una más que posible pervivencia de cultos de fertilidad, cuya arraigambre entre el pueblo fue incapaz de erradicar del todo la religión dominante?.


(1) Rafael Alarcón Herrera: 'Enigmas del tanta cristiano', Revista Año Cero, Año III, nº04


viernes, 22 de octubre de 2010

Villanueva de Nía, Cantabria: iglesia de San Juan Bautista

Si hay algo tan reseñable de ésta pequeña población cántabra, situada apenas a 21 kilómetros de Aguilar de Campóo, además de su iglesia dedicada a la figura de San Juan Bautista, es -y se me llena la boca cuando lo digo- la amabilidad y la confianza que sus habitantes -o al menos, una parte de ellos- depositan en los forasteros. Hasta tal punto es así, que no dudan en dejar la llave de la iglesia, consiguiendo que el maravillado, afortunado investigador saboree a placer las pequeñas maravillas que se ocultan en su interior.

Semejante detalle, desde luego, dice mucho en favor del carácter de este pueblo -referido en toda la amplitud del término pueblo- y redime incidentes como el ocurrido, por ejemplo, en la Colegiata de Santa Cruz, situada en la vecina localidad de Castañeda. Tema, por otra parte, del que ya hice mis apreciaciones en su momento, y del que no tengo nada más que decir.
Como en casi todos los templos de Cantabria que tuve ocasión de visitar durante mis cortas, aunque intensas vacaciones de verano, la nota quizás más reseñable de la iglesia de San Juan Bautista, no es otra que continuar con una corriente erótica -en algunos casos, superlativa- que define, bajo mi punto de vista, una parte primordial de la temática románico-cántabra.
Ahora bien, en éste caso en concreto, y tal y como magistralmente apuntó el inapreciable amigo SYR cuando comentaba el tema en relación a la colegiata de Cervatos, la polémica -si es que tal cosa existe- surgiría en relación con las concepciones filosóficas de los constructores. Aludía Syr a las diferencias morales relacionadas con los mozárabes, de alguna manera afines al concepto de felicidad y paraíso islámico con que se relaciona el sexo, al contrario que en la más pura ortodoxia cristiana, en la que éste es sinónimo, pura y llanamente, de pecado; aunque también sería bueno comentar que la Iglesia, en ciertos periodos históricos que en muchos ámbitos ciertamente se consideraban oscuros, aunque lo condenaba, miraba también para otro lado consciente, imagino, de que apretar aún más a un pueblo ya de por sí bastante ahogado en su propio vasallaje, podía acarrear desagradables consecuencias, como, por ejemplo, una rebelión que ni a clérigos ni a nobles interesaba.
En realidad, y llegados a este punto, mientras que en el resto de las iglesias visitadas la temática erótica quedaba de puertas para afuera, en el caso que nos ocupa, la particularidad estriba en que también ésta acapara la atención -y hasta cierto punto, la perplejidad- por hallarse de puertas para adentro. Tan adentro, me atrevería a decir, que ocupa un lugar preeminente en uno de los capiteles cercanos al altar. Y dicha perplejidad viene dada, sobre todo, porque más que el tema erótico en sí, desconcierta la carnal intencionalidad que se desprende de la cortesana en cuestión, impúdicamente abiertas piernas, mostrando un sexo que llama a gritos ser penetrado por un varón.
Curiosamente, ésta misma imagen iconográfica, forma parte del conjunto exterior, generalmente representado por canecillos, de varias iglesias de la región, siendo también apreciable en algunas otras regiones vecinas, como Palencia. Y aunque las comparaciones pueden llegar a ser odiosas, podía servir de referente para hablar de una escuela o un maestro determinados, de igual manera, en mi opinión, a como los motivos de la bailarina y de la Anunciación -entre otros, como los ojos- identifican al llamado Maestro de Agüero, también conocido como de San Juan de la Peña.

martes, 19 de octubre de 2010

Argomilla, Cantabria: iglesia de San Andrés

Situada relativamente cerca de Castañeda y Torrelavega, a 106 kilómetros de Bilbao y 202 kilómetros de Oviedo, Argomilla continúa, en su iglesia románica de San Andrés -declarada Bien de Interés Cultural en 1982-, con la tradición característica a numerosos templos de la región, cuyo nexo de unión más evidente, por denominarlo de alguna manera, parece estar basado en la ilustración erótica, contenga ésta o no, influencias de índole mudéjar o mozárabe en su desarrollo, con la posible filosofía que tal influencia pueda llevar detrás, o lleve incluso implícito algo más que un simple mensaje de referencia a lo carnal y el pecado.


Si bien es cierto que en el desarrollo elemental de algunos canecillos se continúa con la temática obscena, grotesca y desproporcionada seguida, en cuanto a forma y dimensión, por los canteros de Cervatos, por ejemplo, sorprende, no obstante, que en este templo, el o los canteros que labraron los canecillos, aplicaron también la sutileza como vehículo de expresión para señalar lo evidente, como demuestra la figura de la fotografía número 2.
Figura, por otra parte, que parece implicar o añadir cierta relevancia al acto procreador, pues se repite numerosas veces, como formando parte ineludible de un ciclo particular, cuya clave, probablemente, haya fenecido hace siglos con la imaginación o el sentimiento espiritual particular de su artífice en el momento en el que procedió a su labra.


Tampoco el tiempo, cuando no los hombres, parecen haber sido genuinamente benignos, pues en su estructura se observan modificaciones que, con el correr de los siglos, han ido alterando su primigenia estructura. Como en el caso de Yermo, ésta iglesia de San Andrés se eleva sobre uno de los montes que dominan el pueblo; y aunque actualmente resulta imposible no ver la mano del hombre, restando cada vez más parcelas de monte para transformarlas en tierras de pasto y labrantío, observando lo que todavía sobrevive, bien pudiéramos imaginarnos el entorno tal y como era en la época en que se levantó la iglesia; un entorno indudablemente boscoso, salvaje y tan espeso como boca de lobo.

Esto no es óbice, en absoluto, para que, tanto iglesia como entorno, gozaran de cierta relevancia, como demuestran los sarcófagos de piedra que, a modo de piezas de museo, se conservan en una sala ajena al conjunto del templo; lugar y sarcófagos que, presumiblemente, pertenecían a la antigua abadía que se levantaba en el actual emplazamiento de la iglesia de San Andrés, y de la que apenas queda rastro.

Frente a ésta, se alza un antiguo palacete -ignoro, en realidad, si se trata del llamado Palacio de Ceballos o el Caballero- que, entre otras funciones, se utiliza para la guarda de aperos agrícolas y también como cuadra donde cobijar al ganado, vacas principalmente.

Dado que tampoco tuve ocasión de poder visitar el interior de la iglesia, continúo con mis impresiones de la misma, centrándolas en los motivos artisticos y culturales del exterior, como son las filas y motivos de sus canecillos.

Éstos podrían definirse, a grosso modo, y siguiendo una pequeña división de temática y contenido aparente, en:

- eróticos: grotescos y desproporcionados, en cuanto al tamaño y dimensión de los miembros viriles de hombres y animales, y también de cierta sutileza, como el ya citado e ilustrado con la fotografía número dos.

- crucíferos: no es el primer canecillo con una cruz que se observa en iglesias de la región. Al respecto, cabe destacar otro, más sencillo en su elaboración, que se halla por encima del pórtico principal de la iglesia de San Cipriano, en la también localidad cántabra de Bolmir.

- plantas, animales y monstruos, entre los que destaca aquél que muestra a una fiera, posiblemente un león, por su aspecto, devorando a un personaje que parece tener las manos atadas a un poste y que tal vez suponga una alegoría al martirio sufrido en Roma por los primeros cristianos, rememorando el mito de Daniel. Ese, al menos, podría ser su sentido exotérico, porque el león -si en realidad se trata de tal animal- en ocasiones representativo de la figura de Cristo, es también símbolo de Conocimiento y Sabiduría.

Aparte de éstos, y generalmente representando conceptos relacionados con la lujuria y el pecado, este templo de San Andrés nos ofrece, también, un curioso ejemplar de sirena que, según la opinión de Baruk (recomiendo leer su interesante aportación: 'Regeneración de un concepto: el canto de la syrenita románica) ofrece la peculiaridad, poco corriente, de estar contenida en el interior de una mandorla (ver comentarios).

Otra de las interesantes particularidades que se pueden observar en el exterior, es la presencia, aparentemente como marca cantera -sorprende, no obstante, la ausencia total o parcial de ellas- de un singular símbolo de maestría, elemento esencial en prácticamente todos los fundamentos de la denominada Geometría Sagrada y señal de reconocimiento entre hermandades compañeriles: la estrella de cinco puntas o pentalfa.

Estos son sólo algunos de los pequeños misterios que harán las delicias del investigador, quien, no obstante, podrá disfrutar también, en su visita, de un agradable entorno donde naturaleza y magia están estrechamente ligados, que no es otro que el que rodea tanto a la iglesia como a la población.


miércoles, 13 de octubre de 2010

Yermo, Cantabria: iglesia de Santa María

Uno puede pensar, dejándose llevar por el significado de este eremus latino, que se encuentra en un terreno inhabitado, carente de vida e interés; pero un sólo vistazo resulta más que suficiente para darse cuenta de que no es así. Posiblemente fuera considerado de tal modo en el más remoto pasado; en aquéllas tempranas y oscuras edades, en las que la frondosidad de los bosques que cubrían como un manto la Península Ibérica, podían permitir a una ardilla cruzar ésta de una punta a la otra, sin necesidad, siquiera, de tocar el suelo.

En la actualidad, y situándolo por inmediatez y cercanía en el entorno de Buelna y sus milenarios misterios -no estaría de más recordar, llegados a este punto, las famosas estelas cántabras-, aún se pueden adivinar parte de esos bosques, en cuyas insondables profundidades el espectador puede intuir, agazapada en lo más oscuro e ignoto, la presencia de al menos una parte posible de ese bestiario simbólico-medieval que caracteriza a la iglesia de Santa María, como demuestra, entre otros elementos de interés, su singularísima portada, de la que hablaremos más adelante.

Mucho se ha especulado acerca de los orígenes de este peculiar templo, cuyos antecedentes -al menos, los conocidos- se pueden situar en el siglo XII, según confirma una inscripción que se localiza en la jamba derecha del pórtico de entrada. Como ocurre con otros templos románicos localizados en Cantabria -valga como ejemplo más o menos relevante, la Colegiata de San Martín de Elines- algunos investigadores se plantean seriamente la posibilidad de que sus cimientos se asienten sobre un cenobio anterior.


Tal vez apoye la referida suposición, el detalle, por otra parte, interesante, de que en la fachada se pueden observar elementos ajenos, entre los que destacan una figura femenina -Santa Marina, según reza una inscripción- y una especie de dragón o león, representado en posición recostada con su cría entre las patas delanteras, hallándose situados debajo de las series de canecillos cuya temática, común a otros templos de la región, expone escenas eróticas; monstruos y animales fabulosos; demonios, torturando y cargando de cadenas a los condenados; escenas cinegéticas y repite -al contrario que en otros templos, que lo hacen en el interior- la representación de la lujuria en la figura de una mujer cuyos pechos son mordidos por serpientes.

No obstante, lo primero que llama la atención, por su originalidad y posiblemente también por el hecho de que, en mi opinión, no sea muy abundante como detalle decorativo en este tipo de elementos -recuerdo algo similar, aunque mucho más sencillo y de posibles orígenes prerománicos, en la iglesia parroquial de Puentedey, Burgos- es el motivo de la portada principal. Motivo al que hay que añadir -detalle más que suficiente para calificarla de auténtica rareza- el anverso de la referida portada; motivo que, aunque con algunas diferencias, se repite en el interior y que consiste en la alegórica lucha del caballero y el dragón o la serpiente.

La temática, por otra parte, resulta de un particular interés, pues, incluso más allá de un simple y probable enfrentamiento entre contrarios -la eterna lucha entre el Bien y el Mal, por poner el ejemplo más común- desarrolla, en mi opinión, un simbolismo mucho más complejo, que se pierde en míticos arquetipos asociados a numerosos pueblos y culturas precedentes.

Lejos del academicismo con el que oficialmente se pretende explicar las complejidades de un Arte basado en el Concepto y el Símbolo, equiparándolos, poco más o menos que de forma exclusivista a significandos de beatitud y pecado, de premio y castigo, el tema serpentario ocupa -u ocupó en el pasado- un importante y complejo lugar, dada su asociación con otro tipo de significandos más relacionados con la Tradición primordial, como el Saber y el Conocimiento; tema que, de hecho, han dejado de manifiesto en sus obras multitud de investigadores no heterodoxos, en cuanto a su filosofía y sus creencias religiosas.

Con relación al tema, y dentro de la epopeya épica española, la cuestión guarda una especial relevancia, por cuanto que a nuestro más universal caballero -al menos anterior a don Quijote- don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, se le reconoce un enfrentamiento con una serpiente monstruosa, Elpha, moradora de las entrañas de las ruinas de la ciudad troglodita de Tiermes o Termancia; enfrentamiento que, curiosamente, también se recuerda oralmente en Burgos, en el anexo a Basconcillos del Tozo, que conforma Barrio Pañizares. Salvo que aquí, según comenta Juan García Atienza (1) uno de los no heterodoxos a los que me refería anteriormente, el episodio cidiano es prácticamente idéntico a la mitológica historia de Perseo y Medusa. De hecho, a la pérfida serpiente se la representa en solitario, enorme y monstruosa, al menos en capiteles de dos lugares sin duda emblemáticos, como son la iglesia de San Miguel, en la localidad soriana de San Esteban de Gormaz y también en el monasterio cántabro de Santo Toribio, antiguamente, de San Martín de Turieno.

Otra curiosidad digna de mención, que hace referencia al interior de esta iglesia de Santa María de Yermo, elemento estrechamente ligado a la Tradición a la que hacíamos referencia, es la presencia de un enigmático Cristo del siglo XVI -ojo, califico con el adjetivo de enigmático, por cuanto a que no se conoce absolutamente nada acerca de su origen, su autor y su historia- en cuya cruz, de las llamadas de gajos, se recuerda no sólo el objeto de martirio que, con el tiempo, terminó convirtiéndose en el emblema del Cristianismo, sino también a otro elemento de importante trascendencia: el Árbol de la Vida. Árbol surgido del cráneo de Adán y de cuya madera se hizo la cruz utilizada para ajusticiar a Cristo. Conceptos, Símbolos y Ciclos que, de naturaleza universal, constituyen, sin embargo, una constante dentro de lo que podríamos definir como el expresionismo románico.

Dentro de este expresionismo, y continuando con otra de las curiosidades que esta iglesia nos reserva en su interior, se puede comentar, dado que no es muy frecuente obervarlo como motivo capitelino, una mandorla cuyo interior muestra la figura de Cristo, en cuya mano izquierda muestra un libro abierto -presumiblemente la Biblia- haciendo el gesto de bendición con la derecha. A ambos lados de la mandorla, varias figuras sugieren la posibilidad de los apóstoles; o quizás, rizando el rizo interpretativo, y acudiendo a un sentido más amplio del simbolismo, la representación del buen pastor y su rebaño, que no sería otro que los fieles.

Santa María de Yermo: un templo por descubrir.

(1) Juan García Atienza: 'Los santos imposibles', Ediciones Martínez Roca, S.A., 1989, página 74.


miércoles, 6 de octubre de 2010

Castañeda, Cantabria: Colegiata de Santa Cruz

Dentro de los pormenores de un viaje corto, pero intenso a esa región especial de la Cornisa Cantábrica, que constituye la Comunidad de Cantabria, Castañeda y las circunstancias que rodean la explotación tiránica de su preciosa colegiata de Santa Cruz, no gozan, precisamente, de mis recuerdos más gratos. Si bien es cierto que la educación y las mejores voluntades por parte de los responsables de mostrar y vigilar el Patrimonio histórico-artístico en numerosos lugares de esta región son dignos de mi más sincero elogio y agradecimiento -mención especial, merecen, sobre todo, las personas encargadas de la Colegiata de San Pedro de Cervatos y de la iglesia de Santa María de Yermo- hacia Castañeda y sus custodios, sólo puedo expresar decepción; y hasta cierto punto lástima, por constituir una sombra sin duda alguna negativa, dentro de un conjunto grandioso y espectacular.
No puedo disculpar, en este caso, el tópico -tan antiguo como la historia del Diluvio Universal- afín a esa mentalidad retrógrada de funcionarios simplistas que, amparada por el yo sólo cumplo órdenes, emborronan y zancadillean todo intento honesto y desinteresado de llegar a estudiar, compartir e intentar comprender las características idiosincráticas que definen a nuestro fascinante Patrimonio nacional. No me sirven -y lamento si hiero susceptibilidades- las posturas intransigentes e inconsecuentes que amenazan con llamar a la Guardia Civil por querer sacar una foto del cartel de la puerta -¡ojo, del cartel de la puerta!- donde pone prohibido hacer fotos, y unos minutos después, viendo que se le escapa la posibilidad de poder hacerse con el impuesto revolucionario del grupo, demostrar una completa falta de respeto hacia los demás visitantes, permitiendo sacar algunas fotos del interior cuando éstos se marchen. No es ético; ni digno; ni justo, ni consecuente. Lo siento, pero tenía que decirlo, aunque el tema ya lo comentó también, en su momento, el bueno del Magister Alkaest, en una entrada de su blog Picota y Cepo, que lleva por título 'Obispado neurótico y feudal'.
Ahora sí. Obviando hacer referencia a unos interiores que, indignado me negué a conocer bajo unas condiciones tan despóticas y desafortunadas, diré que, a pesar de todo, me gustó contemplar este destacado templo, cuyos orígenes, inciertos y vagamente referenciados, como cabía esperar, tienden a situarse a comienzos del siglo XII, un siglo prolífico en este tipo de construcciones, a cuál de ellas más impresionantes, como demuestran las otras tres colegiatos situadas, respectivamente, en Santillana del Mar, en Cervatos y en San Martín de Elines.
Si bien desde sus inicios hasta prácticamente el siglo XVII fueron añadiéndose elementos, destaca, en la parte sur, el añadido adicional de una torre hexagonal, que aunque no es la única referencia, sí constituye, sin embargo, una de las pocas en su género existentes en la región.
Los elementos principales que conforman los motivos de capiteles y canecillos, están basados, fundamentalmente, en animales y vegetales, aunque destaca la presencia de elementos con forma de caras monstruosas, que tanto disgustaban a San Bernardo, al considerarlas sencillamente ridículas pero que, no obstante, representan auténticos iconos dentro del pensamiento de la época en que se esculpieron, formando parte de un mensaje general y secuencial, que aún está por descubrirse en toda su extensión.
Siguiendo con lo que parece ser una constante dentro del románico cántabro-palentino, animales y aves se representan de manera dual y afrontada; es decir, unidas por la cabeza. Destaca, también, la presencia de un elemento relevante y cargado de connotaciones simbólicas, como es la espiral, símbolo universal y mistérico donde los haya, situada en uno de los canecillos del ábside principal. En este mismo ábside, aparte de los rostros monstruoso-animalescos, destacan, así mismo, rostros que pueden ser considerados como típicas de la época, barbados, y en menor frecuencia, femeninos.

domingo, 3 de octubre de 2010

Cervatos, Cantabria: Colegiata de San Pedro


Para intentar comprender, siquiera una mínima parte de ese gran enigma artistico y simbólico que es la Colegiata de San Pedro de Cervatos, resulta imprescindible, cuando no necesario, obviar, en primer lugar, el paradigma erótico por el que posiblemente resulte más conocida, y aventurar la mirada hacia atrás; lejos, mucho más lejos de ese siglo XII en el que, se supone, se fundamentan sus cimientos. Resulta imprescindible, necesario aún más, si me apuran, hacer un pequeño ejercicio de imaginación, e intentar que nuestra mente -infinitamente viajera y peregrina- intente acceder a esa Hispania anterior al declive visigodo y la invasión árabe de la Península.
Y dentro de ésta Península, una región de reminiscencias eminentemente mágico-naturales, aislada de la Meseta por una imponente frontera natural: los Picos de Europa. Una región brumosa, de bosques sombríos, impenetrables, y valles fértiles, generosos y fructíferos; una región en la que, de todas las culturas que pusieron los pies sobre ella, destaca una en particular, que supo conectar con el entorno como ninguna otra: la celta.
Posiblemente, a diferencia de las demás culturas, los dioses del panteón celta estaban estrechamente ligados a la Naturaleza; no sólo se sacralizaba el bosque, donde por encima de los demás elementos destacaba la figura del roble, sino que, además, se rendía culto a una serie determinada de seres o espíritus elementales (de las fuentes, de los ríos, del aire, del fuego...) por cuya mediación, el hombre obtenía lo necesario para su subsistencia. No resulta extraño, pues, que éste, a modo de agradecimiento, propiamente hablando, dedicara una serie determinada de ritos y ofrendas, entre los que no faltaban, desde luego, los ritos de fertilidad. Ritos que persistieron con un arrojo fuera de lo común, frente a los que el Cristianismo encontró barreras poco menos que insalvables, y aún considerados como paganos, consintió en maquillar en pro de una labor evangelizadora que, desde luego, tenía muy cuesta arriba. No es de extrañar, por tanto, que en los edificios religiosos sobrevivan muestras que, lejos de desconcertarnos, han de hacernos mirar con otros ojos. La Colegiata de San Pedro de Cervatos, en mi opinión, pertenece a este grupo.
Otro de los revulsivos a tener en cuenta, fue el descubrimiento, en las cercanías de Iria Flavia, de los restos del apóstol Santiago. Revulsivo que, además de suponer un golpe efectivo de fe, abrió otra vez aquél antiguo camino celta de peregrinación, conllevando, además, un germinamiento de construcciones religiosas a todo lo largo y ancho de las numerosas rutas que, partiendo de dentro como de fuera de la Península, tenían como objetivo Compostela, y más allá, ese Finis Terrae.
En efecto, nunca sabremos con exactitud a quien pertenecen en realidad esos huesos, esas reliquias descubiertas en ese campus stellae -incluso la etimología se presta a varias interpretaciones, como campo de la estrella o campo de las estelas, en relación al cementerio alli existente-, no estando nunca, por tanto, seguros de quién yace realmente en lo más profundo de la catedral compostelana. Pero sí sabemos una cosa, y es que, independientemente de que sea Santiago el Mayor o el hereje Prisciliano o cualquier otro personaje, ésta posible inventio constituye el revulsivo que siglos más tarde haría posible la Reconquista y de hecho, ésta proliferación artística que consigue que ahora, a pesar de no entenderla del todo, nos regocijemos de placer con su sola observancia.




La clave del erotismo de San Pedro de Cervatos podría estar, entonces, directamente relacionada con estos ritos de la fertilidad, sin necesidad de buscar otras complicadas interpretaciones de origen tántrico oriental, que tanto se manejan en algunos círculos. La prueba de ello, quizás la encontremos en numerosas otras iglesias y colegiatas de la región -como Bolmir, Yermo o Argomilla, por citar algunas- cuyo erotismo no es, bajo mi punto de vista, inferior.

Pero si obviamos, o mejor dicho, dejamos en un segundo plano la erótica canecística, veremos que en este monumental templo de Cervatos -una pasada, como acertadamente dijo una amiga, cuya voz, anónima por respeto, se puede escuchar en el segundo vídeo que acompaña a esta entrada- hay otras claves, otros detalles de interés, que enlazan, en mayor o menor medida, con la posible presencia de una orden militar maldita -el Temple- y con un no menos complicado y fascinante tema: el de los canteros medievales y sus posibles rutas de influencia. Porque, continuando con lo que comentábamos al respecto en la entrada relativa a la Colegiata de San Martín de Elines, aquí, en San Pedro, volvemos a presentir la presencia, si no de ese misterioso magister Dom Michael, sí al menos de su escuela. Esto se hace evidente, comparativamente hablando, en las figuras de algunos de los capiteles interiores que conforman los arcosolios absidiales que rodean al altar. La sospecha surge, casi por sí sola, en la forma de las figuras, y sobre todo, en esa particular labra y disposición se las serpientes, tan familiares a las que podemos encontrar en San Martín de Elines y en tierras de Segovia, como en el interior del Priorato de San Frutos.

El elemento serpentario, parece ser una constante en el trabajo de este magister, o bien una continuación, con la misma técnica de enroscamiento, continuada idealmente por su escuela. Ideal o simbolismo, por otra parte, que podría indicar no sólo una alusión al Conocimiento, asociado generalmente a la figura de la serpiente, sino también una posible alusión a esas wouivres galas, que no serían, si no, esas corrientes telúricas que se desarrollan en el interior de la tierra y que, supuestamente, ejercen una serie de influencias determinadas, conocidas desde la más remota antigüedad.

Las figuras humanas -sobre todo aquella en particular que parece mostrar al propio magister, en el capitel de San Frutos y posiblemente a San Pedro, en este capitel de Cervatos- aunque familiares, también difieren, no obstante, en un detalle principal: los ojos. Lejos de parecer una circunstancia casual, parecen haber sufrido una evolución del círculo original al óvalo, comparable a aquellos otros atribuídos al denominado maestro de Agüero y de San Juan de la Peña, en una disposición que en opinión de algunos investigadores, como Juan García Atienza, denota o implica un concepto de trascendencia.

Trascendencia y atención requiere, también, la observación de otro de los capiteles interiores del ábside -y retornamos al mito serpentario- que representa la lucha de San Jorge/San Miguel con una monstruosa serpiente/dragón enroscada. Motivo que se presta a una especial relevancia en la temática -tanto externa como interna- de la portada de la iglesia de Santa María, en la relativamente cercana población de Yermo, y que constituye, en mi opinión, una auténtica rareza. Así mismo, se aprecia una gran calidad en la labra relativa a otras temáticas interiores, como pueden ser los motivos vegetales, los entrelazados célticos, y sobre todo, las aves, generalmente afrontadas y unidas por la cabeza; motivo de dualidad, tanto en lo referida a aves como a otro tipo de animales, bastante común, no obstante, a numerosas iglesias cántabras y palentinas, como tuve ocasión de comprobar este verano.

Con respecto a la posible conexión de la Orden del Temple, honestamente, no hay motivos suficientes para suponerlo, si exceptuamos la presencia de al menos, cuatro cruces del tipo paté: dos, grandes y bien visibles en los medallones de las nervaduras, y otras dos, muchisimo más pequeñas, situadas junto a otros motivos decorativos de probable reminiscencia céltica, que se localizan en uno de los capiteles situados junto al coro.


viernes, 24 de septiembre de 2010

San Martín de Elines, Cantabria: Colegiata de Santa María


Una de las joyas indiscutibles, y a la vez principal atracción, de ésta zona merindesa denominada como Valderredible es, sin lugar a dudas, la Colegiata de Santa María, situada dentro del término municipal de San Martín de Elines, muy cerca de la frontera con Palencia. Forma parte, en unión con San Pedro de Cervatos, Castañeda y Santillana del Mar, del conjunto monumental de espléndidas colegiatas que se localizan en la Comunidad Autónoma de Cantabria, las cuales, con excepción de ésta última de Santillana, tuve ocasión de conocer con mayor o menor fortuna, el pasado mes de agosto.
Declarada Bien de Interés Cultural en 1931, destaca, en mi opinión, y en un lugar importante, la perfecta comunión de sus formas estructurales, con las características primordiales del entorno en el que se asienta. Hasta el punto de formar una imagen poco menos que perfecta, teniendo como fondo un relleno espectacular, compuesto por montes, bosques y valles, que tienen como denominador común una exhuberancia vegetal que, aunque característica de la zona norte peninsular, raya en ocasiones en la más excelsa de las lujurias.
Lujuria, por otra parte, bien entendida, que se experimenta frente al simbolismo secuencial de las interminables series de canecillos que se localizan en su estructura, y que atraen, irremisiblemente mirada y atención, como el canto de las sirenas -por citar a los clásicos- atraía a la perdición a los marineros que imprudentemente navegaban cerca de las rocas donde éstas habitaban.
Formando parte, pues, de un poema natural, sorprende, no obstante, la escasa documentación que ha sobrevivido a nuestros días, aunque se supone que la iglesia -datada, aproximadamente, en 1102- es una de las más antiguas de Cantabria. No ocurre lo mismo, sin embargo, con el claustro, que habría que situarlo, en opinión de los expertos, en el siglo XVI, del que se puede decir que, simulando por su florida ornamentación a esos patios típicos cordobeses repletos de flores de vivos colores, contiene una notable colección de elementos medievales -sarcófagos, en su gran mayoría y alguna que otra pila bautismal pertenecientes a iglesias de pueblos de los alrededores, probablemente despoblados- interesantes no sólo por la misteriosa identidad de los cuerpos -es de suponer que importantes- que albergaron -sobre todo el del supuesto caballero peregrino-, sino también, por la riqueza y calidad ornamental contenida en éstos, así como por el hallazgo, en varios otros, de cruces del tipo denominado como patada o paté, que podrían -ojo, sólo digo, podrían- sugerir el destino final de algún que otro miembro de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón: los templarios.
A este respecto, sería interesante añadir, que enfrente de la Colegiata, se localiza un edificio con trazas de cierta antigüedad, que luce también una cruz patada en la fachada, y que bien pudiera haber sido, en tiempos, una hospedería anexa al templo.
Destaca también -bueno es precisarlo en este punto- la presencia, en una de las columnas que conforman el arco de entrada a la iglesia, de una marca caracteristica de las hermandades compañeriles: la pentalfa o estrella de cinco puntas. Marca, por otra parte -y que cada cual saque sus propias conclusiones, achacándolo a la casualidad o a la causalidad- que se localiza en numerosas iglesias atribuidas a los mencionados caballeros. El tema no tiene desperdicio, porque, dejando a un lado su primitiva fábrica mudéjar, de la que apenas queda rastro, ¿quiénes tenían los medios necesarios para instalarse en los puntos clave de un Camino que, aparte la espiritualidad, no tardó en convertirse en una de las vías comerciales más prósperas de la Península?. Sin duda, las órdenes militares. Y entre éstas, desde luego, cabe destacar a la más poderosa de todas: la Orden del Temple. Orden que, como bien sabemos, protegía y se servía de ciertos gremios canteros -cuando no, de sus propios miembros-, algunos de los cuales pasaron a la clandestinidad cuando ésta fue definitivamente disuelta.
No resulta una elucubración, aunque sí un presentimiento, que una vez situados en el interior de la iglesia -y aprovechando el oportuno chivatazo de Syr - comentar que se observa la posible presencia de un misterioso Magister Muri que, entre otros lugares, dejó su fecit particular en el Priorato segoviano de San Frutos: Dom Michael. Su presencia resulta evidente, sobre todo, en un curioso capitel, que muestra a un personaje alrededor de cuyo cuello parece enroscarse una serpiente. Pero aún hay más, porque, comparativamente hablando, y tal y como los expertos definen en los ojos una de las características fundamentales para reconocer el trabajo del denominado maestro de Agüero y de San Juan de la Peña, esa misma caracteristica puede aplicarse a éste maestro Dom Michael -¿de posible ascendencia irlandesa, como se aventuraba a sugerir en ciertos círculos románicos, en trabajos de investigación relativamente recientes, publicados en el año 2007?- que, aparte de ésta característica o posible huella visual, dejó también la señal de su magisterio en otro capitel del ábside, situado detrás del altar: la espiral.
Otros elementos reseñables, y por lo tanto, interesantes de comentar, son aquellas representaciones artísticas que, aunque evolucionando a lo largo de diferentes periodos, mantienen una interesante constante en cuanto a ser portadores de ciertos elementos simbólicos de especial relevancia: las imágenes marianas.
La figura mariana que sobresale en esta Colegiata, es la de la Virgen de Elines. Se trata, en realidad, de una copia de la original que mantiene, en su forma, las características de aquellas originales románicas que la tradición, curiosa pero discutiblemente, atribuye al evangelista San Lucas.