No en vano nombrada Capital Europea de la Cultura en el año 2002, Salamanca, o mejor dicho, su exhorbitante patrimonio histórico-artístico bien merecen una, o dos o las visitas que hagan falta, pues es tan rico y variado, tan espectacular y a la vez extraño, que no resulta fácil asimilarlo, si no es tomando la precaución de ir haciéndolo progresivamente y a pequeños sorbos. Obviaremos, por el momento, una parte importarte de ese patrimonio al que se hace referencia, para centrarnos, siquiera desde la perspectiva que nos ofrece la libre especulación, en ese arte antiguo, al que hasta épocas relativamente modernas se conocía como bizantino -término completamente adecuado, si tenemos en cuenta que fue, precisamente, a través de Bizancio o el Imperio Romano de Oriente, una de las vías, si no la principal, por la que penetraron en Europa una gran mayoría de conceptos y soluciones relativos al arte sacro- y al que, de algunos años a esta parte, todos nos referimos como románico. En relación a ello, no se nos podrá acusar de exagerados, si al ir haciendo una pequeña descripción de los templos sobrevivientes de aquél nebuloso periodo medieval, nos dejamos llevar por la sorpresa y gritamos a los cuatro vientos que, después de todo, éstos, lejos de constituir un ejemplo más de copia y pega, afín a cualquiera de las provincias o comunidades colindantes, ofrecen, por el contrario, elementos realmente interesantes, poco menos que únicos, en cuyas características tenemos, cuando menos, espacio más que suficiente para el noble arte de la especulación.
Tal sería el caso, por ejemplo, del exclusivo templo de planta circular -bien es verdad, que siguiendo el hilo de los comentarios de un querido amigo y maestro, Rafael Alarcón Herrera, este tipo de construcción fue muy popular, aunque desgraciadamente, han llegado pocos ejemplos intactos a nuestro tiempo- de San Marcos; la presencia de paganismos de origen celta, como esa probable representación de Pan que se encuentra en uno de los canecillos de la iglesia de San Juan de Barbalos -que contiene, además, la presencia de un vistoso Cristo románico, el de la Zarza, considerado como muy milagroso-; los cuantiosos y extraños canecillos con forma de bi y tritesta -por denominarlos de alguna manera, pues se presentan bajo la unión de dos o de tres cabezas- de la iglesia de San Cristóbal, comparables, cuando menos especulativamente, con aquéllos otros, más desarrollados que cualquiera puede ver en el claustro del monasterio aragonés de Santa María de Veruela o, la nobleza de una piedra y unos no menos curiosos mensajes gráficos, que desde comienzos del siglo XII todavía continúan llamando la atención en el que se considera como el primero de los templos románicos levantados en una ciudad, de fácil y agradable visita, que no comenzó a ser definitivamente repoblada hasta el año 1085, algún tiempo después de la decisiva victoria de Simancas, por el rey Alfonso VI, y dedicado a la figura de Santo Tomás Cantuariense, el famoso Thomas Beckett o arzobispo de Canterbury, donde todavía se conservan unas pinturas de su asesinato en el defenestrado templo de San Nicolás, en Soria capital.
Sin olvidar, por supuesto, las numerosas maravillas que todavía conserva la catedral vieja, aquélla inconmensurable obra de Arte que se comenzó a levantar en esta espléndida ciudad con posterioridad a estos acontecimientos, pero cuando todavía el peligro musulmán tenía aún mucho que decir, de la quien bien se puede afirmar que sobrevivió gracias a un milagro, pues se planeaba derribarla por completo para levantar la nueva.
Bienvenidos, pues, a un pequeño y especulativo viaje por el románico de Salamanca.