lunes, 13 de junio de 2011

San Pedro de Echano o el Banquete de los Locos




No se trata, desde luego, del banquete de Platón, donde los invitados filosofaban trascendentalmente elogiando al amor; pero, no obstante, el banquete al que os invito a participar, que se reproduce en el pórtico principal de la iglesia de San Pedro de Echano, Navarra, reta, también, a profundas, cuando no trascendentales reflexiones. Reflexiones que alcanzarían, además, a todo el ámbito físico del templo, haciendo aflorar hipotéticos aspectos sensoriales e incluso astronómicos, si he de mantener cierta postura de honesta objetividad acerca de la manera en la que me fue presentado. Eso no quiere decir, evidentemente, que esté de acuerdo con todo lo que, estoy seguro que de buena fe y de manera respetabilísima por lo que a mi concierne, se dijo aquélla tarde. Aunque tampoco quisiera mantener una postura inflexible, cerrando la puerta a cualquier posibilidad.

La iglesia de San Pedro constituye, sin duda alguna, uno de esos curiosos templos que de una u otra forma, parecen nacidos -si se me permite la expresión- para dar que hablar. Y no sería desdeñable la presunción de tal intención en los canteros medievales que la levantaron, si aparte de la imaginería desarrollada en canecillos y capiteles, nos atenemos, por ejemplo, también al entorno donde se ubica y a la época, o mejor dicho, a las características de la época en la que se construyó.

Ésta rondaría, con toda probabilidad, los siglos XII-XIII, periodo en el que el Reino de Navarra ya gozaba de cierta estabilidad, no obstante después de siglos de colonización -en el sentido territorial del término, procediendo los primeros colonos, o al menos una parte de ellos, de ese minúsculo Reino de Asturias que se mantuvo siempre hostil al invasor musulmán-, de continuas aceifas árabes, siendo las más terribles, sin duda, las de Almanzor, y los pleitos territoriales mantenidos con los reinos vecinos de Castilla y Aragón. El entorno, notablemente influenciado por una mitología autóctona -resulta oportuno precisarlo-, que cuenta con una gran riqueza de mitos a los que, de alguna manera, habría que reciclar, para ir ganándose a las gentes, amoldándolos a una religión abocada a la supremacía espiritual, pero que se encontraba con la obstinación de algunos pueblos a variar o modificar sus ancestrales concepciones espirituales, hasta el punto de que tales mitos perviven aún en la actualidad, arraigados en lo más profundo de esta tierra, constituyendo un rico y variado folklore.

Por otra parte, oportuno es precisar, antes de continuar, que el tema del banquete no constituye una novedad dentro de la imaginería románica. Quizás el ejemplo más relevante lo tengamos no demasiado lejos de Navarra, en esa peculiar zona de Aragón conocida como las Cinco Villas, y estaría referido a la espectacular portada de la iglesia de Santa María de Uncastillo. Y en ambos casos, curiosamente, se localizan elementos moralmente comprometidos, que posiblemente aludan a mitos anteriores -en la imaginería pagana, el tema del banquete en sí tampoco constituye una excepción a la regla- cuando no, portadores de un exclusivo fin moralizante, encaminado a terminar con celebraciones y ritos, muchas veces relacionados con la fecundidad. No olvidemos que el hombre, no sólo el medieval, ha sido ante todo, a partir de su sedentarismo, agricultor.

[continúa]