lunes, 29 de diciembre de 2014

Betanzos: iglesia de San Francisco


Sin ánimo de restar mérito, belleza y misterio a los otros exponentes artísticos de esta hermosa villa de Betanzos, como son las iglesias de Santiago y de Santa María del Azogue, no resultaría, en modo alguno, exagerada, impremeditada o gratuita la afirmación de que, posiblemente, tengamos en este maravilloso conjunto arquitectónico que compone el convento de San Francisco, una de las obras más espectaculares de cuantas engrosan el patrimonio histórico-artístico de la región betanceira. Una obra que, además de reproducir, supuestamente, modelos de origen francés, según algunas fuentes, que ponen como ejemplo el de San Gall, contiene, además, otras singularidades que bien merecen un oportuno toque de atención. Evidentemente, sería imperdonable pasar de largo, sin mencionar el significativo detalle de que, alrededor del año 1289, fecha aproximada en la que se supone su fundación, los clérigos mendicantes franciscanos se instalaron en este solar, donde, a todas luces, parece ser que existen fundadas sospechas de que hubo un asentamiento templario, que formaba parte de la encomienda que éstos permutaron con el rey Alfonso X en 1251, a cambio de ciertas posesiones en tierras de Zamora, entre las que hemos de contar Alba de Aliste, Alcañices y posiblemente también, Mombuey, donde todavía sobrevive la monumental torre de lo que fuera su iglesia dedicada a la figura de Santa María. De hecho, y como dato anecdótico, se puede añadir que parte de los motivos decorativos de su portada oeste -capiteles y canecillos- incluido un magnífico Agnus Dei, formaron parte, hace algunos años, de un pequeño museo de piezas templarias (1) expuestas en el interior de la nave, no muy lejos de donde se localiza el magnífico sepulcro de Fernán Pérez de Andrade, O Boo y que, por motivos que se desconocen, parece que en algún momento indeterminado, volvieron a ser reutilizados en su portada oeste. Es más, se podría añadir, que la presencia de franciscanos en lugares que fueron o así se supone, de templarios, hace bueno aquél antiguo refrán que afirmaba que los fuegos que encendían los dominicos, eran apagados por los franciscanos, siendo verídico, también, que algunos templarios entraron a formar parte de la Orden de San Francisco, una vez disuelta la suya. Cabe suponer, por tanto, que entre éstos hubiera canteros e incluso maestros canteros que pusieran sus conocimientos al servicio de su nueva orden, detalle que podría explicar ciertas familiaridades entre algunos edificios que se levantan en algunos lugares determinados de Galicia, como podría ser, por citar un ejemplo interesante, el también conjunto franciscano de la capital lucense, enclavado en su casco antiguo, muy cerca de la catedral, ampliando lo que en tiempos fuera la iglesia de San Pedro –es posible que tuviera otra advocación en el pasado-, donde cabe destacar la similitud de su ábside, igualmente de forma octogonal como éste de San Francisco, y la presencia del significativo Agnus Dei.




La entrada principal al templo, situada en el lateral sur, aunque sencilla y de trazas netamente góticas, nos muestra, como ya tuvimos ocasión de hipotetizar cuando hablábamos de las curiosidades del vecino templo de Santa María del Azogue, a dos curiosos personajes que, como ya vimos, podrían hacer alusión a la Anunciación, destacando el detalle de la humanización de la figura del arcángel Gabriel, papel que era representado por los sacerdotes judíos e incluso, como sospechan algunos autores, también por el propio Juan el Bautista. Numerosas e interesantes, desde luego, son así mismos las series de canecillos, que desarrollan variadas temáticas, dignas de un estudio aparte, así como la presencia de otras relevantes referencias, como son el Agnus Dei y una figura representativa del mencionado noble y promotor, Pérez de Andrade, que no sólo se encuentra en su magnífico sepulcro, sino que forma parte, también, de varias escenas de caza, similares a las del mencionado sepulcro, que se localizan en los laterales superiores de la nave: el jabalí. En el interior del templo, y en un punto elevado de su cabecera –merece echar un atento vistazo a los brazos de la bóveda, significativamente labrados con numerosas figuras- se localiza un interesante Pantocrátor que, aparentemente, parece seguir similares patrones a los que se dan en la catedral de Lugo y en las iglesias palentinas de Santiago, en Carrión de los Condes, y de San Juan Bautista, en Moarves de Ojeda.

Interesantes son, así mismo, los numerosos sepulcros que, en número estimable, se distribuyen en arcosolios tanto por los laterales de la nave, como por las capillas de la Epístola y del Evangelio, incluido el de un misterioso y anónimo personaje de origen oriental, que anteriormente, descansaba en la desaparecida Capilla de la Quinta Angustia. También resulta relevante la presencia de las denominadas vacas solares -una de ellas tumbada, oculta detrás de una interesante imagen de San Nicolás-, que aparte de definir a una de las más antiguas familias gallegas -los Becerra-, también se localizan en el sepulcro de un no menos misterioso personaje noyés, Ioan de Estivadas. Se sabe que tan digno y bello conjunto arquitectónico, dispuso de un claustro, hoy en día desaparecido, siendo de relevancia la magia simbólica que caracteriza las construcciones franciscanas, donde adquieren particular interés unos números que parecen repetirse en la mayoría de ellas: el 4, el 5, el 6 y el 12.

Como dato anecdótico y colofón de la presente entrada -dejando para otro momento, los interesantes símbolos contenidos en su portada oeste, incluida la Adoración de los Magos de su tímpano-, añadir el curioso detalle de que el fundador de la orden franciscana, San Francisco de Asís, firmaba de una manera muy simbólica y particular: con la letra Tau.



lunes, 17 de noviembre de 2014

Betanzos: iglesia de Santa María del Azogue



Independientemente de que se atribuye, al menos en sus inicios, a la promoción de Fernán Pérez de Andrade, conocido como O Booel Bueno-, la ausencia de documentación, en particular referida a este formidable compendio de sabiduría arquitectónica que es el templo de Santa María del Azogue, no sólo hace que su esencia se vea envuelta en un misterioso e impenetrable velo, sino que, además, permite especular con la posibilidad –tal y como señalan algunas fuentes-, de que sus orígenes sean, en realidad, mucho más antiguos de lo que generalmente se supone. A tal respecto, no resulta extraña la sugerencia de que probablemente el templo, de acusadas características originadas en ese arte de argot –como Fulcanelli definía al estilo gótico que dejó completamente obsoletos a sus precedentes románicos-, se construyera sobre los cimientos de la primera parroquial brigantina, fundada en el siglo IX, antes, incluso, de producirse el traslado poblacional realizado en el siglo XIII a instancias del rey Alfonso IX de León. Resulta conveniente retener el apellido Andrade, pues volveremos a encontrarnos con él y con sus símbolos predeterminados –entre ellos, el jabalí-, a apenas unos metros más adelante, cuando visitemos el no menos formidable templo de San Francisco.

Pero obviando para mejor ocasión, el arcaico y a la vez interesante universo simbólico que rodea a esta antigua y rancia familia y que campea con notoria diversidad en ambas edificaciones como si se tratara de una indeleble seña particular, destaca, quizás por encima de cualquier otro miembro, precisamente la figura del referido Fernán Pérez de Andrade, quien se manifestó también como promotor de diversas construcciones de carácter auxiliar como puentes y hospitales, así como de carácter militar como torres –todavía sobrevive la de Pontedeume, en cuyas proximidades se localiza una auténtica joya románica, como es la iglesia de San Miguel de Breamo-, y otras fortificaciones. Viene este singular personaje a colación, porque dispuestos a enfrentarnos con las numerosas particularidades simbólicas inherentes a ésta compleja estructura que supone el templo de Santa María del Azogue –o del Mercado-, no deja de llamar poderosamente la atención la presencia de un símbolo muy concreto, cuya presencia parece estar generalizada en los tres principales templos brigantinos, como ya tuvimos oportunidad de ver en el cercano templo dedicado a la figura de Santiago: la Estrella de David o Sello de Salomón (1). Su visión, induce a sospechar una intencionalidad hermética que posiblemente va mucho más allá de una posible y generosa contribución de la comunidad judía brigantina, a la que habría que añadir, además, cierta soterrada influencia de marcado carácter oriental, como así mismo tendremos oportunidad de comentar más adelante, cuando hablemos de la iglesia de San Francisco. Pero las sorpresas no terminan ahí. Hay quien se pregunta –y me hago eco de ello-, sobre los dos curiosos personajes, masculino y femenino, cuyas estatuas se localizan en sendos arcosolios localizados a ambos lados del referido pórtico principal, que generalmente se suponen una representación de la Anunciación que, por un detalle muy particular, no parece ceñirse a la ortodoxia habitual: la carencia de alas en el personaje que, supuestamente, representa al arcángel Gabriel, detalle que, si nos ceñimos a algunas fuentes basadas en los denominados evangelios apócrifos, podría ser una alusión incluso a la misma figura de San Juan Bautista, en su papel no sólo de antecesor del Mesías, sino también de mensajero, por no mencionar otras cuestiones relacionadas con los ritos y el sacerdocio hebraico. Además, no deja de ser curioso, que ya hubiera otros precedentes en algunos retablos gótico-renacentistas –como el que se encuentra en la Colegiata de Santa María, en Xunqueira de Ambía, provincia de Orense- y que en tiempos modernos, ya hubiera una genial mente que representara, así mismo, a los ángeles sin alas, en esa que iba a ser la catedral de los pobres: el arquitecto Antoni Gaudí y su Sagrada Familia.

 
Quizás la clave, o parte de ella, la encontremos en el tímpano de la portada principal y su inusual particularidad. El motivo, como en las iglesias de Santa María a Nova y de San Martiño, en Noya, gira también en torno a la escena de la Adoración de los Magos. Unos magos que, como se puede observar, ninguno de ellos presenta rasgos negroides, de manera que, en principio, se podría decir que en la imaginación del cantero que la labró –bien por iniciativa propia o bien siguiendo instrucciones-, no constaba esa supuesta creencia –probablemente desarrollada a partir del Renacimiento, cuando no en época Moderna- que simbólicamente hablando, veía en estos enigmáticos personajes –cuyas hipotéticas reliquias, se custodian en la catedral de Colonia-, los representantes de los tres continentes por entonces conocidos. Uno de ellos, de pie, sostiene en una mano el tradicional recipiente que contiene su regalo (sea oro, incienso o mirra) y la otra, levantada, parece señalar al cielo, apuntando, quizás, su condición no sólo de mago, sino también de astrónomo o astrólogo, en una escena que, echando mano del recurso de la imaginación, recuerda al famoso sagitario ibérico, es decir, al Indalo. Ahora bien, la escena no termina ahí, sino que se amplía en ambos laterales: con una serpiente enroscada –recordemos la importancia de este símbolo primordial, utilizado hasta la saciedad por grandes maestros canteros medievales, como podría ser el caso del denominado Maestro de las Serpientes o de San Juan de la Peña, que dejó señales evidentes de su labor en lugares emblemáticos de Aragón, como puede ser el monasterio oscense de San Pedro el Viejo-, en el lateral izquierdo, muy cerca del pie del arrodillado rey mago, y en el lateral derecho, donde vuelven a aparecer los supuestos personajes de Gabriel y María. Tema que, como se ve, ya daría por sí solo para hacer un extenso estudio.
Como extenso sería, por otra parte, adentrarse a analizar las infinitas series de canecillos o, sin ir más lejos, la abundante y sorprendente temática desarrollada en la variada gama mensajística desplegada por los canteros en los capiteles interiores de un templo que, aun a pesar se su altura y de sus vidrieras, sigue sorprendiendo por su sombría constitución interior, así como por los numerosos enigmas disimulados entres sus piedras, sin olvidarse, por supuesto, de las marcas de cantería, las cruces patadas y los motivos principales de los tímpanos de sus dos puertas laterales, como son los crucíferos en el tímpano de la portada sur y la psicostasis o pesaje de las almas -que todavía conserva intacta buena parte de su policromía original- en el tímpano de la portada norte.
 
(1) Una representación similar, por poner un ejemplo, la encontramos también en la iglesia de Santa María de la Oliva, situada dentro del término municipal de Villaviciosa, en Asturias.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Betanzos: iglesia de Santiago



Betanzos, antigua encomienda que los templarios establecidos en Galicia permutaron en 1255, y a instancias del rey Alfonso X, por las martiniegas reales de Zamora, que comprendían las tierras de Aliste y Alcañices. Una permuta, que seguramente, y después de todo, tuvo un trasfondo oculto dentro de los planteamientos filosóficos de una orden de caballería que durante sus aproximadamente doscientos años de existencia, dio cumplidas muestras de grandeza e ideales, los cuales, en muchas ocasiones, se apartaban de la ortodoxia previamente establecida. Hablar de los edificios sacros más emblemáticos de Betanzos, obliga, cuando menos, a ésta pequeña apreciación, pues aunque no se puede decir que templos como el presente de Santiago, o los de San Francisco y Santa María del Azogue, que veremos en próximas entradas, fueran de su autoría, sí se podría afirmar, no obstante, que al menos una parte importante de su espíritu, sobrevivió en cada uno de ellos.

En la actualidad, el templo de Santiago ha vuelto a resurgir de su lánguida placidez, como diría Verlaine, en torno a los dimes y diretes que historiadores, arqueólogos e investigadores mantienen con relación a una curiosa inscripción que se localiza en uno de los contrafuertes de su ábside -bueno es recordar, en primer lugar la forma hexagonal de éste, y a continuación, fijarse en que, a escasos centímetros de la susodicha inscripción, perviven varios símbolos que no sólo son idénticos a los que se pueden encontrar en la cercana iglesia de San Francisco, sino también entre los muchos que se constatan en las losas que se custodian en la iglesia de Santa María a Nova, en Noya-, de la cual, unos afirman su naturaleza netamente gótica y otros, quizás no sin fundamento, mantienen la hipótesis gaélica, que no sería en modo alguno antinatural, si recordamos ciertas referencias de valor, como podría ser, yéndonos a la vecina provincia de Lugo, el magnífico templo de San Salvador de Vilar de Donas y sus plausibles orígenes irlandeses. Por ignorancia, me abstengo de tomar partido por una u otra teoría, detalle que no me impide, sin embargo, aventurarme en el magnífico universo de la probabilidad hipotética que otros muchos símbolos, contenidos principalmente en la portada principal del templo, ofrecen a cualquier investigador, se juegue o no con la sacrosanta especulación.
 
No es especulación, por otra parte, constatar que -entre otros- uno de los símbolos más trascendentales que se repite en este templo dedicado al Sanctus Hispaniae Patronus, no es otro que esa perfecta unión de los principios masculino y femenino, representada por el Sello de Salomón, también conocido, vox populi, como Estrella de David. Y subrayo lo de David, porque a este linaje pertenecía la figura estrella cuya vida, dos mil años después, continúa siendo, a la postre, uno de los mayores enigmas de la Humanidad: Jesús, quizás de Nazareth o quizás, como apuntan otras fuentes de las que se hacen eco numerosos investigadores, el Nazareo, lo cual, aunque parecido, no sería exactamente lo mismo.
 

 
Generalmente cerrada al público, excepto en las ocasiones en las que el culto media para la apertura de sus puertas, su portada oeste o principal, contiene los suficientes elementos simbólicos como para hacer que la especulación a la que se aludía anteriormente resulte, si no un Arte, desde luego, sí al menos un apasionante ejercicio. Ejercicio que podría comenzar, dejando para más adelante el tímpano y los contenidos de las arquivoltas, en la temática de unos capiteles que, por naturaleza y aludiendo a ese oportuno recurso que es también la comparación –por muy odiosa que ésta pueda resultar en ocasiones-, podría ofrecernos la sensación de un figurado descenso a los infiernos, como contraposición a esa deliciosa gloria celestial que envuelve al Cristo en Majestad, que no sólo luce los estigmas de la Pasión bien visibles en manos y pies, incluida en el costado la herida producida por la lanza de Longinos –como ocurre en ciertas representaciones de la prestigiosa escuela de Carrión-, sino que, además, se ve genuinamente acompañado por una serie determinada de personajes, alguno de los cuales, requiere, por su circunstancia, atributos y situación, una especial atención. Pies en tierra, pues, y de frente a los capiteles, no tardaremos en observar que, junto a la presencia de los elementos de índole mitológica y amenazadora que caracteriza, por regla general, a este tipo de construcciones –arpías, dragones, serpientes y demonios que constituían todo un ejemplo, comparativamente hablando, del tránsito del alma por los diferentes estadios del inframundo, como ya lo testimoniaban, entre otros, los respectivos Libros de los Muertos de culturas aparentemente inconexas, como sería la egipcia y la tibetana y que, en definitiva, formarían así mismo parte de esas experiencias, no exentas de moralina-, aparece uno, en particular, cuya repetitividad, sugiere, quizás, una llamada de atención por parte del cantero: el león. No sólo símbolo de carácter solar en su faceta positiva, el león, por alusiones, se relaciona también con Cristo –no olvidemos la referencia acerca del león de Judá-, y la casa real de David, aquél mítico rey cuya música –figurativamente hablando-, deleita a los peregrinos que se detienen a observar su magnífica escultura en la portada de Platerías de la catedral de Santiago de Compostela. Símbolo presente en el Pantocrátor como animal representativo del evangelista san Marcos, el león representa, también, una alusión al Conocimiento. Conocimiento, difícil de alcanzar –recordemos el alegórico camino de espinas que lleva a él-, que en algunas ocasiones es preciso arrancar por la fuerza y cuyos dos ejemplos más significativos, no serían otros que la mansedumbre de Daniel y la lucha de Sansón. Antagonista, en su faceta nocturna y lunar, otro animal no menos simbólico, reclama, así mismo, nuestra atención: se trata del lobo. El capitel en cuestión, nos muestra a una figura arrodillada, en actitud de rezo, a la que parecen acechar varios lobos. La idea más generalizada –y de hecho, la más fácil e incluso convenientemente correcta, según los cánones establecidos-, sería la de ver en ellas una alegoría a la Iglesia y sus enemigos; pero no olvidemos, por contrapartida, que precisamente éstos, aquellos que la Iglesia calificaba de herejes –pongamos como ejemplo, a gnósticos y cátaros, entre otros muchos-, se referían a ella y a sus servidores, como los lobos de Roma. En algunos ámbitos heterodoxos, no obstante, se cambiaba el calificativo de lobo por el de zorro. He aquí, algo para meditar, pues, como bien decía Álvaro Cunqueiro, no estaría de más preguntarse: ¿qué turba el corazón de un santo que pueda también turbar el corazón de un lobo?.
 
 
 
Mediador entre los estados celestial y terrenal, la figura ecuestre de Santiago –situados ya en el tímpano-, trae a la memoria las viejas leyendas medievales y la temprana utilización de la inventiva y la propaganda como arma política para alentar a unas masas, las cristianas, que ya para cuando se levantó esta iglesia, en los siglos XIV-XV, se había sacudido buena parte del yugo musulmán que la mantuvo en un puño durante los siglos anteriores, si bien aquí, la típica figura del musulmán sucumbiendo ante los cascos del poderoso caballo del apóstol, se ve sustituida por la de un orante cristiano, posiblemente implorando su intercesión y ayuda. Por encima de él, la imaginería desplegada en las arquivoltas, vuelve a jugar con la suspicacia del observador, atrayendo su atención hacia los personajes situados a ambos lados de la figura central y preeminente, ocupada por el Cristo in Maiestas. Probablemente referencias a apóstoles y profetas –llaman la atención, algunos rostros barbados que parecen materializarse desde lo más profundo de la piedra-, merece la pena fijarse en la figura femenina que ocupa un indiscutible lugar de preferencia al lado del Salvador, por delante de las dos figuras que, por sus atributos, podrían perfectamente corresponder a los dos pilares de la Iglesia: los apóstoles Pedro y Pablo. Portadora de un frasco o recipiente en las manos, ¿a quién podría aludir, sino a un controvertido personaje, cuya figura, muy popular durante la Edad Media, cuyo culto se vio reduciendo progresivamente, sustituido por la figura de la Virgen María?: María Magdalena. Pero hay algo más, curioso, extraño y relevante a la vez, en el diseño y personajes de la arquivolta inmediatamente superior a ésta.
En cuanto al diseño, señalar que la arquivolta en cuestión, está constituida por al menos una decena de elementos que, a la manera de arquillos lombardos –por citar un parecido más o menos razonable-, conforman uno de los símbolos determinantes que aparecen en los crismones: la letra griega omega, que señala el fin, en contraposición al sentido de principio que conlleva su opuesta pero complementaria, la letra alpha. Y lo más curioso todavía, el detalle que nos remite a lo que se comentaba al principio de la presente entrada: ¿no parecen, esas parejas de guerreros que se observan entre los huecos, una alusión, poco menos que inequívoca, a esa orden religioso-militar que, como se comentaba, tuvo una poderosa presencia en Betanzos hasta su permuta en tiempos del rey Alfonso X?.
Estos, sólo son algunos de los intrigantes enigmas que envuelven a esta espectacular iglesia de Santiago, a la que muy bien se podría aplicar aquél refrán popular, que asevera que de aquéllos lodos, vienen estos barros.

jueves, 14 de agosto de 2014

Descubriendo Betanzos


Al igual que Noya, Betanzos es otra de esas ciudades de la costa coruñesa, donde la Historia, el Arte y los grandes enigmas del pasado conspiran constantemente, hasta el punto de conseguir que una visita por su casco antiguo, se convierta en una auténtica aventura, con múltiples e inesperadas ramificaciones. Parte de esas ramificaciones, posiblemente se deriven de un dato fundamental, que hay que tener muy en cuenta a la hora de valorar sus principales templos: Betanzos fue una de las más importantes encomiendas de la Orden del Temple en la Península Ibérica. Una encomienda, dicho sea de paso, que fue permutada en 1255, por el rey Alfonso X el Sabio, a cambio de la martiniega real de la Tierra de Alcañices y Aliste, situada en la provincia de Zamora. De ahí que, probablemente, sobrevivan muchas de las antiguas referencias simbólicas de éstos, en los tres templos a los que hacíamos referencia anteriormente, que no son otros que los de Santiago, San Francisco y Santa María del Azogue, o del Mercado, que viene a ser lo mismo.
 
En ellos, como en Noya, se percibe cierto anónimo influyo oriental, que no sólo se aprecia en los motivos ornamentales que hacen que cualquiera de estos templos constituya, por sí mismo, todo un compendio de simbología que daría para mucho más que un simple estudio, sino también, en la existencia de sarcófagos de personajes orientales, anónimos, pero que, curiosamente, reposan en lugar privilegiado de cierto templo cristiano, como sería el de San Francisco. Un templo, éste de San Francisco, en el que los franciscanos -recordemos, que si bien los dominicos encendían hogueras, los franciscanos se encargaban de apagarlas-, también pusieron en práctica un tipo muy peculiar de arquitectura, probablemente basado o aprovechado, de los antiguos conocimientos de los maestros canteros templarios. De tal circunstancia, se vuelve a tener la impresión, algunos kilómetros hacia el interior, en plena capital lucense, temática que formará parte de otro estudio. Una temática que, posiblemente, no haya sido del agrado del episcopado del lugar que, me consta por ciertos detalles circunstanciales, el pequeño 'museo de piezas templarias' que antaño se exhibía en el interior de la iglesia de San Francisco, ha vuelto a ser reaprovechado, como puede apreciarse en la magnífica portada oeste que, curiosamente, vuelve a mostrar una temática sobre la que ya poníamos sobre aviso al hablar de los templos más relevantes de Noya: la Adoración de los Magos.
 
Pero a la simbología y a esos gazapos interpretativos a que tan aficionados eran los canteros medievales, como se verá al hablar de la portada principal del templo de Santiago, por ejemplo, hay que añadir la influencia de poderosas familias, como los Andrade, alguno de cuyos miembros, al parecer, debió tener cierta relación con los templarios, hasta el punto de ser Gran Maestre, una vez finiquitada ésta, en la renovada Orden de Cristo, creada en Portugal. De los Andrade, digno de mención, es el magnífico sarcófago de Fernán Pérez de Andrade, llamado O Boo, el Bueno, personaje curioso en extremo -representado en la tapa del sarcófago, muestra una estrella de seis puntas o Sello de Salomón en el pomo de su espada-, que fue, según parece, el mecenas de San Francisco y Santa María del Azogue.
 
En fin, toda una gama de enigmas y misterios, que os animo a ir descubriendo, adentrándonos en una ciudad tan hermosa y carismática como Betanzos.


sábado, 2 de agosto de 2014

Enigmática Santa María a Nova



La iglesia de Santa María a Nova, situada también en pleno casco urbano de Noya, a apenas unas calles de distancia de donde se levanta la imponente iglesia-fortaleza de San Martiño, quizás no brille tanto en su conjunto ornamental, en comparación con los fascinantes y no pocos misterios que la rodean. Este detalle hace, sin duda, que en tiempos modernos, esta hermosa construcción, del tipo denominado como iglesias o capillas de influencia marinera, se haya convertido en un auténtico paradigma, que atrae la atención de un público, en general apasionado por los grandes enigmas y misterios de la Historia. Esto se debe, sobre todo, a la gran cantidad de laudas que, datadas entre los siglos XII y XVI, conforman la mayor colección en su género, no sólo de España sino probablemente también del mundo, de manera que se podría decir, sin faltar a la verdad, que son poco menos que únicas en su género, aunque conforman un conjunto antropológico difícil de definir. Una gran colección que, dicho sea de paso, lejos de cumplir una función meramente sepulcral, como cabría suponer –se sabe que salvo reaprovechamientos posteriores, nunca tuvieron una función funeraria-, sino que parecen obedecer a algún tipo de utilidad o rito de índole gremial desconocido, sobre el que existen múltiples consideraciones que no dejan de ser , al fin y al cabo, meras especulaciones.
Ahora bien, dejando para más adelante tan apasionante tema, y centrándonos en los pormenores de este templo de Santa María a Nova, uno de los detalles que más llaman la atención, no es otro que aquel que contiene su portada principal, orientada hacia el oeste, en dirección a esas infinidades umbrías del legendario Finis Terrae, y que muestra en su tímpano un tema peculiar, que se repite con bastante frecuencia dentro del románico integrado en ésta provincia de A Coruña: la Adoración de los Magos. La escena, que aún conserva parte de su policromía original, no deja de tener una particular singularidad, que se deriva de los detalles. Como en el caso de la escena que se muestra en la portada sur de la iglesia de San Martiño, también aquí nos encontramos arrodillado –aunque si en la iglesia de San Martiño nos lo encontramos a la izquierda, en la de Santa María, está a la derecha- al exmilite de Tours, señal de la gran devoción que se le profesaba. Algo más apartado, también con la mirada perdida hacia el infinito y el cuello ladeado, la figura de San José, báculo entre las manos, dormita en un segundo plano. En la parte izquierda, las figuras de los Magos. En la parte central, por supuesto, las figuras inconmensurables de la Madre y el Hijo. Y dominando todo el conjunto desde una perspectiva espacial, dos ángeles completan la escena, portando incensarios en sus manos. Una de las particularidades es que, a diferencia de la mayoría de los motivos ornamentales típicos de la mayoría de los templos –labrados, según parece, en un único bloque- en este de Santa María a Nova, las piezas fueron labradas por separado y ensambladas posteriormente en tres bloques bien diferenciados. Pero aún hay algo más. Por desconocimiento –detalle bastante improbable-, o quizás por razones que se nos escapan, el cantero obvió un detalle fundamental. Un detalle, al que se refería Fulcanelli en su obra El misterio de las catedrales y del que decía que, aun pareciendo dos distintas, se funden en una sola: la que brilla sobre la Virgen mística y la que precede al advenimiento milagroso del Hijo. Es decir, la Estrella que, además, además, guio a los Magos.
 
Por otra parte, a uno y a otro lado del pórtico de entrada, notable, así mismo, por su curiosidad, dos sarcófagos de piedra llaman poderosamente la atención y anticipan, de alguna manera, los numerosos y enigmáticos modelos –incluidas muchas de las mencionadas laudas- que se encuentran en el interior, en los cuales no es difícil advertir, como preámbulo, símbolos de interesantes connotaciones y personajes envueltos en las más espesas nieblas del misterio histórico. Tal sería el caso de Ioan de Estivadas, cuyo sepulcro se encuentra a la izquierda, apenas traspasado el umbral de una nave cuya forma recuerda, comparativamente hablando, el casco de un barco puesto del revés. Como el mítico Noé, este extraño personaje parece que también comerció con una de las bebidas sagradas por excelencia: el vino, comercio con el que debió de enriquecerse, a juzgar, no sólo por la complacencia de tener el privilegio de reposar en lugar sagrado y preeminente, sino también, en el detalle añadido de hacerlo en un magnífico sepulcro. Tan magnífico, que ya en su parte frontal, muestra unos símbolos decididamente singulares, como son las vacas sagradas o vacas solares –aquí se muestran arrodilladas-, que, a su vez, caracterizan a una de las familias más antiguas de la nobleza gallega: los Becerra. Pero hay más: si este personaje es el que mayormente atrae la atención, la figura de la que fue su mujer, de nombre, al parecer, María Oanes, no le queda a la zaga. Ya en su nombre, se adivinan interesantes connotaciones simbólicas: si ya el nombre de María habla por sí mismo, haciendo referencia a María, a la Madre, cuyo culto terminó generalizándose a partir del siglo XIII, el apellido no se le queda atrás, pues es el nombre de aquél ser mítico y civilizador de la mitología babilonia –tal vez sea oportuno recordar aquí, que durante la cautividad en Babilonia, los judíos llegaron a compartir algunos ritos, creencias y tradiciones de sus conquistadores, como también ocurrió en Egipto-, que todos los días surgía del mar para instruir a los hombres. Robert Graves, va incluso mucho más allá, y en su excelente obra La Diosa Blanca, nos ofrece un dato realmente estremecedor, cuando nos dice, que los primeros sincretistas cristianos establecidos en Egipto, identificaban a Oannes con una figura primordial del Cristianismo: San Juan Bautista. ¿Oannes, Ioannes?.  Curioso podría parecer, así mismo, el dato de que si bien Ioan –otra vez, Juan- de Estivadas parece desvanecerse sospechosamente de las crónicas, no ocurre así con el nombre de María Oanes, que aparece nombrada en testamentos de hombres de alcurnia y relevancia, como sería el caso del testamento de Lopo Núñez Pardo. En dicho testamento, el finado, emparentado con los Pardo de Cela, nombra heredero de sus bienes a su hijo Laín, contándose entre éstos, aquélla herencia que me feço et mandó María Oanes, aunque aquí, añade, moller que foy de Afonso de Veyga. Pero este testamento se remonta al siglo XV y la sepultura de Estivadas es del siglo XVI. ¿De su mujer, podría considerarse descendiente de aquélla otra María Oanes que, por algún motivo, debía de tener parentesco o influencia con una de las familias más destacadas de la nobleza gallega?. Sea como sea, de este enigmático apellido, Oanes, parecen surgir derivaciones que contienen la raíz principal, según se constata de la inscripción de una sepultura situada en la cabecera, delante del Retablo Mayor, la cual dice, textualmente: Aqui iaze Catalina Seoane, año de 1786.




No menos fascinante, es la pila bautismal que se encuentra enfrente del sarcófago de Estivadas. Tiene forma de copa sostenida por una columna. En un lateral de la copa, un personaje se muestra de frente con una cruz en la mano. Debajo, en la columna, la figura de una probable Diosa Madre, con Niño en regazo y lo que parece otro símbolo fundamental, como es la serpiente. ¿Una posible alegoría al triunfo de la Nueva Religión?. Tanto las capillas de la Epístola como la del Evangelio, muestran arcosolios con sarcófagos en su interior. La nave, desprovista por completo de bancos, alberga, como ya se ha dicho, un pequeño museo de laudas, en las que se aprecian, no sólo los símbolos que caracterizaban a los principales gremios –canteros, zapateros, sastres, marineros, carniceros- sino también personajes y grafismos que recuerdan otra de las riquezas protohistóricas de Galicia, como son los petroglifos. También se encuentran, como no podía ser menos, alegorías al Camino de Santiago, con las típicas vieiras y las figuras de peregrinos. Hay dos púlpitos, situados en ambos laterales, a escasos metros de la cabecera. Una cabecera, curiosamente desprovista de altar, lo que podría confirmar no sólo un punto de reunión para los diferentes gremios que concurrían en la ciudad, sino también, meramente funerario. De hecho, a su alrededor, se localiza el cementerio de la ciudad.
En una pequeña sala adyacente, que en otras circunstancias podría tomarse por la sacristía, el muestrario de laudas continúa, mostrando éstas, unos motivos igual cuando no más crípticos que los que se muestran en otras de las lápidas expuestas en la nave. Del Retablo Mayor, una de las características mencionables es que contiene un elemento posiblemente tan tradicional como los propios cruceiros: el Peto de Ánimas. Y entre sus motivos principales, figuran numerosas alegorías masónicas y personajes como San José portando al Niño -¿o Hércules, o San Cristóbal?-, San Bernardo, la Virgen y el Evangelista.
Como conclusión, al menos por el momento a los no pocos y fascinantes misterios y enigmas históricos que rodean este interesante lugar, que es la iglesia de Santa María a Nova de Noya, mencionar que la influencia de ciertos gremios que por algún motivo que posiblemente tuvieron aquí su foco de irradiación por algún motivo que intuimos pero que realmente se nos escapa como agua entre los dedos, queda constancia en otros lugares no menos fascinantes de esta provincia, a cuya costa no en vano se la denomina da Morte, como puede ser el caso de la también fascinante Betanzos. Y también, una cierta corriente oriental, que intentaremos de ir descubriendo, al menos en la medida de lo posible, a lo largo de las próximas entradas.


jueves, 24 de julio de 2014

Fascinante Noya: iglesia de San Martiño



Concedida en señorío a la Iglesia de Santiago en 1168 por el rey Fernando II, el mismo que la trasladó y la rodeó de murallas algunos años después de ser arrasada por piratas de origen árabe, Noya continúa levantando admiración y suspicacias, sobre todo en lo referido al que probablemente sea el templo más espectacular de cuantos se levantan en el casco histórico o en sus alrededores: la iglesia de San Martín. O lo que viene a ser lo mismo, pero popular y entrañablemente hablando: San Martiño.

Si bien una inscripción situada en su portada principal, nos dice que se terminó de construir en 1434 –época en la que incluso ya el gótico comenzaba a experimentar notables evoluciones y cambios-, algunos detalles, como la mencionada portada principal, situada en el lado oeste –por la que fieles y peregrinos, simbólicamente hablando, invertían el sentido del Camino, penetrando de la sombra a la luz- parecen señalar, por su evidencia, unos orígenes netamente románicos, en los que se advierten, como cabría imaginar por su proximidad y dependencia –recordemos, que Santiago se encuentra apenas a una cuarentena de kilómetros de distancia-, una influencia manifiestamente compostelana, en la que no son pocos los especialistas en la materia, que señalan detalles de la escuela de maestros, como el celebérrimo Mateo, aunque pocos mencionan, para variar, a otros grandes genios de la arquitectura sacra que también dejaron detalles espectaculares de su maestría, como por ejemplo, aquél enigmático maestro  que mucho antes que el mencionado Mateo y lastimosamente excluido por Aymeric Picaud de su Códex, dejó su impronta y fantasía en la santa catedral del Apóstol y de cuya labor, que se evidencia, sobre todo, en la magnífica Puerta de Platerías, al cabo de los siglos todavía se continúa especulando: el Maestro Esteban.

Imponente en su aspecto de iglesia-fortaleza, a su vera todavía se continúan celebrando los jueves los típicos mercadillos, que de alguna manera, siquiera sea romántica, ayudan al visitante a imaginar cómo debió desarrollarse parte de la vida social de los habitantes de Noya en época medieval, ocupando los tenderetes el lateral sur y la plazuela que se extiende frente al pórtico principal, ambos convenientemente custodiados por otro elemento que en Galicia merece, más que en ningún otro sitio, el calificativo de artístico: el crucero.
Ahora bien, antes de comentar algunas de las características de su maravillosa portada occidental, resulta conveniente acercarse un momento a la pequeña portada que se abre tímidamente en el crucero sur de la iglesia, y observar esa aparentemente libre interpretación del cantero, quien sustituyó las tradicionales y sumisas figuras de magos y pastores, por la presencia del santo obispo de Tours, aquel que se retirara a una vida meramente contemplativa y lejos de la civilización después del trauma sufrido tras el juicio y posterior degollamiento de Prisciliano. Ajeno a la escena, pero a la vez presente, quizás para salvaguardar las apariencias de cara a la galería de la época, la figura de San José, hierática y ausente tanto en el tiempo como en el espacio, a semejanza de las propias imágenes de la Madre y el Niño, parece querer confundir al observador, manteniendo la mirada perdida en un infinito universo de significados y misterios. Poco importa la materia, en este caso, pues tanto la piedra como la madera se han mostrado siempre incapaces de ocultar el aparente desapego de unos personajes, en realidad antagónicos, que no se vieron forzados a una conveniente tregua sino siglos después, cuando el Arte y la Religión imperante, debidamente aleccionado por los oportunos postulados, dogmas y mecenazgos, implantó la idea inapelable  exclusiva de la Maternidad divina, elevando a María como Reina indiscutible de los Cielos. En vista de ello, casi no deberíamos sentirnos sorprendidos frente a la observación de un símbolo solar por antonomasia, como es el cardo que parece sostener la Madre en su mano derecha, detalle que posiblemente esté en concordancia con ciertas líneas de pensamiento -por ejemplo, las consignadas por Robert Graves en algunos de sus trabajos más reconocidos-, que intuyen una primitiva relación entre el Sol y las primeras divinidades matriarcales, posteriormente suplantadas por las invasiones nómadas procedentes del Asia Central -el Reino de Tengri, el Cielo- y la implantación del patriarcado como forma de gobierno y religión imperantes.
 
Sin duda más espectacular, tanto en su ejecución como en su monumentalidad, la portada oeste, por el contrario, gira ya alrededor de aquella figura que, si en el anterior caso parecía irrelevante en comparación con la figura suprema de la Madre, ahora ya es el eje principal de un universo unilateralmente patriarcal, que se ha mantenido inalterable, al menos durante los últimos mil años. Mayestático y mostrando hasta el último detalle –como los estigmas de los clavos de la pasión, perfectamente visibles en manos y pies-, la figura de Cristo impera en una clave en la que todo gira alrededor de él. Puede que por cuestión de espacio, o quizás por un oscuro o indeterminado planteamiento de cábala numerológica, las figuras de los Ancianos del Apocalipsis que le acompañan se ven reducidas a la mitad; es decir, a doce. Número que vuelve a repetirse, sin excepción, en un apostolado que, a modo de columnas-pilares –que recuerda la famosa frase de Jesús a Pedro: tú serás la piedra sobre la que edificaré mi Iglesia-, ocupa el nivel inferior, que no necesariamente, como se ve, el menos importante. Por supuesto, en el nivel superior, aquél que representa el Cielo y por defecto a la Divinidad, la presencia angélica, curiosamente, rompe la monotonía numérica, elevándola a catorce: catorce son los ángeles que completan el coro celestial. Y de igual manera que los Ancianos que permanecen a la diestra y a la siniestra de Cristo, portan diferentes instrumentos y objetos, no todos ellos de índole musical.

A mitad del marco de la portada, y a una tímida escala en cuanto a protagonismo, dos figuras se complementan, separadas por un imaginario hemisferio: dado que la figura femenina de la izquierda mantiene una mano sobre su prominente vientre, que coincide, a la derecha, con la presencia angélica, podría tratarse de una de las Anunciaciones más curiosas y sutiles jamás contempladas. Por debajo, y a ambos lados, también, del mencionado e imaginario hemisferio conformado por los extremos de la portada, dos ángeles tocan sus trompetas. Dos ángeles, por añadidura, prácticamente idénticos a los que se localizan en la Puerta de Platerías de la catedral de Santiago; una puerta, que aún conteniendo elementos extraños de antiguas construcciones desechadas, se ha atribuido no a la labor del Maestro Mateo, sino al aún más misterioso Maestro Esteban que, como se sabe, participó también en la construcción de la catedral de Pamplona, y al decir de los expertos, una de sus características era la utilización de la forma hexagonal en las cabeceras de algunos de los templos en los que participaba. Forma que, casualmente, aunque sea, previsiblemente, de origen posterior, tiene la cabecera de esta iglesia-fortaleza de San Martiño.

 
 
También, como en algunos rostros de la catedral compostelana –independientemente de la típica sonrisa de Daniel o el magnético influjo del propio rostro del Santo dos Croques, que según la tradición, representaría al propio Maestro Mateo- las características de los rostros, sobre todo en lo referente a los Ancianos del Apocalipsis, contienen una cautivadora e inequívoca referencia oriental, que parece conectar, de alguna manera, no sólo con la proliferación de pequeños remates piramidales en las torres de numerosas iglesias repartidas a todo lo largo y ancho de la geografía gallega –desde O Cebreiro hasta este templo de San Martiño-, o de pequeños templetes y baldaquinos –caso del abierto con posterioridad en el ábside de la iglesia de Santa María do Campo, en A Coruña, el que se localiza en el interior de la iglesia de San Salvador, en Vilar de Donas, Lugo o el que se encuentra en el cementerio anexo de la iglesia de Santa María a Nova, en Noya-, sino, así mismo, con la presencia de misteriosos y anónimos personajes de origen oriental, de cuya relevancia dan testimonio los sepulcros que se localizan en lugares preeminentes de templos cristianos, como el de San Francisco de Betanzos.
Hasta aquí, sólo algunos de los numerosos misterios asociados a este templo de San Martiño, la abundancia de cuyos detalles, darían elementos más que suficientes para escribir, cuando menos, una tesis. Pero aún sin salir de Noya, el viaje continúa. Y los misterios, también, como se pretende ver en la próxima entrada, dedicada a la iglesia de Santa María a Nova.

lunes, 14 de julio de 2014

Fascinante Noya: la Capela de San Antón


Fundada o no por Noela, una de las nietas del bíblico Patriarca Noé, como asevera la Tradición, Noya en su conjunto es un completo paradigma, donde Historia, Arte, Belleza y Misterio conspiran constantemente, invitando al viajero a introducirse siempre en el fascinante universo de la intriga y la especulación. No bien se pone los pies en esta ciudad, mecida suavemente al amparo de su ría y acostumbrada a las elegantes acrobacias de las gaviotas que la escudriñan cada día desde unos cielos generalmente cubiertos de nubes, éste tiene la sensación, por otra parte absolutamente certera, de que existe vida mistérico-artística más allá de Compostela y los logros memorables de aquél enigmático Maestro Mateo, al que se llegó a considerar, en tiempos, nada menos que como un oscuro arquitecto del rey Don Fernando II de León. Hablar de Noya, posiblemente conlleve, sine quanum, la asociación inmediata con un fenómeno mediático asociado a la magia del Camino de Santiago y de proporciones insuperables, como son las conocidas pero a la vez incomprendidas losas gremiales que se amontonan desafiando al tiempo y a la imaginación de los hombres, en su iglesia de Santa María a Nova.

Pero Noya es algo más. Es también el atanor donde recalaron maestros desconocidos, y donde también se reprodujo, en tiempos, la metamorfosis de un Conocimiento Sagrado, que dotó de vida a unas piedras que tienen nombre propio, las cuales, bien apuntando maneras de frustrada colegiata, como San Martiño o bien revestidas con el humilde sayo de la fatalidad, como la Capela de San Antón, continúan gimiendo, cuando no clamando, en demanda de una llamada de atención. No es por capricho que quiera empezar precisamente hablando, siquiera por encima, de la más simple de ellas, como es esta humilde Capela de San Antón, pues la descubrí por casualidad cuando me disponía a abandonar la ciudad, tomando la dirección de Betanzos, donde me alojaba y donde recalaba de mis correrías, aunque en ella continuaba embriagándome de maravillas, pues es Betanzos ciudad que, como Noya, bien merece un genuino y prolongado estudio aparte.
 
Si bien remodelada en tiempos sin ningún tipo de conmiseración y perdido en consecuencia prácticamente todo su primitivo encanto original, hemos de situar este pequeño templito, no obstante, en las postrimerías del siglo XI y comienzos del siglo XII, tiempos históricos en los que, al parecer, estaba -¿o fue cambiada a partir del siglo XIII, como sucedió con otros templos dedicados, por ejemplo, a la figura de la Magdalena?- bajo la advocación de Santa María, siendo conocida como Santa María de Barro. De dicha época conserva, como elementos más destacables y dignos de mención, las dos series de canecillos que se localizan en los muros norte y sur. Unos canecillos que, si bien muestran en mayor o en menor grado los efectos del tiempo y los hombres -de éstos, resulta curioso el detalle de la oca descabezada, similar a las que se encuentran en idénticas condiciones en la emblemática iglesia de San Martín de Frómista-, se advierte, así mismo, una interesante calidad en la labra, derivada, probablemente, de la febril actividad de unos gremios especializados, cuya presencia se advierte a todo lo largo y ancho de la costa y que en determinados casos, como en el de la cercana iglesia de San Martiño, siguieron los modelos de algunos de los maestros que intervinieron en la obra cumbre compostelana, entre ellos, el ya mencionado Maestro Mateo y probablemente también -si nos remitimos al mundo de las similitudes-, del singular Maestro Esteban, que no consta en los archivos compostelanos ni tampoco le menciona Aymeric Picaud en su Codex Calistino, pero que, paradójicamente, sí queda referenciado como participante en la construcción de ambas catedrales -la de Compostela y la de Pamplona-, en los archivos de ésta última catedral.
 
Actualmente, se encuentra dentro del antiguo y ya en desuso cementerio de Santa Cristina, y se sabe que tuvo pinturas en su interior, de las que apenas sobrevive unos pequeños retazos apreciables en el pequeño ventanal situado en el este, es decir, en la cabecera, por lo que cabe suponer, que debió de ser en tiempos una pequeña capilla sixtina, como se nos ha demostrado en otros lugares de la geografía hispana, siendo un buen ejemplo de ello, las ermitas de Gormaz, Maderuelo o Casillas de Berlanga.
 
Al otro lado del muro, aún se conserva, aunque muy devaluado, un peto de ánimas del siglo XIX, muy deteriorado también, en el que apenas se vislumbra algún rastro de las pinturas originarias que contuvo pero que, a juzgar por las piedrecillas intencionadamente colocadas en su interior, formando una pequeña rueda cósmica, todavía merece la atención de peregrinos y amantes de la simbología en general.


miércoles, 18 de junio de 2014

Románico de La Coruña


El Camino continúa. A través del Tablero Mágico que acompaña simbólicamente los pasos y las experiencias vitales de los peregrinos, las Ocas nos invitan a dar el salto, y siguiendo su vuelo hacia el Oeste, dejamos atrás la Rovoyra Sacrata, y nos introducimos detrás de ellas en una provincia que tiene mucho que ofrecer: La Coruña. Ningún viaje es completo; y de la misma manera que cuando recorrí parte de esa zona privilegiada que hermana a las provincias de Lugo y Orense, este breve viaje por el Oeste, no es un final, sino un comienzo: el comienzo de una aventura histórico-artística, que requiere, como casi todo en esta vida, partir para volver. Por eso, se propone un pequeño viaje, donde posiblemente muchos echen en falta numerosos lugares de carisma e interés, pero donde se reconozca, también, que los que se mostrarán durante las próximas entradas, no desmerecen en absoluto esas carencias, sino que, por el contrario, suponen un dulce acercamiento al románico coruñés, a la vez que, espero, un revulsivo y tal vez una pequeña fuente de información para aquellos que deseen introducirse personalmente en su mediática idiosincrasia.
 
Breve, pero espero que interesante, os invito a viajar en busca de la magia, el misterio, los enigmas y la belleza de una parte esencial del patrimonio histórico y artístico de La Coruña. Un Viaje Cultural hacia el Oeste. Que las Ocas nos acompañen.

viernes, 13 de junio de 2014

Rovoyra Sacrata: un viaje alucinante


El viaje toca a su fin, pero no es un adiós definitivo, sino simplemente un hasta la vista. Es imposible decir adiós a un lugar como la Rovoyra Sacrata. Los sentimientos no lo permiten. Y desde luego, el espíritu tampoco. Aun simplemente viendo una pequeña parte, difícil resulta no sentir nostalgia. La nostalgia, más que una cualidad, es un Don. Sería injusto si sólo pensara en la Rovoyra Sacrata como el único Don de Galicia. Galicia entera, en su conjunto, céltico y ancestral, es el mayor Don con el que uno tiene la suerte de toparse. Por eso, aunque momentáneamente nos despedimos de esta zona privilegiada que une aún más si cabe a la provincias de Lugo y Orense, el Viaje continúa por estas tierras llenas de Magia y de Misterio. El Caminante es como una gota de agua que se deja llevar. Por eso os invito también a dejaros llevar y si con las futuras entradas se consigue llevar a cualquier rincón del mundo un poquito de esa chispa ancestral, de esos enigmas encumbrados, de esas costumbres que todavía perviven en lo más hondo de este pueblo generoso, o incluso de ese Arte, románico o no, que al cabo de los siglos continúa levantando admiración y suspicacias, la fatiga no habrá sido en vano.
Galicia Terra Meiga

miércoles, 11 de junio de 2014

San Miguel de Eiré



A punto de concluir este breve, pero espero que interesante recorrido por parte de los lugares más significativos de ésta inconmensurable Rovoyra Sacrata en la que comparten protagonismo las provincias de Orense y Lugo, sería imperdonable hacerlo sin dedicar, siquiera unas breves líneas, a un lugar, desde luego, muy especial: San Miguel de Eiré.

No obstante situado tierra adentro, entre Ferreira de Pantón y Monforte de Lemos, la iglesia sobreviviente de lo que en tiempos fuera otro importante cenobio, muestra, en su conjunto, interesantes detalles, cuya composición, desde luego, invita seriamente a la especulación, sugiriendo ciertas presencias en el lugar, que aunque privadas del auxilio y garantía de los testimonios escritos, no se deberían descartar sin más. Sería el caso, por más señas, de la Orden del Temple. Su presencia no nos resultaría demasiado extraña, si se observan determinados símbolos que parecen corroborarlo y además se tienen en cuenta, además, otros factores añadidos, como el establecimiento colonizador de aquélla que en buena ley ha sido denominada como su orden hermana: la Orden del Císter.
Si bien existen ciertas referencias documentales que se remontan al siglo XII, entre ellas, al parecer, su fundación por parte de una dama de la nobleza llamada Escladia Ordóñez y una donación realizada en 1129 por el rey Alfonso VII, algunos elementos que se conservan en el interior -como una ventana bífora con arcos de herradura, según comenta Luis Díez Tejón (1)-, sugieren la existencia anterior de un establecimiento de origen visigodo, del que no existen referencias, pero que indica, no obstante, la importancia sacra que ya tenía el lugar desde tiempo inmemorial. Ahora bien, como en el caso de San Fiz de Cangas, también aquí, en San Miguel de Eiré, se tiene constancia de una comunidad de monjas benedictinas, que en el año 1507, al ser suprimido el monasterio, fueron trasladadas a San Pelayo de Antealtares, pasando sus rentas al Hospital Real de Santiago, convirtiéndose la iglesia en parroquial.

 
Por otra parte, si en cuanto a detalles se refiere, el que más llama la atención es la originalidad del conjunto, quizás único, dada su planta cuadrada y quizás una desproporcionada altura para su longitud, no resulta menos llamativo, en absoluto, observar otros pequeños e interesantes pormenores, algunos de los cuales coinciden con los que se localizan en el citado monasterio de San Fiz. Uno de los más llamativos, sin duda, es la losa funeraria que sirve de cancela a la puerta de la valla exterior que salvaguarda el acceso al recinto. Una losa, por añadidura, que tiene como único detalle de identidad, un símbolo muy determinante y significativo: la espada. Es decir, que esa losa, anónima, por más señas, debió de pertenecer inequívocamente a un caballero. Así mismo, hay varios sepulcros de piedra, arrinconados a escasos metros de la portada sur; una portada, que contiene numerosos elementos de interés, independientemente del motivo principal del tímpano, constituido por diversas cruces del tipo patée o patado, inmersas en sus correspondientes círculos y entrelazadas entre sí, de forma similar a como lo están los aros que conforman el emblema olímpico. Por encima del tímpano, como eje y a la vez, comparativamente hablando, axis mundi en el centro del conjunto, la figura inequívoca de un Agnus Dei o Cordero de Dios, nos recuerda el simbolismo asociado de holocausto, martirio y sacrificio. Un simbolismo, que incluso se ve resaltado, también, en las arquivoltas, sobre todo en aquella que, magistralmente labrada, reproduce el tronco de una palmera y que debería recordarnos, por instinto asociativo, el episodio de la huida a Egipto, recogido tanto en los Evangelios como en algunas suras del Corán: santuario, refugio y alimento. Los restantes once elementos que, acompañando al Agnus Dei constituyen el entramado simbólico de la arquivolta principal, representan diferentes motivos florales, en los que, aparte de jugar con la relevancia de los números –no olvidemos, que la numerología tenía una gran importancia en la cosmogonía medieval-, en cuanto al número de hojas se refiere, el cantero también alternó diversas representaciones de otro símbolo primordial: la cruz. Parte de estos motivos, se vuelven a reproducir en las metopas del ábside, junto a unos canecillos, en mayor o en menor medida afectados por la erosión y posiblemente también por la acción humana, en los que no faltan alusiones de tipo erótico, foliáceo y zoomorfo. A este respecto, y en referencia a ésta última clasificación, cabe mencionar, así mismo por su rareza y originalidad, algunos de los capiteles que rematan los contrafuertes del ábside, y que representan cabezas de animales desplegadas longitudinalmente a todo lo largo y ancho de la pieza, como si de una concha o vieira abierta se tratara.
En definitiva, un lugar que merece la pena visitar, no sólo por la belleza del entorno en el que está situado, sino también por su mediática rareza y originalidad, además de ser exponente de numerosas claves simbólicas y enigmas ancestrales, que sin duda resultarán interesantes, ofreciendo, además, un valor añadido a la idiosincrasia propia del lugar.
(1) Luis Díez Tejón: 'El románico en la provincia de Lugo', Ediciones Lancia, S.A., León, 2008, página 52.
 
 
 
 

martes, 3 de junio de 2014

San Fiz de Cangas



Otro de los lugares que merece la pena visitar, donde incluso Cronos pinta canas y el misterio invita a la reflexión, no es otro que ésta iglesia, testimonio notable de lo que en tiempos fuera un singular monasterio, el de San Fiz de Cangas. Aislado en mitad del campo –en las proximidades, y lo comento como dato anecdótico, se puede apreciar el arte tan singular que antiguamente se desplegaba incluso en la construcción de palomares, lo que nos da una idea, también, de la importancia que tenían-, y a una distancia aproximada de tres kilómetros de Ferreira de Pantón y su monasterio de sórores cistercienses, bajo la advocación de Santa María, como no podía ser de otro modo, también aquí, en San Fiz, las donas jugaron un papel relevante, hasta ser incorporadas definitivamente al monasterio de San Paio de Antealtares. Ocurría esto, en el año 1515, si bien hasta entonces, la comunidad monástica gozaba del peculiar y poco común privilegio de la independencia.
Acerca de sus orígenes, algunas fuentes los remontan, cuando menos, a época visigoda, observación que podría ser perfectamente plausible, pues ya en parte de su estructura encontramos detalles que nos recuerdan las plantas basilicales características de los edificios religiosos de dicha época. Pero a diferencia de otros cenobios similares, si bien no existe –o no se ha descubierto hasta el momento, corríjanme, por favor, si me equivoco-, documentación que proporcione algún tipo de información fidedigna acerca de la fecha de su fundación, se sabe, no obstante, que aparece citado ya como monasterio de monjas benedictinas, en una fecha tan temprana como es la de 1108. Sin embargo, el conjunto que se ofrece a la vista actualmente, abarca periodos –siempre según refieren los especialistas-, que se extenderían desde el siglo XIII, hasta las últimas alteraciones conocidas, como las realizadas en el siglo XVII en uno de sus tres ábsides, para levantar la capilla panteón del que fuera comendador de Anguera, don Rodrigo López de Quiroga. En base a ello, puede ser interesante destacar que de los ábsides sobrevivientes, el central o principal, es de forma poligonal, detalle sobre el que se puede especular, espero que de una manera consecuente, añadiendo que dicha forma, inhabitual aunque no desconocida en los templos gallegos de la época, era sin embargo utilizada, entre otros, por un Maestro muy particular; un Maestro que dejó su huella, cuando menos, en dos lugares muy concretos y significativos del Camino de las Estrellas, como son las importantes catedrales de Santiago de Compostela y de Pamplona: el Maestro Esteban.
 
Ahora bien, estos detalles en cuanto a antigüedad, alteraciones, formas y maneras, quizás puedan ser factores que nos ayuden a entender la dificultad que conlleva la interpretación de los motivos -se podría sugerir la posibilidad de que fueran mucho más antiguos que el resto-, que decoran, en su conjunto, el tímpano de la portada oeste, que es, de hecho, la que más llama la atención generalmente. A este respecto, se podría añadir, que no sólo resulta curioso, sino a la vez desconcertante observar la simbología desplegada en los diferentes elementos que conforman dicha portada, y que además de los recogidos en el semicírculo del tímpano, llaman poderosamente la atención. Sobre todo, aquellos, también, que conforman las basas donde se asientan las arquivoltas, y que consisten, a priori, en símbolos tan peculiares e interesantes, como son el lobo y la espada.


 

Pero antes de adentrarnos en las singularidades de éstos, tal vez resulte conveniente detallar, en lo posible, aquellos que, como se ha dicho, dividen el tímpano en dos partes bien diferenciadas: la de arriba, compuesta por una cruz griega, a cuyos extremos se advierten sendos objetos que podrían interpretarse como un sol y una luna y constituir un arcaico calvario en el que, por circunstancias quizás de espacio, faltan precisamente las figuras principales, que no serían otras que el propio Crucificado, el Evangelista y/o la de Migdal o Magdala, figura ésta muy controvertida, cuyo culto, muy generalizado durante ciertos periodos, fue siendo paulatinamente sustituido por el culto a la figura de la Virgen. La segunda parte en la que se divide el tímpano, recoge elementos aún más crípticos si cabe: a la derecha, y por su forma, se advierte una figura que podría representar un triple recinto celta; en el centro, una especie de cruz aspada, similar, en esencia a un símbolo solar por antonomasia, como es la esvástica y a la izquierda, mucho más críptico aún que los anteriores, un posible, y sólo digo posible, arbor vitae, elemento éste muy presente en numerosos templos gallegos, fuera o dentro de los límites del Camino Jacobeo, siendo un ejemplo representativo, aquellos que se localizan en el tímpano de la portada sur de la también iglesia lucense de San Salvador de Sarria. Elementos que, en su conjunto, podrían sugerir cuando menos extrañeza de encontrarse en un cenobio femenino e inducir a plantearse preguntas como, por ejemplo, si dichos elementos fueron reutilizados de una construcción anterior o de alguna otra construcción cercana de la que no queda vestigio ni constancia; o bien, especular con la presencia en tiempos, o por defecto, en algún periodo indeterminado, de alguna orden militar –tal vez de canónigos regulares- como podría sugerirlo la presencia de la espada, así como también el detalle de la tumba anónima que se localiza en el suelo, situada concretamente enfrente de la referida portada y que ha de ser pisada, necesariamente, para acceder al interior. Costumbre que, si bien denota un sentido muy acusado de humildad y en modo alguno exclusividad, vaya esto por delante, sí es cierto, también, que fue practicada por determinadas órdenes militares medievales.
Otro dato mencionable, es la pequeña y a la vez estrecha portada que se abre en el lado norte. Una portada, en cuyo tímpano impera, inmersa en su círculo, una curiosa cruz de brazos florenzados y que luce, en ambos laterales, una especie de barril en el lado izquierdo y unos rollos de pergamino en el derecho. En el mismo sillar de estos últimos, aunque en el frente, cualquiera que pase por allí puede vislumbrar algo ciertamente desconcertante: un perfecto falo. Hasta aquí, que cada uno saque sus propias conclusiones.
Por último, aunque aparece en los primeros minutos del vídeo, el Calvario de madera que se encuentra algunos metros antes de la iglesia, es una reproducción fiel del original del siglo XIV, que se conserva en el Museo de las Clarisas de Monforte de Lemos.

jueves, 22 de mayo de 2014

San Esteban de Atán



Otro de los lugares interesantes,  tanto por su situación como por sus especiales características, es la iglesia de lo que en tiempos conformara el monasterio de San Esteban de Atán. Distante, aproximadamente, unos quince kilómetros de Pombeiro y de su templo, dedicado a la figura de San Vicente –se accede desde la N120 en dirección a Monforte de Lemos-, constituye todo un enigma histórico, con multitud de detalles que destacar, entre los que no faltan, desde luego, la presencia, en los sillares de sus muros, de numerosas y a la vez curiosas marcas de cantería, cuyas peculiaridades las hacen de alguna manera especiales y que probablemente fueron realizadas por los primeros canteros, al parecer de origen suevo o visigodo, cuyos ejemplos resultan ya realmente escasos en Galicia.

A este respecto, y emplazado en un solitario lugar, situado muy cerca de la confluencia de los ríos Sil y Miño, su historia, no obstante y por lo que se sabe, está indiscutiblemente ligada a la figura del obispo lucense Odoario (740-786) quien, en cierto documento que se utiliza como referencia generalizada, afirma que no sólo fue su fundador, sino que también se estableció en el lugar, junto con su familia y sus siervos. De manera que, en virtud de tal detalle, bien se podría afirmar, que tenemos aquí una curiosa fundación, de carácter monástico-familiar, si tal detalle puede considerarse aceptable. Una fundación, original, que fue arrasada por los musulmanes, volviéndose a recuperar en los siglos IX y posteriores, a instancias de reyes como Alfonso II el Casto –recordemos los emblemáticos templos del denominado Arte o Prerrománico Asturiano, que se levantaron durante la Monarquía Astur, como Santa María del Naranco o San Miguel de Lillo-, quien lo donó seguidamente a la mitra lucense o Fernando II, rey de León, quien, en 1164 –seis años después de haber realizado una curiosa donación de tierras y pastos comprendidos entre la Meseta y la cumbre del Monsacro, a unos misteriosos frates que algunos identifican con los siempre controvertidos monjes guerreros del Temple, lo cual se menciona aquí de manera anecdótica-, le otorga el privilegio de coto, ratificado posteriormente, en 1189, por otro rey, Alfonso IX, que significó un meritorio desarrollo económico de la comunidad.

A pesar de estar considerado como de transición entre los siglos XII-XIII, el edificio parroquial conserva, en líneas generales, las características de los templos prerrománicos, cuyos detalles se evidencian, quizás con más notoriedad, en la típica forma cuadrada de su ábside o cabecera, a la que se añade una nave alargada o rectangular. De ésta primitiva construcción y estilo, no obstante, se conservan tres ventanas de celosía, las cuales se localizan en los muros de la torre –la original, se cayó a comienzos del siglo XX- y en la pared oriental de la nave.

En la zona oeste, por encima del pórtico principal de entrada y destacando en lo más alto del tejaroz, se aprecia la familiar figura del Agnus Dei, motivo que caracteriza buen número de construcciones similares, situadas en las diferentes provincias gallegas, aunque en este caso, y dado su gran parecido –exceptuando el detalle de la cruz-, uno de los mejores ejemplos lo encontraríamos en la iglesia anexa al convento de San Francisco, situado en la capital lucense, en las inmediaciones de la Rua Nova –una de las calles principales de Lugo, bien conocida por peregrinos y visitantes por la abundancia de agradables locales de alterne y tapeo- y la catedral.

Las series de canecillos, aunque basadas, en líneas generales, en los motivos habituales de un arte como el románico, con profusión de ornamentos de índole vegetal, geométrico y cuadrifolios muestran, también, algunos detalles interesantes, entre los que destaca, por las connotaciones simbólicas que puede haber detrás, la figura de la cabeza del lobo con un animal entre las fauces, posiblemente un cordero, que recuerda, en esencia, aquélla otra alusión más completa y elaborada, que representada en un capitel de la iglesia de San Francisco, en Betanzos, muestra la inconfundible figura de un lobo atacando precisamente a un Agnus Dei, detalle que queda para la interpretación de cada cual. Pero recordemos, así mismo, que tanto ésta iglesia de San Francisco, como la de Santa María del Azogue, que se localiza a escasos metros, reaprovecharon muchos elementos de la importante encomienda que el Temple tenía en esta hermosa villa coruñesa de Betanzos. Pero volviendo a la temática que nos ocupa, hemos de decir que también figuran, entre los elementos ornamentales, rostros humanos. De ellos, aparte del conocido popularmente como Santo Bebedor –en realidad, mi opinión es que se trata de un músico tocando su instrumento con forma de barril, bastante común, por otra parte, en este tipo de edificaciones-, destaca uno especialmente inquietante, de rostro severo y cráneo despejado y prominente, personaje quizás foráneo que podría sugerir la posibilidad de un posible referente histórico o, incluso, la representación del propio y por supuesto anónimo Maestro Constructor o Magister Muri.

Interesantes y a la vez originales por su rareza, pueden ser, además, los motivos de los capiteles situados en la parte derecha del pórtico que se abre en el muro norte, los cuales muestran una especie de vainas de guisante abiertas, cuyo interior, formado por pequeñas bolitas, juegan con fascinación de los números, y en particular, llaman la atención sobre el 9, el 4 y el 6.

Por último, y volviendo a parte de esas singularidades originales que se aprecian en la reconstruida torre, conviene remarcar la presencia de una hermosa cruz, con entrelazados de tipo céltico, que en algunos ámbitos académicos se conoce como Cruz de Carlomagno, en cuya composición, el buen observador apreciará curiosos símbolos, entre ellos, la singular runa de la vida, más popularmente conocida como pata de oca.
De este entorno que rodea a la iglesia, conformado principalmente por viñedos y campos de maíz, surgen varias rutas de senderismo: la primera, con cerca de dos kilómetros de extensión, conduce a la Cima de Atán. La segunda, posiblemente recomendada para caminantes infatigables, desemboca, treinta y cuatro kilómetros más adelante, en el emblemático monasterio de Santo Estevo de Ribas de Miño.