Enigmática Santa María a Nova



La iglesia de Santa María a Nova, situada también en pleno casco urbano de Noya, a apenas unas calles de distancia de donde se levanta la imponente iglesia-fortaleza de San Martiño, quizás no brille tanto en su conjunto ornamental, en comparación con los fascinantes y no pocos misterios que la rodean. Este detalle hace, sin duda, que en tiempos modernos, esta hermosa construcción, del tipo denominado como iglesias o capillas de influencia marinera, se haya convertido en un auténtico paradigma, que atrae la atención de un público, en general apasionado por los grandes enigmas y misterios de la Historia. Esto se debe, sobre todo, a la gran cantidad de laudas que, datadas entre los siglos XII y XVI, conforman la mayor colección en su género, no sólo de España sino probablemente también del mundo, de manera que se podría decir, sin faltar a la verdad, que son poco menos que únicas en su género, aunque conforman un conjunto antropológico difícil de definir. Una gran colección que, dicho sea de paso, lejos de cumplir una función meramente sepulcral, como cabría suponer –se sabe que salvo reaprovechamientos posteriores, nunca tuvieron una función funeraria-, sino que parecen obedecer a algún tipo de utilidad o rito de índole gremial desconocido, sobre el que existen múltiples consideraciones que no dejan de ser , al fin y al cabo, meras especulaciones.
Ahora bien, dejando para más adelante tan apasionante tema, y centrándonos en los pormenores de este templo de Santa María a Nova, uno de los detalles que más llaman la atención, no es otro que aquel que contiene su portada principal, orientada hacia el oeste, en dirección a esas infinidades umbrías del legendario Finis Terrae, y que muestra en su tímpano un tema peculiar, que se repite con bastante frecuencia dentro del románico integrado en ésta provincia de A Coruña: la Adoración de los Magos. La escena, que aún conserva parte de su policromía original, no deja de tener una particular singularidad, que se deriva de los detalles. Como en el caso de la escena que se muestra en la portada sur de la iglesia de San Martiño, también aquí nos encontramos arrodillado –aunque si en la iglesia de San Martiño nos lo encontramos a la izquierda, en la de Santa María, está a la derecha- al exmilite de Tours, señal de la gran devoción que se le profesaba. Algo más apartado, también con la mirada perdida hacia el infinito y el cuello ladeado, la figura de San José, báculo entre las manos, dormita en un segundo plano. En la parte izquierda, las figuras de los Magos. En la parte central, por supuesto, las figuras inconmensurables de la Madre y el Hijo. Y dominando todo el conjunto desde una perspectiva espacial, dos ángeles completan la escena, portando incensarios en sus manos. Una de las particularidades es que, a diferencia de la mayoría de los motivos ornamentales típicos de la mayoría de los templos –labrados, según parece, en un único bloque- en este de Santa María a Nova, las piezas fueron labradas por separado y ensambladas posteriormente en tres bloques bien diferenciados. Pero aún hay algo más. Por desconocimiento –detalle bastante improbable-, o quizás por razones que se nos escapan, el cantero obvió un detalle fundamental. Un detalle, al que se refería Fulcanelli en su obra El misterio de las catedrales y del que decía que, aun pareciendo dos distintas, se funden en una sola: la que brilla sobre la Virgen mística y la que precede al advenimiento milagroso del Hijo. Es decir, la Estrella que, además, además, guio a los Magos.
 
Por otra parte, a uno y a otro lado del pórtico de entrada, notable, así mismo, por su curiosidad, dos sarcófagos de piedra llaman poderosamente la atención y anticipan, de alguna manera, los numerosos y enigmáticos modelos –incluidas muchas de las mencionadas laudas- que se encuentran en el interior, en los cuales no es difícil advertir, como preámbulo, símbolos de interesantes connotaciones y personajes envueltos en las más espesas nieblas del misterio histórico. Tal sería el caso de Ioan de Estivadas, cuyo sepulcro se encuentra a la izquierda, apenas traspasado el umbral de una nave cuya forma recuerda, comparativamente hablando, el casco de un barco puesto del revés. Como el mítico Noé, este extraño personaje parece que también comerció con una de las bebidas sagradas por excelencia: el vino, comercio con el que debió de enriquecerse, a juzgar, no sólo por la complacencia de tener el privilegio de reposar en lugar sagrado y preeminente, sino también, en el detalle añadido de hacerlo en un magnífico sepulcro. Tan magnífico, que ya en su parte frontal, muestra unos símbolos decididamente singulares, como son las vacas sagradas o vacas solares –aquí se muestran arrodilladas-, que, a su vez, caracterizan a una de las familias más antiguas de la nobleza gallega: los Becerra. Pero hay más: si este personaje es el que mayormente atrae la atención, la figura de la que fue su mujer, de nombre, al parecer, María Oanes, no le queda a la zaga. Ya en su nombre, se adivinan interesantes connotaciones simbólicas: si ya el nombre de María habla por sí mismo, haciendo referencia a María, a la Madre, cuyo culto terminó generalizándose a partir del siglo XIII, el apellido no se le queda atrás, pues es el nombre de aquél ser mítico y civilizador de la mitología babilonia –tal vez sea oportuno recordar aquí, que durante la cautividad en Babilonia, los judíos llegaron a compartir algunos ritos, creencias y tradiciones de sus conquistadores, como también ocurrió en Egipto-, que todos los días surgía del mar para instruir a los hombres. Robert Graves, va incluso mucho más allá, y en su excelente obra La Diosa Blanca, nos ofrece un dato realmente estremecedor, cuando nos dice, que los primeros sincretistas cristianos establecidos en Egipto, identificaban a Oannes con una figura primordial del Cristianismo: San Juan Bautista. ¿Oannes, Ioannes?.  Curioso podría parecer, así mismo, el dato de que si bien Ioan –otra vez, Juan- de Estivadas parece desvanecerse sospechosamente de las crónicas, no ocurre así con el nombre de María Oanes, que aparece nombrada en testamentos de hombres de alcurnia y relevancia, como sería el caso del testamento de Lopo Núñez Pardo. En dicho testamento, el finado, emparentado con los Pardo de Cela, nombra heredero de sus bienes a su hijo Laín, contándose entre éstos, aquélla herencia que me feço et mandó María Oanes, aunque aquí, añade, moller que foy de Afonso de Veyga. Pero este testamento se remonta al siglo XV y la sepultura de Estivadas es del siglo XVI. ¿De su mujer, podría considerarse descendiente de aquélla otra María Oanes que, por algún motivo, debía de tener parentesco o influencia con una de las familias más destacadas de la nobleza gallega?. Sea como sea, de este enigmático apellido, Oanes, parecen surgir derivaciones que contienen la raíz principal, según se constata de la inscripción de una sepultura situada en la cabecera, delante del Retablo Mayor, la cual dice, textualmente: Aqui iaze Catalina Seoane, año de 1786.




No menos fascinante, es la pila bautismal que se encuentra enfrente del sarcófago de Estivadas. Tiene forma de copa sostenida por una columna. En un lateral de la copa, un personaje se muestra de frente con una cruz en la mano. Debajo, en la columna, la figura de una probable Diosa Madre, con Niño en regazo y lo que parece otro símbolo fundamental, como es la serpiente. ¿Una posible alegoría al triunfo de la Nueva Religión?. Tanto las capillas de la Epístola como la del Evangelio, muestran arcosolios con sarcófagos en su interior. La nave, desprovista por completo de bancos, alberga, como ya se ha dicho, un pequeño museo de laudas, en las que se aprecian, no sólo los símbolos que caracterizaban a los principales gremios –canteros, zapateros, sastres, marineros, carniceros- sino también personajes y grafismos que recuerdan otra de las riquezas protohistóricas de Galicia, como son los petroglifos. También se encuentran, como no podía ser menos, alegorías al Camino de Santiago, con las típicas vieiras y las figuras de peregrinos. Hay dos púlpitos, situados en ambos laterales, a escasos metros de la cabecera. Una cabecera, curiosamente desprovista de altar, lo que podría confirmar no sólo un punto de reunión para los diferentes gremios que concurrían en la ciudad, sino también, meramente funerario. De hecho, a su alrededor, se localiza el cementerio de la ciudad.
En una pequeña sala adyacente, que en otras circunstancias podría tomarse por la sacristía, el muestrario de laudas continúa, mostrando éstas, unos motivos igual cuando no más crípticos que los que se muestran en otras de las lápidas expuestas en la nave. Del Retablo Mayor, una de las características mencionables es que contiene un elemento posiblemente tan tradicional como los propios cruceiros: el Peto de Ánimas. Y entre sus motivos principales, figuran numerosas alegorías masónicas y personajes como San José portando al Niño -¿o Hércules, o San Cristóbal?-, San Bernardo, la Virgen y el Evangelista.
Como conclusión, al menos por el momento a los no pocos y fascinantes misterios y enigmas históricos que rodean este interesante lugar, que es la iglesia de Santa María a Nova de Noya, mencionar que la influencia de ciertos gremios que por algún motivo que posiblemente tuvieron aquí su foco de irradiación por algún motivo que intuimos pero que realmente se nos escapa como agua entre los dedos, queda constancia en otros lugares no menos fascinantes de esta provincia, a cuya costa no en vano se la denomina da Morte, como puede ser el caso de la también fascinante Betanzos. Y también, una cierta corriente oriental, que intentaremos de ir descubriendo, al menos en la medida de lo posible, a lo largo de las próximas entradas.


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