Una iglesia legendaria: Santa Eulalia de Abamia
'No se puede desligar Abamia de Covadonga en el hecho histórico del principio de la reconquista; es el mismo pedazo de terreno donde empezó la lucha que tuvo fin en 1492 ante los muros de Granada. La que llamaron las crónicas romanceadas, Belapmio; la Albendense, Abelamio; el prelado de Salamanca, Belamio; el Padre Mariana, Velaniense; Morales, Pamia; y el jesuita Carballo, Velamio y hoy Abamia, nombre metamorfoseado en el suceder de los tiempos, corrompido por el pueblo o modificado por inhábiles copistas, ha sido fortaleza antes de la monarquía asturiana; mansión real y sepultura de D. Pelayo; monasterio de monjes benedictinos en el año 737, según testifica el P. Yepes y cárcel en 702 de Alfonso II el Casto, destronado por los magnates y restituido al trono por fieles vasallos, acontecimiento que sirviera a nuestro poeta Zorrilla para acción dramática de una de sus literarias joyas...' (1).
Como en el caso de la iglesia de Santa María de Villaverde, las restauraciones llevadas a cabo en este templo de Santa Eulalia de Abamia, demuestran -es una opinión personal, desde luego- la absoluta falta de sensibilidad con la que a veces se acometen los proyectos de conservación y cuidado de unos edificios que deberían ser tratados con auténtico celo, pues conforman no sólo piezas insustituíbles de nuestra Historia, sino también un auténtico legado cultural y patrimonial de primer orden. En realidad, este viene a ser un sentimiento compartido por algunos de los vecinos de Corao -sobre todo, los más longevos-, dolientes con un resultado que ha privado de buena parte de su primigenio encanto a un templo que, aún a pesar de todo, tiene muchas cosas que contar. Si consideramos que no tiene desperdicio el párrafo de León de Enol que sirve como introducción a la presente entrada -al menos, históricamente hablando, pues resume las principales circunstancias históricas del lugar- imaginemos cuál no sería su estupefacción, si ciento un años después de terminar su artículo para El Auseva preguntándose si no sería factible el destinar un puñado de pesetas para conservarla, supiera que para la restauración llevada a cabo en el año 2005, se contó con un presupuesto de cien mil euros; o lo que es lo mismo, con cerca de diecisiete millones de esas antiguas e inolvidables pesetas. Dicho queda, para la opinión de amigos y visitantes.
El lugar, no cabe duda, ya era especialmente sagrado milenios antes del nacimiento de Tarik y un destino de conquistador implacable, que habría de convertir a Covadonga y su entorno, una vez más (2), en un foco inalterable de resistencia contra el invasor. Lo demuestra, aunque actualmente no quede ni rastro, la constancia de al menos tres dólmenes -visibles, siquiera en parte, a finales del siglo XIX, cuando Roberto Frassinelli pateaba esas montañas en busca de una historia perdida, y principios del siglo XX, cuando León de Enol publicaba sus artículos en El Auseva- que se localizaban en las inmediaciones de la iglesia. Ésta, tendríamos que situarla, geográficamente hablando, aproximadamente a un kilómetro de Corao, en un alto, sin duda estratégico, como así le pareció y donde encontró refugio, el primer rey de la monarquía asturiana: Don Pelayo. De hecho, durante siglos reposaron aquí sus restos mortales, así como los de su esposa Gaudiosa, hasta ser trasladados a la basílica de Covadonga. Una basílica, que fue proyectada por Roberto Frassinelli, el alemán de Corao, cuyos restos mortales primero recibieron sepultura en un nicho del pequeño cementerio que se levanta a escasos metros de la iglesia, y posteriormente fueron trasladados también a ésta. Se reconoce la tumba de Don Pelayo, según dicen, por una espada grabada en la losa sepulcral, similar, en esencia, a otras muchas sepulturas anónimas repartidas por diferentes lugares de la Península, siendo un ejemplo cercano, la que se puede contemplar en el claustro del monasterio cisterciense de Santa María de Valdedios.
El lugar, no cabe duda, ya era especialmente sagrado milenios antes del nacimiento de Tarik y un destino de conquistador implacable, que habría de convertir a Covadonga y su entorno, una vez más (2), en un foco inalterable de resistencia contra el invasor. Lo demuestra, aunque actualmente no quede ni rastro, la constancia de al menos tres dólmenes -visibles, siquiera en parte, a finales del siglo XIX, cuando Roberto Frassinelli pateaba esas montañas en busca de una historia perdida, y principios del siglo XX, cuando León de Enol publicaba sus artículos en El Auseva- que se localizaban en las inmediaciones de la iglesia. Ésta, tendríamos que situarla, geográficamente hablando, aproximadamente a un kilómetro de Corao, en un alto, sin duda estratégico, como así le pareció y donde encontró refugio, el primer rey de la monarquía asturiana: Don Pelayo. De hecho, durante siglos reposaron aquí sus restos mortales, así como los de su esposa Gaudiosa, hasta ser trasladados a la basílica de Covadonga. Una basílica, que fue proyectada por Roberto Frassinelli, el alemán de Corao, cuyos restos mortales primero recibieron sepultura en un nicho del pequeño cementerio que se levanta a escasos metros de la iglesia, y posteriormente fueron trasladados también a ésta. Se reconoce la tumba de Don Pelayo, según dicen, por una espada grabada en la losa sepulcral, similar, en esencia, a otras muchas sepulturas anónimas repartidas por diferentes lugares de la Península, siendo un ejemplo cercano, la que se puede contemplar en el claustro del monasterio cisterciense de Santa María de Valdedios.
Cerrada a cal y canto, del interior se sabe que aún conserva restos de pinturas en su ábside, aunque ignoro si éstas fueron retocadas cuando se llevaron a cabo las obras de reforma. De su remota antigüedad, ofrece testimonio un pequeño ventanal, de características netamente prerrománicas, que se localiza en el lado este. Apenas quedan canecillos de aquéllos rostros y tarascas mencionados por León de Enol -recordemos, pseudónimo de Elías José Con y Tres-, a excepción de una cabeza monstruosa, que se puede vislumbrar en el lado sur. Por debajo, en el pórtico de acceso, hemos de centrar nuestra atención en esa historia escatológica que, mezclando elementos de diversa índole y condición, ofrece, a grosso modo, una panorámica elemental del Juicio Final, en la que premio y castigo constituyen un mensaje que se cierne como un terrible aviso para los fieles. Unos fieles, conviene especificar, rehacios a abandonar sus antiguas creencias y tradiciones. Parte de éstas, se localizan en el conjunto artístico, donde volvemos a encontrarnos con la inquietante presencia del Cuélebre, localizado en el lado izquierdo, curiosamente aquél que muestra la resurrección de los muertos. Cercano al lado derecho, donde entre los tormentos reservados a los pecadores, se observa una graciosa representación de lo que ha quedado consignado en la tradición oral de los pueblos como las calderas de Pedro Botero, dos elementos de claras reminiscencias paganas, llaman poderosamente la atención: dos jabalíes afrontados surgiendo de la hojarasca. Ésta, y toda su carga simbólica precristiana, se advierte, así mismo, en otro capitel, de similares características, en el que la hojarasca surge de la boca de uno de esos curiosos y a la vez inquietantes personajes, afines no sólo a un arte como el románico, sino también al gótico y posterior, conocidos como hombres verdes.
No obstante, la representación que ha calado más hondo en la tradición popular, es esa extraordinaria visión de un demonio arrastrando por los pelos a un condenado. Un condenado, que el vulgo, fiel a su memoria ancestral, identifica con Don Oppas, el obispo traidor.
Abamia y su nostálgico encanto. Un encanto mítico, misterioso y ancestral, cuya clave quizá resida, después de todo, en que levanta en un montículo; este montículo es artificial, como el de la capilla de Santa Cruz de Cangas. Y nosotros suponemos que la iglesia de Abamia está construida sobre un dolmen, como la capilla de Santa Cruz...(3)
Pero, después de todo, quizás la realidad actual de Santa Eulalia de Abamia, no sea otra que la reflejada en estos versos de Enrique Gracia Trinidad:
'...junto al templo de Abamia donde el tiempo
deja de ser feliz para ser nada;
donde las lagartijas atesoran
el sol en escondrijos milenarios,
donde el valle se dobla de nostalgia
recordando batallas y conjuros...'.(4)
(1) León de Enol (seudónimo de Elías José Con y Tres), 'Abamia en ruinas. El primitivo sepulcro de Pelayo', en El Auseva, Cangas de Onís, 31 de diciembre de 1904, año XIV, núm. 718.
(2) Anteriormente, ya lo había sido contra Roma, en las denominadas guerras cántabro-astures. Ésta zona en concreto, que comprende el actual concejo de Cangas de Onís, según la opinión generalizada de los historiadores -al menos, los de la época en la que León de Enol escribió su artículo- pertenecía a Cantabria; en concreto, a una de las tribus cántabras más occidentales: aquélla denominada Cóncana.
(3) Constantino Cabal: 'El escenario de la Reconquista: Abamia', artículo publicado en la Revista Asturias, La Habana (Cuba), año II, núm. 58, de 5 de septiembre de 1915.
(4) Enrique García Trinidad: 'A la sombra del tejo de Abamia', Madrid, Visor Libros, 2005, página 30.
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