jueves, 9 de septiembre de 2010

Olleros de Pisuerga: ermita rupestre de los Santos Justo y Pastor


La búsqueda espiritual es siempre solitaria, afirmaba Juan García Atienza, en uno de esos libros, difíciles de encontrar en la actualidad (1), en el que no sólo recomendaba unos itinerarios más o menos mágicos de esa profunda y desconocida España nuestra, sino que también analizaba un importante número de figuras asociadas a lugares de características especiales. Sin duda, ésta ermita rupestre de Olleros de Pisuerga -pequeña población, situada a apenas una decena de kilómetros de Aguilar de Campóo, en la carretera que une Palencia con Santander- es uno de esos lugares. Un lugar especial, solitario en sus inicios y receptor de ese tipo peculiar de santos que, a pesar de hundir profundamente sus raíces poco más o menos que en un oscuro pasado pagano, sorprende, sin embargo, el elevado grado de adoración y veneración del que gozan por parte del pueblo. De estas figuras, eremíticas y en el fondo poco conocidas, surgieron excelentes magisters y pontificex, siendo, quizás, los casos más célebres y reseñables -seguramente, porque a diferencia de éstos, de la gran mayoría apenas existan referencias y obras destacables- el de San Millán de la Cogolla y el de San Juan de Ortega, en La Rioja y en Burgos, respectivamente.



Menos famoso, posiblemente, que los eremitorios rupestres de Valderredible, en la vecina provincia de Cantabria, la iglesia rupestre de los Santos Justo y Pastor comparte, sin embargo, similitudes asombrosas con la ermita de Santa María de Valverde, aunque, a diferencia de ésta -y este es un detalle a agradecer- aún no ha sido convertida en parque temático, pudiéndose apreciar tal y como ha llegado a nuestros días, independientemente, de que el paraje donde se asienta haya perdido buena parte de ese bosque frondoso que, cabe suponer, la amparaba, convirtiéndola en un lugar solitario y decididamente especial.

Su génesis -quizás un poco tardía, en comparación con otros eremitorios que se remontan a los siglos VII-VIII, de los que surgieron santos de cierta relevancia, cuyo culto permanece vigente aún en la actualidad, como puede ser el caso de San Frutos y San Saturio, en las provincias de Segovia y Soria- tiende a ser situado en los siglos IX-X, siendo sus primeros ocupantes, según parece, gentes de origen mozárabe huidos de Al-Andalus. Gentes que, no obstante, y con los medios técnicos de la época -detalle significativo- hicieron una increíble labor de ingeniería horadando las entrañas del Monte Cildá. De manera que, lo que tenemos la oportunidad de contemplar aquí -un lugar donde todavía se celebra regularmente el culto los festivos y días de guardar-, es un auténtico templo labrado en las mismas entrañas de la roca; con su cabecera y su altar, sus capillas, su sacristía y su coro, así como también una espadaña -de época románica o posterior- que, aislada en la cima del monte, contribuye a localizar y sacralizar el lugar.

A esta ermita, se la ha considerado y llamado -con toda justicia, en mi opinión- basílica del eremitismo, resultando, sin duda, uno de los lugares más interesantes de la provincia, cuya visita recomiendo pues, independientemente de su interés histórico y artístico, el entorno en el que se ubica bien merece la pena.




(1) Juan García Atienza, 'Segunda Guía de la España Mágica', Ediciones Martínez Roca, S.A., 1982.

lunes, 6 de septiembre de 2010

San Salvador de Cantamuda

Conservo un recuerdo muy especial de ésta iglesia de San Salvador que, según opinan algunos expertos (1), contiene reminiscencias características de esa escuela asturiana situada allende la frontera natural conformada por los impresionantes Picos de Europa. En efecto, situada a 14 kilómetros escasos de Cervera de Pisuerga, una vez dejado atrás el embalse de Requejada, y a unos 30 kilómetros, aproximadamente, de Potes, este templo, con planta en forma de cruz latina y tres pequeños ábsides, compagina a la perfección con el entorno montañés en el que se ubica. Equilibrio, medida y proporción, se conjugan en armonía para realzar una estética que consigue que, en un primer momento, se olviden los detalles para dejarse envolver por la magia subyacente en el conjunto.
Fue poco más o menos de esta manera, envuelto, como digo, en un cúmulo de circunstancias sensoriales, y mientras me encontraba fotografiando la zona absidial, si mal no recuerdo, que observé como se acercaba una persona que no había visto en mi vida, y me llamaba por el nombre con el que firmo todas mis entradas: juancar347. La persona en cuestión -un amigo de Barcelona- observador, no me cabe duda, me había reconocido por la foto que tengo en mi blog de Soria, y fue un verdadero placer -he de confesarlo, con la dosis de vanidad que me corresponda- saber que los lugares y las experiencias personales descritas en el más decano de mis blogs, habían servido para algo. Pero aún había más, porque nuestro amigo catalán conocía también los blogs de los amigos que componíamos el grupo (Salud y Románico / Laberinto Románico) quienes, imagino que con idéntica y grata sorpresa que la mía, guardarán un agradable recuerdo de este encuentro.
De manera tan imprevista, comenzó, pues, la visita a un lugar del que sabemos, entre otras cosas, que fue fundado en 1123 y declarado Bien de Interés Cultural 870 años después, en 1993. Un lugar por el que pasó, de forma anónima como es habitual pero magistral, uno de esos misteriosos gremios compañeriles que, en el más absoluto de los secretos, dejó su impronta personal en algunos de los sillares exteriores del templo: la pata de oca. Y no sólo la pata de oca, símbolo esotérico y emblemático donde los haya, sino que también, utilizando los recursos inagotables de ese lenguaje poco menos que onírico que subyace en todo símbolo, dejó algunas referencias a una antigua sabiduría, labradas en los capiteles interiores, como, por ejemplo, las figuras de sendos toros. El toro, otra posible representación ancestral de Tradición y Conocimiento, que nos recuerda la mitológica figura del Minotauro, asociada, a la vez, a otra forma muy utilizada por les compagnons: el laberinto.
Este interesante y a la vez enigmático símbolo, lo volvemos a encontrar, como modelo decorativo, en un sarcófago de piedra situado en una de las capillas laterales. Pero aún hay más, porque si interesante consideramos la figura del toro que mencionábamos antes -recordemos que todas, o casi todas las culturas que poblaron la Península Ibérica le rindieron un culto, digamos, lo suficientemente especial, como para pervivir hasta nuestros días, siquiera como protagonista indiscutible de la bien o mal llamada fiesta nacional- no menos interesante resulta, por otra parte, la presencia de otra figura de particular relevancia: el perro o el lobo.
Tanto uno como otro -bien es cierto, que a veces no resulta fácil identificarlos, aunque las orejas pueden dar una pista- suelen estar asociados, no sólo a los gremios canteros, sino también a figuras sacrosantas muy veneradas por el pueblo, cuyas vidas, en el fondo, constituyen un auténtico misterio. Pongamos como ejemplo, a San Roque y a una quizás menos venerada, pero muy enigmática figura, conocida como Santa Quiteria.
A éste respecto, y por el tamaño con que fueron labradas en la piedra, son interesantes las representaciones cánidas localizadas en la portada de la iglesia de San Miguel, en Olcoz, Navarra -gemela, por más señas, de la portada de Santa María de Eunate-, así como aquélla otra que se localiza a la entrada de la cripta de Santa Quiteria, en el castillo oscense de Loarre.
Ahora bien, aparte de los entrelazados y los nudos, de certero origen celta, se localizan también -tanto en capiteles como en una de las excepcionales basas que sirven como soporte al altar- esas abundantes, curiosas y controvertidas figuras que, conocidas vulgarmente como hombres verdes, aluden, con probabilidad, a ese estado primordial del hombre antes de la Caída, que recuerda, en palabras del escritor Mircea Eliade, el mito del eterno retorno.
Mención especial merece, también, esa figura -probablemente gótica- que representa al Salvador, con los dedos de una mano señalando al cielo -o lo que implicaría su origen divino- y la otra mano portando un objeto típico de las figuras marianas románicas: la esfera. Concepto éste que, aplicado a la Tierra, fue considerado herético hasta edades relativamente modernas.
Estética y simbolismo, características primordiales de este templo de San Salvador de Cantamuda, cuya visita recomiendo a todos los amantes del Románico y del Arte en general.

(1) Julio César Izquierdo Pascua, 'Rutas del románico en la provincia de Palencia, Castilla Ediciones, 2001, página 167.