El claustro románico de Santa María la Real
Es a mediados de julio, cuando el calor todavía resulta sofocante cuando el viajero, dejando atrás las misteriosas singularidades de la Montaña Palentina, se adentra en las soledades infinitas de la Meseta castellana y afronta, aliviado por el aire acondicionado del vehículo, los ardores de un sol de justicia, cuyos rayos, metafóricamente hablando, se abaten inclementemente sobre esos mismos Campos Góticos que acongojan al peregrino, arredran al arriero y aturden al viajero, induciéndole a dar cabezadas contra el cristal del autobús de línea que le lleva, quién sabe, a destinos más templados. Aguilar de Campoo, la capitalidad de una tierra, cuyos sentimientos, supone el viajero, aunque tal vez se equivoque, miran más hacia la prodigalidad natural del Norte que a las terribles calimas y secanos de la Meseta -recordemos, que apenas son una treintena de kilómetros los que la separan de Reinosa y la frontera con una Cantabria con la que comparte no poco protagonismo- apenas comienza ...