viernes, 24 de septiembre de 2010

San Martín de Elines, Cantabria: Colegiata de Santa María


Una de las joyas indiscutibles, y a la vez principal atracción, de ésta zona merindesa denominada como Valderredible es, sin lugar a dudas, la Colegiata de Santa María, situada dentro del término municipal de San Martín de Elines, muy cerca de la frontera con Palencia. Forma parte, en unión con San Pedro de Cervatos, Castañeda y Santillana del Mar, del conjunto monumental de espléndidas colegiatas que se localizan en la Comunidad Autónoma de Cantabria, las cuales, con excepción de ésta última de Santillana, tuve ocasión de conocer con mayor o menor fortuna, el pasado mes de agosto.
Declarada Bien de Interés Cultural en 1931, destaca, en mi opinión, y en un lugar importante, la perfecta comunión de sus formas estructurales, con las características primordiales del entorno en el que se asienta. Hasta el punto de formar una imagen poco menos que perfecta, teniendo como fondo un relleno espectacular, compuesto por montes, bosques y valles, que tienen como denominador común una exhuberancia vegetal que, aunque característica de la zona norte peninsular, raya en ocasiones en la más excelsa de las lujurias.
Lujuria, por otra parte, bien entendida, que se experimenta frente al simbolismo secuencial de las interminables series de canecillos que se localizan en su estructura, y que atraen, irremisiblemente mirada y atención, como el canto de las sirenas -por citar a los clásicos- atraía a la perdición a los marineros que imprudentemente navegaban cerca de las rocas donde éstas habitaban.
Formando parte, pues, de un poema natural, sorprende, no obstante, la escasa documentación que ha sobrevivido a nuestros días, aunque se supone que la iglesia -datada, aproximadamente, en 1102- es una de las más antiguas de Cantabria. No ocurre lo mismo, sin embargo, con el claustro, que habría que situarlo, en opinión de los expertos, en el siglo XVI, del que se puede decir que, simulando por su florida ornamentación a esos patios típicos cordobeses repletos de flores de vivos colores, contiene una notable colección de elementos medievales -sarcófagos, en su gran mayoría y alguna que otra pila bautismal pertenecientes a iglesias de pueblos de los alrededores, probablemente despoblados- interesantes no sólo por la misteriosa identidad de los cuerpos -es de suponer que importantes- que albergaron -sobre todo el del supuesto caballero peregrino-, sino también, por la riqueza y calidad ornamental contenida en éstos, así como por el hallazgo, en varios otros, de cruces del tipo denominado como patada o paté, que podrían -ojo, sólo digo, podrían- sugerir el destino final de algún que otro miembro de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón: los templarios.
A este respecto, sería interesante añadir, que enfrente de la Colegiata, se localiza un edificio con trazas de cierta antigüedad, que luce también una cruz patada en la fachada, y que bien pudiera haber sido, en tiempos, una hospedería anexa al templo.
Destaca también -bueno es precisarlo en este punto- la presencia, en una de las columnas que conforman el arco de entrada a la iglesia, de una marca caracteristica de las hermandades compañeriles: la pentalfa o estrella de cinco puntas. Marca, por otra parte -y que cada cual saque sus propias conclusiones, achacándolo a la casualidad o a la causalidad- que se localiza en numerosas iglesias atribuidas a los mencionados caballeros. El tema no tiene desperdicio, porque, dejando a un lado su primitiva fábrica mudéjar, de la que apenas queda rastro, ¿quiénes tenían los medios necesarios para instalarse en los puntos clave de un Camino que, aparte la espiritualidad, no tardó en convertirse en una de las vías comerciales más prósperas de la Península?. Sin duda, las órdenes militares. Y entre éstas, desde luego, cabe destacar a la más poderosa de todas: la Orden del Temple. Orden que, como bien sabemos, protegía y se servía de ciertos gremios canteros -cuando no, de sus propios miembros-, algunos de los cuales pasaron a la clandestinidad cuando ésta fue definitivamente disuelta.
No resulta una elucubración, aunque sí un presentimiento, que una vez situados en el interior de la iglesia -y aprovechando el oportuno chivatazo de Syr - comentar que se observa la posible presencia de un misterioso Magister Muri que, entre otros lugares, dejó su fecit particular en el Priorato segoviano de San Frutos: Dom Michael. Su presencia resulta evidente, sobre todo, en un curioso capitel, que muestra a un personaje alrededor de cuyo cuello parece enroscarse una serpiente. Pero aún hay más, porque, comparativamente hablando, y tal y como los expertos definen en los ojos una de las características fundamentales para reconocer el trabajo del denominado maestro de Agüero y de San Juan de la Peña, esa misma caracteristica puede aplicarse a éste maestro Dom Michael -¿de posible ascendencia irlandesa, como se aventuraba a sugerir en ciertos círculos románicos, en trabajos de investigación relativamente recientes, publicados en el año 2007?- que, aparte de ésta característica o posible huella visual, dejó también la señal de su magisterio en otro capitel del ábside, situado detrás del altar: la espiral.
Otros elementos reseñables, y por lo tanto, interesantes de comentar, son aquellas representaciones artísticas que, aunque evolucionando a lo largo de diferentes periodos, mantienen una interesante constante en cuanto a ser portadores de ciertos elementos simbólicos de especial relevancia: las imágenes marianas.
La figura mariana que sobresale en esta Colegiata, es la de la Virgen de Elines. Se trata, en realidad, de una copia de la original que mantiene, en su forma, las características de aquellas originales románicas que la tradición, curiosa pero discutiblemente, atribuye al evangelista San Lucas.