sábado, 1 de mayo de 2010

San Pedro el Viejo: Segunda Parte


El Claustro
Dicen los historiadores, que ya desde 1096, tras la batalla de Alcoraz y la entrada triunfal del rey Pedro I en Huesca, se denominaba a San Pedro con el sobrenombre de el Viejo, para demostrar su carácter antiguo. Y no es para menos si, tal y como expuse en la entrada precedente, se sospecha que antes de que se levantara este templo, existió un templo romano, otro visigodo y aún un tercero más, de índole mozárabe.
Por otra parte, resulta paradójico, sin embargo, la extraña sensación que produce penetrar en su interior y, una vez imbuídos de la curiosa magia que impera en la nave, adentrarse en su claustro y encontrarse con una renovación que, posiblemente necesaria, resta, sin embargo, esa magia arcana al menos a veinte de sus treinta y ocho capiteles originarios del siglo XII. Y no obstante, intuyendo la mano del misterioso Magister de Agüero y también de San Juan de la Peña, según se cree, el maravillado espectador no puede, por menos, que dejarse influenciar por los detalles de los dieciocho capiteles que, en mejor o peor estado, aún gratifican la mirada del visitante, destilando influencias mistéricas desde el fondo de su piedra castigada.
Dentro de la temática evangélica conocida -donde a través de la fuerza del símbolo, el cantero juega con la subliminidad de los mensajes- existe, además, bajo mi punto de vista, otra temática -que se podría considerar como secundaria- que, no obstante, induce a navegar por los controvertidos océanos afines al rico y complicado Bestiario Medieval, conllevando la posibilidad de interpretaciones más complejas, que derivan a formas y arquetipos de remota e incluso pagana antigüedad.
Tal podría ser el caso, por ejemplo, de la proliferación de escenas centradas en dos figuras primordiales y su extensa repercusión conceptística: la Serpiente y el Dragón.
Lejos de ser elementos aislados, ocupan, por el contrario, una parte de cierta relevancia en la iconografía claustral, que se extiende, incluso, a la temática de los capiteles del pórtico de entrada lateral, en el exterior del templo, hasta el punto de lograr que el expectador -a fuerza de encontrárselos una y otra vez- llegue a preguntarse el por qué de tanta alusiva repetitividad. Al menos, ese tipo de espectador -inconformista, interesado y curioso, más abundante cada día, en cuanto al Románico se refiere-, consciente de la importancia que conlleva trascender la forma para transmutar, elaborar y comprender el concepto.
Es, precisamente jugando a la interpretación con ésta genuina alquimia de conceptos, que surgen las dudas en cuanto al pensamiento de que algunas imágenes van más allá, por ejemplo, de una simple escena que representa -oficial y simplistamente hablando- a unos guerreros luchando contra dragones o a un pobre desgraciado siendo engullido por una serpiente descomunal.
Tanto la serpiente como el dragón, son figuras mitológicas cuyo simbolismo -excepto en la religión cristiana- está asociado, entre otros, con conceptos relacionados con la sabiduría, el conocimiento e incluso la abundancia y la prosperidad, si tenemos en cuenta a una de las civilizaciones más antiguas: la china. Resulta, por tanto, sospechosa, cuando no significativa, la temática desarrollado por el Magister, no tan abundante, por cierto, en otros templos a él o a su escuela atribuídos.

miércoles, 28 de abril de 2010

San Pedro el Viejo: Primera Parte



Sin duda, todo un emblema situado en pleno casco antiguo de la capital oscense. Un emblema, desde luego, que a día de hoy continúa desafiando los pormenores de un génesis babélico, en el que se especula con un templo romano; otro posterior, visigodo y aún un tercero más, mozárabe, hasta llegar a ese neblinoso siglo XII que es, al parecer, el periodo histórico en el que se levantó el templo que hoy día podemos admirar, y que aún, en épocas donde pensamos que ya lo sabemos todo -o casi todo- continúa sorprendiéndonos. Al menos, a mí me lo parece, aunque también es cierto que sólo he estado en una ocasión. Suficiente, no obstante, para comprender -al menos en parte- la gran importancia que se le ha dado a lo largo de la Historia, a través de la que, desde luego, como en el caso del templo de Santiago de Agüero, se vuelven a encontrar personajes de notable relevancia, como Ramiro II, su hermano, Pedro I y, naturalmente, el enigmático Maestro de Agüero, que dejó una indudable marca de calidad e idiosincracia por todos aquellos lugares donde se sospecha que trabajó, incluido el emblemático monasterio de San Juan de la Peña, situado a escasos dos kilómetros del pueblecito de Santa Cruz de la Serós.

Se sabe que, hacia el año 1137, Ramiro II, más conocido con el apelativo de el Monje por su profunda religiosidad, se retiró a este lugar para continuar su vida monástica, detalle bastante más que significativo, por cuanto que son numerosos los historiadores que suponen que tal deseo estaba encaminado, en un primer momento, a aislarse de la vida cortesana y política, retirándose al cobijo de los muros de la iglesia de Santiago, situada en las inmediaciones de la población de Agüero; población que, dicho sea de paso, formaba parte de lo que en tiempos constituyó el curioso Reino de los Mallos, gobernado, según la leyenda, por una reina de la que se desconoce prácticamente todo -a excepción del nombre, Bertha-, pero que, curiosamente, coincide con una serie de tradiciones que se localizan en otros lugares -tanto o más significativos-, como en Eunate (Navarra), e incluso en Compostela, entroncada con la leyenda del traslado de los restos del Apóstol.
Ahora bien, volviendo con el tema de la mencionada intención real, es posible que tal cambio de decisión, estuviera motivado por ese misterio -del que tanto historiadores como investigadores, no terminan de ponerse de acuerdo- por el que sólo se construyó parte del crucero y los tres ábsides, cerrando el resto del edificio deprisa y corriendo, que es como lo podemos contemplar hoy en día, abierto, de alguna manera, a múltiples hipótesis y sugerencias.
Sea como fuere, los restos de Ramiro II descansan definitivamente en la capilla de San Bartolomé, anexa a un claustro espectacular, aunque de capiteles muy restaurados, donde se aprecia, como una sombra burlesca, la huella del mencionado y misterioso Maestro de Agüero, extensible, así mismo, a la vecina provincia de Zaragoza y sus mediáticas Cinco Villas.
Abierto al público el recinto, más que las dimensiones y la manera de aplicar una física y una matemática basadas en los patrones determinados por una geometría estrictamente sagrada, sorprenden los numerosos detalles. Detalles que, aunque puedan parecer pequeños en apariencia, se vuelven bastante más que significativos cuando se medita sobre ellos.
Tal vez por eso, no deje de resultar una auténtica atracción, observar -tal y como se puede apreciar en la foto de la portada- el extraordinario juego de la luz que, incidiendo sobre las vidrieras, se refleja con la perfección de un arcoiris sobre el suelo y las columnas del interior del templo. Efecto que, por otra parte, puede conseguir que el espectador se haga mentalmente una idea de como el románico más avanzado y sobre todo el gótico, utilizaron los recursos del vidrio como vehículo de iluminación, siendo los ejemplos más destacados, la magnificencia de las catedrales.

Siguiendo los patrones renacentistas y barrocos, capillas y ábsides están profusamente decorados con retablos, de tal manera que el Retablo Mayor, obra en madera atribuída a Juan de Berrueta y Juan de Allí, y datada en el año de 1602, contiene escenas relativas a la vida de San Pedro, dominando una imagen de éste, la parte central.

En el ábside de la derecha, y muy cerca de donde se encuentra una magnífica talla de un Cristo del siglo XVI, se puede admirar una imagen gótica, del siglo XIV, realizada por autor anónimo en piedra policromada y de tamaño poco más o menos que natural, que representa a Nª Sª de las Nieves. Como en el caso de la imagen de Nª Sª del Alba, situada en la cripta de la iglesia de Santiago, en el pueblecito zaragozano de Luna, el Niño sostiene en sus manos un pajarillo.

En la cabecera de la nave, y perpendicular con el artesonado donde se levanta el coro con su órgano, se pueden apreciar unas pinturas, que algunos investigadores fechan en el año 1276, cuando al parecer se encontraba allí trabajando un artista de nombre San Cristóbal...