jueves, 1 de julio de 2010

Ejea de los Caballeros: San Salvador



No deja de resultar paradójico que, una vez dejada atrás la Autovía del Nordeste, y algunos kilómetros más allá, La Almunia de Doña Godina, esa infinita extensión de campos -cubiertos en primavera por el florido color de la hoja de los tilos, y escoltado a lo lejos por las canas blanquecinas de las cumbres más altas del legendario Moncayo- pertenecieran, hace casi un milenio, a la que posiblemente fuera la más aguerrida y famosa de las órdenes de caballería religioso-militares de la Edad Media: los templarios.
Difícil resulta, pues, no preguntarse si el apelativo de los Caballeros, que acompaña a la ciudad cincovillense de Ejea -punto de destino y donde se localiza esta interesante iglesia de San Salvador- no es, en realidad, un recuerdo ancestral de éstos; una remembranza a ese poderío y a esa presencia que tuvieron en su momento, dentro de los límites de la Corona de Aragón.
Ahora bien, de lo que no cabe duda es de la presencia del misterioso Maestro de Agüero -o Maestro de San Juan de la Peña, como también se le conoce- personaje legendario que fue creando escuela, dejando su impronta en numerosas iglesias de la región, con su particular habilidad para moldear la piedra, hasta conseguir, por ejemplo, el cimbreante y sensual cuerpo de una inmortal Salomé capitelina, o unos tímpanos decorados con su personal visión de la Anunciación.
A propósito de ambos, se puede decir que, mientras la escena de la Adoración permanece prácticamente inalterable, hasta el punto de ofrecer en el observador la impresión de haber salido en serie de fábrica, el motivo de la bailarina varía, por cuanto que el músico acompañante, a veces cambia el arpa por otro instrumento de viento.



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domingo, 27 de junio de 2010

El Frago: ermita de San Miguel

Uno de los símbolos utilizados, no sólo por los primeros cristianos, sino también como seña de identidad por las hermandades de canteros medievales, es el Crismón.

La provincia de Aragón es pródiga en éste tipo de representaciones, hasta el punto de que puede llegar a ser un detalle, en cierto modo trascendente, visitar cualquier edificio de origen románico situado en sus lindes, y no toparse con este singular y a la vez complicado símbolo.

El Frago, aparte de otros atractivos que pueden conseguir que una visita sea de lo más interesante e instructiva -como, por ejemplo, la antigua Judería- conserva dos bellos exponentes del mencionado Arte, en cuyos dinteles, y como un desafío, el símbolo del Crismón invita a la observación y el estudio.

Piezas fundamentales, dentro de la variedad simbólica que puede encontrarse en todo Crismón, son ese alfa y esa omega griegas, que se corresponden con el alef y la tau hebreas. Es decir, ese Principio y ese Fin, ya aventurado en el Apocalipsis, refiriéndose a Dios, y posteriormente, constituyendo también el símbolo de Cristo: Yo soy el alfa y el omega, el primero y el último...

Resulta curioso, no obstante, observar el juego en la disposición, sobre todo, de ambos elementos, invirtiendo la posición, y por lo tanto, también, a priori, su sentido y significado. Es lo que ocurre con este Crismón que luce el dintel de la portada de esta pequeña ermita dedicada a la figura del Arcángel San Miguel.
Omega y Alfa, Fin y Principio, que posiblemente señalen una renovación; una continuidad en un ciclo que, en apariencia, y en relación al ser humano, termina supuestamente con la muerte. Su inclusión de un círculo en el antiguo labarum o lábaro -figura geométrica que, según parece, en la Edad Media representaba la perfección de Dios- el resto de los símbolos, es decir, el monograma, proclamaría, a su vez, la perfección en la figura de Cristo.