viernes, 10 de febrero de 2012

Vizcaínos: iglesia de San Martín de Tours

Nuestra siguiente parada en ésta ruta por el Arte Románico de la Sierra de la Demanda, hace un alto obligatorio, aproximadamente una quincena de kilómetros más allá de Jaramillo Quemado, en una población, Vizcaínos, cuya parroquial, al igual que la de aquél, se encuentra bajo la advocación de un santo que, aunque a disgusto, según las crónicas, participó en el concilio de Tréveris en el juicio al hereje Prisciliano: San Martín de Tours. Cuenta la leyenda que, una vez finalizado el proceso y la cabeza de Prisciliano separada de su cuerpo, se alejó compungido de la ciudad. Se detuvo en un bosque, sin poder contener las lágrimas, y allí se le apareció un ángel, que le dijo: con razón te entristeces, pero no pudiste obrar de otra manera. Recobra tu virtud y tu constancia, y no vuelvas a poner en peligro la salvación, sino la vida. De hecho, después de esto, San Martín de Tours no volvió a participar en ningún concilio (1).

Quizás no sorprenda tanto la calidad y el estado de conservación de la iglesia, si tenemos en cuenta que, a diferencia de los pueblos anteriores, se atribuye la fundación de Vizcaínos a navarros procedentes de Sangüesa, siendo un lugar de señorío, gobernado por alcalde pedáneo.

Sería demasiado aventurado apreciar, por otra parte, la mano de Leodegarius, uno de los magister muri que -los expertos, parecen coincidir en ver la mano de dos talleres diferentes- levantó parte de la monumental iglesia de Santa María de Sangüesa. Precisamente, aquélla iglesia, cuyos antecedentes se remontan al siglo XII, donde se guarda una de las imágenes marianas más relevantes de Navarra, basada en un modelo de origen franco: la Virgen de Rocamador.
Posiblemente aquí, en la parroquial de Vizcaínos, no descubramos esa visión ctónica del arcángel San Miguel pesando las almas y juzgando cuáles de ellas merecen ser conducidas -no olvidemos, tampoco, ésta función de conductor- al Paraíso, como figura en el tímpano, si no me equivoco, de la parroquial de Sangüesa; pero sí podemos descubrir, en su apocalíptica imaginería, parte de esos monstruos y demonios que, en ocasiones representados devorando seres humanos, intentan escamotear alguna. Virtudes y pecados, representados por arpías en un caso o por animales nobles, en otro, se conjugan con figuras cotidianas, entre las que no faltan aquéllas que, representando rostros de la época, ofrecen una visión netamente antropológica de la sociedad de su tiempo.

Como en otras áreas de Navarra, e incluso de Burgos, traspasado el pórtico que nos da acceso a la entrada principal, situada en el lado sur -seguramente nos llamen la atención los canecillos que figuran por encima de éste, en el que sólo aparece labrado y poco menos que en su centro, una monstruosa cabeza, detalle significativo- nos encontraremos con otros motivos, cuya presencia parece trascender fronteras: el de grifos y arpías que, localizados en los capiteles del pórtico principal, curiosamente mantienen sus cuellos amarrados por lianas. En uno de los capiteles de la izquierda, dos terribles animales -quizás leones- devoran a su víctima humana, que se debate inútilmente en el suelo, y que quizás represente, de manera alegórica, el destino que les aguarda a los pecadores. Motivo que se repite en el capitel que se localiza al lado, salvando la diferencia de que en éste, son dos águilas -símbolo de la divinidad, y por defecto, de San Juan Evangelista- las que devoran una liebre, animal que, por suele estar asociado a la Madre Tierra y además, por su vida nocturna, a la Luna. ¿Una alegoría, quizás, de ese ancestral enfrentamiento entre dos cultos bien diferenciados -el Solar y el Lunar- que dirimieron sus diferencias en una Península Ibérica y en un tiempo plagado todavía de grandes enigmas?.

Evidentemente, todo son puras especulaciones. Pero de lo que no cabe duda, es de que una visita a la parroquial de Vizcaínos en modo alguno defraudará, proporcionando su visiòn, estoy seguro, temas con los que especular y enigmas con los que trabajar. Sobre todo, si tenemos siempre presente, que estamos inmersos en una zona en la que, a juzgar por la perseverancia de ciertos mitos -entre ellos, desde luego, los referidos al Santo Grial-, debemos suponer que la presencia de ciertos símbolos no se debe, en modo alguna, al capricho artístico del cantero de turno y muchos menos, a la casualidad.




(1) Dato consignado en la obra 'Gargoris y Habidis', de Fernando Sánchez Dragó, Edición Círculo de Lectores, Tomo I, página 286.

lunes, 6 de febrero de 2012

Jaramillo Quemado: iglesia de San Martín de Tours

'Castellanos y leoneses / tienen grandes divisiones. / El conde Fernán González / y el buen rey don Sancho Ordóñez, / sobre el partir de las tierras, / y el poner de los mojones...' (1)


El siguiente pueblo de nuestra ruta por el románico de la Sierra de la Demanda, Jaramillo Quemado, se sitúa en el lado contrario a aquél gélido norte hacia el que apunta la mirada pétrea, no menos fría aunque inmortal, del diablo que, cuál imaginario Asmodeo, custodia el lado norte de la parroquial de Cascajares de la Sierra. Parte, precisamente de ésta población, una carreterilla comarcal en relativo buen estado que, sorteando infinitos horizontes de monte bajo, nos sitúa, apenas cuatro kilómetros más adelante, en un pueblo que posiblemente deba su nombre a éstas peculiaridades orográficas, donde abundan, entre otras, esas hierbas aromáticas tan deseadas no sólo como condimentos culinarios, sino también por sus especiales propiedades terapéuticas, utilizadas desde tiempos inmemoriales -no puedo evitar que me venga a la memoria la botica de la abuela- como son la jara y el tomillo.

Como en el caso de la parroquial de Cascajares, poco es el románico que ha sobrevivido en la iglesia de San Martín de Tours. Situada sobre un altozano desde el que se denomina el pueblo emplazado más abajo, en una pequeña vaguada, la estructura evidencia una serie de modificaciones que transitan por diversos estados, entre los que nos falta el gótico, presente, cuando menos, en los ventanas de forma ojival que se localizan en su portada oeste.

Con excepción de la torre, cuyos capiteles muestran motivos vegetales, el románico de su primitiva fábrica se aprecia, sobre todo, en la fachada sur, donde se localizan alguna serie de canecillos, la mayoría de los cuales, muestran testas córnidas que, a pequeña escala, desde luego, y comparativamente hablando, recuerdan el bestiario autóctono desplegado en lugares como la colegiata de San Pedro de Teverga, en Asturias.

No obstante, lo más llamativo, también visible en los sillares de ésta fachada sur, sean los numerosos graffiti de peregrino, crucíferos, en su mayoría, entre los que cabe mencionar aquellos que, en número de cuatro, muestran una cruz contenida en un círculo, que a la vez se ve sostenido por una basa rectangular, semejando estelas medievales funerarias, y que probablemente sean una referencia a los antiguos cultos de carácter solar practicados por las diversas culturas que habitaron la región. Hay, también, algunas marcas de cantero, aunque en un número tan insignificante, que apenas se podrían consignar en una pequeña lista.

Como dato a añadir, comentar que, según esa recopilacion de saberes virtuales que es la Wikipedia, Jaramillo Quemado está considerado como el pueblo con menos habitantes de España. Y pese a ello, cuando estuve allí, a finales de octubre, no me dio, desde luego, esa impresión y, como se puede apreciar en las imágenes de los vídeos, sus casas -de sólido estilo castellano- están prácticamente enteras y por completo reformadas.




(1) 'El Romancero', introducción y selección Manuel Alvar, Editorial Magisterio Español, S.A., 1968, página 52: Romances del conde Fernán González.

domingo, 5 de febrero de 2012

Cascajares de la Sierra: iglesia de la Natividad de Nuestra Señora

Dejado atrás el pueblo de Barbadillo del Mercado, con sus remembranzas visigodas, los recuerdos de doña Lambra, los Siete Infantes de Lara, el primer conde de Castilla, Fernán González, sus rancios escudos y las cruces de las diversas órdenes militares que se asentaron en el lugar, apenas cinco kilómetros nos separan de otro pueblo, pequeño en su conjunto, de casas típicas, recogido sobre la planta de su parroquial: Cascajares de la Sierra. Hállase ésta, bajo la advocación de la Natividad de Nuestra Señora, y aunque muy reformada, aún conserva rasgos de su románico original.

Perteneciente al Alfoz de Lara -dista apenas diez kilómetros de Salas de los Infantes- en la historia de Cascajares, cabe destacar su cercanía al monte Gayubar, donde se han localizado trazas de asentamientos prehistóricos, así como el detalle, ciertamente significativo, de que fue el escenario de una batalla contra la morisma, en la que los castellanos salieron victoriosos, en época en que las victorias sobre el adversario musulmán resultaban más bien escasas. De hecho, en recuerdo de tal evento, en el pueblo aún se recuerda la siguiente coplilla: La rota de Cascajares, es argumento evidente, que vale más poca gente con Dios, que sin Dios millares.

Poco queda, por otra parte, de ese románico original al que me refería en el primer párrafo, limitándose éste al ábside y una fila de canecillos que se pueden observar en su fachada norte. Si bien éstos podrían resumirse, básicamente, en representaciones geométricas y foliáceas, uno de ellos destaca, llamando poderosamente la atención: aquél que, sin necesidad de acudir a la vox populi, se identifica, sencillamente, con el Diablo. Su presencia en los templos románicos, tanto en solitario como formando parte del mensaje iconográfico contenido en una serie de canecillos, resulta bastante corriente. Su situación en el lado norte de los templos, sigue las pautas simbólicas que delimitan los cuatro puntos cardinales de los claustros, donde el norte se asocia con la figura del Diablo, simbolizando el lugar de donde proceden los vientos gélidos capaces, incluso, de paralizar el alma; lo hiperbóreo, helado y desconocido y por lo tanto, fuente de mal y pecado.

Como dato a añadir, aunque dado que la iglesia se encontraba cerrada a cal y canto, su pila bautismal está considerada como un pequeña joya románica.