jueves, 3 de junio de 2010

Uncastillo: iglesia de San Felices

La iglesia de San Felices, conocida también como del Remedio, está enclavada no demasiado lejos del risco donde se levanta la iglesia de San Juan -de la que se supone una posible pertenencia en tiempos a la Orden del Temple- está fechada, aproximadamente, a finales del siglo XII. Aparte de la torre, terminada en forma de tejadillo cónico más propio de las iglesias románicas pirenaicas, aún conserva algunos interesantes elementos de su estructura románica original, pues se sabe que, entre otras, fue reformada en el siglo XVI. Dentro de estos elementos, cabe mencionar la pequeña cripta que, independiente de la nave, algunos historiadores entienden más como un recurso arquitectónico circunstancial, encaminado a salvar el desnivel del terreno donde se levanta el templo, que como lugar dedicado propiamente al culto de algún santo o santa devotos de la época. Y por supuesto, dignos de mención, los elementos más relevantes del conjunto: las dos portadas, situadas en las fachadas norte y sur respectivamente.
En efecto, llama sobre todo la atención, la iconografía de la portada sur, que esmeradamente elaborada -aunque el tiempo no ha sido todo lo justo que cabría esperar-, representa el martirio del santo, otorgando un gran dramatismo a la escena, la visión de éste siendo arrastrado por un caballo, que ofrece suficiente testimonio de la brutalidad de otras épocas.
Por el contrario, en la portada norte -tapiada, y por consiguiente fuera de uso posiblemente desde hace muchos años- se encuentra uno de los motivos más abundantes en la zona -aunque no por ello, menos interesantes- que, aparte de sus orígenes, conlleva el detalle de que fue un símbolo muy utilizado como señal o marca de identidad por numerosos maestros y gremios canteros medievales: el Crismón.
Tìpica de la zona es, así mismo, la reproducción del Crismón -denominado, en este caso, trinitario- que se representa con la escolta de sendos ángeles, en el que llama poderosamente la atención la posición, en cada uno de ellos, de una de sus alas, de tal manera, que llegan a formar una especie de corona por encima del orbe del Crismón.


domingo, 30 de mayo de 2010

Uncastillo: Iglesia de Santa María

Uncastillo, junto con Sos del Rey Católico, posiblemente sea la localidad más emblemática de las Cinco Villas aragonesas. Una ciudad apaciblemente dormida en un lejano sueño medieval, como demuestra su castillo -seguramente se proceda en breve a su restauración, si no se está llevando a cabo ya- así como por la proliferación de iglesias románicas enclavadas en su antiguo corazón urbano.
Una ciudad representativa, entre cuyas brumas históricas, volvemos a encontrarnos con la sombra, incierta pero perseverante, a pesar de todo, de la Orden más hermética y a la vez desafortunada -por su triste final-, de toda la Cristiandad: la Orden del Temple, cuya presencia resulta especialmente relevante en Navarra y Aragón, pues no en vano fueron los primeros territorios en las que se asentó.
Por otra parte, y ateniéndonos a sus dimensiones y valor artístico, de toda esta riqueza histórico-cultural, destaque, con un inigualable sabor a inmortalidad, la iglesia de Santa María.
Observando la puerta principal de acceso a este inconmensurable templo, el espectador hace buenas las afirmaciones de Juan Pedro Morin Bentejac y Jaime Cobreros Aguirre (1), en cuanto a que el románico ha sido llamado con razón 'el estilo de la peregrinación' tanto por su coincidencia con los momentos de alta espiritualidad como por el enorme porcentaje de monumentos importantes del Camino edificados según sus cánones...
No dejan de ser sorprendentes, cuando uno se recupera del impacto visual -fenómeno que desconcierta en un principio al espectador, por cuanto que no sabe por dónde empezar a mirar, abrumado por tanta maravilla- dejarse embrujar por el hechizo que supone observar las dobleces entrecruzadas de alguna de las columnas que sustentan parte de los capiteles, hasta el punto de llegar a pensar en el maestro cantero que las labró, como en un mago capaz de convertir la dura piedra en una moldeable masa de plastilina. Sublime debió de ser, en tiempos, contemplar semejante portada, esmerilada con diferentes colores -como era habitual- aunque en la actualidad, de la pintura no quede el menor vestigio y sí un hipotético recuerdo.

Por otra parte, aunque no es la única portada que utiliza el recurso de convertir las arquivoltas en sutil mesa de banquetes, sí resulta de una sátira fuera de serie contemplar a los comensales, y en algunos casos los atributos -tanto simbólicos como personales- de éstos, factores que demuestran, a la postre, un excelente sentido del humor, común, no obstante, a la vida cotidiana y forma de pensamiento de la época. De tal manera, que no debe sorprendernos, contemplar un cerdo entre ellos o a otro de los comensales mostrando una alegre erección debajo de los faldones, pues como crítica social, en mi opinión, se correspondería con el mundo de la juglaría y del pecado carnal, tan denostado por la Iglesia.

Como en el caso del Maestro de Agüero, algunos investigadores consideran -misteriosa y desconocida, también- la presencia de aquél que han convenido en denominar como el Maestro de Uncastillo. A este respecto, se barajan cábalas en cuanto a su procedencia, si bien la más generalizada, es aquélla que le hacer ser de allende de los Pirineos, por semejanza de estilo entre algunos elementos de ésta iglesia cincovillense de Santa María y aquéllos otros contenidos en templos galos de las regiones de Moissac y Oloron-Sainte-Marie.


(1) 'El Camino iniciatico de Santiago', Editorial 29, 1ª edición, página 18, junio 1976