Románico de Ávila
H ablaba Unamuno en una sus crónicas, refiriéndose precisamente a Ávila y aludiendo inevitablemente a aquélla extraordinaria viajera del subconsciente colectivo –como diría Jung- que fue, en el fondo, Santa Teresa de Jesús, de esas metafóricas y dulces huertas interiores de ésta tierra grave y tan llena de roca y hueso , y no puedo dejar de preguntarme, si dentro de ese pequeño huerto, o de esa roca o de ese hueso que compone, transforma y altera el adn de Ávila, parte de su inspiración no se vería definitivamente acompañada en sus solitarios paseos por la mediática tentación que supone el románico de la ciudad. Un estilo, también, en el que, como en el caso de la vecina Salamanca, no es difícil apreciar, en conjunto o en parte, unas manos firmes y laboriosas tendidas hacia el Ocaso. O hacia los vericuetos iniciáticos del Camino, si se prefiere. Porque es el avulense – mi opinión, mea culpa -, un románico que sorprende, que tira la piedra y esconde la mano, que inspira y a la vez ...