Situado en las inmediaciones de
Castro Caldelas y a escasa distancia también de esos impresionantes cañones
formados por el eterno discurrir del Sil a su paso por la zona, otro de los
cenobios interesantes de la Rovoyra Sacrata orensana, es este antiguo
monasterio de San Paio de Abeleda. Mortalmente herido, también, por el tiempo y
el estoque certero, metafóricamente hablando, de la célebre Desamortización
de Mendizábal, San Paio es una venerable ruina, que no obstante, todavía tiene
muchas cosas que contar. Aun así, y a juzgar por lo que se aprecia a simple
vista, también el fenómeno de la evolución hizo mella en la antigua fábrica
románica, alternando estilos que con el tiempo fueron transformando la idea
original, amoldándola a las modas, el gusto, las necesidades y las
circunstancias de los sucesivos moradores. Ahora bien, quedan de ésta, sin
embargo, parte de su benedictina naturaleza –excentricidades infantiles y estúpido
derroche, como pensaría San Bernardo, aquél cruzado cisterciense al
que comparativa y metafóricamente hablando, René Guénon consideraba como un
auténtico Galahad-, que en forma de terribles monstruos –algunos, con cabeza de
cocodrilo-, ofrece, en la temática de sus capiteles, influencias mitológicas
clásicas, que todavía estaban muy presentes en la mentalidad medieval,
sujetando los deseos de los monjes y los fieles con el recordatorio estigmático
del horroroso destino que les aguardaba a los pecadores, sin olvidar, por
supuesto, las constantes referencias a una naturaleza sagrada y pródiga, en
cuyas referencias, aún resuenan ecos de un celtismo a ultranza, que
probablemente todavía latía con cierta fuerza en ese lejano siglo X en el que algunos
suponen su fundación; otras fuentes, por el contrario, la sitúan en el siglo
XII, probablemente cuando la influencia benedictina, alimentada sobre todo con
el fenómeno del descubrimiento de los probables restos del apóstol Santiago,
fue decreciendo, sustituida por el ora et labora característico de esa
escisión que optaba por la austeridad, llamada Orden del Císter. Nada queda,
apenas, de su pequeño y primitivo claustro, aunque en el pórtico principal de
entrada a la iglesia, los canteros medievales dejaron las marcas de su presencia, que todavía, al cabo de los siglos, continúan siendo un
completo enigma, pero en cuya forma y constitución, pueden intuirse probables
itinerarios de éstos, si se las compara detenidamente con las que se localizan
en otras provincias.
La iglesia tiene la típica planta
en forma de cruz, correspondiendo el brazo horizontal de ésta, a las capillas
de la Epístola y del Evangelio, y en la forma cuadrada de su ábside, recuerda a
las antiguas estructuras prerrománicas. Por encima de éste, aunque situada
sobre el tejaroz del lado norte, se observa una pequeña estructura, con forma
de diminuta espadaña, en la que, a falta de campanas, se aprecian dos figuras:
una, que podría corresponder al santo titular; es decir, al propio San Paio y
la otra, a juzgar por el libro y el cordero que sostiene en sus manos, a la
figura primordial de San Juan Bautista. Recordemos que ambos Juanes, el
Bautista y el Evangelista conformarían, dentro ya del ámbito cristiano, lo que el
pagano dios Jano, el dios de las dos caras de las antiguas tradiciones
romanas: determinan o rigen los solsticios y las correspondientes puertas
solsticiales. El Evangelista, el solsticio de invierno, siendo su Puerta
la Jauna Inferni y el Bautista el solsticio de verano, señalado por la
Jauna Coeli y la veneración del fuego en las antiguas culturas.
Queda, así mismo, otra puerta
románica –probablemente aquella que daba acceso al claustro-, en cuyo tímpano
se aprecia la figura de un Cristo in Maiestas, coronado y con nimbo
crucífero y por debajo, a modo de atlantes pegados a las columnas que soportan
los capiteles, las figuras de San Pedro y de San Pablo, a juzgar por los
atributos: las llaves y la espada. También se sabe que hubo una época en la que
la Inquisición emitía sus juicios de fe y conducta, aunque el crucero de piedra
que se levantó en una venerable roca de aspecto megalítico que todavía se puede
ver enfrente del monasterio, ya no existe. A escasos metros de ésta,
curiosamente en un estado de conservación bastante aceptable, todavía se
mantiene en pie la antigua cárcel.
Por otra parte, si bien el
antiguo monasterio fue comprado en 1872 por la Casa de Alba y durante cierto
tiempo se continuó celebrando el culto en su iglesia, el paulatino abandono y
las peculiaridades del clima fueron arruinándolo irremediablemente, hasta
convertirlo en la práctica ruina que se aprecia en la actualidad, si bien es
cierto que adquirido hace unos años por manos privadas, aunque carentes de
recursos suficientes como para pensar en una auténtica remodelación, se viene
realizando una labor cultural extraordinaria, que no sólo merece respeto, sino
también admiración, y en la medida de sus posibilidades, fomenta no sólo la
conservación más o menos digna de lo que queda, sino también que su recuerdo no
se diluya definitivamente en los ingratos ríos de la Historia y pueda ser
apreciado por toda persona amante del Patrimonio, el Arte y la Cultura.
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