martes, 9 de abril de 2013

Oreitia: iglesia de San Julián y Santa Basilisa


El siguiente punto en la ruta, donde merece la pena detenerse, se encuentra algunos kilómetros más adelante del Santuario de Estivaliz, en la pequeña población de Oreitia, distante poco más de un kilómetro de poblaciones como Elburgo y Gaceta. En ella, aunque muy reformada durante los sucesivos periodos históricos, destaca la iglesia parroquial, que se encuentra bajo la advocación de los santos Julián y Basilisa, y en la que todavía se localizan restos románicos de interesante composición y factura.
De ellos, posiblemente por su rareza, tamaño y situación –encima del óculo de su imponente cabecera de planta hexagonal- llama la atención la figura de un guerrero montado a caballo, escudo y lanza en ristre. Apenas unos centímetros por encima de éste, y de manera significativa, un canecillo muestra una cabeza de aspecto cadavérico, enorme boca abierta y burlona sonrisa que, alegóricamente podría representar a la muerte, aunque algunas fuentes la identifican con el controvertido Baphomet, cabeza-ídolo que, al parecer, era venerada por los templarios en sus ceremonias más íntimas y secretas. Comento esto, simplemente como una anécdota, pues algunos, por añadidura, consideran a este jinete como un caballero templario cuya lanza apunta hacia poniente; es decir, señala la dirección del Camino de Santiago.
Otro de los elementos que pueden llegar a hacer interesante una visita al templo, es otro canecillo, situado no muy lejos del anterior, que muestra un recurso que, aunque harto frecuente en el románico, constituye, de hecho, toda una invitación a la especulación. No es otro que aquél que muestra a una fiera o monstruo, aparentemente devorando a una persona. Aunque en éste caso, si nos fijamos bien, no da la impresión de que lo devore, sino por el contrario, parece que lo expulsa de su interior. Detalle que me permite, hipotéticamente hablando, por supuesto, considerar la posibilidad de que, aparte de esa alusión al Conocimiento y su devoradora idiosincrasia, como opinan algunos autores, podríamos pensar, en este caso, que el cantero utilizó su imaginación para hacer una alegoría sobre la Naturaleza: la Madre de la que surge la vida; una Madre que, dicho sea de paso, como Jano, ofrece también dos caras. Una cara amable, de nodriza, y otra muy diferente, de madrastra. Con una premia y con la otra castiga. En definitiva, educa.
También los elementos que conforman la portada, merecen atención, independientemente de que parezcan realizados por diferente cantero y su estado de conservación. En ella, abundan los motivos foliáceos –algunos, con lazos entremezclados-, las tradicionales alusiones al pecado de la lujuria, representadas por las arpías, ángeles y aves, representantes de la pureza del alma y el mundo celestial. En la portada secundaria, el motivo más sobresaliente, son los arcos que recuerdan a algunos de los que componen el magnífico claustro del monasterio soriano de San Juan de Duero. En esta portada, profundamente grabada en la piedra, se observa una cruz griega; es decir, con sus cuatro brazos iguales. Detalle que contrasta con la cruz monxoi que, también profundamente grabada en la piedra, se localiza en el suelo, justo en la losa principal del umbral o entrada al templo. El trabajo de herraje de la puerta, también merece un toque de atención, por su excelencia, conformando interesantes espirales sus motivos.


domingo, 7 de abril de 2013

El Santuario de Nª Sª de Estivaliz



'Aunque, en general, parece que los celtas se adaptaron y asimilaron el espíritu de los lugares donde se hallaban, durante siglos de vida errante, hay una serie de deidades específicamente celtas que tienen conexiones en el espacio o en el tiempo con el culto de la Virgen Negra'. (1)
 
Poco más de un kilómetro es la distancia que separa a Argandoña y su interesante parroquial dedicada a la figura de una no menos interesante santa -Santa Columba (2)- de uno de los santuarios marianos más relevantes y emblemáticos de la provincia de Álava: el de Nª Sª de Estivaliz. Un lugar en el que, por si al visitante le quedara alguna duda, se siente la permanencia -a pesar de encontrarse convenientemente maquillado de Cristianismo ortodoxo, sobre todo después de las acciones llevadas a cabo por San Martín Dumiense contra los que él denominaba veneratore lapidi (3)- de una figura primordial, todavía muy presente en la memoria colectiva de numerosos pueblos, y en particular, en este recóndito vergel histórico-cultural que es Euskalerria: Mari, la Gran Diosa Madre. De hecho, la imagen románica que aquí se venera -aparte de la figura en forma de busto de San Prudencio, Patrón de la provincia- tiene esas características de Virgen Negra, que señala las peculiaridades especiales del lugar. Un lugar, cuyo telurismo posiblemente conocieran esas culturas pretéritas, incluida la celta, de las que aún queda alguna huella en forma de esos monumentos funerarios -según la opinión generalizada, con la que, particularmente, no termino de estar de acuerdo- que son los dólmenes. O al menos, la reproducción de alguno de ellos, que nos señalan -vuelvo a insistir- el carácter eminentemente sagrado del lugar desde tiempo inmemorial. Con tales antecedentes, no sería en modo alguno extraño, intuir la presencia de una orden de monjes-guerreros y también místicos -al menos, en los capítulos más selectos de la organización- que, de alguna manera y a juzgar por los lugares donde acostumbraban a asentarse, se erigieron en guardianes y custodios de la Antigua Tradición: los templarios, cuyo padrino, San Bernardo de Claraval, se sabe que era un devoto de este tipo de imágenes y a la vez un ferviente observador de la Naturaleza -como los antiguos druidas- parte de cuyo interés o pasión dejó de manifiesto en su conocida Epístola 106. Se comparta o no la idea, lo cierto es que todos estos elementos -incluido ese bosque primordial que sirve de entorno protector al santuario y a la vez le confiere un halo de secretismo y misterio- están presentes aquí, en Estivaliz, y son fáciles de vislumbrar.
Sería difícil señalar en qué época se establecieron aquí las primeras comunidades monacales, pero las referencias más antiguas, al parecer, datan del año 1074, cuando el conde de Estivaliz, Álvaro González de Guinea dota un altar bajo la advocación de San Millán. Posteriormente, en el año 1138, María López. sobrina de Diego López de Haro, señor de Vizcaya, dona la iglesia a la comunidad benedictina de Santa María la Real de Nájera; dependencia que se mantuvo hasta 1431, año en el que su patronato pasó a manos del conde de Salvatierra, que lo mantuvo hasta 1542, cuando se traspasó a la Orden de Santiago y posteriormente, en tiempos más modernos, al municipio de Vitoria.
No es de extrañar, por otra parte, que dadas las características y las diferencias de estilo que se observan en la construcción, los especialistas mantengan la existencia de varios talleres en épocas diferentes, siendo de los primeros, un taller de origen aragonés. Tampoco habría que descartar que parte de los materiales empleados, tuvieran su procedencia en otros templos cercanos venidos a menos, y hasta podría ser posible que algunos de ellos procedieran de la cercana iglesia de Argandoña.
La simbología desplegada, tanto en canecillos como capiteles, es rica y variada, prestándose a múltiples interpretaciones -de manera individual-, aunque impera -siquiera sea, hablando de manera colectiva- la introducción catecuménica de pasajes del Antiguo y el Nuevo Testamento, así como alusiones a la avaricia y la lujuria, sobre las que se podrían discutir, al menos, en lo referente a ésta última, pues no sería la primera vez que se identifican con tal, imágenes que en realidad corresponderían con alusiones a la figura primordial que mencionábamos al comienzo de la presente: la Gran Diosa Madre. Representación, eminentemente alusiva, que encontraríamos en otros lugares de la provincia, como podría ser la potada principal de la parroquial de Délica. Interesante de mención, es también la magnífica pila bautismal, la base de cuya copa muestra unos elaborados motivos foliáceos -posiblemente referente al mundo primordial y la Antigua Religión- sobre los que se elevan unos arcos románicos, no menos elaborados, que muestran diferentes imágenes, posiblemente alusivas al consiguiente periodo de evangelización del lugar. Algunas referencias, inducen a suponer que en algún momento situado entre los siglos XII-XIII, en los que se datan la construcción del templo, se dispuso de un claustro del que, actualmente, no queda vestigio alguno. Pero sea como sea, lo importante, en este caso, no es la construcción en sí -rica en detalles y no exenta de bellezas- sino el lugar donde se ubica y lo que realmente representa.


(1) Ean Begg: 'Las Vírgenes Negras. El gran misterio templario', Ediciones Martínez Roca, S.A., 1987, página 82.
(2) Recordemos la existencia de otro templo realmente interesante que se encuentra bajo la advocación de esta misma santa, la iglesia de Albendiego, en la provincia de Guadalajara.
(3) Adoradores de piedras.