Una arquitectura del Espíritu
Dejando atrás esa cidiana ciudad de Berlanga y adentrándonos en los paraméricos desiertos de su ancestral villa y señorío, precisamente allí, donde los desnudos montes y las abruptas quebradas, por cuyo fondo discurren con melancólica fruición algunos afluentes del Duero, como el río Escalote, cuyo curso, milagrosamente ininterrumpido a través de los siglos, va labrando ocasionales muestras de una fantasmal artesanía rupestre, una ermita, con más de mil años de antigüedad y una apariencia tan humilde como desconcertante, es la prueba evidente de que incluso los desiertos pueden ser también seducidos por la noble influencia de la belleza.
En un primer vistazo, el ojo que fácilmente se deslumbra por lo babélico y superlativo, pasará ingenuamente de largo, suponiendo, erróneamente, que lejos de encontrarse en un edificio que sigue magistralmente los cánones más sólidos de la Geometría Sagrada, se halla frente a otra de esas viejas ruinas campesinas, que, de trecho en trecho, asolan los caminos, portando su triste mensaje de abandono y desolación.
Pero el ojo que mira con el espíritu, dejándose influenciar por la experiencia de esos mismos caminos y sobre todo, por las sólidas verdades que se ocultan siempre detrás de todo lo humilde, sabrá, incluso antes de que se le abra la puerta, de que se encuentra frente a un verdadero tesoro y aunque ya no pueda contemplarlo con el verdadero esplendor que tuvo en sus orígenes, se sentirá noblemente partícipe de encontrarse en un lugar, que, con todo merecimiento, bien merece la calificación, en mayúsculas, ‘del Espíritu’.
Porque, realmente, fue concebido en el espíritu de dos religiones, que, aún teóricamente irreconciliables en los sangrientos campos de batalla, demostraron, sin lugar a dudas, que los caminos de la Verdad son impredecibles y que, cuando los hombres se ponen de acuerdo, la Divinidad se manifiesta al gusto de todos. Por eso, poco o nada importa, si los que entran en este lugar son cristianos o musulmanes, pues tanto unos como otros, encontrarán, en su arquitectura interior, trazos inequívocamente determinativos de las creencias de ambas y donde, si los primeros ven una iglesia, los segundos contemplarán una mezquita: ‘Dios lo quiere’ y ‘Alá es grande’, sólo serán frases irrelevantes para quienes realmente buscan la Verdad en el fondo de su corazón.
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