Betanzos: iglesia de Santa María del Azogue



Independientemente de que se atribuye, al menos en sus inicios, a la promoción de Fernán Pérez de Andrade, conocido como O Booel Bueno-, la ausencia de documentación, en particular referida a este formidable compendio de sabiduría arquitectónica que es el templo de Santa María del Azogue, no sólo hace que su esencia se vea envuelta en un misterioso e impenetrable velo, sino que, además, permite especular con la posibilidad –tal y como señalan algunas fuentes-, de que sus orígenes sean, en realidad, mucho más antiguos de lo que generalmente se supone. A tal respecto, no resulta extraña la sugerencia de que probablemente el templo, de acusadas características originadas en ese arte de argot –como Fulcanelli definía al estilo gótico que dejó completamente obsoletos a sus precedentes románicos-, se construyera sobre los cimientos de la primera parroquial brigantina, fundada en el siglo IX, antes, incluso, de producirse el traslado poblacional realizado en el siglo XIII a instancias del rey Alfonso IX de León. Resulta conveniente retener el apellido Andrade, pues volveremos a encontrarnos con él y con sus símbolos predeterminados –entre ellos, el jabalí-, a apenas unos metros más adelante, cuando visitemos el no menos formidable templo de San Francisco.

Pero obviando para mejor ocasión, el arcaico y a la vez interesante universo simbólico que rodea a esta antigua y rancia familia y que campea con notoria diversidad en ambas edificaciones como si se tratara de una indeleble seña particular, destaca, quizás por encima de cualquier otro miembro, precisamente la figura del referido Fernán Pérez de Andrade, quien se manifestó también como promotor de diversas construcciones de carácter auxiliar como puentes y hospitales, así como de carácter militar como torres –todavía sobrevive la de Pontedeume, en cuyas proximidades se localiza una auténtica joya románica, como es la iglesia de San Miguel de Breamo-, y otras fortificaciones. Viene este singular personaje a colación, porque dispuestos a enfrentarnos con las numerosas particularidades simbólicas inherentes a ésta compleja estructura que supone el templo de Santa María del Azogue –o del Mercado-, no deja de llamar poderosamente la atención la presencia de un símbolo muy concreto, cuya presencia parece estar generalizada en los tres principales templos brigantinos, como ya tuvimos oportunidad de ver en el cercano templo dedicado a la figura de Santiago: la Estrella de David o Sello de Salomón (1). Su visión, induce a sospechar una intencionalidad hermética que posiblemente va mucho más allá de una posible y generosa contribución de la comunidad judía brigantina, a la que habría que añadir, además, cierta soterrada influencia de marcado carácter oriental, como así mismo tendremos oportunidad de comentar más adelante, cuando hablemos de la iglesia de San Francisco. Pero las sorpresas no terminan ahí. Hay quien se pregunta –y me hago eco de ello-, sobre los dos curiosos personajes, masculino y femenino, cuyas estatuas se localizan en sendos arcosolios localizados a ambos lados del referido pórtico principal, que generalmente se suponen una representación de la Anunciación que, por un detalle muy particular, no parece ceñirse a la ortodoxia habitual: la carencia de alas en el personaje que, supuestamente, representa al arcángel Gabriel, detalle que, si nos ceñimos a algunas fuentes basadas en los denominados evangelios apócrifos, podría ser una alusión incluso a la misma figura de San Juan Bautista, en su papel no sólo de antecesor del Mesías, sino también de mensajero, por no mencionar otras cuestiones relacionadas con los ritos y el sacerdocio hebraico. Además, no deja de ser curioso, que ya hubiera otros precedentes en algunos retablos gótico-renacentistas –como el que se encuentra en la Colegiata de Santa María, en Xunqueira de Ambía, provincia de Orense- y que en tiempos modernos, ya hubiera una genial mente que representara, así mismo, a los ángeles sin alas, en esa que iba a ser la catedral de los pobres: el arquitecto Antoni Gaudí y su Sagrada Familia.

 
Quizás la clave, o parte de ella, la encontremos en el tímpano de la portada principal y su inusual particularidad. El motivo, como en las iglesias de Santa María a Nova y de San Martiño, en Noya, gira también en torno a la escena de la Adoración de los Magos. Unos magos que, como se puede observar, ninguno de ellos presenta rasgos negroides, de manera que, en principio, se podría decir que en la imaginación del cantero que la labró –bien por iniciativa propia o bien siguiendo instrucciones-, no constaba esa supuesta creencia –probablemente desarrollada a partir del Renacimiento, cuando no en época Moderna- que simbólicamente hablando, veía en estos enigmáticos personajes –cuyas hipotéticas reliquias, se custodian en la catedral de Colonia-, los representantes de los tres continentes por entonces conocidos. Uno de ellos, de pie, sostiene en una mano el tradicional recipiente que contiene su regalo (sea oro, incienso o mirra) y la otra, levantada, parece señalar al cielo, apuntando, quizás, su condición no sólo de mago, sino también de astrónomo o astrólogo, en una escena que, echando mano del recurso de la imaginación, recuerda al famoso sagitario ibérico, es decir, al Indalo. Ahora bien, la escena no termina ahí, sino que se amplía en ambos laterales: con una serpiente enroscada –recordemos la importancia de este símbolo primordial, utilizado hasta la saciedad por grandes maestros canteros medievales, como podría ser el caso del denominado Maestro de las Serpientes o de San Juan de la Peña, que dejó señales evidentes de su labor en lugares emblemáticos de Aragón, como puede ser el monasterio oscense de San Pedro el Viejo-, en el lateral izquierdo, muy cerca del pie del arrodillado rey mago, y en el lateral derecho, donde vuelven a aparecer los supuestos personajes de Gabriel y María. Tema que, como se ve, ya daría por sí solo para hacer un extenso estudio.
Como extenso sería, por otra parte, adentrarse a analizar las infinitas series de canecillos o, sin ir más lejos, la abundante y sorprendente temática desarrollada en la variada gama mensajística desplegada por los canteros en los capiteles interiores de un templo que, aun a pesar se su altura y de sus vidrieras, sigue sorprendiendo por su sombría constitución interior, así como por los numerosos enigmas disimulados entres sus piedras, sin olvidarse, por supuesto, de las marcas de cantería, las cruces patadas y los motivos principales de los tímpanos de sus dos puertas laterales, como son los crucíferos en el tímpano de la portada sur y la psicostasis o pesaje de las almas -que todavía conserva intacta buena parte de su policromía original- en el tímpano de la portada norte.
 
(1) Una representación similar, por poner un ejemplo, la encontramos también en la iglesia de Santa María de la Oliva, situada dentro del término municipal de Villaviciosa, en Asturias.

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