Fascinante Noya: iglesia de San Martiño



Concedida en señorío a la Iglesia de Santiago en 1168 por el rey Fernando II, el mismo que la trasladó y la rodeó de murallas algunos años después de ser arrasada por piratas de origen árabe, Noya continúa levantando admiración y suspicacias, sobre todo en lo referido al que probablemente sea el templo más espectacular de cuantos se levantan en el casco histórico o en sus alrededores: la iglesia de San Martín. O lo que viene a ser lo mismo, pero popular y entrañablemente hablando: San Martiño.

Si bien una inscripción situada en su portada principal, nos dice que se terminó de construir en 1434 –época en la que incluso ya el gótico comenzaba a experimentar notables evoluciones y cambios-, algunos detalles, como la mencionada portada principal, situada en el lado oeste –por la que fieles y peregrinos, simbólicamente hablando, invertían el sentido del Camino, penetrando de la sombra a la luz- parecen señalar, por su evidencia, unos orígenes netamente románicos, en los que se advierten, como cabría imaginar por su proximidad y dependencia –recordemos, que Santiago se encuentra apenas a una cuarentena de kilómetros de distancia-, una influencia manifiestamente compostelana, en la que no son pocos los especialistas en la materia, que señalan detalles de la escuela de maestros, como el celebérrimo Mateo, aunque pocos mencionan, para variar, a otros grandes genios de la arquitectura sacra que también dejaron detalles espectaculares de su maestría, como por ejemplo, aquél enigmático maestro  que mucho antes que el mencionado Mateo y lastimosamente excluido por Aymeric Picaud de su Códex, dejó su impronta y fantasía en la santa catedral del Apóstol y de cuya labor, que se evidencia, sobre todo, en la magnífica Puerta de Platerías, al cabo de los siglos todavía se continúa especulando: el Maestro Esteban.

Imponente en su aspecto de iglesia-fortaleza, a su vera todavía se continúan celebrando los jueves los típicos mercadillos, que de alguna manera, siquiera sea romántica, ayudan al visitante a imaginar cómo debió desarrollarse parte de la vida social de los habitantes de Noya en época medieval, ocupando los tenderetes el lateral sur y la plazuela que se extiende frente al pórtico principal, ambos convenientemente custodiados por otro elemento que en Galicia merece, más que en ningún otro sitio, el calificativo de artístico: el crucero.
Ahora bien, antes de comentar algunas de las características de su maravillosa portada occidental, resulta conveniente acercarse un momento a la pequeña portada que se abre tímidamente en el crucero sur de la iglesia, y observar esa aparentemente libre interpretación del cantero, quien sustituyó las tradicionales y sumisas figuras de magos y pastores, por la presencia del santo obispo de Tours, aquel que se retirara a una vida meramente contemplativa y lejos de la civilización después del trauma sufrido tras el juicio y posterior degollamiento de Prisciliano. Ajeno a la escena, pero a la vez presente, quizás para salvaguardar las apariencias de cara a la galería de la época, la figura de San José, hierática y ausente tanto en el tiempo como en el espacio, a semejanza de las propias imágenes de la Madre y el Niño, parece querer confundir al observador, manteniendo la mirada perdida en un infinito universo de significados y misterios. Poco importa la materia, en este caso, pues tanto la piedra como la madera se han mostrado siempre incapaces de ocultar el aparente desapego de unos personajes, en realidad antagónicos, que no se vieron forzados a una conveniente tregua sino siglos después, cuando el Arte y la Religión imperante, debidamente aleccionado por los oportunos postulados, dogmas y mecenazgos, implantó la idea inapelable  exclusiva de la Maternidad divina, elevando a María como Reina indiscutible de los Cielos. En vista de ello, casi no deberíamos sentirnos sorprendidos frente a la observación de un símbolo solar por antonomasia, como es el cardo que parece sostener la Madre en su mano derecha, detalle que posiblemente esté en concordancia con ciertas líneas de pensamiento -por ejemplo, las consignadas por Robert Graves en algunos de sus trabajos más reconocidos-, que intuyen una primitiva relación entre el Sol y las primeras divinidades matriarcales, posteriormente suplantadas por las invasiones nómadas procedentes del Asia Central -el Reino de Tengri, el Cielo- y la implantación del patriarcado como forma de gobierno y religión imperantes.
 
Sin duda más espectacular, tanto en su ejecución como en su monumentalidad, la portada oeste, por el contrario, gira ya alrededor de aquella figura que, si en el anterior caso parecía irrelevante en comparación con la figura suprema de la Madre, ahora ya es el eje principal de un universo unilateralmente patriarcal, que se ha mantenido inalterable, al menos durante los últimos mil años. Mayestático y mostrando hasta el último detalle –como los estigmas de los clavos de la pasión, perfectamente visibles en manos y pies-, la figura de Cristo impera en una clave en la que todo gira alrededor de él. Puede que por cuestión de espacio, o quizás por un oscuro o indeterminado planteamiento de cábala numerológica, las figuras de los Ancianos del Apocalipsis que le acompañan se ven reducidas a la mitad; es decir, a doce. Número que vuelve a repetirse, sin excepción, en un apostolado que, a modo de columnas-pilares –que recuerda la famosa frase de Jesús a Pedro: tú serás la piedra sobre la que edificaré mi Iglesia-, ocupa el nivel inferior, que no necesariamente, como se ve, el menos importante. Por supuesto, en el nivel superior, aquél que representa el Cielo y por defecto a la Divinidad, la presencia angélica, curiosamente, rompe la monotonía numérica, elevándola a catorce: catorce son los ángeles que completan el coro celestial. Y de igual manera que los Ancianos que permanecen a la diestra y a la siniestra de Cristo, portan diferentes instrumentos y objetos, no todos ellos de índole musical.

A mitad del marco de la portada, y a una tímida escala en cuanto a protagonismo, dos figuras se complementan, separadas por un imaginario hemisferio: dado que la figura femenina de la izquierda mantiene una mano sobre su prominente vientre, que coincide, a la derecha, con la presencia angélica, podría tratarse de una de las Anunciaciones más curiosas y sutiles jamás contempladas. Por debajo, y a ambos lados, también, del mencionado e imaginario hemisferio conformado por los extremos de la portada, dos ángeles tocan sus trompetas. Dos ángeles, por añadidura, prácticamente idénticos a los que se localizan en la Puerta de Platerías de la catedral de Santiago; una puerta, que aún conteniendo elementos extraños de antiguas construcciones desechadas, se ha atribuido no a la labor del Maestro Mateo, sino al aún más misterioso Maestro Esteban que, como se sabe, participó también en la construcción de la catedral de Pamplona, y al decir de los expertos, una de sus características era la utilización de la forma hexagonal en las cabeceras de algunos de los templos en los que participaba. Forma que, casualmente, aunque sea, previsiblemente, de origen posterior, tiene la cabecera de esta iglesia-fortaleza de San Martiño.

 
 
También, como en algunos rostros de la catedral compostelana –independientemente de la típica sonrisa de Daniel o el magnético influjo del propio rostro del Santo dos Croques, que según la tradición, representaría al propio Maestro Mateo- las características de los rostros, sobre todo en lo referente a los Ancianos del Apocalipsis, contienen una cautivadora e inequívoca referencia oriental, que parece conectar, de alguna manera, no sólo con la proliferación de pequeños remates piramidales en las torres de numerosas iglesias repartidas a todo lo largo y ancho de la geografía gallega –desde O Cebreiro hasta este templo de San Martiño-, o de pequeños templetes y baldaquinos –caso del abierto con posterioridad en el ábside de la iglesia de Santa María do Campo, en A Coruña, el que se localiza en el interior de la iglesia de San Salvador, en Vilar de Donas, Lugo o el que se encuentra en el cementerio anexo de la iglesia de Santa María a Nova, en Noya-, sino, así mismo, con la presencia de misteriosos y anónimos personajes de origen oriental, de cuya relevancia dan testimonio los sepulcros que se localizan en lugares preeminentes de templos cristianos, como el de San Francisco de Betanzos.
Hasta aquí, sólo algunos de los numerosos misterios asociados a este templo de San Martiño, la abundancia de cuyos detalles, darían elementos más que suficientes para escribir, cuando menos, una tesis. Pero aún sin salir de Noya, el viaje continúa. Y los misterios, también, como se pretende ver en la próxima entrada, dedicada a la iglesia de Santa María a Nova.

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