Campo Lameiro: iglesia de San Miguel
Enclavada
en lo más alto del pueblo y cumpliendo en la actualidad las funciones de
iglesia-cementerial, el templo de San Miguel, situado en la bonita localidad
pontevedresa de Campo Lameiro, todavía conserva interesantes vestigios de su
primitiva fábrica románica, cuyos antecedentes habría que remontar, según
opinión generalizada, a mediados del siglo XII. Es cierto, también, que dichos
antecedentes apenas se reducen, en la actualidad, al ábside o cabecera y parte
de la nave, quedando el resto del conjunto sometido a las diferentes
actuaciones sujetas a los gustos y estilos de siglos posteriores que, no cabe
duda, desmerecen un recinto que debió de ser, aun reduciendo las posibilidades
al ámbito de su pequeño microcosmos, monumental. Dejaremos, pues, de lado estos
detalles –aunque la figura plateresca de San Miguel sometiendo a la Serpiente o
al Diablo, no deje de tener, no obstante, sus antecedentes en las antiguas
mitologías, como por ejemplo la célebre lucha entre Apolo y la serpiente Pitón
en la délfica entrada al Inframundo-
que afectan, sobre todo, a la zona oeste, donde estaba situada una portada
principal que, a juzgar por la labra de los canecillos sobrevivientes en el
ábside, podría habernos ofrecido sorprendentes revelaciones en sus detalles.
Entre las numerosas especulaciones que se pueden realizar sobre este templo y
la zona en la que se levanta, no sería gratuito advertir que su situación no es
en modo alguno casual, sino que responde a la cristianización de unos lugares
donde se advierte una fuerte presencia de cultos anteriores, pues a menos de
dos kilómetros, se localiza uno de los mayores yacimientos de petroglifos, no
sólo de Pontevedra, sino también de Galicia, que lleva, así mismo, por nombre Campo Lameiro, y cuya visita se recomienda, puesto que enclave y contenido
–parque temático aparte-, bien lo merecen.
Centrando la especulación, en esos
mencionados detalles que sobreviven en el ábside o cabecera, llama la atención,
en el pequeño ventanal central, el diseño lobulado de la parte superior de
éste, que recuerda, al menos comparativamente hablando, los diseños de un
anónimo maestro, que dejó su impronta personal en los tímpanos de algunos
templos repartidos por las comunidades gallegas, con el añadido de un curioso
jinete a lomos de un león, cuyo simbolismo posiblemente vaya mucho más allá de
la famosa historia del mítico Sansón y nos haga pensar en otro tipo de mensaje.
A tal respecto, conviene saber que uno de estos tímpanos, se localiza, casualmente
y de ahí la sugerencia, aproximadamente a treinta o cuarenta kilómetros de
distancia de Campo Lameiro, en la también muy reformada iglesia de Santiago,
dentro ya de las márgenes de un concejo, el de Silleda, que guarda numerosos
lugares de interés. Interesantes, por otra parte, son los motivos de los
canecillos, entre los que se pueden apreciar alusiones a la música –músico y
contorsionista, que pueden muy bien aludir a la importancia y evolución de este
arte en el Camino, desde los primeros
salmos de alabanza que entonaban los peregrinos, hasta las canciones subidas de
tono, que conforman otro aspecto antropológico digno de tenerse en cuenta-,
motivos animales –entre los que no falta, la sempiterna y determinante figura
del bóvido-, algún motivo geométrico, y naturalmente, la presencia de elementos
vegetales y foliáceos tan abundantes y característicos en este tipo de arte. No
menos interesantes, aunque sí más afectadas, por desgracia, por el tiempo y la
erosión, las metopas presentan, principalmente, alusiones de carácter solar,
con excepción de una, particularmente, en la que se aprecia un personaje que
parece salir de la piedra, frente a cuya visión es difícil no preguntarse,
entre otras muchas especulaciones, esos conceptos primitivos a los que aludía
Eliade en su obra Herreros y alquimistas,
donde la piedra era considerada como un ser vivo, comparando los minerales como
embriones de esa pedra genitrix o matrix mundi primordial, clara alusión,
por otra parte, a la Gran Diosa o Diosa Madre. Interesantes son, así
mismo, y finalizo con la misma fuente, las leyendas y tradiciones de la Europa
oriental, relativas al Cristo que nace de
la piedra.
Añadir, por último, un símbolo de reconocimiento que se localiza
en el cruceiro –probablemente de los siglos XVII ó XVIII-, en el centro de cuyo
eje vertical una solitaria figura de San Roque, vestido de peregrino, nos
recuerda la señal de los iniciados,
indicándonos con el dedo la herida en su muslo derecho.
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