Santa Mariña de Augas Santas
El entorno
Situada
en pleno Camino de Santiago a su paso por Orense, a cinco kilómetros poco más o
menos de Allariz, Santa Mariña de Augas Santas sobrevive felizmente inmersa en
los innumerables misterios de su fabuloso y rico pasado. Si ya al poco de
adentrarse en su entorno, el viajero tiene la preminente sensación de haber
cruzado la frontera de otro mundo, habría que intentar imaginarse la sensación
que alienta en el alma del peregrino cuando los avatares de su ruta sagrada le
obligan a aventurarse por milenarios senderos donde castaños y robles,
principalmente, forman con sus antiquísimas ramas un espléndido paraguas
natural, donde los claroscuros envuelven una tierra que despliega humores de
antigüedad, en la que helechos, espinos y otras plantas de tipo selvático combaten
sigilosamente por el dominio de un suelo mullido, que se extiende con el
cromatismo de una alfombra persa alrededor de peñas inmemoriales, muchas de las
cuales están parcial o totalmente invadidas por la hiedra y el musgo, ajenas
por completo a ese mal moderno, denominado contaminación. Bosques umbríos, que
todavía, cuando el viento se cuela por los resquicios de las ramas de sus
árboles, parecen conservar, todavía fresco, el eco de antiguas, olvidadas
gestas; el grito de guerra de los furibundos berseckers celtas cargando con furia incontenible contra el invasor
romano, e incluso, aguzando aún más el oído y dejándose llevar por ese cuando
menos poético recurso que es la imaginación, poco costaría confundir los
crujidos de las ramas secas al pisarse, con el chasquido seco, también, de las
pequeñas hoces de oro que los druidas empleaban para recolectar el abundante
musgo con el que posteriormente elaboraban sus mágicas pociones. Bosques
semejantes, cuando no precisamente estos mismos, o aquellos otros, vecinos, que
arropan celosamente el entorno ruinoso del cercano monasterio de San Pedro de
Rocas, fueron el escenario sobrenatural donde la luna inducía instintos
homicidas en la ambivalente personalidad de un auténtico lobo reencarnado en
hombre –Romasanta, o lo que es igual, uno de los primeros casos de licantropía
constatados, en España y en el mundo-, y donde, a pesar del agua bendita y el
apostólico, ortodoxo y romano ego te
absolvo, todavía late con fuerza el corazón incorruptible de unos dioses
elementales, tutelados por una figura eminentemente antigua y primordial: la Gran
Diosa Madre.
La iglesia
Si el
viajero o el peregrino, han tenido la feliz idea de recalar antes en Xunqueira
de Ambía –población de cierta importancia, que se encuentra situada a una
distancia equidistante de Santa Mariña y de Allariz-, apreciará una más que
notable familiaridad en su iglesia, y no podrá por menos que suponer,
justamente, que los canteros que elevaron hacia los cielos la espectacular
Colegiata de Santa María, fueron prácticamente los mismos que levantaron la
iglesia parroquial de Santa Mariña de Augas Santas. Y es que, observando
precisamente la planta, forma y diseño de ésta, no le resultará difícil de
ningún modo, pensar que está frente a dos templos de esquemas netamente
gemelos, a los que podría añadirse, al menos en cuanto a estructura interna se
refiere, un tercer templo, que se localiza en Santiago de Compostela, no muy
lejos de la Plaza del Obradoiro y de la catedral: la Colegiata de Santa María
la Real de Sar (1). Uno de los detalles a tener en cuenta, que posiblemente
llame tanto o más la atención, que por ejemplo los magníficos mosaicos
–crucíferos, en su mayoría-, de sus rosetones, sería preguntarse el por qué de
un templo de tal envergadura y características, para un pueblo aparentemente
tan pequeño. Parte de la respuesta, podría encontrarse no sólo en el
maravilloso entorno, con mayor o menor acierto descrito anteriormente, sino
además, en el interior del templo, y más concretamente en ese lateral norte,
donde se levanta una especie de pequeño templete que sirve como baluarte a la
imagen de una dudosa santa que, como la Inmaculada o como el propio arcángel
San Miguel, mantiene perfectamente inmovilizada a sus pies, a la terrible
bestia con apariencia de dragón o serpiente descomunal, cuyo simbolismo podría
no sólo referirse al triunfo del Cristianismo sobre los cultos precristianos
anteriores, sino también, a esa relevante devoción cultual que parece existir
con dos tipos muy definidos de corrientes: la acuática y la telúrica, que
parecen caracterizar, así mismo, el lugar. Basta un simple vistazo al subsuelo
sobre el que se levanta el referido mausoleo –una de las tres fuentes, que
según la tradición, brotó milagrosamente cuando rodó y rebotó la cabeza
decapitada de la santa-, para intuir o sospechar que posiblemente esa
estructura subterránea que se advierte –la misma donde los devotos depositan
flores y monedas-, formara parte, como el
Forno que veremos más adelante, de un resto megalítico anterior –quizás un
dolmen-, y que recuerda otros pozos
milagrosos, como el que se localiza en la capilla de planta octogonal de la Soterraña, anexa al ábside de la
iglesia mudéjar de San Miguel, en Olmedo, provincia de Valladolid. Y aquí,
volvemos a conectar con otro dato importante y el mismo elemento: el agua, que,
a fin de cuentas, podría considerarse como el vehículo expresivo de una figura,
que ya se ha mencionado también: la Gran Diosa Madre. Austeros, los motivos de
sus capiteles van, así mismo, en concordancia, pues muestran, ese mundo
foliáceo, símil simbólico del jardín o paradisum
–la conexión con el mundo antiguo, estaría en uno de los capiteles cercanos al
altar, que nos muestra a un personajillo saliendo de la floresta- siempre
presente en los ornamentos medievales, como antes lo fueron en sus precedentes
clásicos. Aunque también se podría hablar de austeridad en los motivos
ornamentales del exterior del templo –básicamente, los canecillos absidiales-,
es de reseñar la coincidencia de un motivo jocoso y erótico, que también se
localiza en la Colegiata de Santa María de Xunqueira de Ambía: el perro sentado
sobre sus cuartos traseros, mostrando su pene. Por último, cabe destacar la
presencia del Agnus Dei, precisamente por encima del ábside, mirando hacia el
este o el nacimiento del sol, motivo que se localiza, como una constante, en numerosos
templos repartidos a lo largo y ancho de la geografía gallega, siendo uno de
los más cercanos y relevantes, el de San Pedro de A Mezquita.
(1) Templo, por cierto, que si se compara con la ilustración aparecida en el Semanario Pintoresco Español, de fecha 15 de mayo de 1853, artículo de Ventura García Escobar, y salvando algunas diferencias, se encontrará un sospechoso parecido con la desaparecida iglesia, templaria por más señas, de Santa María, en Ceínos de Campos, Valladolid.
El culto a las aguas
No es
de extrañar, que entre el entorno y el agua, exista una conexión implícita que
llama poderosamente la atención, y a la vez, genera parte del misterio añadido
al elemento que se verá al final de la presente entrada, y que se conoce como
el Forno da Santa. Se trata del culto a las aguas. Sorprende, no obstante, que
siendo Orense la única comunidad de Galicia que no tiene frontera natural con
el mar, sea precisamente aquella que parece tener más ferviente la devoción por
el agua. Santa Mariña, sin duda, es una de las poblaciones orensanas, que aun
siendo tan pequeña, destaca en este aspecto. Quizás para llegar a hacernos una
idea de hasta qué punto su entorno y el agua estuvieron conectados, tengamos
que echar mano del recuerdo y comentar que en ese bosque del que se hablaba al
principio, existía un árbol que por sus características tan especiales,
destacaba de todos los demás, el cual, dicho sea de paso, recibía un culto y
una devoción extraordinarios. Precisamente, se trataba de un árbol por el que
sentían una especial predilección los pueblos celtas –independientemente de que
su devoción se repartiera entre los árboles de diferentes especies y que éstos
y sus cualidades, según demostrara Graves, constituían la base de un posible
alfabeto-: el roble. El Rey Herbáceo de Santa Mariña, existió hasta mediados
del siglo XIX, en que fue mortal y definitivamente alcanzado por un rayo. Su
tronco, gigantesco, tenía 9 metros de diámetro y 40 de copa. Según una leyenda,
nació de la rueca –y aquí tenemos otra conexión con un arquetipo universal,
como es la rueda- que usaba la santa.
Junto a él, y tapada por una piedra, se cuenta que coexistía una oquedad con
forma de oreja –otro elemento arquetípico, que puede tener doble sentido, a la
vez, por su gran parecido con el riñón humano y las funciones de éste-, en cuyo
fondo había siempre agua. Un agua, evidentemente milagrosa, a la que se
atribuía la virtud de curar las enfermedades de los oídos y cuyas propiedades,
es de suponer, se cumplimentaban con los otros pozos de la tradición, uno de
los cuales, se localiza en el interior de la
Capela de Santo Tomé, anexa al pazo del siglo XVIII que se localiza junto a
la iglesia.
El Forno da Santa
Posiblemente, éste sea el
elemento que por sus características, misterio añadido y por ese intento
frustrado, al parecer de ocultación –basado en el templo que se comenzó a
levantar encima-, más suspicacias despierte de todo este fascinante conjunto
histórico-cultural que conforma la idiosincrasia de un lugar tan mediático como
es ésta pequeña población de Santa Mariña de Augas Santas. Que fueran o no
templarios o canónigos regulares de San Agustín los que se asentaran y a la vez
comenzaran a levantar un templo encima de ésta auténtica reliquia del pasado,
que es la cripta que lleva por nombre Forno
da Santa –por ser el lugar donde, según la tradición, sufrió martirio y
muerte-, puede llegar a resultar una cuestión sin duda alguna secundaria, en
comparación con la pregunta clave: ¿qué fue, en realidad, éste enigmático
lugar?. Parece evidente, que por sus características y por esas corrientes de
agua subterránea que se perciben apenas los ojos se acostumbran a unas
penumbras levemente alteradas por los rayos del sol que se cuelan por un
pequeño ventanal, no pudo ser un horno o crematorio, como se ha venido sosteniendo
a lo largo de los años. Resulta mucho más apropiada, quizás, esa otra línea de
pensamiento que ve en esta compleja construcción, la posibilidad de que en
realidad, se tratara de un ninfeo. Y no sería realmente extraño, ni tampoco
desorbitada tal suposición, si a las características del recinto le añadimos no
sólo la referencia de ese otro espléndido ninfeo, parte de cuya grandeza se
puede apreciar y valorar todavía en Santa Eulalia de Bóveda, lugar situado
en la vecina comunidad de Lugo, sino también, la existencia en las
inmediaciones de las famosas termas romanas de Baños de Molgas, y la más que
probable existencia de otro ninfeo –del que sólo queda constancia, en un ara
reutilizada en el altar de una iglesia que debió ser levantada igualmente
encima, y que todavía conserva restos prerrománicos en las celosías de su
ábside, en la que se aprecia la inscripción Aurelius
/ Flaus / Tamacanu / Nimphys / Exvoto- situado en la población de Santa Eufemia de Ambía. No se sabe tampoco, por qué motivo la iglesia que se estaba
construyendo encima, no llegó nunca a terminarse, constituyendo, en la
actualidad una sugestiva y romántica ruina, parcialmente invadida por la maleza,
pero sí parece curioso el dato, de que las obras se paralizaran, coincidiendo
con la persecución y posterior eliminación de la Orden del Temple.
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