La catedral de Orense



Posiblemente en la actualidad, no sea ya esa hermosa pero a la vez, gran desconocida obra de Arte, en la que la escuela del Maestro Mateo –que si bien ahora nos parece un auténtico genio, hubo otras épocas, sin embargo, en las que llegó a ser considerado como un oscuro arquitecto de la corte del rey Fernando II de León-, quiso reproducir, a menor escala, que no belleza, el glorioso Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela: la catedral de San Martín de Orense. Situada en pleno casco histórico y en parte encajonada entre edificios de antigua y novísima construcción, este magnífico recinto sacro hunde profundamente sus raíces a mediados de un siglo, el XII –se considera, que la primera fase se desarrolló entre los años 1157 y 1169, siendo obispo Don Pedro Seguín- en el que ya se comenzaban a vislumbrar por el horizonte tormentas de innovación, que darían paso a todo un fenómeno arquitectónico que habría de eclipsar lo conocido hasta entonces: el gótico. Como si se tratara de un ser vivo, también esta catedral orensana fue evolucionando, alimentándose de elementos de diversos periodos, estilos, modas y gustos, cuyo conjunto, en líneas generales, no desmerece, siendo, quizás, uno de los elementos más atractivos, la girola levantada en el siglo XVII, detalle ciertamente curioso, si consideramos que fue precisamente en ese siglo, cuando se recuperó este tipo de modelos arquitectónicos, que seguramente, su intencionalidad se basara en rememorar el modelo base del Sepulchrum Domini hierosolimitano, destinándose, por regla general, a capillas cuyos Cristos –en algún caso, también alguna figura mariana, como la Soterraña de Olmedo-, han sido tradicionalmente considerados como muy milagrosos. De hecho, uno de los elementos que más devoción despierta en esta catedral es, precisamente, su Cristo románico, además de la dramática réplicas del Cristo de Fisterra, mandada hacer por el obispo Pérez Mariño cuando se hizo cargo de la sede episcopal de Orense. De este periodo sobreviven, así mismo, varias exquisiteces, si como tales –y yo así lo creo-, entendemos, cuando menos, las dos portadas –norte y sur- y evidentemente, el Pórtico del Paraíso. En todas ellas, resulta más que evidente la enorme influencia ejercida por el Maestro Mateo; de manera, que cuando se habla de estas tres inconmensurables joyas artísticas, los historiadores suelen coincidir en considerar al anónimo Magister, como un alumno aventajado de la escuela mateana, al que sin embargo, niegan la enorme fuerza expresiva que caracteriza el trabajo del primero.

Además, no hemos de olvidar, tampoco, aquéllas otras controvertidas piezas que se localizan en el interior del recinto, entre las que sobresale aquélla que muestra a un hombrecillo que parece querer huir del emparedamiento al que está sometido en la piedra, cuando no, además, del terrible león cuyas fauces se cierran, hemos de suponer que dolorosamente, pues el gesto de su cara así lo demuestra, sobre su hombro derecho: ¿una alegoría acerca del alma, que intenta escapar desesperadamente de la bestia o prisión a que la tiene sometida la carne?. Formando un ángulo imaginario de 45º, por encima de éste, otro individuo, con rostro feliz y sin león que le mortifique, abandona la matriz de piedra, diríase que renovado, liberado, como en las operaciones alquímicas, de las impurezas de la materia. En el centro, y situado entre uno y otro, hombre y bestia muestran un símbolo singular, con forma de espiral o triple recinto. Guiños de cantero sobre los que conviene meditar.

Ahora bien, de todo lo expuesto hasta el momento, sin duda la gran joya que caracteriza a esta catedral de San Martín -Martín o Martiño, figura que tuvo una gran relevancia en Galicia, como demuestra la gran cantidad de templos a él dedicados, incluido aquél que se considera como la primera catedral gallega: San Martiño de Mondoñedo-, qué duda cabe, es la inconmensurable Puerta del Paraíso, que, aun pretendiendo imitar a pequeña escala, como ya se aventuraba al principio, el Pórtico de la Gloria compostelano, constituye una de las grandes maravillas del románico peninsular, acrecentada su belleza por mantener, prácticamente intacta -como la formidable Portada de la Majestad, de la colegiata de Toro-, su magnífica policromía original, en la cuál, aparte de los Apóstoles y Profetas del Antiguo y Nuevo Testamento, el peregrino, recibe, así mismo, las bendiciones del propio Santo Patrón.



Comentarios

KALMA ha dicho que…
Hola! ¡Es grandiosa! No conozco la catedral de Orense pero ese pórtico es una maravilla,y el interior es amplio, luminoso.
Tú relato, comparando lo ya andado, pues sí, aunque no es Santiago de Compostela va a su zaga, en cierta forma las esculturas de los apóstoles y la entrada así lo recuerda.
Me la apunto para la próxima en Galicia porque ¿Es en esta donde me regala los oídos un gaitero? Que no lo distingo jjj.
Besos.
juancar347 ha dicho que…
Es un pequeño bombón, que afortunadamente comienza a ser conocida, pues a pesar de los pesares, y como ocurre en algunas otras catedrales, ha sido siempre una gran desconocida. A mí me parece un templo armónico, que a pesar de que ha perdido muchos elementos de su originalidad románica, tiene otros que la hacen incluso atractiva, como la girola, que aunque es del siglo XVI o XVII, me parece una pequeña maravilla. La Puerta del Paraíso, desde luego, es para solazarse contemplándola, de manera que te aconsejo que la visites algún día y aproveches las termas. El gaitero no está en la catedral, pero sí bastante cerca de ella: en la iglesia de San Francisco. En el capitel derecho de la portada principal, según se mira de frente. Pero tiene miga, porque las estatuas-atlantes representan una Anunciación, lo cual quiere decir, que posiblemente sea la primera Anunciación de Occidente armonizada melódicamente con un instrumento de origen celta...Casi ná, ja, ja. Un abrazo

Entradas populares de este blog

Una iglesia legendaria: Santa Eulalia de Abamia

Santa María de la Oliva: piedra, alquimia y simbolismo

Escanduso, iglesia de San Andrés: posiblemente la iglesia románica más pequeña del mundo