Villafranca del Bierzo: iglesia de Santiago



Circula, dentro de ese rico, basto y maravilloso universo arquetípico que engloba tanto a mitos como a leyendas, aquélla que asevera que fueron vaqueiros de Tineo y de Luarca quienes, en su búsqueda de valles para el ganado, se asentaron en las inmediaciones de un lugar, que ya había conocido la habitabilidad humana, cuando menos, desde la Edad del Bronce: Villafranca del Bierzo.
Ahora bien, históricamente hablando –y una buena pista, la tenemos en su propio nombre- Villafranca fue otra de las innumerables ciudades que surgieron a consecuencia de la Inventio; es decir, del descubrimiento de los supuestos restos del Apóstol Santiago, que daría como resultado una de las vías de peregrinación más deseadas y transitadas hasta nuestros días, e incluso, me atrevería a decir que una de las escuelas transmisoras de Conocimiento más relevantes de la Edad Media.
Situada estratégicamente entre el Bierzo y los Ancares, Villafranca constituye, también, el punto neurálgico desde el que los peregrinos que se dirigen a Compostela, se sitúan frente a la frontera con Galicia, encarando el puerto de O Cebreiro, pisando ya tierra lucense. O lo que es lo mismo, tierra de esa simbólica provincia, que lleva en su propio nombre –Lugo- la acepción a uno de los dioses más misteriosos e importantes, del soberbio panteón celta: Lug.
De los orígenes de ésta iglesia de Santiago, posiblemente la más popular de Villafranca y su riqueza monumental, no se tienen noticias certeras, aunque se supone que su fundación pudiera estar relacionada con el obispo de Astorga y la bula papal que, en 1186, le permitió levantar una iglesia en suelo próximo a Villafranca, donde los peregrinos –o concheiros- enfermos e imposibilitados de terminar el camino jacobeo, pudieran ganar en ella el ansiado jubileo. Su función e importancia, pues, es similar a otros lugares norteños, de los que cabe destacar el antiguo monasterio de San Martín de Turienzo, actualmente conocido como de Santo Toribio, en la Liébana y su Puerta del Perdón.

De ábside semi-circular y planta rectangular, destacan las escenas del Nuevo Testamento representadas en su pórtico norte, donde se percibe la importancia de tres de las figuras más misteriosas a las que se hace referencia en los mencionados textos: los tres reyes-sacerdotes o magos que, según se narra, emprendieron viaje desde sus ignotos lugares de origen, para adorar al Niño-Dios. Entrañablemente representadas en los capiteles, el cantero reprodujo la escena del desplazamiento y el sueño de los magos, incluyendo la aparición del ángel.
Pero, sin duda, la escena representada que más llama la atención –al menos, a mí así me lo parece- en la escena del Calvario, donde los brazos del crucificado, semejantes a alas, producen una notoria sensación de ingravidez, casi diríase que de liberación frente al martirio soportado. A los pies del Calvario, se aprecian cuatro figuras que, presumiblemente, hemos de identificar como las de las Tres Marías y San Juan Evangelista. No faltan, así mismo, las típicas representaciones foliáceas, incluidos racimos de uvas, las arpías y los rostros amenazantes de demonios, cuyas fauces, abiertas, advierten al pecador del destino que le aguarda si persiste en su actitud de no llevar una vida acorde con los Mandamientos del Señor.
De manera similar a otros lugares, aunque quizá menos espectacular, en las arquivoltas se desarrollan diferentes escenas, que confluyen en una parte central, dominada por un Cristo en Majestad, que bendice con la mano derecha, manteniendo un libro abierto en las manos.

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