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De camino a Potes

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  Apenas nadie la presta atención, varada en un fértil prado, donde nadie parece recoger, tampoco, los dulces frutos de unos perales que alimentan a las variadas familias de aves que anidan en los alrededores y levantan el vuelo por encima de las sobrecogedoras cimas de unas montañas legendarias: los Picos de Europa. Unos montes, que, además de compartir protagonismo fronterizo con Asturias, Cantabria, Palencia y en menor escala, con León, comparten, también, el paso sigiloso de una historia, donde las anónimas e itinerantes cofradías de albañiles medievales fueron dejando una huella indeleble de su habilidad y destreza, sembrando de templos los diferentes caminos de peregrinación. A las afueras del encantador pueblo de Panes y al comienzo, además, de esa tortuosa carretera que recorre el soberbio y peligroso desfiladero de La Ermida, la vieja iglesia románica de San Juan de Ciliergo, continúa viendo el tiempo pasar, indiferente, podría llegar a suponerse, a unos tiempos y unas gentes,

Un paseo por la Sierra y el monasterio de Leire

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  Nunca sabremos los verdaderos motivos que empujaron al monje benedictino, Aymeric Picaud, a habla tan mal de una tierra, Navarra, en esa primera guía del Camino de Santiago, que es su famoso Codex Calistino. Pero lo que este viajero siente, a primera hora de la mañana, cuando esa metafórica mortaja que es la niebla, apenas deja entrever, en toda su soberbia extensión la imponente belleza de la Sierra de Leire, es que se encuentra, sin lugar a dudas, en un lugar, no sólo misterioso, sino también, legendario y por supuesto, muy especial. Sabe, que en algún de esos picachos, donde el ciervo y el rebeco se ocultan, más o menos a salvo del ataque voraz de unos lobos prácticamente en peligro de extinción, se encuentra, también el sendero ancestral que conduce a la fuente del abad Virila: aquél afortunado monje, cuyos restos permanecen en la cripta del monasterio, de quien se dice que comprobó en primera persona la teoría de la relatividad del tiempo, siglos antes de que el genio de Albert

Salas Capitulares medievales / Medieval Chapter Houses

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  Dentro de los diferentes estadios o elementos que componían los imponentes y elaborados monasterios medievales, que, por su concepción y grandeza, podría decirse que conformaban pequeñas ‘ciudades’ en sí mismos, destacaban, por su soberana grandeza, los Capítulos o Salas Capitulares, donde la congregación monástica dirimía todas las cuestiones relativas al monasterio y la vida de los monjes residentes, así como aquellas otras, que, políticamente hablando, pudieran también afectarles, pues no hay que olvidar que el poder inherente al estamento eclesial estaba en la cima de la pirámide social de la época. Pero las Salas Capitulares, curiosamente, eran también pequeños cementerios en potencia, donde no sólo sus muros acogían, en muchos casos, elaborados sarcófagos cuya riqueza escultural constituye, por añadidura, un verdadero tesoro antropológico de usos y costumbres, sino que, además, su suelo formaba también los nichos o sepulturas que constituían la morada eterna de abades y caballe

Milenariamente elegante / Millennial elegant

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  Hay monumentos muchos más antiguos que esa Puerta de Alcalá, de la que tan orgullosos nos sentimos los madrileños, que, incluso un milenio -que se dice pronto- antes de Sabatini y su meritoria elegancia renacentista, continúan viendo el tiempo pasar, con esa atónita indiferencia que conlleva la inmortalidad. Una inmortalidad, de hecho, ganada a pulso y compás, cuando la Arquitectura estaba al servicio de la fe y la Geometría, metafórica y comparativamente hablando, era, sin duda, el lenguaje de Dios. Desconcertante y extremadamente bella, la iglesia prerrománica de San Salvador, conocida, popularmente, como ‘el Conventín’, continúa siendo, desde aquellos oscuros tiempos altomedievales, que asistieron al fin del imperio visigodo y al comienzo de un nuevo mundo, donde dos religiones se batían a duelo en los campos de batalla, a este lado peninsular de las temidas Columnas de Hércules, la joya arquitectónica indiscutible, de ese prodigioso y espectacular concejo asturiano de Maliayo, ho

Un paseo por la catedral de Tarazona

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  Frontera natural con Soria y situada, además, a escasos kilómetros de ese sublime accidente geográfico, constituido por uno de los montes más misteriosos y legendarios de España, nada menos que su gloriosa Majestad, el Moncayo, la ciudad de Tarazona es, en sí misma, una de las grandes joyas patrimoniales de la antigua Corona de Aragón. Su monumental belleza, donde, a poco que se fije la vista del sorprendido viajero, tendrá la sublime sensación de encontrarse en otra genuina capitalidad del Arte Mudéjar, queda patente e las formidables torres de sus iglesias y muy especialmente, en las de su insólita catedral, donde sobresale, como un inaudito espejismo, su maravilloso cimborrio de forma octogonal. De hecho, es, por artificioso que tal comentario pueda parecer, una más de las admirables maravillas que conforman este imponente conjunto arquitectónico, que es una catedral, la de Santa María de la Huerta -recordemos esta curiosa advocación, pues la encontramos también en uno de los más

El románico de San Martin de Hoyos

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  A poco más de dos kilómetros de Olea, San Martín de Hoyos es otro pueblecito de Cantabria, que no sólo nos deleita con su pintoresca arquitectura rural y esos fértiles valles donde todavía la economía de los aldeanos está basada e los frutos de la tierra y en una ganadería donde impera la presencia, sobre todo, del ganado vacuno, que, recordemos que ya desde el Neolítica era moneda de intercambio tan importante como el oro. Se trata de otro de los lugares, además, donde se puede seguir la huella de aquellos misteriosos canteros medievales, que, posiblemente operando desde la costa y la montaña, encontraron unos caminos más fáciles de seguir, en dirección a las tierras de Palencia y por defecto, a la Meseta castellana, donde esperaban encontrar más y quizás, mejores oportunidades para poner en práctica su arte y ganarse el sustento. De tal modo, que, en el centro del pueblo, metro más metro menos, volvemos a encontrarnos con otra iglesia románica, algo más grande que la de San Miguel